Muestras

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7 nov 2025

Reunión de obras

Reunión de obras
2007 – 2025

Son tiempos extraños, incómodos y violentos los que estamos atravesando, no solo en nuestro país, sino también en otros lugares del mundo. Mucho de lo que hemos aprendido y acordado socialmente pareciera estar siendo cuestionado o perdiendo validez. Conceptos cuyos significados poseían un único sentido actualmente refieren a ideas o representaciones incómodas o vergonzosas. En nuestro país, la palabra libertad ya no es enunciada con la emoción de antaño por un gran porcentaje de la población.

En este contexto histórico social surge la propuesta de hacer una muestra individual en la galería, “y lo encuentro un poco gracioso/ lo encuentro un poco triste […] / me resulta difícil decírtelo / me resulta difícil aceptar / cuando las personas corren en círculo / es un mundo muy, muy loco, loco mundo.”*

La curaduría del proyecto promueve el diálogo entre una selección de piezas del pasado vinculándolas con otras recientemente producidas. Entonces medito sobre qué obras pueden funcionar, recordando que muchas veces “nos damos cuenta de lo que hacemos, pero no indagamos las razones por las que lo hacemos, sólo en algunos momentos de nuestro operar en el mundo cotidiano, donde una serie de saberes se convirtieron en hábitos automáticos, nuestra mente funciona epistemológicamente o sea artísticamente.“**

Surge así una convocatoria para reunir a un grupo heterogéneo de obras. En ella se plantea la necesidad de una suerte de renovación y puesta en valor de las mismas, posicionándolas nuevamente, actualizándolas e incluso modificándolas (una práctica que no me es ajena y que me permito aplicar sin sentir que las cosas pierden su “originalidad”).

Yo, Diego, en tanto sujeto creador, me reúno con los dibujos, las pinturas y los objetos que pertenecen a una instalación, pero también con los textos y lo que dijeron de mi hacer en los primeros años de mi carrera como artista. Hay algo de añoranza y de emoción en todo esto, de autoreconocimiento y de proyección hacia adelante.

Me refugio del mundo en mis pinturas y paseo entre los árboles y la desmesura de los frutos contenidos en los bastidores que “ostentan la brevedad del formato burgués”***, donde no parece haber peligros entre tanta redondez; me diluyo en la fluidez acuosa de los pigmentos y me abstraigo con las manchas que no son nada y también son nubes.

Honro a los materiales convirtiéndolos en parte de una naturaleza ficcionada, atesoro una bolsa y simulo ser ingenuo ante un pajarito que, no casualmente, es un cabecita negra. El mismo que trina recordándome que producir obras de arte en un contexto de crisis (económica y de valores) es un desafío, una instancia especial para recuperar trabajos con un potencial latente y me insta a escuchar/escucharme para nunca olvidar que la capacidad de imaginar es la mayor de las libertades.

Diego Vergara
Noviembre 2025

* “And I find it kind of funny / I find it kind of sad […] I find it hard to tell you / I find it hard to take / When people run in circles / it's a very, very mad world, mad world”. Tears for Fears, Mad World, 1982.
** Fragmento del texto de sala de la muestra “Libre y feliz”, escrito por Mauro Machado, Rivoire espacio de arte, Rosario, julio 2007.
*** Fragmento del texto de sala de la muestra “La existencia está en otro lugar”, escrito por Ana Martínez Quijano, galería Dabbah Torrejón, Buenos Aires, abril/mayo 2010.

Diego Vergara

7 nov 2025

Reunión de obras

Reunión de obras
2007 – 2025

Son tiempos extraños, incómodos y violentos los que estamos atravesando, no solo en nuestro país, sino también en otros lugares del mundo. Mucho de lo que hemos aprendido y acordado socialmente pareciera estar siendo cuestionado o perdiendo validez. Conceptos cuyos significados poseían un único sentido actualmente refieren a ideas o representaciones incómodas o vergonzosas. En nuestro país, la palabra libertad ya no es enunciada con la emoción de antaño por un gran porcentaje de la población.

En este contexto histórico social surge la propuesta de hacer una muestra individual en la galería, “y lo encuentro un poco gracioso/ lo encuentro un poco triste […] / me resulta difícil decírtelo / me resulta difícil aceptar / cuando las personas corren en círculo / es un mundo muy, muy loco, loco mundo.”*

La curaduría del proyecto promueve el diálogo entre una selección de piezas del pasado vinculándolas con otras recientemente producidas. Entonces medito sobre qué obras pueden funcionar, recordando que muchas veces “nos damos cuenta de lo que hacemos, pero no indagamos las razones por las que lo hacemos, sólo en algunos momentos de nuestro operar en el mundo cotidiano, donde una serie de saberes se convirtieron en hábitos automáticos, nuestra mente funciona epistemológicamente o sea artísticamente.“**

Surge así una convocatoria para reunir a un grupo heterogéneo de obras. En ella se plantea la necesidad de una suerte de renovación y puesta en valor de las mismas, posicionándolas nuevamente, actualizándolas e incluso modificándolas (una práctica que no me es ajena y que me permito aplicar sin sentir que las cosas pierden su “originalidad”).

Yo, Diego, en tanto sujeto creador, me reúno con los dibujos, las pinturas y los objetos que pertenecen a una instalación, pero también con los textos y lo que dijeron de mi hacer en los primeros años de mi carrera como artista. Hay algo de añoranza y de emoción en todo esto, de autoreconocimiento y de proyección hacia adelante.

Me refugio del mundo en mis pinturas y paseo entre los árboles y la desmesura de los frutos contenidos en los bastidores que “ostentan la brevedad del formato burgués”***, donde no parece haber peligros entre tanta redondez; me diluyo en la fluidez acuosa de los pigmentos y me abstraigo con las manchas que no son nada y también son nubes.

Honro a los materiales convirtiéndolos en parte de una naturaleza ficcionada, atesoro una bolsa y simulo ser ingenuo ante un pajarito que, no casualmente, es un cabecita negra. El mismo que trina recordándome que producir obras de arte en un contexto de crisis (económica y de valores) es un desafío, una instancia especial para recuperar trabajos con un potencial latente y me insta a escuchar/escucharme para nunca olvidar que la capacidad de imaginar es la mayor de las libertades.

Diego Vergara
Noviembre 2025

* “And I find it kind of funny / I find it kind of sad […] I find it hard to tell you / I find it hard to take / When people run in circles / it's a very, very mad world, mad world”. Tears for Fears, Mad World, 1982.
** Fragmento del texto de sala de la muestra “Libre y feliz”, escrito por Mauro Machado, Rivoire espacio de arte, Rosario, julio 2007.
*** Fragmento del texto de sala de la muestra “La existencia está en otro lugar”, escrito por Ana Martínez Quijano, galería Dabbah Torrejón, Buenos Aires, abril/mayo 2010.

Diego Vergara

7 nov 2025

Reunión de obras

Reunión de obras
2007 – 2025

Son tiempos extraños, incómodos y violentos los que estamos atravesando, no solo en nuestro país, sino también en otros lugares del mundo. Mucho de lo que hemos aprendido y acordado socialmente pareciera estar siendo cuestionado o perdiendo validez. Conceptos cuyos significados poseían un único sentido actualmente refieren a ideas o representaciones incómodas o vergonzosas. En nuestro país, la palabra libertad ya no es enunciada con la emoción de antaño por un gran porcentaje de la población.

En este contexto histórico social surge la propuesta de hacer una muestra individual en la galería, “y lo encuentro un poco gracioso/ lo encuentro un poco triste […] / me resulta difícil decírtelo / me resulta difícil aceptar / cuando las personas corren en círculo / es un mundo muy, muy loco, loco mundo.”*

La curaduría del proyecto promueve el diálogo entre una selección de piezas del pasado vinculándolas con otras recientemente producidas. Entonces medito sobre qué obras pueden funcionar, recordando que muchas veces “nos damos cuenta de lo que hacemos, pero no indagamos las razones por las que lo hacemos, sólo en algunos momentos de nuestro operar en el mundo cotidiano, donde una serie de saberes se convirtieron en hábitos automáticos, nuestra mente funciona epistemológicamente o sea artísticamente.“**

Surge así una convocatoria para reunir a un grupo heterogéneo de obras. En ella se plantea la necesidad de una suerte de renovación y puesta en valor de las mismas, posicionándolas nuevamente, actualizándolas e incluso modificándolas (una práctica que no me es ajena y que me permito aplicar sin sentir que las cosas pierden su “originalidad”).

Yo, Diego, en tanto sujeto creador, me reúno con los dibujos, las pinturas y los objetos que pertenecen a una instalación, pero también con los textos y lo que dijeron de mi hacer en los primeros años de mi carrera como artista. Hay algo de añoranza y de emoción en todo esto, de autoreconocimiento y de proyección hacia adelante.

Me refugio del mundo en mis pinturas y paseo entre los árboles y la desmesura de los frutos contenidos en los bastidores que “ostentan la brevedad del formato burgués”***, donde no parece haber peligros entre tanta redondez; me diluyo en la fluidez acuosa de los pigmentos y me abstraigo con las manchas que no son nada y también son nubes.

Honro a los materiales convirtiéndolos en parte de una naturaleza ficcionada, atesoro una bolsa y simulo ser ingenuo ante un pajarito que, no casualmente, es un cabecita negra. El mismo que trina recordándome que producir obras de arte en un contexto de crisis (económica y de valores) es un desafío, una instancia especial para recuperar trabajos con un potencial latente y me insta a escuchar/escucharme para nunca olvidar que la capacidad de imaginar es la mayor de las libertades.

Diego Vergara
Noviembre 2025

* “And I find it kind of funny / I find it kind of sad […] I find it hard to tell you / I find it hard to take / When people run in circles / it's a very, very mad world, mad world”. Tears for Fears, Mad World, 1982.
** Fragmento del texto de sala de la muestra “Libre y feliz”, escrito por Mauro Machado, Rivoire espacio de arte, Rosario, julio 2007.
*** Fragmento del texto de sala de la muestra “La existencia está en otro lugar”, escrito por Ana Martínez Quijano, galería Dabbah Torrejón, Buenos Aires, abril/mayo 2010.

Diego Vergara

22 ago 2025

El Silencio

El silencio. Pinturas de Leónidas Gambartes

Donde la ciudad declina pareciera imponerse el silencio, la quietud. Casas bajas y discontinuas, empalizadas y arboledas, senderos de tierra y empedrados, baldíos y postes en cruz, el arroyo o la barranca, conforman reconocibles escenas de los lindes urbanos a las que Leónidas Gambartes otorgó un carácter peculiar. Restringió su cotidianeidad, las envolvió de extrañeza y las habitó con pequeñas figuras, aisladas y detenidas; procedió, como hizo en otros momentos de su recorrido, dejando asomar sus visiones interiores, sin sentimentalismos. Apoyado en fotografías, bocetos y dibujos, derramó otra realidad sobre esa realidad tangible, plasmando una serie de obras sobre el suburbio que encausó a través de estéticas específicas. Sabemos que fue un lector voraz compenetrado con las tendencias artísticas de la primera mitad del siglo XX y que encontró en las formas de la pintura europea de entreguerras, analizadas por el crítico Franz Roh, orientaciones estimulantes, ajustadas a sus deseos y motivaciones; un vínculo con los nuevos realismos que prolongó larga y consecuentemente con el surrealismo. Se refirió a los primeros como un retorno al objeto y a la apariencia tranquilizadora y estática, dando así lugar a una “irrealidad poetizada” y, si bien esta caracterización general la formuló en el marco de una disertación sobre la reciente historia del arte, se advierte ahí una clave para interpretar estas pinturas de los años treinta y cuarenta.

En 1934 integró la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos junto a Antonio Berni y otros creadores de la ciudad, compartiendo estudios y lecturas sobre los movimientos artísticos y sobre las cuestiones político-ideológicas candentes, siendo ya un notable dibujante y pintor como bien lo atestiguan sus retratos, caricaturas, ilustraciones y viñetas. Paralelamente, desde mediados de los años treinta inició las acuarelas dedicadas a los barrios que bordean la ciudad: Lunes, de 1934, revela su temprano dominio de la técnica, advertido por Siqueiros en su paso por Rosario y desplegado en numerosos trabajos. Pero no se trata sólo de la eficacia en el manejo de un recurso sino, concomitantemente, de un acercamiento de carácter preciso al paisaje, combinando líneas y manchas bajo un color mesurado; la imagen resultante es detallada pero infrecuente, densa y tiesa a la vez, sobre la que debieron incidir ciertas vertientes alemanas de los realismos modernos. A diferencia de las acuarelas y algunos temples, impregnó los óleos de una atmósfera atemporal, de mayor lirismo cromático y formas cerradas, desarrollando así en el transcurso de los cuarenta otro nutrido grupo de obras sobre el suburbio.

El paisaje en la obra de Gambartes es una presencia persistente, aunque no sea siempre el fin en sí sino el ámbito de inscripción de un tema, más aún al observar la reiteración de la captación de personajes en espacios abiertos; pero escenas del suburbio dieron lugar a premios y participaciones en salones y los títulos de las obras indican referencias puntuales como Arroyito Ludueña, Croquis del entubamiento del Arroyo Ludueña, Esquina de barrio o simplemente se encuentran contenidas en el término Suburbio. Una serie de fotografías también informa de su gusto por la contemplación del río desde la barranca o del hábito de salir a tomar apuntes del natural; incluso un retrato en su taller, apoyado en el tablero de dibujo, deja ver sobre la pared de fondo el fragmento de un barrio suburbial. Esas escenas que tanto dibujó y pintó no se reducen a lo evidente: constituyen horizontes sociales que trasuntan entornos y vidas sencillas, sin enfatizar en penurias o carencias para dar cabida a otras emociones y a que lo insondable aflore.

De todos modos, esta larga pervivencia del paisaje convivió con otras formas de expresión que lo identifican rotundamente: el sarcasmo y el humor, lo onírico y surreal, e incluso desde la segunda mitad de los cuarenta, con temas y realizaciones que anuncian desarrollos posteriores como las figuras de mujeres y la gran saga americana creadas en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Durante el periodo más álgido de plasmación del suburbio, entre 1934 y 1949, ese paisaje está presente y de modo reiterado en obras que tienen una impronta disímil. Así por ejemplo, algunos de los cartones de humorismo registran los arrabales de la ciudad: Itinerario de sueños de 1942 presenta un contorno urbano de reconocibles calles y construcciones, destacándose en primer plano una amplia vereda curva acompañando la esquina, un encuadre que Gambartes registró en una fotografía y utilizó en otras obras; a la vez, un caserío bajo, típicamente suburbano, se divisa en el plano de fondo de Gualicho, otro cartón de 1940.

De todos modos, y aunque pocos de estos temples desarrollen temas en interiores, los paisajes que mayoritariamente circundan a los protagonistas tienden a ser imaginarios, como la arquitectura dislocada de Motivo no apto para mayores o los árboles dispersos y tronchados de Prehistoria. Por su parte, y en un clima totalmente opuesto a las anteriores témperas, el conjunto de linóleos protagonizado tanto por niños y muchachos como por fantasmas y misterios también se despliega en los límites de la ciudad con el campo, evidente en los grabados Retorno, La tarde, Mandadero de vino de 1942 y El regalo de 1943, entre otros. Sólo que en ellos, las situaciones y los personajes, inmersos en una negrura casi sin tregua, exponen la miseria y el desamparo como no lo hacen las figuras de sus pinturas, ponderando realidades sociales desgarradoras aunque siempre mediadas por un realismo convocante de sueños e interrogaciones.

El paisaje siguió acompañando pinturas de la década del cincuenta; así, las dedicadas a los confines de poblaciones de La Rioja nos advierten sobre la pregnancia en su obra de parajes desolados y solitarios, en este caso potenciada por marcas afectivas y biográficas, dado el especial vínculo con su abuela materna que había vivido en esas tierras. No obstante, las modalidades estéticas se fueron ampliando para dar paso a obras de formas más libres y abiertas, apelando a veces a pinceladas gestuales y expresivas, como se observan en las acuarelas de 1953 referidas a Nonogasta; o generando espacios evanescentes visibles en los apuntes de Santiago del Estero y que tienden puentes con la práctica del cromo yeso en tanto procedimiento pictórico que lo distinguiría cabalmente.

Los nuevos caminos quedaron plasmados en el significativo libro que la Galería Bonino de Buenos Aires dedicó al autor en 1954. Campos ralos, páramos, llanuras poco pródigas de cardos y cañas, son el escenario de la serie de mujeres en el paisaje que constituye la mayor parte de las más de cincuenta reproducciones de obras que la publicación ofrece y que indican la fuerte torsión de la obra de Gambartes en esos años. Se trata de mujeres silentes y estáticas, maternales y confidentes, lavanderas y conjurantes, entre muchas otras; pero todas parecen absortas, suspendidas en el tiempo o en estado de trance, otorgando así una marca potente a la serie, activada junto a un paisaje plano evocador de un litoral agreste. La representación del suburbio con pequeñas figuras de los años precedentes ha desaparecido para ir más allá de la ciudad, adentrándose en el campo, muchas veces manifiesto sólo a través de una línea de horizonte, y también sumergiéndose en las profundidades de la magia y el misterio; pero aun bajo estas variantes formales y expresivas, perdura y se exacerba el clima de extrañeza y turbación de lo cotidiano.

La idea de paisaje o simplemente la inscripción de grandes figuras al aire libre se va restringiendo a medida que las formas más abstractas de payes, mitoformas y bestiarios adquieren primacía en su obra; aun así, el ámbito de la llanura, con enigmáticos pájaros y osamentas o figuras recortadas sobre nítidas líneas de horizontes extendidos con soles o lunas —de fines de los años cincuenta—, sigue evidenciando la recóndita conexión de Gambartes con el paisaje.

Que una galería de Rosario dedique una muestra exclusivamente a los paisajes de Leónidas Gambartes es un hecho auspicioso porque invita a considerar su obra de un modo integral y sin jerarquizaciones. En todas las instancias, el desapego a lo aparente —con variadas intensidades y mediado por realismos de distinto cuño— es decisivo, se trate de escenas de humor, de figuras y ambientes del suburbio o del interior del país, de mujeres en el campo o de seres improbables; también el paisaje es una línea de fuerza que interviene con una asiduidad que supera los límites de lo que podemos identificar como la etapa prolífica de esa producción, permeando sus reconocidas composiciones posteriores. Y, sin dudas, la dimensión visionaria de su obra, fundada en la frecuentación de lo oculto, misterioso y fantasmático, lo convirtieron en un artista singular en el arte argentino, atento al devenir del arte moderno para conjugarlo con lo regional y lo americano.

Los paisajes expuestos en Diego Obligado portan diferentes estrategias: los hay contenidos y más expresivos, de líneas cerradas y más libres, de colores poéticos y más apaciguados; corresponden a los alrededores de Rosario, La Rioja y Santiago del Estero en un arco de tiempo que transcurre aproximadamente entre mediados de los años treinta y de los cincuenta. En cualquier caso resultan pinturas vivenciadas y de proximidad que, a la par, invitan a una mirada cercana y así, quizás, percibir cómo en todas gravita un profundo y sugerente silencio.

Leónidas Gambartes

22 ago 2025

El Silencio

El silencio. Pinturas de Leónidas Gambartes

Donde la ciudad declina pareciera imponerse el silencio, la quietud. Casas bajas y discontinuas, empalizadas y arboledas, senderos de tierra y empedrados, baldíos y postes en cruz, el arroyo o la barranca, conforman reconocibles escenas de los lindes urbanos a las que Leónidas Gambartes otorgó un carácter peculiar. Restringió su cotidianeidad, las envolvió de extrañeza y las habitó con pequeñas figuras, aisladas y detenidas; procedió, como hizo en otros momentos de su recorrido, dejando asomar sus visiones interiores, sin sentimentalismos. Apoyado en fotografías, bocetos y dibujos, derramó otra realidad sobre esa realidad tangible, plasmando una serie de obras sobre el suburbio que encausó a través de estéticas específicas. Sabemos que fue un lector voraz compenetrado con las tendencias artísticas de la primera mitad del siglo XX y que encontró en las formas de la pintura europea de entreguerras, analizadas por el crítico Franz Roh, orientaciones estimulantes, ajustadas a sus deseos y motivaciones; un vínculo con los nuevos realismos que prolongó larga y consecuentemente con el surrealismo. Se refirió a los primeros como un retorno al objeto y a la apariencia tranquilizadora y estática, dando así lugar a una “irrealidad poetizada” y, si bien esta caracterización general la formuló en el marco de una disertación sobre la reciente historia del arte, se advierte ahí una clave para interpretar estas pinturas de los años treinta y cuarenta.

En 1934 integró la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos junto a Antonio Berni y otros creadores de la ciudad, compartiendo estudios y lecturas sobre los movimientos artísticos y sobre las cuestiones político-ideológicas candentes, siendo ya un notable dibujante y pintor como bien lo atestiguan sus retratos, caricaturas, ilustraciones y viñetas. Paralelamente, desde mediados de los años treinta inició las acuarelas dedicadas a los barrios que bordean la ciudad: Lunes, de 1934, revela su temprano dominio de la técnica, advertido por Siqueiros en su paso por Rosario y desplegado en numerosos trabajos. Pero no se trata sólo de la eficacia en el manejo de un recurso sino, concomitantemente, de un acercamiento de carácter preciso al paisaje, combinando líneas y manchas bajo un color mesurado; la imagen resultante es detallada pero infrecuente, densa y tiesa a la vez, sobre la que debieron incidir ciertas vertientes alemanas de los realismos modernos. A diferencia de las acuarelas y algunos temples, impregnó los óleos de una atmósfera atemporal, de mayor lirismo cromático y formas cerradas, desarrollando así en el transcurso de los cuarenta otro nutrido grupo de obras sobre el suburbio.

El paisaje en la obra de Gambartes es una presencia persistente, aunque no sea siempre el fin en sí sino el ámbito de inscripción de un tema, más aún al observar la reiteración de la captación de personajes en espacios abiertos; pero escenas del suburbio dieron lugar a premios y participaciones en salones y los títulos de las obras indican referencias puntuales como Arroyito Ludueña, Croquis del entubamiento del Arroyo Ludueña, Esquina de barrio o simplemente se encuentran contenidas en el término Suburbio. Una serie de fotografías también informa de su gusto por la contemplación del río desde la barranca o del hábito de salir a tomar apuntes del natural; incluso un retrato en su taller, apoyado en el tablero de dibujo, deja ver sobre la pared de fondo el fragmento de un barrio suburbial. Esas escenas que tanto dibujó y pintó no se reducen a lo evidente: constituyen horizontes sociales que trasuntan entornos y vidas sencillas, sin enfatizar en penurias o carencias para dar cabida a otras emociones y a que lo insondable aflore.

De todos modos, esta larga pervivencia del paisaje convivió con otras formas de expresión que lo identifican rotundamente: el sarcasmo y el humor, lo onírico y surreal, e incluso desde la segunda mitad de los cuarenta, con temas y realizaciones que anuncian desarrollos posteriores como las figuras de mujeres y la gran saga americana creadas en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Durante el periodo más álgido de plasmación del suburbio, entre 1934 y 1949, ese paisaje está presente y de modo reiterado en obras que tienen una impronta disímil. Así por ejemplo, algunos de los cartones de humorismo registran los arrabales de la ciudad: Itinerario de sueños de 1942 presenta un contorno urbano de reconocibles calles y construcciones, destacándose en primer plano una amplia vereda curva acompañando la esquina, un encuadre que Gambartes registró en una fotografía y utilizó en otras obras; a la vez, un caserío bajo, típicamente suburbano, se divisa en el plano de fondo de Gualicho, otro cartón de 1940.

De todos modos, y aunque pocos de estos temples desarrollen temas en interiores, los paisajes que mayoritariamente circundan a los protagonistas tienden a ser imaginarios, como la arquitectura dislocada de Motivo no apto para mayores o los árboles dispersos y tronchados de Prehistoria. Por su parte, y en un clima totalmente opuesto a las anteriores témperas, el conjunto de linóleos protagonizado tanto por niños y muchachos como por fantasmas y misterios también se despliega en los límites de la ciudad con el campo, evidente en los grabados Retorno, La tarde, Mandadero de vino de 1942 y El regalo de 1943, entre otros. Sólo que en ellos, las situaciones y los personajes, inmersos en una negrura casi sin tregua, exponen la miseria y el desamparo como no lo hacen las figuras de sus pinturas, ponderando realidades sociales desgarradoras aunque siempre mediadas por un realismo convocante de sueños e interrogaciones.

El paisaje siguió acompañando pinturas de la década del cincuenta; así, las dedicadas a los confines de poblaciones de La Rioja nos advierten sobre la pregnancia en su obra de parajes desolados y solitarios, en este caso potenciada por marcas afectivas y biográficas, dado el especial vínculo con su abuela materna que había vivido en esas tierras. No obstante, las modalidades estéticas se fueron ampliando para dar paso a obras de formas más libres y abiertas, apelando a veces a pinceladas gestuales y expresivas, como se observan en las acuarelas de 1953 referidas a Nonogasta; o generando espacios evanescentes visibles en los apuntes de Santiago del Estero y que tienden puentes con la práctica del cromo yeso en tanto procedimiento pictórico que lo distinguiría cabalmente.

Los nuevos caminos quedaron plasmados en el significativo libro que la Galería Bonino de Buenos Aires dedicó al autor en 1954. Campos ralos, páramos, llanuras poco pródigas de cardos y cañas, son el escenario de la serie de mujeres en el paisaje que constituye la mayor parte de las más de cincuenta reproducciones de obras que la publicación ofrece y que indican la fuerte torsión de la obra de Gambartes en esos años. Se trata de mujeres silentes y estáticas, maternales y confidentes, lavanderas y conjurantes, entre muchas otras; pero todas parecen absortas, suspendidas en el tiempo o en estado de trance, otorgando así una marca potente a la serie, activada junto a un paisaje plano evocador de un litoral agreste. La representación del suburbio con pequeñas figuras de los años precedentes ha desaparecido para ir más allá de la ciudad, adentrándose en el campo, muchas veces manifiesto sólo a través de una línea de horizonte, y también sumergiéndose en las profundidades de la magia y el misterio; pero aun bajo estas variantes formales y expresivas, perdura y se exacerba el clima de extrañeza y turbación de lo cotidiano.

La idea de paisaje o simplemente la inscripción de grandes figuras al aire libre se va restringiendo a medida que las formas más abstractas de payes, mitoformas y bestiarios adquieren primacía en su obra; aun así, el ámbito de la llanura, con enigmáticos pájaros y osamentas o figuras recortadas sobre nítidas líneas de horizontes extendidos con soles o lunas —de fines de los años cincuenta—, sigue evidenciando la recóndita conexión de Gambartes con el paisaje.

Que una galería de Rosario dedique una muestra exclusivamente a los paisajes de Leónidas Gambartes es un hecho auspicioso porque invita a considerar su obra de un modo integral y sin jerarquizaciones. En todas las instancias, el desapego a lo aparente —con variadas intensidades y mediado por realismos de distinto cuño— es decisivo, se trate de escenas de humor, de figuras y ambientes del suburbio o del interior del país, de mujeres en el campo o de seres improbables; también el paisaje es una línea de fuerza que interviene con una asiduidad que supera los límites de lo que podemos identificar como la etapa prolífica de esa producción, permeando sus reconocidas composiciones posteriores. Y, sin dudas, la dimensión visionaria de su obra, fundada en la frecuentación de lo oculto, misterioso y fantasmático, lo convirtieron en un artista singular en el arte argentino, atento al devenir del arte moderno para conjugarlo con lo regional y lo americano.

Los paisajes expuestos en Diego Obligado portan diferentes estrategias: los hay contenidos y más expresivos, de líneas cerradas y más libres, de colores poéticos y más apaciguados; corresponden a los alrededores de Rosario, La Rioja y Santiago del Estero en un arco de tiempo que transcurre aproximadamente entre mediados de los años treinta y de los cincuenta. En cualquier caso resultan pinturas vivenciadas y de proximidad que, a la par, invitan a una mirada cercana y así, quizás, percibir cómo en todas gravita un profundo y sugerente silencio.

Leónidas Gambartes

22 ago 2025

El Silencio

El silencio. Pinturas de Leónidas Gambartes

Donde la ciudad declina pareciera imponerse el silencio, la quietud. Casas bajas y discontinuas, empalizadas y arboledas, senderos de tierra y empedrados, baldíos y postes en cruz, el arroyo o la barranca, conforman reconocibles escenas de los lindes urbanos a las que Leónidas Gambartes otorgó un carácter peculiar. Restringió su cotidianeidad, las envolvió de extrañeza y las habitó con pequeñas figuras, aisladas y detenidas; procedió, como hizo en otros momentos de su recorrido, dejando asomar sus visiones interiores, sin sentimentalismos. Apoyado en fotografías, bocetos y dibujos, derramó otra realidad sobre esa realidad tangible, plasmando una serie de obras sobre el suburbio que encausó a través de estéticas específicas. Sabemos que fue un lector voraz compenetrado con las tendencias artísticas de la primera mitad del siglo XX y que encontró en las formas de la pintura europea de entreguerras, analizadas por el crítico Franz Roh, orientaciones estimulantes, ajustadas a sus deseos y motivaciones; un vínculo con los nuevos realismos que prolongó larga y consecuentemente con el surrealismo. Se refirió a los primeros como un retorno al objeto y a la apariencia tranquilizadora y estática, dando así lugar a una “irrealidad poetizada” y, si bien esta caracterización general la formuló en el marco de una disertación sobre la reciente historia del arte, se advierte ahí una clave para interpretar estas pinturas de los años treinta y cuarenta.

En 1934 integró la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos junto a Antonio Berni y otros creadores de la ciudad, compartiendo estudios y lecturas sobre los movimientos artísticos y sobre las cuestiones político-ideológicas candentes, siendo ya un notable dibujante y pintor como bien lo atestiguan sus retratos, caricaturas, ilustraciones y viñetas. Paralelamente, desde mediados de los años treinta inició las acuarelas dedicadas a los barrios que bordean la ciudad: Lunes, de 1934, revela su temprano dominio de la técnica, advertido por Siqueiros en su paso por Rosario y desplegado en numerosos trabajos. Pero no se trata sólo de la eficacia en el manejo de un recurso sino, concomitantemente, de un acercamiento de carácter preciso al paisaje, combinando líneas y manchas bajo un color mesurado; la imagen resultante es detallada pero infrecuente, densa y tiesa a la vez, sobre la que debieron incidir ciertas vertientes alemanas de los realismos modernos. A diferencia de las acuarelas y algunos temples, impregnó los óleos de una atmósfera atemporal, de mayor lirismo cromático y formas cerradas, desarrollando así en el transcurso de los cuarenta otro nutrido grupo de obras sobre el suburbio.

El paisaje en la obra de Gambartes es una presencia persistente, aunque no sea siempre el fin en sí sino el ámbito de inscripción de un tema, más aún al observar la reiteración de la captación de personajes en espacios abiertos; pero escenas del suburbio dieron lugar a premios y participaciones en salones y los títulos de las obras indican referencias puntuales como Arroyito Ludueña, Croquis del entubamiento del Arroyo Ludueña, Esquina de barrio o simplemente se encuentran contenidas en el término Suburbio. Una serie de fotografías también informa de su gusto por la contemplación del río desde la barranca o del hábito de salir a tomar apuntes del natural; incluso un retrato en su taller, apoyado en el tablero de dibujo, deja ver sobre la pared de fondo el fragmento de un barrio suburbial. Esas escenas que tanto dibujó y pintó no se reducen a lo evidente: constituyen horizontes sociales que trasuntan entornos y vidas sencillas, sin enfatizar en penurias o carencias para dar cabida a otras emociones y a que lo insondable aflore.

De todos modos, esta larga pervivencia del paisaje convivió con otras formas de expresión que lo identifican rotundamente: el sarcasmo y el humor, lo onírico y surreal, e incluso desde la segunda mitad de los cuarenta, con temas y realizaciones que anuncian desarrollos posteriores como las figuras de mujeres y la gran saga americana creadas en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Durante el periodo más álgido de plasmación del suburbio, entre 1934 y 1949, ese paisaje está presente y de modo reiterado en obras que tienen una impronta disímil. Así por ejemplo, algunos de los cartones de humorismo registran los arrabales de la ciudad: Itinerario de sueños de 1942 presenta un contorno urbano de reconocibles calles y construcciones, destacándose en primer plano una amplia vereda curva acompañando la esquina, un encuadre que Gambartes registró en una fotografía y utilizó en otras obras; a la vez, un caserío bajo, típicamente suburbano, se divisa en el plano de fondo de Gualicho, otro cartón de 1940.

De todos modos, y aunque pocos de estos temples desarrollen temas en interiores, los paisajes que mayoritariamente circundan a los protagonistas tienden a ser imaginarios, como la arquitectura dislocada de Motivo no apto para mayores o los árboles dispersos y tronchados de Prehistoria. Por su parte, y en un clima totalmente opuesto a las anteriores témperas, el conjunto de linóleos protagonizado tanto por niños y muchachos como por fantasmas y misterios también se despliega en los límites de la ciudad con el campo, evidente en los grabados Retorno, La tarde, Mandadero de vino de 1942 y El regalo de 1943, entre otros. Sólo que en ellos, las situaciones y los personajes, inmersos en una negrura casi sin tregua, exponen la miseria y el desamparo como no lo hacen las figuras de sus pinturas, ponderando realidades sociales desgarradoras aunque siempre mediadas por un realismo convocante de sueños e interrogaciones.

El paisaje siguió acompañando pinturas de la década del cincuenta; así, las dedicadas a los confines de poblaciones de La Rioja nos advierten sobre la pregnancia en su obra de parajes desolados y solitarios, en este caso potenciada por marcas afectivas y biográficas, dado el especial vínculo con su abuela materna que había vivido en esas tierras. No obstante, las modalidades estéticas se fueron ampliando para dar paso a obras de formas más libres y abiertas, apelando a veces a pinceladas gestuales y expresivas, como se observan en las acuarelas de 1953 referidas a Nonogasta; o generando espacios evanescentes visibles en los apuntes de Santiago del Estero y que tienden puentes con la práctica del cromo yeso en tanto procedimiento pictórico que lo distinguiría cabalmente.

Los nuevos caminos quedaron plasmados en el significativo libro que la Galería Bonino de Buenos Aires dedicó al autor en 1954. Campos ralos, páramos, llanuras poco pródigas de cardos y cañas, son el escenario de la serie de mujeres en el paisaje que constituye la mayor parte de las más de cincuenta reproducciones de obras que la publicación ofrece y que indican la fuerte torsión de la obra de Gambartes en esos años. Se trata de mujeres silentes y estáticas, maternales y confidentes, lavanderas y conjurantes, entre muchas otras; pero todas parecen absortas, suspendidas en el tiempo o en estado de trance, otorgando así una marca potente a la serie, activada junto a un paisaje plano evocador de un litoral agreste. La representación del suburbio con pequeñas figuras de los años precedentes ha desaparecido para ir más allá de la ciudad, adentrándose en el campo, muchas veces manifiesto sólo a través de una línea de horizonte, y también sumergiéndose en las profundidades de la magia y el misterio; pero aun bajo estas variantes formales y expresivas, perdura y se exacerba el clima de extrañeza y turbación de lo cotidiano.

La idea de paisaje o simplemente la inscripción de grandes figuras al aire libre se va restringiendo a medida que las formas más abstractas de payes, mitoformas y bestiarios adquieren primacía en su obra; aun así, el ámbito de la llanura, con enigmáticos pájaros y osamentas o figuras recortadas sobre nítidas líneas de horizontes extendidos con soles o lunas —de fines de los años cincuenta—, sigue evidenciando la recóndita conexión de Gambartes con el paisaje.

Que una galería de Rosario dedique una muestra exclusivamente a los paisajes de Leónidas Gambartes es un hecho auspicioso porque invita a considerar su obra de un modo integral y sin jerarquizaciones. En todas las instancias, el desapego a lo aparente —con variadas intensidades y mediado por realismos de distinto cuño— es decisivo, se trate de escenas de humor, de figuras y ambientes del suburbio o del interior del país, de mujeres en el campo o de seres improbables; también el paisaje es una línea de fuerza que interviene con una asiduidad que supera los límites de lo que podemos identificar como la etapa prolífica de esa producción, permeando sus reconocidas composiciones posteriores. Y, sin dudas, la dimensión visionaria de su obra, fundada en la frecuentación de lo oculto, misterioso y fantasmático, lo convirtieron en un artista singular en el arte argentino, atento al devenir del arte moderno para conjugarlo con lo regional y lo americano.

Los paisajes expuestos en Diego Obligado portan diferentes estrategias: los hay contenidos y más expresivos, de líneas cerradas y más libres, de colores poéticos y más apaciguados; corresponden a los alrededores de Rosario, La Rioja y Santiago del Estero en un arco de tiempo que transcurre aproximadamente entre mediados de los años treinta y de los cincuenta. En cualquier caso resultan pinturas vivenciadas y de proximidad que, a la par, invitan a una mirada cercana y así, quizás, percibir cómo en todas gravita un profundo y sugerente silencio.

Leónidas Gambartes

27 jun 2025

Nada puede esconderse eternamente

Ecos.
Cuenta el mito que de la boca de la ninfa Eco salían las más hermosas palabras, hasta que una vez intentó engañar a la diosa Hera. Con su bello lenguaje, quiso distraerla mientras su esposo Zeus se entretenía con las demás ninfas. Al descubrir la artimaña, Hera le quitó a Eco su voz propia, condenándola a repetir eternamente las últimas palabras de los otros. Luego de ser rechazada por Narciso, quien se amaba solo a sí mismo, Eco se escondió en una cueva y allí murió, pero dejó su voz, que aún repite sin cesar las últimas palabras de aquellos que se atreven a hablarle.

Para quienes se atreven a ver de cerca, las obras de Agustín Moreno, entre la armonía y el misterio de una geometría inquietante, se revelan compuestas por palabras repetidas en un eco que parece infinito. Crudas, duras, descarnadas. Trolo, desviado, afeminado. ¿Dónde empiezan y dónde terminan? ¿A quiénes se dirigen? ¿Se refieren a nosotros? ¿O son tan solo una reverberación que se proyecta hasta no decir nada y fundirse en una maraña negra? La repetición in aeternum, como la maldición de Hera, nos tienta con volvernos Eco, anulando nuestras voces propias para ser definidos por palabras ajenas.

Las obras nos enfrentan, nos preguntan por el poder de la palabra y desafían la arbitrariedad del signo, aquella que supone que entre la forma y el contenido no existe relación alguna. Entre la belleza y el vituperio, la experiencia se torna erótica, si recordamos la caracterización del deseo hecha por Safo, la poetisa de Lesbos, en su fragmento 130: Eros es “dulce-amargo”, como dos caras de una misma moneda. Con ella coincidió Catulo, quien lo expresó en su célebre poema 85: “odio y amo”.

Recuerdos:
En medio de estas obras en las que figuras y palabras se enlazan de manera indisoluble entre el blanco y el negro, se hace la luz. Cientos de pequeñas fotografías penden individualmente y a la vez se entretejen en un camino que atraviesa y envuelve la producción toda. Las imágenes abandonan la infinitud de la web para retornar, con un último aliento, a la materialidad que supo contenerlas. Es esta una materialidad doble, que reafirma su existencia en la utilidad, pues las fotografías son también llaveros. “Ideales para souvenir”, como reza la descripción de un vendedor astuto.

La palabra souvenir llega a nuestra lengua a través del francés, y su etimología se remonta al verbo latino subvenire. Entre sus acepciones, encontramos las de “acudir en auxilio”, “aliviar” y “venirse a la mente”. El souvenir es, en definitiva, la materialización de un recuerdo. El recuerdo de una persona, el recuerdo de una experiencia, el recuerdo de lo que no basta con ser dicho y desea revivirse. Los antiguos creían que la sede de la memoria estaba en el corazón, por lo que recordar no es ni más ni menos que “volver a pasar por el corazón”.

Las fotografías se multiplican y se diseminan en una serie que parece infinita y nos pregunta por su sentido. Disímiles, dispares, heterogéneas. Nos desorientan, nos atrapan, nos seducen. Una vez más nos sacude Eros, la sigilosa criatura imbatible a la que le cantó Safo. ¿Qué recuerdos evocan? ¿O es que debemos recuperar nosotros un sentido de lo que, en principio, no recuerda a nada? No resulta casual que las fotografías sean llaveros, porque cada una se transforma en una llave, una clave para la interpretación, siempre oculta, como esas palabras repetidas, en una totalidad que nos aventura a perdernos en la total indistinción.

La obra de Agustín Moreno nos sitúa en la confluencia entre ecos y recuerdos, un encuentro en el que subyace la insistencia convocante de voces e imágenes que se niegan a desaparecer y retornan, incesantes. Aquí, forma y contenido se disputan nuestra mirada. En el fragor de esta guerra, podemos permanecer en las tinieblas, definidos por la reverberación de palabras ajenas, o bien salir a la luz, en la búsqueda de la interpretación. ¿Nos quedamos o salimos? Decidamos ahora, pero también recordemos: nada puede esconderse eternamente.

Joaquín Lanza
Junio, 2025

Agustín Moreno

27 jun 2025

Nada puede esconderse eternamente

Ecos.
Cuenta el mito que de la boca de la ninfa Eco salían las más hermosas palabras, hasta que una vez intentó engañar a la diosa Hera. Con su bello lenguaje, quiso distraerla mientras su esposo Zeus se entretenía con las demás ninfas. Al descubrir la artimaña, Hera le quitó a Eco su voz propia, condenándola a repetir eternamente las últimas palabras de los otros. Luego de ser rechazada por Narciso, quien se amaba solo a sí mismo, Eco se escondió en una cueva y allí murió, pero dejó su voz, que aún repite sin cesar las últimas palabras de aquellos que se atreven a hablarle.

Para quienes se atreven a ver de cerca, las obras de Agustín Moreno, entre la armonía y el misterio de una geometría inquietante, se revelan compuestas por palabras repetidas en un eco que parece infinito. Crudas, duras, descarnadas. Trolo, desviado, afeminado. ¿Dónde empiezan y dónde terminan? ¿A quiénes se dirigen? ¿Se refieren a nosotros? ¿O son tan solo una reverberación que se proyecta hasta no decir nada y fundirse en una maraña negra? La repetición in aeternum, como la maldición de Hera, nos tienta con volvernos Eco, anulando nuestras voces propias para ser definidos por palabras ajenas.

Las obras nos enfrentan, nos preguntan por el poder de la palabra y desafían la arbitrariedad del signo, aquella que supone que entre la forma y el contenido no existe relación alguna. Entre la belleza y el vituperio, la experiencia se torna erótica, si recordamos la caracterización del deseo hecha por Safo, la poetisa de Lesbos, en su fragmento 130: Eros es “dulce-amargo”, como dos caras de una misma moneda. Con ella coincidió Catulo, quien lo expresó en su célebre poema 85: “odio y amo”.

Recuerdos:
En medio de estas obras en las que figuras y palabras se enlazan de manera indisoluble entre el blanco y el negro, se hace la luz. Cientos de pequeñas fotografías penden individualmente y a la vez se entretejen en un camino que atraviesa y envuelve la producción toda. Las imágenes abandonan la infinitud de la web para retornar, con un último aliento, a la materialidad que supo contenerlas. Es esta una materialidad doble, que reafirma su existencia en la utilidad, pues las fotografías son también llaveros. “Ideales para souvenir”, como reza la descripción de un vendedor astuto.

La palabra souvenir llega a nuestra lengua a través del francés, y su etimología se remonta al verbo latino subvenire. Entre sus acepciones, encontramos las de “acudir en auxilio”, “aliviar” y “venirse a la mente”. El souvenir es, en definitiva, la materialización de un recuerdo. El recuerdo de una persona, el recuerdo de una experiencia, el recuerdo de lo que no basta con ser dicho y desea revivirse. Los antiguos creían que la sede de la memoria estaba en el corazón, por lo que recordar no es ni más ni menos que “volver a pasar por el corazón”.

Las fotografías se multiplican y se diseminan en una serie que parece infinita y nos pregunta por su sentido. Disímiles, dispares, heterogéneas. Nos desorientan, nos atrapan, nos seducen. Una vez más nos sacude Eros, la sigilosa criatura imbatible a la que le cantó Safo. ¿Qué recuerdos evocan? ¿O es que debemos recuperar nosotros un sentido de lo que, en principio, no recuerda a nada? No resulta casual que las fotografías sean llaveros, porque cada una se transforma en una llave, una clave para la interpretación, siempre oculta, como esas palabras repetidas, en una totalidad que nos aventura a perdernos en la total indistinción.

La obra de Agustín Moreno nos sitúa en la confluencia entre ecos y recuerdos, un encuentro en el que subyace la insistencia convocante de voces e imágenes que se niegan a desaparecer y retornan, incesantes. Aquí, forma y contenido se disputan nuestra mirada. En el fragor de esta guerra, podemos permanecer en las tinieblas, definidos por la reverberación de palabras ajenas, o bien salir a la luz, en la búsqueda de la interpretación. ¿Nos quedamos o salimos? Decidamos ahora, pero también recordemos: nada puede esconderse eternamente.

Joaquín Lanza
Junio, 2025

Agustín Moreno

27 jun 2025

Nada puede esconderse eternamente

Ecos.
Cuenta el mito que de la boca de la ninfa Eco salían las más hermosas palabras, hasta que una vez intentó engañar a la diosa Hera. Con su bello lenguaje, quiso distraerla mientras su esposo Zeus se entretenía con las demás ninfas. Al descubrir la artimaña, Hera le quitó a Eco su voz propia, condenándola a repetir eternamente las últimas palabras de los otros. Luego de ser rechazada por Narciso, quien se amaba solo a sí mismo, Eco se escondió en una cueva y allí murió, pero dejó su voz, que aún repite sin cesar las últimas palabras de aquellos que se atreven a hablarle.

Para quienes se atreven a ver de cerca, las obras de Agustín Moreno, entre la armonía y el misterio de una geometría inquietante, se revelan compuestas por palabras repetidas en un eco que parece infinito. Crudas, duras, descarnadas. Trolo, desviado, afeminado. ¿Dónde empiezan y dónde terminan? ¿A quiénes se dirigen? ¿Se refieren a nosotros? ¿O son tan solo una reverberación que se proyecta hasta no decir nada y fundirse en una maraña negra? La repetición in aeternum, como la maldición de Hera, nos tienta con volvernos Eco, anulando nuestras voces propias para ser definidos por palabras ajenas.

Las obras nos enfrentan, nos preguntan por el poder de la palabra y desafían la arbitrariedad del signo, aquella que supone que entre la forma y el contenido no existe relación alguna. Entre la belleza y el vituperio, la experiencia se torna erótica, si recordamos la caracterización del deseo hecha por Safo, la poetisa de Lesbos, en su fragmento 130: Eros es “dulce-amargo”, como dos caras de una misma moneda. Con ella coincidió Catulo, quien lo expresó en su célebre poema 85: “odio y amo”.

Recuerdos:
En medio de estas obras en las que figuras y palabras se enlazan de manera indisoluble entre el blanco y el negro, se hace la luz. Cientos de pequeñas fotografías penden individualmente y a la vez se entretejen en un camino que atraviesa y envuelve la producción toda. Las imágenes abandonan la infinitud de la web para retornar, con un último aliento, a la materialidad que supo contenerlas. Es esta una materialidad doble, que reafirma su existencia en la utilidad, pues las fotografías son también llaveros. “Ideales para souvenir”, como reza la descripción de un vendedor astuto.

La palabra souvenir llega a nuestra lengua a través del francés, y su etimología se remonta al verbo latino subvenire. Entre sus acepciones, encontramos las de “acudir en auxilio”, “aliviar” y “venirse a la mente”. El souvenir es, en definitiva, la materialización de un recuerdo. El recuerdo de una persona, el recuerdo de una experiencia, el recuerdo de lo que no basta con ser dicho y desea revivirse. Los antiguos creían que la sede de la memoria estaba en el corazón, por lo que recordar no es ni más ni menos que “volver a pasar por el corazón”.

Las fotografías se multiplican y se diseminan en una serie que parece infinita y nos pregunta por su sentido. Disímiles, dispares, heterogéneas. Nos desorientan, nos atrapan, nos seducen. Una vez más nos sacude Eros, la sigilosa criatura imbatible a la que le cantó Safo. ¿Qué recuerdos evocan? ¿O es que debemos recuperar nosotros un sentido de lo que, en principio, no recuerda a nada? No resulta casual que las fotografías sean llaveros, porque cada una se transforma en una llave, una clave para la interpretación, siempre oculta, como esas palabras repetidas, en una totalidad que nos aventura a perdernos en la total indistinción.

La obra de Agustín Moreno nos sitúa en la confluencia entre ecos y recuerdos, un encuentro en el que subyace la insistencia convocante de voces e imágenes que se niegan a desaparecer y retornan, incesantes. Aquí, forma y contenido se disputan nuestra mirada. En el fragor de esta guerra, podemos permanecer en las tinieblas, definidos por la reverberación de palabras ajenas, o bien salir a la luz, en la búsqueda de la interpretación. ¿Nos quedamos o salimos? Decidamos ahora, pero también recordemos: nada puede esconderse eternamente.

Joaquín Lanza
Junio, 2025

Agustín Moreno

21 mar 2025

1992

1992 Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz

En los relatos curatoriales contemporáneos se ha puesto en práctica la conjunción e interrelación de artistas pertenecientes a diversas trayectorias y generaciones, e incluso categorías del arte, como las del arte moderno y contemporáneo. Una coalición de tiempos que el modernismo intentó separar, mientras que en las prácticas contemporáneas se desintegra hacia diferentes desarrollos institucionales, estéticos y políticos, aunque no siempre con una lectura crítica del arte y la cultura. 1

Sin embargo, estos acercamientos temporales podrían suscitar persistencias entre ambos desarrollos, en el que el arte moderno sigue marcando una fuerza de atracción sobre el contemporáneo. Incluso cuando esa fuerza puede parecer invisible y, en algunos casos, inesperada. En este ensayo, situado en la línea de cruces generacionales, la propuesta no es tanto resaltar la distancia temporal y la cercanía estética, sino ubicar su con-temporaneidad.

La cita al año 1992 tiene como objetivo trazar una sincronía vital en las trayectorias de Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz. Referente de las prácticas conceptuales en la fotografía contemporánea, Ostera se sitúa aquí como coetánea a Piccoli y Vila Ortiz, ambos protagonistas de las renovaciones estéticas del arte moderno argentino. Este enlace temporal se justifica además con una imagen. Un boceto realizado por Piccoli para la tapa de un calendario de 1992. Esta imagen se vincula a un sinfín de producciones que conmemoraban los 500 años del inicio de la colonización del continente americano. También, en el contexto político y económico de nuestro país, fue el año en que comenzó a circular el peso como moneda oficial. Sin embargo, ninguna de estas efemérides es la razón por la que subrayamos este año. Destacamos una referencia aún más vital, marcando el momento en que las trayectorias de estos tres creadores del arte en Rosario coincidieron.

Una parte importante de la producción de Vila Ortiz se sitúa entre las décadas de los cincuenta y sesenta, período que coincide con el aquí expuesto. Sin embargo, su presencia en el campo artístico de Rosario continuó, aunque sin participar tan activamente en el circuito de exposiciones. En cuanto a Piccoli, su producción se interrumpe debido a su fallecimiento hacia julio de ese año, pero su obra se mantuvo vigente hasta ese momento con la misma intensidad reflexiva que en sus décadas más prolíficas, y hasta la actualidad continúa siendo exhibida y estudiada. Finalmente, para Ostera fue un año clave, coincide con su formación en el ICP (International Center of Photography) en Nueva York donde comenzó sus investigaciones sobre fotografía. Durante ese período formativo, surgió una orientación en su trabajo que perdura hasta hoy: la experimentación con los materiales propios del medio fotográfico. En estas investigaciones, los objetos del ámbito cotidiano apenas aparecen como recursos que permiten explorar la acción de los químicos, los papeles, la luz y el tiempo en trabajos en los que rara vez se utiliza la cámara. Esta investigación continúa hasta la actualidad, incorporando incluso los medios de naturaleza digital, que muchas veces entrelaza con otros enfoques.

Es conocido en la historia y la teoría del arte que los viajes de los artistas a las capitales culturales europeas durante el siglo XX no solo significaron momentos de inflexión en sus investigaciones estéticas, sino que también fueron participantes de ese fenómeno artístico y cultural. Jorge Vila Ortiz realizó, en los años cincuenta, un viaje junto a su esposa, la artista Dorita Schwieters, en el que recorrieron varias de las importantes ciudades europeas. Esto estimuló sus investigaciones plásticas y lo llevó a explorar la abstracción desde diversos enfoques. Sus obras se caracterizan por un movimiento entre grafismos y geometría, manchas accidentales y planos de color. En este periodo, Vila Ortiz experimentó con el collage, incorporando texturas, papeles y tipografías, emparentado estéticamente con las prácticas cubistas y dadaístas, lo que tal vez sea una señal inicial de su posterior interés por el diseño. Durante el viaje en barco hacia Roma, conocieron al escritor Julio Cortázar, con quien entablaron una intensa amistad que se mantuvo en un intercambio epistolar. En este intercambio compartieron sus apreciaciones sobre las visitas a las diferentes ciudades de Italia, observando el arte de distintas épocas, desde los mosaicos bizantinos hasta las delicadas pinceladas de Carpaccio. 2

A comienzos de la década de los noventa, mientras Andrea Ostera realiza su formación en Nueva York, comienza a tener intercambios epistolares con familiares y amigos. Lo que se conserva en la intimidad de la huella de la escritura manuscrita se transforma en material indicial para la experimentación fotográfica. Para esta exposición, se presentan por primera vez una serie de trabajos realizados en ese contexto, en los que Ostera utiliza las cartas como elemento intermedio entre la luz y el papel (en otros trabajos no exhibidos aquí, realiza un procedimiento similar usando papeles con frases de las galletas de la fortuna y los recibos de pago de su estadía, dispuestos en un ordenamiento reticulado). Estas cartas se ven transformadas por la acción de químicos fotográficos utilizados de manera experimental. Estos procesos continúan en diversas derivas sobre los materiales y los procedimientos, como en las series Repliegues y Gamas, que se exhiben aquí. Las formas de diamante provienen del pliegue del papel, comprimido por un vidrio a la luz. Al abrirlo y estirarlo, un baño de fijador detiene la continuidad de las transformaciones cromáticas que el papel ha generado, esta vez sin la intervención de ningún elemento exterior más que la luz. La variable del tiempo, de “la duración (y no el instante)” 3 , es clave en estos procesos, al igual que la demora en la conectividad digital, que se hace presente en la serie Gamas, donde se codifican planos de color como sinécdoques de 'retratos'; de artistas cuyos nombres fueron insertados en un buscador de imágenes de internet. El resultado es una captura de pantalla que presenta un patrón de colores “realizado ‘en colaboración’ con los algoritmos arcanos de las máquinas, un híbrido entre pintura digital y pintura abstracta”. 4

Las cercanías que Ostera ha explorado entre la pintura, la escritura y el dibujo desde la fotografía, y en particular las series Repliegues y Gamas, acercan a Piccoli a este tipo de resultados visuales. Durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta, mientras Vila Ortiz realizaba sus grafismos líricos y sencillas composiciones abstractas, Piccoli sacaba a la superficie las estructuras compositivas del fondo del soporte. Estas cuadrículas, interrumpidas por la figuración, se convirtieron en pequeños campos de color que Piccoli trabajó con particular detalle. De este proceso se muestran aquí, algunos de los dibujos, varios inacabados, que evidencian la profunda investigación que emprendió en esos años. Los planos de color y sus relaciones formales fueron ganando terreno a los paisajes serenos y las escenas cotidianas, lo que hizo que tanto las imágenes como sus títulos se volvieran completamente abstractos. Las retículas vistas ahora como facetas de repliegues, y los patrones cromáticos como gamas de elementos, mutan de Paisajes y Figuras en el paisaje, a Relación de equivalencias, Atracción o Correlación forma-color.

1 Ver, por ejemplo, el análisis de Claire Bishop en Museología radical. O ¿qué es “contemporáneo” en los museosde arte contemporáneo?, Buenos Aires, Libretto, 2018

2 Guillermo Fantoni, Los días van. Obras de Jorge Vila Ortiz, texto curatorial, Diego Obligado Galería de Arte, Rosario, 15 de marzo al 16 de abril, 2019

3 Verónica Tell, “Condiciones mínimas para una visibilidad errante”, en Andrea Ostera, Obras/Works 1994-2017, Rosario, Diego Luis Obligado, 2018, p. 144

4 Graciela Speranza, “Andrea Ostera, de parte de las cosas”, en Andrea Ostera, Op. Cit., p. 183

Andrea Ostera

21 mar 2025

1992

1992 Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz

En los relatos curatoriales contemporáneos se ha puesto en práctica la conjunción e interrelación de artistas pertenecientes a diversas trayectorias y generaciones, e incluso categorías del arte, como las del arte moderno y contemporáneo. Una coalición de tiempos que el modernismo intentó separar, mientras que en las prácticas contemporáneas se desintegra hacia diferentes desarrollos institucionales, estéticos y políticos, aunque no siempre con una lectura crítica del arte y la cultura. 1

Sin embargo, estos acercamientos temporales podrían suscitar persistencias entre ambos desarrollos, en el que el arte moderno sigue marcando una fuerza de atracción sobre el contemporáneo. Incluso cuando esa fuerza puede parecer invisible y, en algunos casos, inesperada. En este ensayo, situado en la línea de cruces generacionales, la propuesta no es tanto resaltar la distancia temporal y la cercanía estética, sino ubicar su con-temporaneidad.

La cita al año 1992 tiene como objetivo trazar una sincronía vital en las trayectorias de Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz. Referente de las prácticas conceptuales en la fotografía contemporánea, Ostera se sitúa aquí como coetánea a Piccoli y Vila Ortiz, ambos protagonistas de las renovaciones estéticas del arte moderno argentino. Este enlace temporal se justifica además con una imagen. Un boceto realizado por Piccoli para la tapa de un calendario de 1992. Esta imagen se vincula a un sinfín de producciones que conmemoraban los 500 años del inicio de la colonización del continente americano. También, en el contexto político y económico de nuestro país, fue el año en que comenzó a circular el peso como moneda oficial. Sin embargo, ninguna de estas efemérides es la razón por la que subrayamos este año. Destacamos una referencia aún más vital, marcando el momento en que las trayectorias de estos tres creadores del arte en Rosario coincidieron.

Una parte importante de la producción de Vila Ortiz se sitúa entre las décadas de los cincuenta y sesenta, período que coincide con el aquí expuesto. Sin embargo, su presencia en el campo artístico de Rosario continuó, aunque sin participar tan activamente en el circuito de exposiciones. En cuanto a Piccoli, su producción se interrumpe debido a su fallecimiento hacia julio de ese año, pero su obra se mantuvo vigente hasta ese momento con la misma intensidad reflexiva que en sus décadas más prolíficas, y hasta la actualidad continúa siendo exhibida y estudiada. Finalmente, para Ostera fue un año clave, coincide con su formación en el ICP (International Center of Photography) en Nueva York donde comenzó sus investigaciones sobre fotografía. Durante ese período formativo, surgió una orientación en su trabajo que perdura hasta hoy: la experimentación con los materiales propios del medio fotográfico. En estas investigaciones, los objetos del ámbito cotidiano apenas aparecen como recursos que permiten explorar la acción de los químicos, los papeles, la luz y el tiempo en trabajos en los que rara vez se utiliza la cámara. Esta investigación continúa hasta la actualidad, incorporando incluso los medios de naturaleza digital, que muchas veces entrelaza con otros enfoques.

Es conocido en la historia y la teoría del arte que los viajes de los artistas a las capitales culturales europeas durante el siglo XX no solo significaron momentos de inflexión en sus investigaciones estéticas, sino que también fueron participantes de ese fenómeno artístico y cultural. Jorge Vila Ortiz realizó, en los años cincuenta, un viaje junto a su esposa, la artista Dorita Schwieters, en el que recorrieron varias de las importantes ciudades europeas. Esto estimuló sus investigaciones plásticas y lo llevó a explorar la abstracción desde diversos enfoques. Sus obras se caracterizan por un movimiento entre grafismos y geometría, manchas accidentales y planos de color. En este periodo, Vila Ortiz experimentó con el collage, incorporando texturas, papeles y tipografías, emparentado estéticamente con las prácticas cubistas y dadaístas, lo que tal vez sea una señal inicial de su posterior interés por el diseño. Durante el viaje en barco hacia Roma, conocieron al escritor Julio Cortázar, con quien entablaron una intensa amistad que se mantuvo en un intercambio epistolar. En este intercambio compartieron sus apreciaciones sobre las visitas a las diferentes ciudades de Italia, observando el arte de distintas épocas, desde los mosaicos bizantinos hasta las delicadas pinceladas de Carpaccio. 2

A comienzos de la década de los noventa, mientras Andrea Ostera realiza su formación en Nueva York, comienza a tener intercambios epistolares con familiares y amigos. Lo que se conserva en la intimidad de la huella de la escritura manuscrita se transforma en material indicial para la experimentación fotográfica. Para esta exposición, se presentan por primera vez una serie de trabajos realizados en ese contexto, en los que Ostera utiliza las cartas como elemento intermedio entre la luz y el papel (en otros trabajos no exhibidos aquí, realiza un procedimiento similar usando papeles con frases de las galletas de la fortuna y los recibos de pago de su estadía, dispuestos en un ordenamiento reticulado). Estas cartas se ven transformadas por la acción de químicos fotográficos utilizados de manera experimental. Estos procesos continúan en diversas derivas sobre los materiales y los procedimientos, como en las series Repliegues y Gamas, que se exhiben aquí. Las formas de diamante provienen del pliegue del papel, comprimido por un vidrio a la luz. Al abrirlo y estirarlo, un baño de fijador detiene la continuidad de las transformaciones cromáticas que el papel ha generado, esta vez sin la intervención de ningún elemento exterior más que la luz. La variable del tiempo, de “la duración (y no el instante)” 3 , es clave en estos procesos, al igual que la demora en la conectividad digital, que se hace presente en la serie Gamas, donde se codifican planos de color como sinécdoques de 'retratos'; de artistas cuyos nombres fueron insertados en un buscador de imágenes de internet. El resultado es una captura de pantalla que presenta un patrón de colores “realizado ‘en colaboración’ con los algoritmos arcanos de las máquinas, un híbrido entre pintura digital y pintura abstracta”. 4

Las cercanías que Ostera ha explorado entre la pintura, la escritura y el dibujo desde la fotografía, y en particular las series Repliegues y Gamas, acercan a Piccoli a este tipo de resultados visuales. Durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta, mientras Vila Ortiz realizaba sus grafismos líricos y sencillas composiciones abstractas, Piccoli sacaba a la superficie las estructuras compositivas del fondo del soporte. Estas cuadrículas, interrumpidas por la figuración, se convirtieron en pequeños campos de color que Piccoli trabajó con particular detalle. De este proceso se muestran aquí, algunos de los dibujos, varios inacabados, que evidencian la profunda investigación que emprendió en esos años. Los planos de color y sus relaciones formales fueron ganando terreno a los paisajes serenos y las escenas cotidianas, lo que hizo que tanto las imágenes como sus títulos se volvieran completamente abstractos. Las retículas vistas ahora como facetas de repliegues, y los patrones cromáticos como gamas de elementos, mutan de Paisajes y Figuras en el paisaje, a Relación de equivalencias, Atracción o Correlación forma-color.

1 Ver, por ejemplo, el análisis de Claire Bishop en Museología radical. O ¿qué es “contemporáneo” en los museosde arte contemporáneo?, Buenos Aires, Libretto, 2018

2 Guillermo Fantoni, Los días van. Obras de Jorge Vila Ortiz, texto curatorial, Diego Obligado Galería de Arte, Rosario, 15 de marzo al 16 de abril, 2019

3 Verónica Tell, “Condiciones mínimas para una visibilidad errante”, en Andrea Ostera, Obras/Works 1994-2017, Rosario, Diego Luis Obligado, 2018, p. 144

4 Graciela Speranza, “Andrea Ostera, de parte de las cosas”, en Andrea Ostera, Op. Cit., p. 183

Andrea Ostera

21 mar 2025

1992

1992 Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz

En los relatos curatoriales contemporáneos se ha puesto en práctica la conjunción e interrelación de artistas pertenecientes a diversas trayectorias y generaciones, e incluso categorías del arte, como las del arte moderno y contemporáneo. Una coalición de tiempos que el modernismo intentó separar, mientras que en las prácticas contemporáneas se desintegra hacia diferentes desarrollos institucionales, estéticos y políticos, aunque no siempre con una lectura crítica del arte y la cultura. 1

Sin embargo, estos acercamientos temporales podrían suscitar persistencias entre ambos desarrollos, en el que el arte moderno sigue marcando una fuerza de atracción sobre el contemporáneo. Incluso cuando esa fuerza puede parecer invisible y, en algunos casos, inesperada. En este ensayo, situado en la línea de cruces generacionales, la propuesta no es tanto resaltar la distancia temporal y la cercanía estética, sino ubicar su con-temporaneidad.

La cita al año 1992 tiene como objetivo trazar una sincronía vital en las trayectorias de Andrea Ostera, Anselmo Piccoli y Jorge Vila Ortiz. Referente de las prácticas conceptuales en la fotografía contemporánea, Ostera se sitúa aquí como coetánea a Piccoli y Vila Ortiz, ambos protagonistas de las renovaciones estéticas del arte moderno argentino. Este enlace temporal se justifica además con una imagen. Un boceto realizado por Piccoli para la tapa de un calendario de 1992. Esta imagen se vincula a un sinfín de producciones que conmemoraban los 500 años del inicio de la colonización del continente americano. También, en el contexto político y económico de nuestro país, fue el año en que comenzó a circular el peso como moneda oficial. Sin embargo, ninguna de estas efemérides es la razón por la que subrayamos este año. Destacamos una referencia aún más vital, marcando el momento en que las trayectorias de estos tres creadores del arte en Rosario coincidieron.

Una parte importante de la producción de Vila Ortiz se sitúa entre las décadas de los cincuenta y sesenta, período que coincide con el aquí expuesto. Sin embargo, su presencia en el campo artístico de Rosario continuó, aunque sin participar tan activamente en el circuito de exposiciones. En cuanto a Piccoli, su producción se interrumpe debido a su fallecimiento hacia julio de ese año, pero su obra se mantuvo vigente hasta ese momento con la misma intensidad reflexiva que en sus décadas más prolíficas, y hasta la actualidad continúa siendo exhibida y estudiada. Finalmente, para Ostera fue un año clave, coincide con su formación en el ICP (International Center of Photography) en Nueva York donde comenzó sus investigaciones sobre fotografía. Durante ese período formativo, surgió una orientación en su trabajo que perdura hasta hoy: la experimentación con los materiales propios del medio fotográfico. En estas investigaciones, los objetos del ámbito cotidiano apenas aparecen como recursos que permiten explorar la acción de los químicos, los papeles, la luz y el tiempo en trabajos en los que rara vez se utiliza la cámara. Esta investigación continúa hasta la actualidad, incorporando incluso los medios de naturaleza digital, que muchas veces entrelaza con otros enfoques.

Es conocido en la historia y la teoría del arte que los viajes de los artistas a las capitales culturales europeas durante el siglo XX no solo significaron momentos de inflexión en sus investigaciones estéticas, sino que también fueron participantes de ese fenómeno artístico y cultural. Jorge Vila Ortiz realizó, en los años cincuenta, un viaje junto a su esposa, la artista Dorita Schwieters, en el que recorrieron varias de las importantes ciudades europeas. Esto estimuló sus investigaciones plásticas y lo llevó a explorar la abstracción desde diversos enfoques. Sus obras se caracterizan por un movimiento entre grafismos y geometría, manchas accidentales y planos de color. En este periodo, Vila Ortiz experimentó con el collage, incorporando texturas, papeles y tipografías, emparentado estéticamente con las prácticas cubistas y dadaístas, lo que tal vez sea una señal inicial de su posterior interés por el diseño. Durante el viaje en barco hacia Roma, conocieron al escritor Julio Cortázar, con quien entablaron una intensa amistad que se mantuvo en un intercambio epistolar. En este intercambio compartieron sus apreciaciones sobre las visitas a las diferentes ciudades de Italia, observando el arte de distintas épocas, desde los mosaicos bizantinos hasta las delicadas pinceladas de Carpaccio. 2

A comienzos de la década de los noventa, mientras Andrea Ostera realiza su formación en Nueva York, comienza a tener intercambios epistolares con familiares y amigos. Lo que se conserva en la intimidad de la huella de la escritura manuscrita se transforma en material indicial para la experimentación fotográfica. Para esta exposición, se presentan por primera vez una serie de trabajos realizados en ese contexto, en los que Ostera utiliza las cartas como elemento intermedio entre la luz y el papel (en otros trabajos no exhibidos aquí, realiza un procedimiento similar usando papeles con frases de las galletas de la fortuna y los recibos de pago de su estadía, dispuestos en un ordenamiento reticulado). Estas cartas se ven transformadas por la acción de químicos fotográficos utilizados de manera experimental. Estos procesos continúan en diversas derivas sobre los materiales y los procedimientos, como en las series Repliegues y Gamas, que se exhiben aquí. Las formas de diamante provienen del pliegue del papel, comprimido por un vidrio a la luz. Al abrirlo y estirarlo, un baño de fijador detiene la continuidad de las transformaciones cromáticas que el papel ha generado, esta vez sin la intervención de ningún elemento exterior más que la luz. La variable del tiempo, de “la duración (y no el instante)” 3 , es clave en estos procesos, al igual que la demora en la conectividad digital, que se hace presente en la serie Gamas, donde se codifican planos de color como sinécdoques de 'retratos'; de artistas cuyos nombres fueron insertados en un buscador de imágenes de internet. El resultado es una captura de pantalla que presenta un patrón de colores “realizado ‘en colaboración’ con los algoritmos arcanos de las máquinas, un híbrido entre pintura digital y pintura abstracta”. 4

Las cercanías que Ostera ha explorado entre la pintura, la escritura y el dibujo desde la fotografía, y en particular las series Repliegues y Gamas, acercan a Piccoli a este tipo de resultados visuales. Durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta, mientras Vila Ortiz realizaba sus grafismos líricos y sencillas composiciones abstractas, Piccoli sacaba a la superficie las estructuras compositivas del fondo del soporte. Estas cuadrículas, interrumpidas por la figuración, se convirtieron en pequeños campos de color que Piccoli trabajó con particular detalle. De este proceso se muestran aquí, algunos de los dibujos, varios inacabados, que evidencian la profunda investigación que emprendió en esos años. Los planos de color y sus relaciones formales fueron ganando terreno a los paisajes serenos y las escenas cotidianas, lo que hizo que tanto las imágenes como sus títulos se volvieran completamente abstractos. Las retículas vistas ahora como facetas de repliegues, y los patrones cromáticos como gamas de elementos, mutan de Paisajes y Figuras en el paisaje, a Relación de equivalencias, Atracción o Correlación forma-color.

1 Ver, por ejemplo, el análisis de Claire Bishop en Museología radical. O ¿qué es “contemporáneo” en los museosde arte contemporáneo?, Buenos Aires, Libretto, 2018

2 Guillermo Fantoni, Los días van. Obras de Jorge Vila Ortiz, texto curatorial, Diego Obligado Galería de Arte, Rosario, 15 de marzo al 16 de abril, 2019

3 Verónica Tell, “Condiciones mínimas para una visibilidad errante”, en Andrea Ostera, Obras/Works 1994-2017, Rosario, Diego Luis Obligado, 2018, p. 144

4 Graciela Speranza, “Andrea Ostera, de parte de las cosas”, en Andrea Ostera, Op. Cit., p. 183

Andrea Ostera

13 sept 2024

La intimidad de las flores

La intimidad de las flores

Carolina Antoniadis nació en Rosario y en su juventud se trasladó a vivir a Buenos Aires lugar en donde se formó, trabaja y vive, pero su corazón late con intensidad en su ciudad natal.

 Quizás sea ese río y los lugares que solía frecuentar los lazos que operan como un ancla de sus afectos. Afectos que se hacen presentes en forma constante en todos sus trabajos.

 Las obras exhibidas en La intimidad de las flores dan cuenta fiel al amor incondicional por Rosario, su ciudad y el lugar de su infancia, a la que regresa una y otra vez con sus recuerdos que son como ondas de agua que mece el viento y bañan las piedras de la orilla del río. Así aparecen bajo la superficie imágenes a veces develadas como la de su abuelo Demetrio Antoniadis, pintor e inmigrante griego que recaló por estas tierras y plantó profesión y bandera en el Museo Castagnino de esta ciudad. También presente en esta exhibición está su madre con un cuadro de flores pintado por ella en su juventud y su retrato.

La Intimidad de las Flores reúne pinturas, algunas de grandes dimensiones, que nos permiten sumergirnos en el clima íntimo, afectivo y nostálgico de Antoniadis.

Las flores están allí para mostrarnos belleza, momentos en la vida: un agasajo o una despedida, para celebrar y acompañar lo cotidiano y es el mantel que cubre las mesas el maestro de ceremonia ornamental, porque lo bello y lo decorativo es sello de la artista quien lo valora y destaca. Las flores de ceibo rojas y negras invaden con naturalidad la sala como si quisieran dar el presente para no olvidar el lugar en donde nos encontramos. Una pintura de grandes dimensiones nos enfrenta al glamour del diseño, otro de los temas relevantes en la obra de la pintora, y el suceso no revelado y sus circunstancias, quién lo vistió o lo vestirá y cuál fue o será la ocasión de la gala.

En la sala contigua a la principal los jarrones de cerámica y oro, los platos y obras de pequeño formato parecieran invitarnos a participar de un salón íntimo donde Carolina nos espera para tomar el té, compartir recuerdos y contarnos de sus próximos proyectos. 

Curadora: Sandra Juárez

La intimidad de las flores 

Recuerdo que en la casa de mi infancia, todos los ambientes estaban empapelados con distintos motivos. Mi cuarto tenía unos ramos de flores en tonos azulados que a veces completaba agregado más flores. Supongo era mi temor a los espacios vacíos.

 Esos ambientes interiores marcaron en mí una profunda estética ornamental.

Hoy, más consciente de mi amor hacia las flores y los estampados, reflexiono sobre la relación del florero y las flores que me resuena como relación contenedor y contenido, una dupla que mantiene una estrecha relación estética entre sí. 

En Oriente los japoneses exploran ese vínculo en los arreglos florales seleccionados según el tiempo, la estación y las circunstancias.

Cuando una vasija se rompe, no ocultan la rotura, la enaltecen, la reparan con oro, ese accidente la hace más particular: ha tenido un acontecimiento.

Los jarrones para mí son piezas que contienen, son el hábitat que permite la conservación y la supervivencia de las flores que pronto agonizarán arrancadas de su ambiente natural para adornar nuestros espacios. 

Aprendí con el tiempo que las flores son una ofrenda, un universo morfológico inabarcable, cotidiano que nos acompaña desde el nacimiento, el cortejo, la celebración y también la despedida.

Carolina Antoniadis 
Septiembre 2024

Carolina Antoniadis

13 sept 2024

La intimidad de las flores

La intimidad de las flores

Carolina Antoniadis nació en Rosario y en su juventud se trasladó a vivir a Buenos Aires lugar en donde se formó, trabaja y vive, pero su corazón late con intensidad en su ciudad natal.

 Quizás sea ese río y los lugares que solía frecuentar los lazos que operan como un ancla de sus afectos. Afectos que se hacen presentes en forma constante en todos sus trabajos.

 Las obras exhibidas en La intimidad de las flores dan cuenta fiel al amor incondicional por Rosario, su ciudad y el lugar de su infancia, a la que regresa una y otra vez con sus recuerdos que son como ondas de agua que mece el viento y bañan las piedras de la orilla del río. Así aparecen bajo la superficie imágenes a veces develadas como la de su abuelo Demetrio Antoniadis, pintor e inmigrante griego que recaló por estas tierras y plantó profesión y bandera en el Museo Castagnino de esta ciudad. También presente en esta exhibición está su madre con un cuadro de flores pintado por ella en su juventud y su retrato.

La Intimidad de las Flores reúne pinturas, algunas de grandes dimensiones, que nos permiten sumergirnos en el clima íntimo, afectivo y nostálgico de Antoniadis.

Las flores están allí para mostrarnos belleza, momentos en la vida: un agasajo o una despedida, para celebrar y acompañar lo cotidiano y es el mantel que cubre las mesas el maestro de ceremonia ornamental, porque lo bello y lo decorativo es sello de la artista quien lo valora y destaca. Las flores de ceibo rojas y negras invaden con naturalidad la sala como si quisieran dar el presente para no olvidar el lugar en donde nos encontramos. Una pintura de grandes dimensiones nos enfrenta al glamour del diseño, otro de los temas relevantes en la obra de la pintora, y el suceso no revelado y sus circunstancias, quién lo vistió o lo vestirá y cuál fue o será la ocasión de la gala.

En la sala contigua a la principal los jarrones de cerámica y oro, los platos y obras de pequeño formato parecieran invitarnos a participar de un salón íntimo donde Carolina nos espera para tomar el té, compartir recuerdos y contarnos de sus próximos proyectos. 

Curadora: Sandra Juárez

La intimidad de las flores 

Recuerdo que en la casa de mi infancia, todos los ambientes estaban empapelados con distintos motivos. Mi cuarto tenía unos ramos de flores en tonos azulados que a veces completaba agregado más flores. Supongo era mi temor a los espacios vacíos.

 Esos ambientes interiores marcaron en mí una profunda estética ornamental.

Hoy, más consciente de mi amor hacia las flores y los estampados, reflexiono sobre la relación del florero y las flores que me resuena como relación contenedor y contenido, una dupla que mantiene una estrecha relación estética entre sí. 

En Oriente los japoneses exploran ese vínculo en los arreglos florales seleccionados según el tiempo, la estación y las circunstancias.

Cuando una vasija se rompe, no ocultan la rotura, la enaltecen, la reparan con oro, ese accidente la hace más particular: ha tenido un acontecimiento.

Los jarrones para mí son piezas que contienen, son el hábitat que permite la conservación y la supervivencia de las flores que pronto agonizarán arrancadas de su ambiente natural para adornar nuestros espacios. 

Aprendí con el tiempo que las flores son una ofrenda, un universo morfológico inabarcable, cotidiano que nos acompaña desde el nacimiento, el cortejo, la celebración y también la despedida.

Carolina Antoniadis 
Septiembre 2024

Carolina Antoniadis

13 sept 2024

La intimidad de las flores

La intimidad de las flores

Carolina Antoniadis nació en Rosario y en su juventud se trasladó a vivir a Buenos Aires lugar en donde se formó, trabaja y vive, pero su corazón late con intensidad en su ciudad natal.

 Quizás sea ese río y los lugares que solía frecuentar los lazos que operan como un ancla de sus afectos. Afectos que se hacen presentes en forma constante en todos sus trabajos.

 Las obras exhibidas en La intimidad de las flores dan cuenta fiel al amor incondicional por Rosario, su ciudad y el lugar de su infancia, a la que regresa una y otra vez con sus recuerdos que son como ondas de agua que mece el viento y bañan las piedras de la orilla del río. Así aparecen bajo la superficie imágenes a veces develadas como la de su abuelo Demetrio Antoniadis, pintor e inmigrante griego que recaló por estas tierras y plantó profesión y bandera en el Museo Castagnino de esta ciudad. También presente en esta exhibición está su madre con un cuadro de flores pintado por ella en su juventud y su retrato.

La Intimidad de las Flores reúne pinturas, algunas de grandes dimensiones, que nos permiten sumergirnos en el clima íntimo, afectivo y nostálgico de Antoniadis.

Las flores están allí para mostrarnos belleza, momentos en la vida: un agasajo o una despedida, para celebrar y acompañar lo cotidiano y es el mantel que cubre las mesas el maestro de ceremonia ornamental, porque lo bello y lo decorativo es sello de la artista quien lo valora y destaca. Las flores de ceibo rojas y negras invaden con naturalidad la sala como si quisieran dar el presente para no olvidar el lugar en donde nos encontramos. Una pintura de grandes dimensiones nos enfrenta al glamour del diseño, otro de los temas relevantes en la obra de la pintora, y el suceso no revelado y sus circunstancias, quién lo vistió o lo vestirá y cuál fue o será la ocasión de la gala.

En la sala contigua a la principal los jarrones de cerámica y oro, los platos y obras de pequeño formato parecieran invitarnos a participar de un salón íntimo donde Carolina nos espera para tomar el té, compartir recuerdos y contarnos de sus próximos proyectos. 

Curadora: Sandra Juárez

La intimidad de las flores 

Recuerdo que en la casa de mi infancia, todos los ambientes estaban empapelados con distintos motivos. Mi cuarto tenía unos ramos de flores en tonos azulados que a veces completaba agregado más flores. Supongo era mi temor a los espacios vacíos.

 Esos ambientes interiores marcaron en mí una profunda estética ornamental.

Hoy, más consciente de mi amor hacia las flores y los estampados, reflexiono sobre la relación del florero y las flores que me resuena como relación contenedor y contenido, una dupla que mantiene una estrecha relación estética entre sí. 

En Oriente los japoneses exploran ese vínculo en los arreglos florales seleccionados según el tiempo, la estación y las circunstancias.

Cuando una vasija se rompe, no ocultan la rotura, la enaltecen, la reparan con oro, ese accidente la hace más particular: ha tenido un acontecimiento.

Los jarrones para mí son piezas que contienen, son el hábitat que permite la conservación y la supervivencia de las flores que pronto agonizarán arrancadas de su ambiente natural para adornar nuestros espacios. 

Aprendí con el tiempo que las flores son una ofrenda, un universo morfológico inabarcable, cotidiano que nos acompaña desde el nacimiento, el cortejo, la celebración y también la despedida.

Carolina Antoniadis 
Septiembre 2024

Carolina Antoniadis

19 jul 2024

Timbú

Surrealismo etnográfico

"Se reunieron pronto conmigo: traían arcos, flechas, lanzas de palo tostado; ellos venían con muchos penachos y pintados de mil colores; se aproximaron sin mostrar miedo y con mucho placer nos abrazaban a todos; [...] remaban con unas palas muy largas que en sus extremos tenían penachos y borlas de plumas” (Politis, 2014).

El 25 de noviembre de 1531 el navegante portugués Pero Lopes de Souza tuvo el primer encuentro con la Nación Chaná en la ribera uruguaya del Río de la Plata, hoy Colonia del Sacramento. Su diario de navegación permaneció inédito hasta que Francisco Adolfo Varnhagen descubrió un manuscrito en la Biblioteca Real do Paço da Ajuda y lo publicó en 1839. Estos registros serían fundamentales para los trabajos etnográficos y arqueológicos modernos sobre las culturas indígenas que habitaron las márgenes del río Paraná y el Río de la Plata.

Muchos siglos después y a unos kilómetros más al norte por el río Paraná, precisamente en la Bajada de la Cruz en la ciudad de La Paz, Entre Ríos se produciría otro fascinante encuentro: entre César Bernardi, artista visual y la Noya, pescadora, empleada doméstica y pitonisa. Este vínculo estará presente en la obra de César de los últimos años y en su novela El desagradecido publicada en 2023 por la editorial Azogue Libros de Lucas Mercado. En sus pinturas aparece la Noya o la Claudia, como le gustaba que la llamasen, junto a Irma la dulce, Makanaki, la Juanchi y otras amigas trans para mezclarse con figuras masculinas endiosadas que juntos se dejan llevar por la corriente.

Canoas y palas carpinchera, cerámicas acampanadas de cabezas de loros, ranchos y muelles, cabellos adornados con plumas, caracoles o teñidos con agua oxigenada, prendas tejidas con fibra de ortiga, improvisadas tangas y prendas de vestir femeninas obtenidas en la iglesia completan las escenas de colores vibrantes. Un surrealismo fluvial marcado por el río y sus márgenes, por los recuerdos de la adolescencia, la búsqueda de la propia identidad desde un sincretismo entre culturas indígenas y signos contemporáneos.

"El surrealista etnográfico, a diferencia del crítico de arte o del antropólogo de la época, se deleita en las impurezas culturales y en los sincretismos perturbadores. El etnógrafo, como el surrealista, tiene licencia para escandalizar.“ (Clifford, 1995).

Con una actitud etnográfica César retrata personajes anacrónicos que comparten un mismo río pero que también están unidos por procesos análogos de marginalización. En lengua Chaná, Nti mbúc significa desagradecido o desobediente, este término se utilizaba para nombrar a los expulsados por no cumplir con las normas establecidas.

Los Timbúes permanecían al márgen de los Chanás por ser considerados enemigos de la nación a pesar de compartir el mismo origen étnico y cultural. Puto de mierda, maricón! son algunos de los insultos que recibió la Claudia por las calles de su ciudad, como lo hacen muchas mujeres trans a diario, muchas veces seguidos de golpizas e incluso de muerte.

Su historia es la historia de todas ellas y de muchos otros, cambiando el Paraná por otro río o por el mar, por el pié de un cerro o una montaña o por una llanura o un desierto podría contarse una y miles de veces más.

Joaquín Rodríguez - julio 2024

Acosta, Victor Hugo (2022). La fascinante cultura Chaná: los aborígenes entrerrianos olvidados. Paraná, Ana Editorial.

Acosta y Lara, Eduardo. F. (1955). Los Chaná-timbúes en la antigua Banda Oriental. Montevideo, Museo de Historia Natural de Montevideo.

Bernardi, César (2023) El desagradecido. Paraná, Azogue Libros.

Clifford, James (1995) Dilemas de la Cultura. Barcelona, Gedisa Editorial.

Foster, Hal (2001). El artista como etnógrafo. En El retorno de lo real. La vanguardia a fines de siglo (pp. 175-207). Madrid, Akal.

Pedelhez Friedrich, Javier Amado y Alios, Fabio Raúl (2015). Alfareros del Paraná Medio. Los Ribereños Plásticos. Miradas estéticas y arqueológicas. Paraná, Editorial Fundación La Hendija.

Politis, Gustavo Gabriel (2014). Las implicancias arqueológicas del Diario de Pero Lopes de Sousa (1531) durante su viaje al Río de la Plata y al Delta Inferior del río Paraná. Córdoba, Universidad de Córdoba.

Serrano, Antonio (1936). Etnografía de la antigua provincia del Uruguay. Paraná, Talleres Gráficos Melchior.

Villalobos-Herrera, Álvaro (2006). El sincretismo y el arte contemporáneo latinoamericano. Ra Ximhai, vol. 2, núm. 2, mayo-agosto, 2006, pp. 393-417. El Fuerte, Universidad Autónoma Indígena de México.

César Bernardi

19 jul 2024

Timbú

Surrealismo etnográfico

"Se reunieron pronto conmigo: traían arcos, flechas, lanzas de palo tostado; ellos venían con muchos penachos y pintados de mil colores; se aproximaron sin mostrar miedo y con mucho placer nos abrazaban a todos; [...] remaban con unas palas muy largas que en sus extremos tenían penachos y borlas de plumas” (Politis, 2014).

El 25 de noviembre de 1531 el navegante portugués Pero Lopes de Souza tuvo el primer encuentro con la Nación Chaná en la ribera uruguaya del Río de la Plata, hoy Colonia del Sacramento. Su diario de navegación permaneció inédito hasta que Francisco Adolfo Varnhagen descubrió un manuscrito en la Biblioteca Real do Paço da Ajuda y lo publicó en 1839. Estos registros serían fundamentales para los trabajos etnográficos y arqueológicos modernos sobre las culturas indígenas que habitaron las márgenes del río Paraná y el Río de la Plata.

Muchos siglos después y a unos kilómetros más al norte por el río Paraná, precisamente en la Bajada de la Cruz en la ciudad de La Paz, Entre Ríos se produciría otro fascinante encuentro: entre César Bernardi, artista visual y la Noya, pescadora, empleada doméstica y pitonisa. Este vínculo estará presente en la obra de César de los últimos años y en su novela El desagradecido publicada en 2023 por la editorial Azogue Libros de Lucas Mercado. En sus pinturas aparece la Noya o la Claudia, como le gustaba que la llamasen, junto a Irma la dulce, Makanaki, la Juanchi y otras amigas trans para mezclarse con figuras masculinas endiosadas que juntos se dejan llevar por la corriente.

Canoas y palas carpinchera, cerámicas acampanadas de cabezas de loros, ranchos y muelles, cabellos adornados con plumas, caracoles o teñidos con agua oxigenada, prendas tejidas con fibra de ortiga, improvisadas tangas y prendas de vestir femeninas obtenidas en la iglesia completan las escenas de colores vibrantes. Un surrealismo fluvial marcado por el río y sus márgenes, por los recuerdos de la adolescencia, la búsqueda de la propia identidad desde un sincretismo entre culturas indígenas y signos contemporáneos.

"El surrealista etnográfico, a diferencia del crítico de arte o del antropólogo de la época, se deleita en las impurezas culturales y en los sincretismos perturbadores. El etnógrafo, como el surrealista, tiene licencia para escandalizar.“ (Clifford, 1995).

Con una actitud etnográfica César retrata personajes anacrónicos que comparten un mismo río pero que también están unidos por procesos análogos de marginalización. En lengua Chaná, Nti mbúc significa desagradecido o desobediente, este término se utilizaba para nombrar a los expulsados por no cumplir con las normas establecidas.

Los Timbúes permanecían al márgen de los Chanás por ser considerados enemigos de la nación a pesar de compartir el mismo origen étnico y cultural. Puto de mierda, maricón! son algunos de los insultos que recibió la Claudia por las calles de su ciudad, como lo hacen muchas mujeres trans a diario, muchas veces seguidos de golpizas e incluso de muerte.

Su historia es la historia de todas ellas y de muchos otros, cambiando el Paraná por otro río o por el mar, por el pié de un cerro o una montaña o por una llanura o un desierto podría contarse una y miles de veces más.

Joaquín Rodríguez - julio 2024

Acosta, Victor Hugo (2022). La fascinante cultura Chaná: los aborígenes entrerrianos olvidados. Paraná, Ana Editorial.

Acosta y Lara, Eduardo. F. (1955). Los Chaná-timbúes en la antigua Banda Oriental. Montevideo, Museo de Historia Natural de Montevideo.

Bernardi, César (2023) El desagradecido. Paraná, Azogue Libros.

Clifford, James (1995) Dilemas de la Cultura. Barcelona, Gedisa Editorial.

Foster, Hal (2001). El artista como etnógrafo. En El retorno de lo real. La vanguardia a fines de siglo (pp. 175-207). Madrid, Akal.

Pedelhez Friedrich, Javier Amado y Alios, Fabio Raúl (2015). Alfareros del Paraná Medio. Los Ribereños Plásticos. Miradas estéticas y arqueológicas. Paraná, Editorial Fundación La Hendija.

Politis, Gustavo Gabriel (2014). Las implicancias arqueológicas del Diario de Pero Lopes de Sousa (1531) durante su viaje al Río de la Plata y al Delta Inferior del río Paraná. Córdoba, Universidad de Córdoba.

Serrano, Antonio (1936). Etnografía de la antigua provincia del Uruguay. Paraná, Talleres Gráficos Melchior.

Villalobos-Herrera, Álvaro (2006). El sincretismo y el arte contemporáneo latinoamericano. Ra Ximhai, vol. 2, núm. 2, mayo-agosto, 2006, pp. 393-417. El Fuerte, Universidad Autónoma Indígena de México.

César Bernardi

19 jul 2024

Timbú

Surrealismo etnográfico

"Se reunieron pronto conmigo: traían arcos, flechas, lanzas de palo tostado; ellos venían con muchos penachos y pintados de mil colores; se aproximaron sin mostrar miedo y con mucho placer nos abrazaban a todos; [...] remaban con unas palas muy largas que en sus extremos tenían penachos y borlas de plumas” (Politis, 2014).

El 25 de noviembre de 1531 el navegante portugués Pero Lopes de Souza tuvo el primer encuentro con la Nación Chaná en la ribera uruguaya del Río de la Plata, hoy Colonia del Sacramento. Su diario de navegación permaneció inédito hasta que Francisco Adolfo Varnhagen descubrió un manuscrito en la Biblioteca Real do Paço da Ajuda y lo publicó en 1839. Estos registros serían fundamentales para los trabajos etnográficos y arqueológicos modernos sobre las culturas indígenas que habitaron las márgenes del río Paraná y el Río de la Plata.

Muchos siglos después y a unos kilómetros más al norte por el río Paraná, precisamente en la Bajada de la Cruz en la ciudad de La Paz, Entre Ríos se produciría otro fascinante encuentro: entre César Bernardi, artista visual y la Noya, pescadora, empleada doméstica y pitonisa. Este vínculo estará presente en la obra de César de los últimos años y en su novela El desagradecido publicada en 2023 por la editorial Azogue Libros de Lucas Mercado. En sus pinturas aparece la Noya o la Claudia, como le gustaba que la llamasen, junto a Irma la dulce, Makanaki, la Juanchi y otras amigas trans para mezclarse con figuras masculinas endiosadas que juntos se dejan llevar por la corriente.

Canoas y palas carpinchera, cerámicas acampanadas de cabezas de loros, ranchos y muelles, cabellos adornados con plumas, caracoles o teñidos con agua oxigenada, prendas tejidas con fibra de ortiga, improvisadas tangas y prendas de vestir femeninas obtenidas en la iglesia completan las escenas de colores vibrantes. Un surrealismo fluvial marcado por el río y sus márgenes, por los recuerdos de la adolescencia, la búsqueda de la propia identidad desde un sincretismo entre culturas indígenas y signos contemporáneos.

"El surrealista etnográfico, a diferencia del crítico de arte o del antropólogo de la época, se deleita en las impurezas culturales y en los sincretismos perturbadores. El etnógrafo, como el surrealista, tiene licencia para escandalizar.“ (Clifford, 1995).

Con una actitud etnográfica César retrata personajes anacrónicos que comparten un mismo río pero que también están unidos por procesos análogos de marginalización. En lengua Chaná, Nti mbúc significa desagradecido o desobediente, este término se utilizaba para nombrar a los expulsados por no cumplir con las normas establecidas.

Los Timbúes permanecían al márgen de los Chanás por ser considerados enemigos de la nación a pesar de compartir el mismo origen étnico y cultural. Puto de mierda, maricón! son algunos de los insultos que recibió la Claudia por las calles de su ciudad, como lo hacen muchas mujeres trans a diario, muchas veces seguidos de golpizas e incluso de muerte.

Su historia es la historia de todas ellas y de muchos otros, cambiando el Paraná por otro río o por el mar, por el pié de un cerro o una montaña o por una llanura o un desierto podría contarse una y miles de veces más.

Joaquín Rodríguez - julio 2024

Acosta, Victor Hugo (2022). La fascinante cultura Chaná: los aborígenes entrerrianos olvidados. Paraná, Ana Editorial.

Acosta y Lara, Eduardo. F. (1955). Los Chaná-timbúes en la antigua Banda Oriental. Montevideo, Museo de Historia Natural de Montevideo.

Bernardi, César (2023) El desagradecido. Paraná, Azogue Libros.

Clifford, James (1995) Dilemas de la Cultura. Barcelona, Gedisa Editorial.

Foster, Hal (2001). El artista como etnógrafo. En El retorno de lo real. La vanguardia a fines de siglo (pp. 175-207). Madrid, Akal.

Pedelhez Friedrich, Javier Amado y Alios, Fabio Raúl (2015). Alfareros del Paraná Medio. Los Ribereños Plásticos. Miradas estéticas y arqueológicas. Paraná, Editorial Fundación La Hendija.

Politis, Gustavo Gabriel (2014). Las implicancias arqueológicas del Diario de Pero Lopes de Sousa (1531) durante su viaje al Río de la Plata y al Delta Inferior del río Paraná. Córdoba, Universidad de Córdoba.

Serrano, Antonio (1936). Etnografía de la antigua provincia del Uruguay. Paraná, Talleres Gráficos Melchior.

Villalobos-Herrera, Álvaro (2006). El sincretismo y el arte contemporáneo latinoamericano. Ra Ximhai, vol. 2, núm. 2, mayo-agosto, 2006, pp. 393-417. El Fuerte, Universidad Autónoma Indígena de México.

César Bernardi

16 may 2024

Manifestaciones

Manifestaciones - Mariana De Matteis

I. Collage temporal

La popularización del celular cambió el lenguaje de la comunicación humana a distancia. La imagen comenzó a ganar terrenos que anteriormente dominaba la palabra. Con la cámara adosada al aparato transmisor, estalló la circulación masiva de fotografías y videos, los chistes y comentarios políticos se volvieron memes y las emociones o reacciones fueron encarnadas y sintetizadas por emoticones. Si bien la historia del Smiley -la famosa carita feliz, amarilla y sin nariz- tiene poco más de medio siglo, es una imagen que gozó de una vida ajetreada y siempre contemporánea gracias a su frenética transmutación simbólica: desde sus inicios en un mundo corporativo con trabajadores sumidos en la depresión, a un símbolo de consumo atado a la cultura de la felicidad durante la guerra de Vietnam; de su aparición en manifestaciones y revueltas estudiantiles en la Europa del Mayo Francés, a desfiles de alta costura, actos de caridad y raves donde el éxtasis y el ácido la adoptaron como emblema. En 1996, cuando su popularidad menguaba, tuvo un giro que cambió la historia de la humanidad: su descendencia desorbitada y flexible a partir de la digitalización de un centenar de sus variables emocionales dio lugar a los primeros emoticones y, con ellos, al origen de un nuevo idioma universal.

Para su tercera exposición en la Galería Diego Obligado, Mariana De Matteis fue construyendo un acervo de obras de terceros devoradas por el tiempo. Su objetivo era usarlas como un soporte material, un problema conceptual y una interpelación emocional dentro de su nuevo proceso de trabajo. Si bien la intervención que aplicó a cada una de estas piezas requirió de tiempo y rigor -provocar una manifestación de emoticones de gen pictórico emergidos de las prácticas de cuidado típicas de la conservación y la restauración museográficas-, el resultado es similar a una inyección de adrenalina o una sesión de electroshock. El impacto que provocó ingresar este gesto nuevo y sintético a la obra -sea más visible o invisible, más empático o contrastante-, forzó a que la agonía existencial de las pinturas olvidadas se reponga rápidamente para convivir con nuestra agitada actualidad. Es que el salto temporal es guiado por la imagen más democratizada e inteligible del planeta, cuyo músculo de aparición es tan potente como para emerger de las propias entrañas de una empolvada naturaleza muerta. 

La alquimia empleada por Mariana es sencilla y efectiva. Al no agregar materia exógena a la obra, logra generar un collage puramente temporal, ya que desde la propia información pictórica del pasado, más bien muda y contenida, emerge la manifestación abrumadoramente expansiva y literal de los emoticones. Si las pinturas que quedan en el camino suelen encapsular un tiempo profundo de la historia del arte -paisajes, retratos, naturalezas muertas o vanitas, es decir, géneros que arrastran siglos de tradición con cambios lentos y pocas reelaboraciones-, los emoticones le ofrecen a la historia del arte participar de un circuito de visualización y codificación cotidiana. Pero la transacción conlleva un costo: el emoticón es un espectro que nos permite recordar aquello que como creadores sabemos pero intentamos obviar: el alto porcentaje de abandono que recae sobre la producción de los artistas en nuestro país. Si bien la nula circulación de esas obras es revertida, se logra al ubicarlas en un maridaje tan bien amalgamado como incómodo con las imágenes de más rápida legibilidad y mayor circulación de la actualidad. 

II. Pintura gestual

Hace 75 años, Lucio Fontana, también rosarino, atacó al tejido material de la tradición pictórica occidental con un punzón en la mano. Como Mariana, buscaba proyectarla al presente mediante el gesto del artista. Según su diagnóstico, la pintura moderna se estaba muriendo y con punzadas violentas como los buchi o aberturas precisas como los tagli, podía ofrecerle una sobrevida gestual. “El arte nunca es inmortal. Podrá vivir un año o milenios, pero siempre llegará la hora de su destrucción material. Permanecerá eterno como gesto, pero morirá como materia”, escribió en su Primo Manifesto dello Spazialismo, de 1947.

El accionar de Fontana fue como un tiro de gracia: atacar materialmente a la pintura para que reencarne eternamente como gesto. Lo viejo tenía que morir para que algo nuevo renazca de su cadáver. Al igual que Mariana, no agregaba nada exógeno a la obra, sino que la operación era un gesto sintético sobre la materia dada. Pero una diferencia importante es que Fontana atacaba el lienzo para desarmar una idea abstracta y universal de la Pintura, mientras que Mariana opera desde prácticas del cuidado museográfico para reanimar un cuerpo pictórico existente y regional que arrastra su propio pasado, su deseo originario y un devenir ingobernable.

Fontana tuvo legados diferentes en la Argentina y en Europa. Mientras que en el viejo continente sobrevivieron los aspectos más filosóficos, conceptuales e incluso metafísicos del espacialismo, en nuestro país conservamos el trauma de esa violencia primigenia sobre la materia. Así aparecieron las obras meadas de Alberto Greco, la destrucción y quema de obras de Marta Minujín, la exposición de Arte Destructivo, el huevo hachado por Federico Manuel Peralta Ramos, la destrucción de obras de Ruben Santantonín, Emilio Renart o de los artistas de las Experiencias de 1968 en ITDT, la destrucción de la vidriera para salir de Encierro propuesto por Graciela Carnevale, la quema de Ouroboros de Liliana Maresca, la representación de la destrucción en Daños de Diego Bianchi o en Lo que el fuego me trajo de Adrián Villar Rojas, los tajos en pinturas de artistas como Valentina Liernur o Juan Tessi, solo para nombrar algunos. Una hipótesis posible es que ese trauma emerja de forma inconsciente por la incertidumbre que genera la supervivencia del arte; por las décadas de artistas que produjeron sin saber dónde y cómo se conservará su trabajo, por el abandono institucional y de la escena misma, por la desilusión del devenir material de sus propias ideas. 

Al operar sobre artistas perdidos en el amenazante fluir del tiempo, de cierto modo Mariana se hace cargo del trauma material que legó su coterráneo. Si bien las pinturas sobre las que acciona son afectadas material y simbólicamente, su gesto no apunta a violentar la obra de terceros, sino a experimentar la potencia de ese híbrido particular que plantea su práctica entre los roles de artista y conservadora de museo. El conocimiento material de la conservadora le sirve a la artista para generar nuevas imágenes en viejas obras, y las herramientas conceptuales de la artista le sirven a la conservadora para romper los límites de su labor, plantear nuevas preguntas de problemas que parecían naturalizados y llegar a algunas respuestas. Una de ellas podría ser que todo artista, cada vez que realiza una obra, conserva la historia del arte al actualizarla (la historia no se conserva por repetición o fidelidad, sino en su avance). Es decir, que todo gesto de todo artista cuando entra en acción en un tiempo presente está restaurando, aún desde la lejanía, los millares de gestos que quedaron en el camino. Construir una cultura artística es una tarea de generaciones, que incluye tanto a los encumbrados como a los desbarrancados.

III. Museo espectral

Hace casi 90 años, otro coterráneo rosarino, Antonio Berni, creaba una de las obras más emblemáticas de la historia de nuestro país. Manifestación podría verse hoy como una colección de rostros que ingresaron al imaginario popular. Muchos de ellos surgieron de fotografías de obreros reales, que el artista envolvió pictóricamente en una atmósfera metafísica. Así transformó a la manifestación política, donde es fundamental la presencia física en un contexto concreto y disputado, en un cuerpo colectivo conformado por rostros atemporales. Finalmente, con la sobrevida de la pintura a lo largo del tiempo, Manifestación se convirtió en una obra maestra del arte argentino. La intención de eternizar esos rostros se completó con la distancia temporal. La pieza adquirió su éxito como máquina del tiempo al convertir a los sujetos retratados en manifestaciones casi espectrales, cuya potencia es manifestarse en cualquier contexto del pasado, presente o futuro. De este modo, Berni logró que la idea de manifestación encarne su doble significación: La manifestación como una acción social dentro de una coyuntura precisa y la manifestación como una imagen espectral liberada que puede aparecer en un tiempo distinto al suyo. 

Las obras que Mariana elige para incitar la aparición de sus rostros espectrales tienen una fortuna opuesta a la de Berni, ya que perdieron la capacidad de manifestarse más allá de su tiempo. No obstante, con la empatía de la colega, el ojo clínico y samaritano de la conservadora y el deseo de la coleccionista, elige cuidadosamente aquellas pinturas donde todavía palpa la potencia latente de una nueva manifestación. Les encuentra algo que vale la pena develar y algo que aún se puede conservar. Mariana no diluye las obras elegidas, sino que las reacomoda para que no sigan desinfladas por el tiempo. Es que lo que se perdió no solo fue su circulación y, con ella, la capacidad de afectar que sostiene la vitalidad de las obras en el tiempo, también la cultura contemporánea perdió la capacidad de leer una emoción en una pincelada, un estado de ánimo en un color o el mood que te ofrece cierto paisaje. No alcanza con volverlas a poner en circulación para restituirles cierto valor simbólico, sino que pareciera necesario empujarlas a producir emociones contemporáneas. Un emoticón puede significar rápidamente felicidad o tristeza, pero sin muchos matices. Un emoticón manifestándose en una obra podría intentar comunicar algo tan complejo como la sensación sobre el destino de nuestra historia del arte, su azaroso devenir, su pérdida constante y la necesidad de su cuidado. Los emoticones pictóricos de Mariana no son tan lineales como sus primos digitales; cada uno es tan triste como humorístico, tan añejo como fresco, tan cínico como amoroso, tan dramático como juguetón, tan espectral como real. Tan imposible de sintetizar en una sola carita.

El arte tal vez sea la máquina del tiempo más eficaz que hayan inventado los humanos; nos permite trasladar aquello que es esencial de una época. Desde un preciso conceptualismo material, Mariana revela la potencia que tiene el arte -a través de la perseverancia del gesto del artista- de hacernos migrar por distintas dimensiones temporales. Pero no se trata solo de trasladar una época determinada hacia otra, sino de apostar a la capacidad que tienen lxs artistas de reescribir la historia junto a obras del pasado que parecían cerradas, y así poder legar obras abiertas al futuro.

Texto y curaduría: Javier Villa

DO Galería

16 may 2024

Manifestaciones

Manifestaciones - Mariana De Matteis

I. Collage temporal

La popularización del celular cambió el lenguaje de la comunicación humana a distancia. La imagen comenzó a ganar terrenos que anteriormente dominaba la palabra. Con la cámara adosada al aparato transmisor, estalló la circulación masiva de fotografías y videos, los chistes y comentarios políticos se volvieron memes y las emociones o reacciones fueron encarnadas y sintetizadas por emoticones. Si bien la historia del Smiley -la famosa carita feliz, amarilla y sin nariz- tiene poco más de medio siglo, es una imagen que gozó de una vida ajetreada y siempre contemporánea gracias a su frenética transmutación simbólica: desde sus inicios en un mundo corporativo con trabajadores sumidos en la depresión, a un símbolo de consumo atado a la cultura de la felicidad durante la guerra de Vietnam; de su aparición en manifestaciones y revueltas estudiantiles en la Europa del Mayo Francés, a desfiles de alta costura, actos de caridad y raves donde el éxtasis y el ácido la adoptaron como emblema. En 1996, cuando su popularidad menguaba, tuvo un giro que cambió la historia de la humanidad: su descendencia desorbitada y flexible a partir de la digitalización de un centenar de sus variables emocionales dio lugar a los primeros emoticones y, con ellos, al origen de un nuevo idioma universal.

Para su tercera exposición en la Galería Diego Obligado, Mariana De Matteis fue construyendo un acervo de obras de terceros devoradas por el tiempo. Su objetivo era usarlas como un soporte material, un problema conceptual y una interpelación emocional dentro de su nuevo proceso de trabajo. Si bien la intervención que aplicó a cada una de estas piezas requirió de tiempo y rigor -provocar una manifestación de emoticones de gen pictórico emergidos de las prácticas de cuidado típicas de la conservación y la restauración museográficas-, el resultado es similar a una inyección de adrenalina o una sesión de electroshock. El impacto que provocó ingresar este gesto nuevo y sintético a la obra -sea más visible o invisible, más empático o contrastante-, forzó a que la agonía existencial de las pinturas olvidadas se reponga rápidamente para convivir con nuestra agitada actualidad. Es que el salto temporal es guiado por la imagen más democratizada e inteligible del planeta, cuyo músculo de aparición es tan potente como para emerger de las propias entrañas de una empolvada naturaleza muerta. 

La alquimia empleada por Mariana es sencilla y efectiva. Al no agregar materia exógena a la obra, logra generar un collage puramente temporal, ya que desde la propia información pictórica del pasado, más bien muda y contenida, emerge la manifestación abrumadoramente expansiva y literal de los emoticones. Si las pinturas que quedan en el camino suelen encapsular un tiempo profundo de la historia del arte -paisajes, retratos, naturalezas muertas o vanitas, es decir, géneros que arrastran siglos de tradición con cambios lentos y pocas reelaboraciones-, los emoticones le ofrecen a la historia del arte participar de un circuito de visualización y codificación cotidiana. Pero la transacción conlleva un costo: el emoticón es un espectro que nos permite recordar aquello que como creadores sabemos pero intentamos obviar: el alto porcentaje de abandono que recae sobre la producción de los artistas en nuestro país. Si bien la nula circulación de esas obras es revertida, se logra al ubicarlas en un maridaje tan bien amalgamado como incómodo con las imágenes de más rápida legibilidad y mayor circulación de la actualidad. 

II. Pintura gestual

Hace 75 años, Lucio Fontana, también rosarino, atacó al tejido material de la tradición pictórica occidental con un punzón en la mano. Como Mariana, buscaba proyectarla al presente mediante el gesto del artista. Según su diagnóstico, la pintura moderna se estaba muriendo y con punzadas violentas como los buchi o aberturas precisas como los tagli, podía ofrecerle una sobrevida gestual. “El arte nunca es inmortal. Podrá vivir un año o milenios, pero siempre llegará la hora de su destrucción material. Permanecerá eterno como gesto, pero morirá como materia”, escribió en su Primo Manifesto dello Spazialismo, de 1947.

El accionar de Fontana fue como un tiro de gracia: atacar materialmente a la pintura para que reencarne eternamente como gesto. Lo viejo tenía que morir para que algo nuevo renazca de su cadáver. Al igual que Mariana, no agregaba nada exógeno a la obra, sino que la operación era un gesto sintético sobre la materia dada. Pero una diferencia importante es que Fontana atacaba el lienzo para desarmar una idea abstracta y universal de la Pintura, mientras que Mariana opera desde prácticas del cuidado museográfico para reanimar un cuerpo pictórico existente y regional que arrastra su propio pasado, su deseo originario y un devenir ingobernable.

Fontana tuvo legados diferentes en la Argentina y en Europa. Mientras que en el viejo continente sobrevivieron los aspectos más filosóficos, conceptuales e incluso metafísicos del espacialismo, en nuestro país conservamos el trauma de esa violencia primigenia sobre la materia. Así aparecieron las obras meadas de Alberto Greco, la destrucción y quema de obras de Marta Minujín, la exposición de Arte Destructivo, el huevo hachado por Federico Manuel Peralta Ramos, la destrucción de obras de Ruben Santantonín, Emilio Renart o de los artistas de las Experiencias de 1968 en ITDT, la destrucción de la vidriera para salir de Encierro propuesto por Graciela Carnevale, la quema de Ouroboros de Liliana Maresca, la representación de la destrucción en Daños de Diego Bianchi o en Lo que el fuego me trajo de Adrián Villar Rojas, los tajos en pinturas de artistas como Valentina Liernur o Juan Tessi, solo para nombrar algunos. Una hipótesis posible es que ese trauma emerja de forma inconsciente por la incertidumbre que genera la supervivencia del arte; por las décadas de artistas que produjeron sin saber dónde y cómo se conservará su trabajo, por el abandono institucional y de la escena misma, por la desilusión del devenir material de sus propias ideas. 

Al operar sobre artistas perdidos en el amenazante fluir del tiempo, de cierto modo Mariana se hace cargo del trauma material que legó su coterráneo. Si bien las pinturas sobre las que acciona son afectadas material y simbólicamente, su gesto no apunta a violentar la obra de terceros, sino a experimentar la potencia de ese híbrido particular que plantea su práctica entre los roles de artista y conservadora de museo. El conocimiento material de la conservadora le sirve a la artista para generar nuevas imágenes en viejas obras, y las herramientas conceptuales de la artista le sirven a la conservadora para romper los límites de su labor, plantear nuevas preguntas de problemas que parecían naturalizados y llegar a algunas respuestas. Una de ellas podría ser que todo artista, cada vez que realiza una obra, conserva la historia del arte al actualizarla (la historia no se conserva por repetición o fidelidad, sino en su avance). Es decir, que todo gesto de todo artista cuando entra en acción en un tiempo presente está restaurando, aún desde la lejanía, los millares de gestos que quedaron en el camino. Construir una cultura artística es una tarea de generaciones, que incluye tanto a los encumbrados como a los desbarrancados.

III. Museo espectral

Hace casi 90 años, otro coterráneo rosarino, Antonio Berni, creaba una de las obras más emblemáticas de la historia de nuestro país. Manifestación podría verse hoy como una colección de rostros que ingresaron al imaginario popular. Muchos de ellos surgieron de fotografías de obreros reales, que el artista envolvió pictóricamente en una atmósfera metafísica. Así transformó a la manifestación política, donde es fundamental la presencia física en un contexto concreto y disputado, en un cuerpo colectivo conformado por rostros atemporales. Finalmente, con la sobrevida de la pintura a lo largo del tiempo, Manifestación se convirtió en una obra maestra del arte argentino. La intención de eternizar esos rostros se completó con la distancia temporal. La pieza adquirió su éxito como máquina del tiempo al convertir a los sujetos retratados en manifestaciones casi espectrales, cuya potencia es manifestarse en cualquier contexto del pasado, presente o futuro. De este modo, Berni logró que la idea de manifestación encarne su doble significación: La manifestación como una acción social dentro de una coyuntura precisa y la manifestación como una imagen espectral liberada que puede aparecer en un tiempo distinto al suyo. 

Las obras que Mariana elige para incitar la aparición de sus rostros espectrales tienen una fortuna opuesta a la de Berni, ya que perdieron la capacidad de manifestarse más allá de su tiempo. No obstante, con la empatía de la colega, el ojo clínico y samaritano de la conservadora y el deseo de la coleccionista, elige cuidadosamente aquellas pinturas donde todavía palpa la potencia latente de una nueva manifestación. Les encuentra algo que vale la pena develar y algo que aún se puede conservar. Mariana no diluye las obras elegidas, sino que las reacomoda para que no sigan desinfladas por el tiempo. Es que lo que se perdió no solo fue su circulación y, con ella, la capacidad de afectar que sostiene la vitalidad de las obras en el tiempo, también la cultura contemporánea perdió la capacidad de leer una emoción en una pincelada, un estado de ánimo en un color o el mood que te ofrece cierto paisaje. No alcanza con volverlas a poner en circulación para restituirles cierto valor simbólico, sino que pareciera necesario empujarlas a producir emociones contemporáneas. Un emoticón puede significar rápidamente felicidad o tristeza, pero sin muchos matices. Un emoticón manifestándose en una obra podría intentar comunicar algo tan complejo como la sensación sobre el destino de nuestra historia del arte, su azaroso devenir, su pérdida constante y la necesidad de su cuidado. Los emoticones pictóricos de Mariana no son tan lineales como sus primos digitales; cada uno es tan triste como humorístico, tan añejo como fresco, tan cínico como amoroso, tan dramático como juguetón, tan espectral como real. Tan imposible de sintetizar en una sola carita.

El arte tal vez sea la máquina del tiempo más eficaz que hayan inventado los humanos; nos permite trasladar aquello que es esencial de una época. Desde un preciso conceptualismo material, Mariana revela la potencia que tiene el arte -a través de la perseverancia del gesto del artista- de hacernos migrar por distintas dimensiones temporales. Pero no se trata solo de trasladar una época determinada hacia otra, sino de apostar a la capacidad que tienen lxs artistas de reescribir la historia junto a obras del pasado que parecían cerradas, y así poder legar obras abiertas al futuro.

Texto y curaduría: Javier Villa

DO Galería

16 may 2024

Manifestaciones

Manifestaciones - Mariana De Matteis

I. Collage temporal

La popularización del celular cambió el lenguaje de la comunicación humana a distancia. La imagen comenzó a ganar terrenos que anteriormente dominaba la palabra. Con la cámara adosada al aparato transmisor, estalló la circulación masiva de fotografías y videos, los chistes y comentarios políticos se volvieron memes y las emociones o reacciones fueron encarnadas y sintetizadas por emoticones. Si bien la historia del Smiley -la famosa carita feliz, amarilla y sin nariz- tiene poco más de medio siglo, es una imagen que gozó de una vida ajetreada y siempre contemporánea gracias a su frenética transmutación simbólica: desde sus inicios en un mundo corporativo con trabajadores sumidos en la depresión, a un símbolo de consumo atado a la cultura de la felicidad durante la guerra de Vietnam; de su aparición en manifestaciones y revueltas estudiantiles en la Europa del Mayo Francés, a desfiles de alta costura, actos de caridad y raves donde el éxtasis y el ácido la adoptaron como emblema. En 1996, cuando su popularidad menguaba, tuvo un giro que cambió la historia de la humanidad: su descendencia desorbitada y flexible a partir de la digitalización de un centenar de sus variables emocionales dio lugar a los primeros emoticones y, con ellos, al origen de un nuevo idioma universal.

Para su tercera exposición en la Galería Diego Obligado, Mariana De Matteis fue construyendo un acervo de obras de terceros devoradas por el tiempo. Su objetivo era usarlas como un soporte material, un problema conceptual y una interpelación emocional dentro de su nuevo proceso de trabajo. Si bien la intervención que aplicó a cada una de estas piezas requirió de tiempo y rigor -provocar una manifestación de emoticones de gen pictórico emergidos de las prácticas de cuidado típicas de la conservación y la restauración museográficas-, el resultado es similar a una inyección de adrenalina o una sesión de electroshock. El impacto que provocó ingresar este gesto nuevo y sintético a la obra -sea más visible o invisible, más empático o contrastante-, forzó a que la agonía existencial de las pinturas olvidadas se reponga rápidamente para convivir con nuestra agitada actualidad. Es que el salto temporal es guiado por la imagen más democratizada e inteligible del planeta, cuyo músculo de aparición es tan potente como para emerger de las propias entrañas de una empolvada naturaleza muerta. 

La alquimia empleada por Mariana es sencilla y efectiva. Al no agregar materia exógena a la obra, logra generar un collage puramente temporal, ya que desde la propia información pictórica del pasado, más bien muda y contenida, emerge la manifestación abrumadoramente expansiva y literal de los emoticones. Si las pinturas que quedan en el camino suelen encapsular un tiempo profundo de la historia del arte -paisajes, retratos, naturalezas muertas o vanitas, es decir, géneros que arrastran siglos de tradición con cambios lentos y pocas reelaboraciones-, los emoticones le ofrecen a la historia del arte participar de un circuito de visualización y codificación cotidiana. Pero la transacción conlleva un costo: el emoticón es un espectro que nos permite recordar aquello que como creadores sabemos pero intentamos obviar: el alto porcentaje de abandono que recae sobre la producción de los artistas en nuestro país. Si bien la nula circulación de esas obras es revertida, se logra al ubicarlas en un maridaje tan bien amalgamado como incómodo con las imágenes de más rápida legibilidad y mayor circulación de la actualidad. 

II. Pintura gestual

Hace 75 años, Lucio Fontana, también rosarino, atacó al tejido material de la tradición pictórica occidental con un punzón en la mano. Como Mariana, buscaba proyectarla al presente mediante el gesto del artista. Según su diagnóstico, la pintura moderna se estaba muriendo y con punzadas violentas como los buchi o aberturas precisas como los tagli, podía ofrecerle una sobrevida gestual. “El arte nunca es inmortal. Podrá vivir un año o milenios, pero siempre llegará la hora de su destrucción material. Permanecerá eterno como gesto, pero morirá como materia”, escribió en su Primo Manifesto dello Spazialismo, de 1947.

El accionar de Fontana fue como un tiro de gracia: atacar materialmente a la pintura para que reencarne eternamente como gesto. Lo viejo tenía que morir para que algo nuevo renazca de su cadáver. Al igual que Mariana, no agregaba nada exógeno a la obra, sino que la operación era un gesto sintético sobre la materia dada. Pero una diferencia importante es que Fontana atacaba el lienzo para desarmar una idea abstracta y universal de la Pintura, mientras que Mariana opera desde prácticas del cuidado museográfico para reanimar un cuerpo pictórico existente y regional que arrastra su propio pasado, su deseo originario y un devenir ingobernable.

Fontana tuvo legados diferentes en la Argentina y en Europa. Mientras que en el viejo continente sobrevivieron los aspectos más filosóficos, conceptuales e incluso metafísicos del espacialismo, en nuestro país conservamos el trauma de esa violencia primigenia sobre la materia. Así aparecieron las obras meadas de Alberto Greco, la destrucción y quema de obras de Marta Minujín, la exposición de Arte Destructivo, el huevo hachado por Federico Manuel Peralta Ramos, la destrucción de obras de Ruben Santantonín, Emilio Renart o de los artistas de las Experiencias de 1968 en ITDT, la destrucción de la vidriera para salir de Encierro propuesto por Graciela Carnevale, la quema de Ouroboros de Liliana Maresca, la representación de la destrucción en Daños de Diego Bianchi o en Lo que el fuego me trajo de Adrián Villar Rojas, los tajos en pinturas de artistas como Valentina Liernur o Juan Tessi, solo para nombrar algunos. Una hipótesis posible es que ese trauma emerja de forma inconsciente por la incertidumbre que genera la supervivencia del arte; por las décadas de artistas que produjeron sin saber dónde y cómo se conservará su trabajo, por el abandono institucional y de la escena misma, por la desilusión del devenir material de sus propias ideas. 

Al operar sobre artistas perdidos en el amenazante fluir del tiempo, de cierto modo Mariana se hace cargo del trauma material que legó su coterráneo. Si bien las pinturas sobre las que acciona son afectadas material y simbólicamente, su gesto no apunta a violentar la obra de terceros, sino a experimentar la potencia de ese híbrido particular que plantea su práctica entre los roles de artista y conservadora de museo. El conocimiento material de la conservadora le sirve a la artista para generar nuevas imágenes en viejas obras, y las herramientas conceptuales de la artista le sirven a la conservadora para romper los límites de su labor, plantear nuevas preguntas de problemas que parecían naturalizados y llegar a algunas respuestas. Una de ellas podría ser que todo artista, cada vez que realiza una obra, conserva la historia del arte al actualizarla (la historia no se conserva por repetición o fidelidad, sino en su avance). Es decir, que todo gesto de todo artista cuando entra en acción en un tiempo presente está restaurando, aún desde la lejanía, los millares de gestos que quedaron en el camino. Construir una cultura artística es una tarea de generaciones, que incluye tanto a los encumbrados como a los desbarrancados.

III. Museo espectral

Hace casi 90 años, otro coterráneo rosarino, Antonio Berni, creaba una de las obras más emblemáticas de la historia de nuestro país. Manifestación podría verse hoy como una colección de rostros que ingresaron al imaginario popular. Muchos de ellos surgieron de fotografías de obreros reales, que el artista envolvió pictóricamente en una atmósfera metafísica. Así transformó a la manifestación política, donde es fundamental la presencia física en un contexto concreto y disputado, en un cuerpo colectivo conformado por rostros atemporales. Finalmente, con la sobrevida de la pintura a lo largo del tiempo, Manifestación se convirtió en una obra maestra del arte argentino. La intención de eternizar esos rostros se completó con la distancia temporal. La pieza adquirió su éxito como máquina del tiempo al convertir a los sujetos retratados en manifestaciones casi espectrales, cuya potencia es manifestarse en cualquier contexto del pasado, presente o futuro. De este modo, Berni logró que la idea de manifestación encarne su doble significación: La manifestación como una acción social dentro de una coyuntura precisa y la manifestación como una imagen espectral liberada que puede aparecer en un tiempo distinto al suyo. 

Las obras que Mariana elige para incitar la aparición de sus rostros espectrales tienen una fortuna opuesta a la de Berni, ya que perdieron la capacidad de manifestarse más allá de su tiempo. No obstante, con la empatía de la colega, el ojo clínico y samaritano de la conservadora y el deseo de la coleccionista, elige cuidadosamente aquellas pinturas donde todavía palpa la potencia latente de una nueva manifestación. Les encuentra algo que vale la pena develar y algo que aún se puede conservar. Mariana no diluye las obras elegidas, sino que las reacomoda para que no sigan desinfladas por el tiempo. Es que lo que se perdió no solo fue su circulación y, con ella, la capacidad de afectar que sostiene la vitalidad de las obras en el tiempo, también la cultura contemporánea perdió la capacidad de leer una emoción en una pincelada, un estado de ánimo en un color o el mood que te ofrece cierto paisaje. No alcanza con volverlas a poner en circulación para restituirles cierto valor simbólico, sino que pareciera necesario empujarlas a producir emociones contemporáneas. Un emoticón puede significar rápidamente felicidad o tristeza, pero sin muchos matices. Un emoticón manifestándose en una obra podría intentar comunicar algo tan complejo como la sensación sobre el destino de nuestra historia del arte, su azaroso devenir, su pérdida constante y la necesidad de su cuidado. Los emoticones pictóricos de Mariana no son tan lineales como sus primos digitales; cada uno es tan triste como humorístico, tan añejo como fresco, tan cínico como amoroso, tan dramático como juguetón, tan espectral como real. Tan imposible de sintetizar en una sola carita.

El arte tal vez sea la máquina del tiempo más eficaz que hayan inventado los humanos; nos permite trasladar aquello que es esencial de una época. Desde un preciso conceptualismo material, Mariana revela la potencia que tiene el arte -a través de la perseverancia del gesto del artista- de hacernos migrar por distintas dimensiones temporales. Pero no se trata solo de trasladar una época determinada hacia otra, sino de apostar a la capacidad que tienen lxs artistas de reescribir la historia junto a obras del pasado que parecían cerradas, y así poder legar obras abiertas al futuro.

Texto y curaduría: Javier Villa

DO Galería

22 mar 2024

El arroyo otoñal

El arroyo otoñal. Obras 2019-2024.
Diego Obligado Galería de Arte
22 de marzo de 2024

Xue T’ao nació en 760 en Xian, China. Fue poeta, calígrafa y prostituta. El arroyo otoñal es una de las pocas poesías que sobrevivió. Fue publicada en la Antología de poetas prostitutas en 2015. Goujian Chen —encargado de la selección, el estudio y la traducción— nos presenta esta versión:

El arroyo otoñal
Cristalino arroyo color frígido,
envuelto en neblinas.

Diez cuerdas de cítara
susurrando desde lejos.

El son llega hasta mi almohada,
despertando mis amorosas añoranzas.

Triste, no puedo conciliar el sueño.

Sin embargo, podemos encontrar también una segunda traducción. La versión deriva de una edición en inglés a cargo de Kenneth Rexroth y Ling Chung de 1973:

El arroyo en otoño
Se ha puesto claro como el cristal, últimamente,
y fluye como una cinta de humo
con una música como de una cítara de diez cuerdas.

El sonido penetra hasta mi almohada,
y me hace pensar en amores pasados
y no me deja dormir de melancolía.

La primera versión de El arroyo otoñal llega a manos de Marcelo Villegas por recomendación de un amigo. Es a partir de este texto melancólico y sensorial que inicia una serie de piezas del mismo nombre. Esta constelación de obras configura un sistema de trabajo, un universo equilibrado y profundo. Se trata de un juego de acciones sobre materiales que se desarrollan conforme ciertas reglas.

El trabajo de Villegas se formula siempre desde sus propias leyes. Diseña mundos —que como la matemática, el ajedrez o la música— encuentran su expansión en la invención de ingenios sutiles. Claro, que en esta ocasión ha viajado lejos y el gesto anguloso aparece como estructurador de una imagen nueva y desconocida.

Las líneas trazadas con trincheta sobre foamboard negro instauran un modo caligráfico que sustenta todo el conjunto de obras. Conforman sombras vacilantes, vibrantes en su andar y fluir. En este cosmos el orden de origen no sigue de ninguna manera las radiciones occidentales del arte. El dibujo sobre papel llega después, es la traducción a una nueva superficie con una herramienta distinta.

Villegas opera en el límite. Tensiona las reglas que propone. Construye una lengua para traducirla y mutarla. Encuentra en estas distancias —mínimas, a veces indetectables— la posibilidad de un lenguaje que migra entre materiales, herramientas y disposiciones corporales.

Gracias a Verónica Laurino y a Jorge Grasso

Marcelo Villegas

22 mar 2024

El arroyo otoñal

El arroyo otoñal. Obras 2019-2024.
Diego Obligado Galería de Arte
22 de marzo de 2024

Xue T’ao nació en 760 en Xian, China. Fue poeta, calígrafa y prostituta. El arroyo otoñal es una de las pocas poesías que sobrevivió. Fue publicada en la Antología de poetas prostitutas en 2015. Goujian Chen —encargado de la selección, el estudio y la traducción— nos presenta esta versión:

El arroyo otoñal
Cristalino arroyo color frígido,
envuelto en neblinas.

Diez cuerdas de cítara
susurrando desde lejos.

El son llega hasta mi almohada,
despertando mis amorosas añoranzas.

Triste, no puedo conciliar el sueño.

Sin embargo, podemos encontrar también una segunda traducción. La versión deriva de una edición en inglés a cargo de Kenneth Rexroth y Ling Chung de 1973:

El arroyo en otoño
Se ha puesto claro como el cristal, últimamente,
y fluye como una cinta de humo
con una música como de una cítara de diez cuerdas.

El sonido penetra hasta mi almohada,
y me hace pensar en amores pasados
y no me deja dormir de melancolía.

La primera versión de El arroyo otoñal llega a manos de Marcelo Villegas por recomendación de un amigo. Es a partir de este texto melancólico y sensorial que inicia una serie de piezas del mismo nombre. Esta constelación de obras configura un sistema de trabajo, un universo equilibrado y profundo. Se trata de un juego de acciones sobre materiales que se desarrollan conforme ciertas reglas.

El trabajo de Villegas se formula siempre desde sus propias leyes. Diseña mundos —que como la matemática, el ajedrez o la música— encuentran su expansión en la invención de ingenios sutiles. Claro, que en esta ocasión ha viajado lejos y el gesto anguloso aparece como estructurador de una imagen nueva y desconocida.

Las líneas trazadas con trincheta sobre foamboard negro instauran un modo caligráfico que sustenta todo el conjunto de obras. Conforman sombras vacilantes, vibrantes en su andar y fluir. En este cosmos el orden de origen no sigue de ninguna manera las radiciones occidentales del arte. El dibujo sobre papel llega después, es la traducción a una nueva superficie con una herramienta distinta.

Villegas opera en el límite. Tensiona las reglas que propone. Construye una lengua para traducirla y mutarla. Encuentra en estas distancias —mínimas, a veces indetectables— la posibilidad de un lenguaje que migra entre materiales, herramientas y disposiciones corporales.

Gracias a Verónica Laurino y a Jorge Grasso

Marcelo Villegas

22 mar 2024

El arroyo otoñal

El arroyo otoñal. Obras 2019-2024.
Diego Obligado Galería de Arte
22 de marzo de 2024

Xue T’ao nació en 760 en Xian, China. Fue poeta, calígrafa y prostituta. El arroyo otoñal es una de las pocas poesías que sobrevivió. Fue publicada en la Antología de poetas prostitutas en 2015. Goujian Chen —encargado de la selección, el estudio y la traducción— nos presenta esta versión:

El arroyo otoñal
Cristalino arroyo color frígido,
envuelto en neblinas.

Diez cuerdas de cítara
susurrando desde lejos.

El son llega hasta mi almohada,
despertando mis amorosas añoranzas.

Triste, no puedo conciliar el sueño.

Sin embargo, podemos encontrar también una segunda traducción. La versión deriva de una edición en inglés a cargo de Kenneth Rexroth y Ling Chung de 1973:

El arroyo en otoño
Se ha puesto claro como el cristal, últimamente,
y fluye como una cinta de humo
con una música como de una cítara de diez cuerdas.

El sonido penetra hasta mi almohada,
y me hace pensar en amores pasados
y no me deja dormir de melancolía.

La primera versión de El arroyo otoñal llega a manos de Marcelo Villegas por recomendación de un amigo. Es a partir de este texto melancólico y sensorial que inicia una serie de piezas del mismo nombre. Esta constelación de obras configura un sistema de trabajo, un universo equilibrado y profundo. Se trata de un juego de acciones sobre materiales que se desarrollan conforme ciertas reglas.

El trabajo de Villegas se formula siempre desde sus propias leyes. Diseña mundos —que como la matemática, el ajedrez o la música— encuentran su expansión en la invención de ingenios sutiles. Claro, que en esta ocasión ha viajado lejos y el gesto anguloso aparece como estructurador de una imagen nueva y desconocida.

Las líneas trazadas con trincheta sobre foamboard negro instauran un modo caligráfico que sustenta todo el conjunto de obras. Conforman sombras vacilantes, vibrantes en su andar y fluir. En este cosmos el orden de origen no sigue de ninguna manera las radiciones occidentales del arte. El dibujo sobre papel llega después, es la traducción a una nueva superficie con una herramienta distinta.

Villegas opera en el límite. Tensiona las reglas que propone. Construye una lengua para traducirla y mutarla. Encuentra en estas distancias —mínimas, a veces indetectables— la posibilidad de un lenguaje que migra entre materiales, herramientas y disposiciones corporales.

Gracias a Verónica Laurino y a Jorge Grasso

Marcelo Villegas

13 sept 2023

La escuela de la noche

LA ESCUELA DELCAFÉ

En esta casa viven libros. Libros que antes fueron cajas abandonadas en la calle, en la puerta de un comercio, al costado de un container de basura. Ahora viven en una casita de cartón, en la ribera de la noche, al abrigo del fuego devorador. Es una casa editorial de libros náufragos. Su editora es una bruja pirata.

A diferencia de Libro sin tapas de Felisberto, estos libros solo son tapas, porque el contenido está en otro lado. En nuestra mente hay una biblioteca que replica a su manera una biblioteca exterior, con libros que leímos, que desearíamos leer o haber leído, con libros que otros leyeron.

Muchas veces, lo que une recuerda de un libro es la sensación que tuvo al leerlo y no su trama (o las palabras con las que trabajosamente fue escrita) y basta con ver su título en una tapa para suscitar esa sensación: yo leí este libro…

Al estilo de Eloísa, Pauline sigue la tradición del reciclaje. Pero ella se recicla material y espiritualmente. En la secuencia simbólica casa–libro–noche–isla–biblioteca hace compost con su propia producción: lleva a cabo una economía de supervivencia: producir sin gastar, rechazar el sobreconsumo.

Me dice mientras tomamos un café en nuestro actual bar preferido: “Los libros siempre fueron refugios de resistencia. Y creo que sigue siendo la mejor herramienta de emancipación. Probablemente en el futuro no existan más y tengamos que reproducirlos manualmente y de memoria.”

Yo no era de tomar café en bares hasta que la conocí a Pauline. Desde entonces hacemos juntes una deriva por bares céntricos: Laurak Bat, El Molino, El Ancla, La Sede, Capote, Junior, Pasaporte, Quillagua, el bar de la Fluvial, Davis, el bar del barco Ciudad de Rosario.

Por lo general son bares con alusiones marinas o fluviales, o que están mirando el río, porque Pauline es una marinera empedernida, una náufraga que salió de Le Havre, una ciudad portuaria en el norte de Francia, y después de deambular por Barcelona, una ciudad que da al mar, vino a Rosario, a la vera del Paraná.

Las mesas de los bares son pequeñas islas en las que nos encontramos. Siempre tomamos lo mismo: café con leche, ella sin azúcar, yo con. Si a veces pedimos unas medialunas, ella saladas, yo dulces.

El primer café lo habremos tomado en 2011, en el pasaje PAN, en su oficina, la 26, o en la mía, la 13, sin saber que se convertiría en una amistad y una escuela de vida, en la que hablamos de todo: actualidad política, ecología, historia, libros, series, podcasts, personajes y artistas olvidados, fantasías, insomnios, recuerdos, viajes y recetas de cocina…

Tomando café soñamos con hacer un libro sobre bares, o una novela que transcurra en bares. En una época fumábamos, así que a la charla y el café se agregaba el humo blanco del cigarrillo. Por suerte ya no fumamos más tabaco.

Actualmente nos citamos en un bar por calle Corrientes que queda equidistante de nuestras casas. No nos acordamos del nombre. Es chiquito y todo revestido en madera. Es como un pequeño secreto que pasa desapercibido.

Pauline me cuenta que empezó a pintar al óleo y que decidió el nombre de la muestra, y me invita a escribir un texto que la acompañe. Vuelvo a casa caminando, pensando qué voy a escribir: ¿será que tomamos demasiado café? ¿Será que nos autoprovocamos el insomnio porque la noche es una escuela y estamos deseosos de aprender, de conocer qué tiene para enseñarnos?

Agustín González
Agosto, 2023

Pauline Fondevila

13 sept 2023

La escuela de la noche

LA ESCUELA DELCAFÉ

En esta casa viven libros. Libros que antes fueron cajas abandonadas en la calle, en la puerta de un comercio, al costado de un container de basura. Ahora viven en una casita de cartón, en la ribera de la noche, al abrigo del fuego devorador. Es una casa editorial de libros náufragos. Su editora es una bruja pirata.

A diferencia de Libro sin tapas de Felisberto, estos libros solo son tapas, porque el contenido está en otro lado. En nuestra mente hay una biblioteca que replica a su manera una biblioteca exterior, con libros que leímos, que desearíamos leer o haber leído, con libros que otros leyeron.

Muchas veces, lo que une recuerda de un libro es la sensación que tuvo al leerlo y no su trama (o las palabras con las que trabajosamente fue escrita) y basta con ver su título en una tapa para suscitar esa sensación: yo leí este libro…

Al estilo de Eloísa, Pauline sigue la tradición del reciclaje. Pero ella se recicla material y espiritualmente. En la secuencia simbólica casa–libro–noche–isla–biblioteca hace compost con su propia producción: lleva a cabo una economía de supervivencia: producir sin gastar, rechazar el sobreconsumo.

Me dice mientras tomamos un café en nuestro actual bar preferido: “Los libros siempre fueron refugios de resistencia. Y creo que sigue siendo la mejor herramienta de emancipación. Probablemente en el futuro no existan más y tengamos que reproducirlos manualmente y de memoria.”

Yo no era de tomar café en bares hasta que la conocí a Pauline. Desde entonces hacemos juntes una deriva por bares céntricos: Laurak Bat, El Molino, El Ancla, La Sede, Capote, Junior, Pasaporte, Quillagua, el bar de la Fluvial, Davis, el bar del barco Ciudad de Rosario.

Por lo general son bares con alusiones marinas o fluviales, o que están mirando el río, porque Pauline es una marinera empedernida, una náufraga que salió de Le Havre, una ciudad portuaria en el norte de Francia, y después de deambular por Barcelona, una ciudad que da al mar, vino a Rosario, a la vera del Paraná.

Las mesas de los bares son pequeñas islas en las que nos encontramos. Siempre tomamos lo mismo: café con leche, ella sin azúcar, yo con. Si a veces pedimos unas medialunas, ella saladas, yo dulces.

El primer café lo habremos tomado en 2011, en el pasaje PAN, en su oficina, la 26, o en la mía, la 13, sin saber que se convertiría en una amistad y una escuela de vida, en la que hablamos de todo: actualidad política, ecología, historia, libros, series, podcasts, personajes y artistas olvidados, fantasías, insomnios, recuerdos, viajes y recetas de cocina…

Tomando café soñamos con hacer un libro sobre bares, o una novela que transcurra en bares. En una época fumábamos, así que a la charla y el café se agregaba el humo blanco del cigarrillo. Por suerte ya no fumamos más tabaco.

Actualmente nos citamos en un bar por calle Corrientes que queda equidistante de nuestras casas. No nos acordamos del nombre. Es chiquito y todo revestido en madera. Es como un pequeño secreto que pasa desapercibido.

Pauline me cuenta que empezó a pintar al óleo y que decidió el nombre de la muestra, y me invita a escribir un texto que la acompañe. Vuelvo a casa caminando, pensando qué voy a escribir: ¿será que tomamos demasiado café? ¿Será que nos autoprovocamos el insomnio porque la noche es una escuela y estamos deseosos de aprender, de conocer qué tiene para enseñarnos?

Agustín González
Agosto, 2023

Pauline Fondevila

13 sept 2023

La escuela de la noche

LA ESCUELA DELCAFÉ

En esta casa viven libros. Libros que antes fueron cajas abandonadas en la calle, en la puerta de un comercio, al costado de un container de basura. Ahora viven en una casita de cartón, en la ribera de la noche, al abrigo del fuego devorador. Es una casa editorial de libros náufragos. Su editora es una bruja pirata.

A diferencia de Libro sin tapas de Felisberto, estos libros solo son tapas, porque el contenido está en otro lado. En nuestra mente hay una biblioteca que replica a su manera una biblioteca exterior, con libros que leímos, que desearíamos leer o haber leído, con libros que otros leyeron.

Muchas veces, lo que une recuerda de un libro es la sensación que tuvo al leerlo y no su trama (o las palabras con las que trabajosamente fue escrita) y basta con ver su título en una tapa para suscitar esa sensación: yo leí este libro…

Al estilo de Eloísa, Pauline sigue la tradición del reciclaje. Pero ella se recicla material y espiritualmente. En la secuencia simbólica casa–libro–noche–isla–biblioteca hace compost con su propia producción: lleva a cabo una economía de supervivencia: producir sin gastar, rechazar el sobreconsumo.

Me dice mientras tomamos un café en nuestro actual bar preferido: “Los libros siempre fueron refugios de resistencia. Y creo que sigue siendo la mejor herramienta de emancipación. Probablemente en el futuro no existan más y tengamos que reproducirlos manualmente y de memoria.”

Yo no era de tomar café en bares hasta que la conocí a Pauline. Desde entonces hacemos juntes una deriva por bares céntricos: Laurak Bat, El Molino, El Ancla, La Sede, Capote, Junior, Pasaporte, Quillagua, el bar de la Fluvial, Davis, el bar del barco Ciudad de Rosario.

Por lo general son bares con alusiones marinas o fluviales, o que están mirando el río, porque Pauline es una marinera empedernida, una náufraga que salió de Le Havre, una ciudad portuaria en el norte de Francia, y después de deambular por Barcelona, una ciudad que da al mar, vino a Rosario, a la vera del Paraná.

Las mesas de los bares son pequeñas islas en las que nos encontramos. Siempre tomamos lo mismo: café con leche, ella sin azúcar, yo con. Si a veces pedimos unas medialunas, ella saladas, yo dulces.

El primer café lo habremos tomado en 2011, en el pasaje PAN, en su oficina, la 26, o en la mía, la 13, sin saber que se convertiría en una amistad y una escuela de vida, en la que hablamos de todo: actualidad política, ecología, historia, libros, series, podcasts, personajes y artistas olvidados, fantasías, insomnios, recuerdos, viajes y recetas de cocina…

Tomando café soñamos con hacer un libro sobre bares, o una novela que transcurra en bares. En una época fumábamos, así que a la charla y el café se agregaba el humo blanco del cigarrillo. Por suerte ya no fumamos más tabaco.

Actualmente nos citamos en un bar por calle Corrientes que queda equidistante de nuestras casas. No nos acordamos del nombre. Es chiquito y todo revestido en madera. Es como un pequeño secreto que pasa desapercibido.

Pauline me cuenta que empezó a pintar al óleo y que decidió el nombre de la muestra, y me invita a escribir un texto que la acompañe. Vuelvo a casa caminando, pensando qué voy a escribir: ¿será que tomamos demasiado café? ¿Será que nos autoprovocamos el insomnio porque la noche es una escuela y estamos deseosos de aprender, de conocer qué tiene para enseñarnos?

Agustín González
Agosto, 2023

Pauline Fondevila

13 abr 2023

Rapado

Existe una satisfacción inmediata y directa en trabajar con lo que se tiene a mano. El lápiz ya imprime una marca sobre el papel y desde el primer momento va configurando una imagen por medio de trazos transparentes que se superponen. El material acaricia apenas la hoja y le añade un peso y un brillo casi imperceptible. Su sedimento se va acumulando capa tras capa dando cuerpo a las formas y dotándolas de volúmenes de tonos cambiantes.

Los personajes autorreferenciales de los dibujos de Diego Vergara no tienen esa desnudez ligada a la exposición ante el otro propia del erotismo, sino que está vinculada al autoconocimiento.

Esos cuerpos, íntegros, alterados o desarticulados, aunque aparentan ser blandos se plantan contundentes ante la mirada. Siempre se muestran en toda su extensión dejando oculto solo aquello que el mismo soporte deja fuera del cuadro en un anhelo de continuidad.

Existe una franqueza y una seguridad que transmite serenidad. Un despliegue contenido y calmado marcando cada una de las piezas. Se aprecia ternura y hedonismo, pero al mismo tiempo una profunda seguridad.

Los seres extraños se van repitiendo y deambulan por entornos cuyo único indicio de espacio posible es una escueta línea de horizonte, algunas eventuales piedras o las ramas de los árboles.

Son entes en un perpetuo devenir que se arman y desarman conforme pasan las hojas.

Algunos hasta llegan a confundirse con su entorno o se disuelven con el fondo. Hay dedos separados de manos y pies, cabezas sin cuellos y torsos sin extremidades. Cada cual guarda su propia lógica secreta. Algunos se palpan o aprietan ellos mismos o a sus dobles. Otros se pliegan sobre sí como una masa. Sus superficies a veces son pulidas y brillantes, pero en otras ocasiones se cubren de marcas, borrones o grafismos como venas bajo una piel transparente.

Ciertos personajes se acarician con manos exageradamente grandes, como si agudizaran los sentidos. Parecen querer sentir el propio cuerpo, dimensionarlo en toda su errática y difusa extensión. Un clima de ensimismamiento domina todas las escenas. Las posiciones de reposo, los ojos cerrados o la mirada pensativa confirman este estado de reconocimiento y afirmación de su propia identidad. Son colosos contemporáneos que cargan con su propio peso cuyas figuras se desvanecen, se re acomodan y se vuelven a armar.

La alteración del color y la forma son herencias afectuosas de la vanguardia pictórica. Sin embargo, los nexos con la pintura de todas las épocas no se agotan ahí sino que se rastrean en un sin fin de guiños inconscientes que Diego toma y retoma, dejando que fluyan orgánicamente sobre superficies blancas o de colores claros. Son cifras que solo una lectura atenta puede rastrear.

Un grupo de dibujos lineales pintados con acrílico plantea un juego libre de curvas y contracurvas.

Son piezas que no están estrictamente atadas a la representación. Parecen rastros de alguna otra imagen, un flujo de ondas sobre la superficie de un líquido o la representación del viento. En este sistema sinuoso de atracción y repulsión, la línea curva implica la esperanza, o al menos la posibilidad, del encuentro consigo misma habilitando la insistencia, la mismidad, el rodeo y la duda.

Marcar un curso, garabatear, tapar y destapar, plegar y desplegar dibujando y re dibujando en el camino parece ser el plan. De esta forma Diego logra desviar la mirada, demorarla, aletargando el tiempo al estirarlo como un chicle. Nos muestra y esconde las cosas simultáneamente, como si de un truco de magia se tratara. Un truco que lleva la atención hacia una parte para ocultar otra que, en esencia, es la más importante.

Gabriel Fernández
Abril de 2023

Diego Vergara

13 abr 2023

Rapado

Existe una satisfacción inmediata y directa en trabajar con lo que se tiene a mano. El lápiz ya imprime una marca sobre el papel y desde el primer momento va configurando una imagen por medio de trazos transparentes que se superponen. El material acaricia apenas la hoja y le añade un peso y un brillo casi imperceptible. Su sedimento se va acumulando capa tras capa dando cuerpo a las formas y dotándolas de volúmenes de tonos cambiantes.

Los personajes autorreferenciales de los dibujos de Diego Vergara no tienen esa desnudez ligada a la exposición ante el otro propia del erotismo, sino que está vinculada al autoconocimiento.

Esos cuerpos, íntegros, alterados o desarticulados, aunque aparentan ser blandos se plantan contundentes ante la mirada. Siempre se muestran en toda su extensión dejando oculto solo aquello que el mismo soporte deja fuera del cuadro en un anhelo de continuidad.

Existe una franqueza y una seguridad que transmite serenidad. Un despliegue contenido y calmado marcando cada una de las piezas. Se aprecia ternura y hedonismo, pero al mismo tiempo una profunda seguridad.

Los seres extraños se van repitiendo y deambulan por entornos cuyo único indicio de espacio posible es una escueta línea de horizonte, algunas eventuales piedras o las ramas de los árboles.

Son entes en un perpetuo devenir que se arman y desarman conforme pasan las hojas.

Algunos hasta llegan a confundirse con su entorno o se disuelven con el fondo. Hay dedos separados de manos y pies, cabezas sin cuellos y torsos sin extremidades. Cada cual guarda su propia lógica secreta. Algunos se palpan o aprietan ellos mismos o a sus dobles. Otros se pliegan sobre sí como una masa. Sus superficies a veces son pulidas y brillantes, pero en otras ocasiones se cubren de marcas, borrones o grafismos como venas bajo una piel transparente.

Ciertos personajes se acarician con manos exageradamente grandes, como si agudizaran los sentidos. Parecen querer sentir el propio cuerpo, dimensionarlo en toda su errática y difusa extensión. Un clima de ensimismamiento domina todas las escenas. Las posiciones de reposo, los ojos cerrados o la mirada pensativa confirman este estado de reconocimiento y afirmación de su propia identidad. Son colosos contemporáneos que cargan con su propio peso cuyas figuras se desvanecen, se re acomodan y se vuelven a armar.

La alteración del color y la forma son herencias afectuosas de la vanguardia pictórica. Sin embargo, los nexos con la pintura de todas las épocas no se agotan ahí sino que se rastrean en un sin fin de guiños inconscientes que Diego toma y retoma, dejando que fluyan orgánicamente sobre superficies blancas o de colores claros. Son cifras que solo una lectura atenta puede rastrear.

Un grupo de dibujos lineales pintados con acrílico plantea un juego libre de curvas y contracurvas.

Son piezas que no están estrictamente atadas a la representación. Parecen rastros de alguna otra imagen, un flujo de ondas sobre la superficie de un líquido o la representación del viento. En este sistema sinuoso de atracción y repulsión, la línea curva implica la esperanza, o al menos la posibilidad, del encuentro consigo misma habilitando la insistencia, la mismidad, el rodeo y la duda.

Marcar un curso, garabatear, tapar y destapar, plegar y desplegar dibujando y re dibujando en el camino parece ser el plan. De esta forma Diego logra desviar la mirada, demorarla, aletargando el tiempo al estirarlo como un chicle. Nos muestra y esconde las cosas simultáneamente, como si de un truco de magia se tratara. Un truco que lleva la atención hacia una parte para ocultar otra que, en esencia, es la más importante.

Gabriel Fernández
Abril de 2023

Diego Vergara

13 abr 2023

Rapado

Existe una satisfacción inmediata y directa en trabajar con lo que se tiene a mano. El lápiz ya imprime una marca sobre el papel y desde el primer momento va configurando una imagen por medio de trazos transparentes que se superponen. El material acaricia apenas la hoja y le añade un peso y un brillo casi imperceptible. Su sedimento se va acumulando capa tras capa dando cuerpo a las formas y dotándolas de volúmenes de tonos cambiantes.

Los personajes autorreferenciales de los dibujos de Diego Vergara no tienen esa desnudez ligada a la exposición ante el otro propia del erotismo, sino que está vinculada al autoconocimiento.

Esos cuerpos, íntegros, alterados o desarticulados, aunque aparentan ser blandos se plantan contundentes ante la mirada. Siempre se muestran en toda su extensión dejando oculto solo aquello que el mismo soporte deja fuera del cuadro en un anhelo de continuidad.

Existe una franqueza y una seguridad que transmite serenidad. Un despliegue contenido y calmado marcando cada una de las piezas. Se aprecia ternura y hedonismo, pero al mismo tiempo una profunda seguridad.

Los seres extraños se van repitiendo y deambulan por entornos cuyo único indicio de espacio posible es una escueta línea de horizonte, algunas eventuales piedras o las ramas de los árboles.

Son entes en un perpetuo devenir que se arman y desarman conforme pasan las hojas.

Algunos hasta llegan a confundirse con su entorno o se disuelven con el fondo. Hay dedos separados de manos y pies, cabezas sin cuellos y torsos sin extremidades. Cada cual guarda su propia lógica secreta. Algunos se palpan o aprietan ellos mismos o a sus dobles. Otros se pliegan sobre sí como una masa. Sus superficies a veces son pulidas y brillantes, pero en otras ocasiones se cubren de marcas, borrones o grafismos como venas bajo una piel transparente.

Ciertos personajes se acarician con manos exageradamente grandes, como si agudizaran los sentidos. Parecen querer sentir el propio cuerpo, dimensionarlo en toda su errática y difusa extensión. Un clima de ensimismamiento domina todas las escenas. Las posiciones de reposo, los ojos cerrados o la mirada pensativa confirman este estado de reconocimiento y afirmación de su propia identidad. Son colosos contemporáneos que cargan con su propio peso cuyas figuras se desvanecen, se re acomodan y se vuelven a armar.

La alteración del color y la forma son herencias afectuosas de la vanguardia pictórica. Sin embargo, los nexos con la pintura de todas las épocas no se agotan ahí sino que se rastrean en un sin fin de guiños inconscientes que Diego toma y retoma, dejando que fluyan orgánicamente sobre superficies blancas o de colores claros. Son cifras que solo una lectura atenta puede rastrear.

Un grupo de dibujos lineales pintados con acrílico plantea un juego libre de curvas y contracurvas.

Son piezas que no están estrictamente atadas a la representación. Parecen rastros de alguna otra imagen, un flujo de ondas sobre la superficie de un líquido o la representación del viento. En este sistema sinuoso de atracción y repulsión, la línea curva implica la esperanza, o al menos la posibilidad, del encuentro consigo misma habilitando la insistencia, la mismidad, el rodeo y la duda.

Marcar un curso, garabatear, tapar y destapar, plegar y desplegar dibujando y re dibujando en el camino parece ser el plan. De esta forma Diego logra desviar la mirada, demorarla, aletargando el tiempo al estirarlo como un chicle. Nos muestra y esconde las cosas simultáneamente, como si de un truco de magia se tratara. Un truco que lleva la atención hacia una parte para ocultar otra que, en esencia, es la más importante.

Gabriel Fernández
Abril de 2023

Diego Vergara

1 nov 2022

Fantasmas

Pensar los sistemas, jugar con ellos, desmembrarlos, deconstruirlos, aturdirlos, neurotizarlos. Este conjunto de trabajos (menos uno, el óleo) comienza a desplegarse pensado desde el discurso y la lógica de la fotografía; de hecho, prácticamente todas las decisiones parten de una caja con diapositivas y un álbum con fotos familiares que contiene registros entre 1967 y 1986.

Un pequeño archivo limitado, no secuenciado y desorientado, que narra la dinámica típica de una familia de clase media argentina en el contexto de los años 70-80. Registros que comienzan a ser posibles gracias a la accesibilidad y democratización de las cámaras de fotos.

Toda casa materna está configurada por una iconografía estética, un mobiliario epocal, una selección de objetos inútiles, de estampados ornamentales, de revestimientos mentirosos y, también, suele haber una caja con fotos. Una caja donde, a la manera de un ritual warburgiano, se captura, selecciona, recorta y pegotea una selección de imágenes que van configurando el tejido fallido de una novela familiar, puntuando escenas simples, estúpidas, sin sentido. Una caja cifrada, encriptada, una caja negra de información. Imágenes fantasmas.

De cierta manera, una cotidianidad aburrida y sin sentido es registrada por cámaras domésticas no tan lúcidas, no tan precisas, no tan eficaces, y potenciadas por un ojo no tan nítido. Este ojo edita, cataloga, censura y devela una selección de imágenes que en un futuro posibilitará la reconstrucción de una narrativa familiar. Este conjunto de fotos íntimas y privadas, ¿qué interés público podría tener? ¡Creo que ninguno! Pero, de alguna manera, configura una interpretación metonímica de la historia en su concepto más amplio o general. Nosotros y los otros. Mis fantasmas hablan con los tuyos.

Para quienes teníamos diapositivas, el dispositivo que permitía la posibilidad de contemplarlas sobre la pared o pantalla (en el mejor de los casos) era el proyector, con el envidiable carrusel de “Kodak”, sistema que permitía ver y volver a ver rítmicamente una y otra vez la misma película ciega. Nosotros teníamos diapositivas sin proyector. Imágenes sin un dispositivo posible. Esta falta ya configuraba la imposibilidad de una mirada compartida.

Cada uno observaba individualmente la imagen translúcida en un adminículo plástico que se acercaba a una fuente de luz, como una ventana, y cerrando un ojo y abriendo el otro podía ver la imagen fotográfica, una escena borrosamente congelada, muy difícil de enfocar. Todos peleando por poseer un dispositivo ineficaz. Obstáculos que se van sumando a las operatorias propias del error fotográfico. En definitiva, no veíamos nada. Imágenes fantasmas.

Quizás en este conjunto de obras la fotografía funciona solo como pretexto, una intromisión, una apropiación, una acción típica de una mala educación. Pero lo que vemos… ¿Son fotos tejidas? Fotografiar es una operación de segundos, un acto, un disparo, una aprensión, una captura. Casi no hay tiempo para pensar porque la escena se desvanece. Un instante que petrifica una imagen persistente.

Tejer tiene otra lógica. Tejer implica otra temporalidad. Una lentitud oscilante, un mantra dactilar y una constelación de pensamientos que van acompañando cada mínimo movimiento, cada cuenta acrílica, cada módulo, cada nudo. La calma de un tiempo que transcurre aletargado. Pero entonces… ¿Son o no son fotos tejidas?

La traducción de un sistema fotográfico, como ser una diapositiva, a un sistema textil implica atravesar al menos cuatro acciones. Primero, seleccionar las imágenes (en realidad son ellas las que nos eligen a nosotros). Luego, fotografiar esa transparencia, capturar y codificar la información de esa mínima imagen de 24 x 36 mm, cristalizada y contenida en un marco de plástico de 50 x 50 mm.

Pasamos del objeto analógico y concreto a un archivo digital, manipulado con programas como Photoshop o con aplicaciones como PhotoRoom y Snapseed, para luego poder imprimirlo. De la imagen-luz del monitor al perfume de la tinta sobre papel. Más imágenes fantasmas.

Esta penúltima instancia será el código de mapeado para traducir punto por punto, píxel por píxel, al último de los sistemas: el tejido con cuentas facetadas hilvanadas con tanza. En definitiva, sí, ¡son fotos tejidas! Pero entonces… ¿el material es de plástico? ¡Yo veo cristales!

De esta manera las imágenes entran en relación, se conectan, se significan entre sí, se imprimen y se sobreimprimen, se tejen y se sobretejen, se desmontan en capas, remiten a un hojaldre de información, un milhojas de posibles espectros dislocados. Pasan de sistemas en sistemas, de código en código. ¿Qué hacemos haciendo lo que hacemos? Y… eso nunca se sabe…

Quizás nos transformamos en un médium que conecta el pasado con el presente, lo analógico con lo digital, lo digital con lo textil. Un médium intentando capturar el sudor imperceptible de los espíritus que respiran nuestra nuca. Un traductor, un copiador. Un farsante.

Y se acumulan errores y horrores en los mecanismos fotográficos y de impresión, en las tecnologías obsoletas. Monitores mal calibrados e impresoras que nunca obedecen. Capa por capa, piel por piel. Errores en la toma o el encuadre, en el velado o en el revelado, errores causados por el paso del tiempo y las alteraciones químicas de un ambiente tan húmedo que permite alojar sistemas vivos, microorganismos que deterioran, envejecen, incomodan y modifican las filminas, alterando su epidermis fotosensible, desaturando todo o virando cromáticamente las imágenes al cian, al magenta, al amarillo.

Y zonas de indefinición, de indefensión, de indeterminación. Mancha, agujero, fuera de foco, mucha o poca luz. Más fantasmas solapados.

Las fotos de familia siempre remiten a los temas clásicos; al igual que en la pintura, los argumentos se repiten estúpidamente: retratos, paisajes, objetos, escenas. Incluso me gusta pensar la fotografía como una pintura caprichosa, ingobernable. En estas obras los bordes tejidos remiten a la tensión de la tela sobre un bastidor. Y sí… podrían ser pinturas tejidas. Pinturas impresionistas de un puntillismo matemático, riguroso, neurótico.

Si nos acercamos, una abstracción caótica, una geometría dudosa. De lejos, retratos intimistas como el de una madre contemplando la única “obra de arte” que había en mi casa, una pintura al óleo suspendida sobre un revestimiento de machimbre, madera que seguramente ocultaba una humedad imposible. O un retrato mío, un rostro enojado e incómodo con la situación: una naranja sobre la mesa de nerolite, un elefante de juguete y de fondo nuevamente el único cuadro repetido.

Un óleo que en las fotos casi nunca se ve completo: siempre recortado, difuso, pero siempre presente, como testigo silencioso. La única pieza supuestamente de valor en un contexto pobre de imágenes. Un temible paisaje: una marina, un faro guiando, grandes olas golpeando un acantilado y una luna eclipsada por una tormenta amenazante.

Otra imagen: yo disfrazado de payaso para los carnavales arequitenses mientras mis hermanos sacian el sopor del verano pueblerino dentro de una mínima bañera amarilla. Los pequeños viajes. Ese suspiro vital.

Un padre y una madre embarazada (de mí) posando delante de una piedra cordobesa que más que piedra parece una bomba atómica explotando; o bien abrazados debajo de una catarata soportando mucha agua desplomada.

O lo que queda de un paisaje, lo que debió permanecer como el recuerdo de unas vacaciones: un lago mirado desde un Falcón, restos de montañas, un puente interrumpido, nieve a lo lejos, un árbol con su sombra y un camino con lluvia que no conduce a nada. Imágenes que solo soportan ser miradas desde la distancia, como ojo en la presbicia.

Un “ojo genético”, que por historia o por histeria continúa una línea fiel de generación en generación que va signando un doble destino incongruente: por un lado, la dificultad en el ver —miopías, astigmatismos, glaucomas, cataratas— y por otro, la dedicación al arte, la fotografía, los textiles, las artesanías, las imágenes visuales. “Los Vitalis no ven nada”, ni de cerca ni de lejos. Y sí… muchas veces vemos poco… muchas veces vemos nada…

Ver puede ser también un acto de elección y selección. Y a veces un acto de fe. Cada vez que voy al oftalmólogo le comento que se me aparecen manchas que se mueven, puntos ciegos en el campo visual que aparecen y desaparecen, que se interponen entre lo que pretendo mirar. Su respuesta siempre es la misma: es muy común… casi todos vemos fantasmas.

Román Vitali

1 nov 2022

Fantasmas

Pensar los sistemas, jugar con ellos, desmembrarlos, deconstruirlos, aturdirlos, neurotizarlos. Este conjunto de trabajos (menos uno, el óleo) comienza a desplegarse pensado desde el discurso y la lógica de la fotografía; de hecho, prácticamente todas las decisiones parten de una caja con diapositivas y un álbum con fotos familiares que contiene registros entre 1967 y 1986.

Un pequeño archivo limitado, no secuenciado y desorientado, que narra la dinámica típica de una familia de clase media argentina en el contexto de los años 70-80. Registros que comienzan a ser posibles gracias a la accesibilidad y democratización de las cámaras de fotos.

Toda casa materna está configurada por una iconografía estética, un mobiliario epocal, una selección de objetos inútiles, de estampados ornamentales, de revestimientos mentirosos y, también, suele haber una caja con fotos. Una caja donde, a la manera de un ritual warburgiano, se captura, selecciona, recorta y pegotea una selección de imágenes que van configurando el tejido fallido de una novela familiar, puntuando escenas simples, estúpidas, sin sentido. Una caja cifrada, encriptada, una caja negra de información. Imágenes fantasmas.

De cierta manera, una cotidianidad aburrida y sin sentido es registrada por cámaras domésticas no tan lúcidas, no tan precisas, no tan eficaces, y potenciadas por un ojo no tan nítido. Este ojo edita, cataloga, censura y devela una selección de imágenes que en un futuro posibilitará la reconstrucción de una narrativa familiar. Este conjunto de fotos íntimas y privadas, ¿qué interés público podría tener? ¡Creo que ninguno! Pero, de alguna manera, configura una interpretación metonímica de la historia en su concepto más amplio o general. Nosotros y los otros. Mis fantasmas hablan con los tuyos.

Para quienes teníamos diapositivas, el dispositivo que permitía la posibilidad de contemplarlas sobre la pared o pantalla (en el mejor de los casos) era el proyector, con el envidiable carrusel de “Kodak”, sistema que permitía ver y volver a ver rítmicamente una y otra vez la misma película ciega. Nosotros teníamos diapositivas sin proyector. Imágenes sin un dispositivo posible. Esta falta ya configuraba la imposibilidad de una mirada compartida.

Cada uno observaba individualmente la imagen translúcida en un adminículo plástico que se acercaba a una fuente de luz, como una ventana, y cerrando un ojo y abriendo el otro podía ver la imagen fotográfica, una escena borrosamente congelada, muy difícil de enfocar. Todos peleando por poseer un dispositivo ineficaz. Obstáculos que se van sumando a las operatorias propias del error fotográfico. En definitiva, no veíamos nada. Imágenes fantasmas.

Quizás en este conjunto de obras la fotografía funciona solo como pretexto, una intromisión, una apropiación, una acción típica de una mala educación. Pero lo que vemos… ¿Son fotos tejidas? Fotografiar es una operación de segundos, un acto, un disparo, una aprensión, una captura. Casi no hay tiempo para pensar porque la escena se desvanece. Un instante que petrifica una imagen persistente.

Tejer tiene otra lógica. Tejer implica otra temporalidad. Una lentitud oscilante, un mantra dactilar y una constelación de pensamientos que van acompañando cada mínimo movimiento, cada cuenta acrílica, cada módulo, cada nudo. La calma de un tiempo que transcurre aletargado. Pero entonces… ¿Son o no son fotos tejidas?

La traducción de un sistema fotográfico, como ser una diapositiva, a un sistema textil implica atravesar al menos cuatro acciones. Primero, seleccionar las imágenes (en realidad son ellas las que nos eligen a nosotros). Luego, fotografiar esa transparencia, capturar y codificar la información de esa mínima imagen de 24 x 36 mm, cristalizada y contenida en un marco de plástico de 50 x 50 mm.

Pasamos del objeto analógico y concreto a un archivo digital, manipulado con programas como Photoshop o con aplicaciones como PhotoRoom y Snapseed, para luego poder imprimirlo. De la imagen-luz del monitor al perfume de la tinta sobre papel. Más imágenes fantasmas.

Esta penúltima instancia será el código de mapeado para traducir punto por punto, píxel por píxel, al último de los sistemas: el tejido con cuentas facetadas hilvanadas con tanza. En definitiva, sí, ¡son fotos tejidas! Pero entonces… ¿el material es de plástico? ¡Yo veo cristales!

De esta manera las imágenes entran en relación, se conectan, se significan entre sí, se imprimen y se sobreimprimen, se tejen y se sobretejen, se desmontan en capas, remiten a un hojaldre de información, un milhojas de posibles espectros dislocados. Pasan de sistemas en sistemas, de código en código. ¿Qué hacemos haciendo lo que hacemos? Y… eso nunca se sabe…

Quizás nos transformamos en un médium que conecta el pasado con el presente, lo analógico con lo digital, lo digital con lo textil. Un médium intentando capturar el sudor imperceptible de los espíritus que respiran nuestra nuca. Un traductor, un copiador. Un farsante.

Y se acumulan errores y horrores en los mecanismos fotográficos y de impresión, en las tecnologías obsoletas. Monitores mal calibrados e impresoras que nunca obedecen. Capa por capa, piel por piel. Errores en la toma o el encuadre, en el velado o en el revelado, errores causados por el paso del tiempo y las alteraciones químicas de un ambiente tan húmedo que permite alojar sistemas vivos, microorganismos que deterioran, envejecen, incomodan y modifican las filminas, alterando su epidermis fotosensible, desaturando todo o virando cromáticamente las imágenes al cian, al magenta, al amarillo.

Y zonas de indefinición, de indefensión, de indeterminación. Mancha, agujero, fuera de foco, mucha o poca luz. Más fantasmas solapados.

Las fotos de familia siempre remiten a los temas clásicos; al igual que en la pintura, los argumentos se repiten estúpidamente: retratos, paisajes, objetos, escenas. Incluso me gusta pensar la fotografía como una pintura caprichosa, ingobernable. En estas obras los bordes tejidos remiten a la tensión de la tela sobre un bastidor. Y sí… podrían ser pinturas tejidas. Pinturas impresionistas de un puntillismo matemático, riguroso, neurótico.

Si nos acercamos, una abstracción caótica, una geometría dudosa. De lejos, retratos intimistas como el de una madre contemplando la única “obra de arte” que había en mi casa, una pintura al óleo suspendida sobre un revestimiento de machimbre, madera que seguramente ocultaba una humedad imposible. O un retrato mío, un rostro enojado e incómodo con la situación: una naranja sobre la mesa de nerolite, un elefante de juguete y de fondo nuevamente el único cuadro repetido.

Un óleo que en las fotos casi nunca se ve completo: siempre recortado, difuso, pero siempre presente, como testigo silencioso. La única pieza supuestamente de valor en un contexto pobre de imágenes. Un temible paisaje: una marina, un faro guiando, grandes olas golpeando un acantilado y una luna eclipsada por una tormenta amenazante.

Otra imagen: yo disfrazado de payaso para los carnavales arequitenses mientras mis hermanos sacian el sopor del verano pueblerino dentro de una mínima bañera amarilla. Los pequeños viajes. Ese suspiro vital.

Un padre y una madre embarazada (de mí) posando delante de una piedra cordobesa que más que piedra parece una bomba atómica explotando; o bien abrazados debajo de una catarata soportando mucha agua desplomada.

O lo que queda de un paisaje, lo que debió permanecer como el recuerdo de unas vacaciones: un lago mirado desde un Falcón, restos de montañas, un puente interrumpido, nieve a lo lejos, un árbol con su sombra y un camino con lluvia que no conduce a nada. Imágenes que solo soportan ser miradas desde la distancia, como ojo en la presbicia.

Un “ojo genético”, que por historia o por histeria continúa una línea fiel de generación en generación que va signando un doble destino incongruente: por un lado, la dificultad en el ver —miopías, astigmatismos, glaucomas, cataratas— y por otro, la dedicación al arte, la fotografía, los textiles, las artesanías, las imágenes visuales. “Los Vitalis no ven nada”, ni de cerca ni de lejos. Y sí… muchas veces vemos poco… muchas veces vemos nada…

Ver puede ser también un acto de elección y selección. Y a veces un acto de fe. Cada vez que voy al oftalmólogo le comento que se me aparecen manchas que se mueven, puntos ciegos en el campo visual que aparecen y desaparecen, que se interponen entre lo que pretendo mirar. Su respuesta siempre es la misma: es muy común… casi todos vemos fantasmas.

Román Vitali

1 nov 2022

Fantasmas

Pensar los sistemas, jugar con ellos, desmembrarlos, deconstruirlos, aturdirlos, neurotizarlos. Este conjunto de trabajos (menos uno, el óleo) comienza a desplegarse pensado desde el discurso y la lógica de la fotografía; de hecho, prácticamente todas las decisiones parten de una caja con diapositivas y un álbum con fotos familiares que contiene registros entre 1967 y 1986.

Un pequeño archivo limitado, no secuenciado y desorientado, que narra la dinámica típica de una familia de clase media argentina en el contexto de los años 70-80. Registros que comienzan a ser posibles gracias a la accesibilidad y democratización de las cámaras de fotos.

Toda casa materna está configurada por una iconografía estética, un mobiliario epocal, una selección de objetos inútiles, de estampados ornamentales, de revestimientos mentirosos y, también, suele haber una caja con fotos. Una caja donde, a la manera de un ritual warburgiano, se captura, selecciona, recorta y pegotea una selección de imágenes que van configurando el tejido fallido de una novela familiar, puntuando escenas simples, estúpidas, sin sentido. Una caja cifrada, encriptada, una caja negra de información. Imágenes fantasmas.

De cierta manera, una cotidianidad aburrida y sin sentido es registrada por cámaras domésticas no tan lúcidas, no tan precisas, no tan eficaces, y potenciadas por un ojo no tan nítido. Este ojo edita, cataloga, censura y devela una selección de imágenes que en un futuro posibilitará la reconstrucción de una narrativa familiar. Este conjunto de fotos íntimas y privadas, ¿qué interés público podría tener? ¡Creo que ninguno! Pero, de alguna manera, configura una interpretación metonímica de la historia en su concepto más amplio o general. Nosotros y los otros. Mis fantasmas hablan con los tuyos.

Para quienes teníamos diapositivas, el dispositivo que permitía la posibilidad de contemplarlas sobre la pared o pantalla (en el mejor de los casos) era el proyector, con el envidiable carrusel de “Kodak”, sistema que permitía ver y volver a ver rítmicamente una y otra vez la misma película ciega. Nosotros teníamos diapositivas sin proyector. Imágenes sin un dispositivo posible. Esta falta ya configuraba la imposibilidad de una mirada compartida.

Cada uno observaba individualmente la imagen translúcida en un adminículo plástico que se acercaba a una fuente de luz, como una ventana, y cerrando un ojo y abriendo el otro podía ver la imagen fotográfica, una escena borrosamente congelada, muy difícil de enfocar. Todos peleando por poseer un dispositivo ineficaz. Obstáculos que se van sumando a las operatorias propias del error fotográfico. En definitiva, no veíamos nada. Imágenes fantasmas.

Quizás en este conjunto de obras la fotografía funciona solo como pretexto, una intromisión, una apropiación, una acción típica de una mala educación. Pero lo que vemos… ¿Son fotos tejidas? Fotografiar es una operación de segundos, un acto, un disparo, una aprensión, una captura. Casi no hay tiempo para pensar porque la escena se desvanece. Un instante que petrifica una imagen persistente.

Tejer tiene otra lógica. Tejer implica otra temporalidad. Una lentitud oscilante, un mantra dactilar y una constelación de pensamientos que van acompañando cada mínimo movimiento, cada cuenta acrílica, cada módulo, cada nudo. La calma de un tiempo que transcurre aletargado. Pero entonces… ¿Son o no son fotos tejidas?

La traducción de un sistema fotográfico, como ser una diapositiva, a un sistema textil implica atravesar al menos cuatro acciones. Primero, seleccionar las imágenes (en realidad son ellas las que nos eligen a nosotros). Luego, fotografiar esa transparencia, capturar y codificar la información de esa mínima imagen de 24 x 36 mm, cristalizada y contenida en un marco de plástico de 50 x 50 mm.

Pasamos del objeto analógico y concreto a un archivo digital, manipulado con programas como Photoshop o con aplicaciones como PhotoRoom y Snapseed, para luego poder imprimirlo. De la imagen-luz del monitor al perfume de la tinta sobre papel. Más imágenes fantasmas.

Esta penúltima instancia será el código de mapeado para traducir punto por punto, píxel por píxel, al último de los sistemas: el tejido con cuentas facetadas hilvanadas con tanza. En definitiva, sí, ¡son fotos tejidas! Pero entonces… ¿el material es de plástico? ¡Yo veo cristales!

De esta manera las imágenes entran en relación, se conectan, se significan entre sí, se imprimen y se sobreimprimen, se tejen y se sobretejen, se desmontan en capas, remiten a un hojaldre de información, un milhojas de posibles espectros dislocados. Pasan de sistemas en sistemas, de código en código. ¿Qué hacemos haciendo lo que hacemos? Y… eso nunca se sabe…

Quizás nos transformamos en un médium que conecta el pasado con el presente, lo analógico con lo digital, lo digital con lo textil. Un médium intentando capturar el sudor imperceptible de los espíritus que respiran nuestra nuca. Un traductor, un copiador. Un farsante.

Y se acumulan errores y horrores en los mecanismos fotográficos y de impresión, en las tecnologías obsoletas. Monitores mal calibrados e impresoras que nunca obedecen. Capa por capa, piel por piel. Errores en la toma o el encuadre, en el velado o en el revelado, errores causados por el paso del tiempo y las alteraciones químicas de un ambiente tan húmedo que permite alojar sistemas vivos, microorganismos que deterioran, envejecen, incomodan y modifican las filminas, alterando su epidermis fotosensible, desaturando todo o virando cromáticamente las imágenes al cian, al magenta, al amarillo.

Y zonas de indefinición, de indefensión, de indeterminación. Mancha, agujero, fuera de foco, mucha o poca luz. Más fantasmas solapados.

Las fotos de familia siempre remiten a los temas clásicos; al igual que en la pintura, los argumentos se repiten estúpidamente: retratos, paisajes, objetos, escenas. Incluso me gusta pensar la fotografía como una pintura caprichosa, ingobernable. En estas obras los bordes tejidos remiten a la tensión de la tela sobre un bastidor. Y sí… podrían ser pinturas tejidas. Pinturas impresionistas de un puntillismo matemático, riguroso, neurótico.

Si nos acercamos, una abstracción caótica, una geometría dudosa. De lejos, retratos intimistas como el de una madre contemplando la única “obra de arte” que había en mi casa, una pintura al óleo suspendida sobre un revestimiento de machimbre, madera que seguramente ocultaba una humedad imposible. O un retrato mío, un rostro enojado e incómodo con la situación: una naranja sobre la mesa de nerolite, un elefante de juguete y de fondo nuevamente el único cuadro repetido.

Un óleo que en las fotos casi nunca se ve completo: siempre recortado, difuso, pero siempre presente, como testigo silencioso. La única pieza supuestamente de valor en un contexto pobre de imágenes. Un temible paisaje: una marina, un faro guiando, grandes olas golpeando un acantilado y una luna eclipsada por una tormenta amenazante.

Otra imagen: yo disfrazado de payaso para los carnavales arequitenses mientras mis hermanos sacian el sopor del verano pueblerino dentro de una mínima bañera amarilla. Los pequeños viajes. Ese suspiro vital.

Un padre y una madre embarazada (de mí) posando delante de una piedra cordobesa que más que piedra parece una bomba atómica explotando; o bien abrazados debajo de una catarata soportando mucha agua desplomada.

O lo que queda de un paisaje, lo que debió permanecer como el recuerdo de unas vacaciones: un lago mirado desde un Falcón, restos de montañas, un puente interrumpido, nieve a lo lejos, un árbol con su sombra y un camino con lluvia que no conduce a nada. Imágenes que solo soportan ser miradas desde la distancia, como ojo en la presbicia.

Un “ojo genético”, que por historia o por histeria continúa una línea fiel de generación en generación que va signando un doble destino incongruente: por un lado, la dificultad en el ver —miopías, astigmatismos, glaucomas, cataratas— y por otro, la dedicación al arte, la fotografía, los textiles, las artesanías, las imágenes visuales. “Los Vitalis no ven nada”, ni de cerca ni de lejos. Y sí… muchas veces vemos poco… muchas veces vemos nada…

Ver puede ser también un acto de elección y selección. Y a veces un acto de fe. Cada vez que voy al oftalmólogo le comento que se me aparecen manchas que se mueven, puntos ciegos en el campo visual que aparecen y desaparecen, que se interponen entre lo que pretendo mirar. Su respuesta siempre es la misma: es muy común… casi todos vemos fantasmas.

Román Vitali

4 oct 2022

Tesoro

Interior / Día.
Se abre una puerta, la calle queda del otro lado. Se adivinan cerrojos y puertas y entramos a una casa, el espacio más personal que nos es ajeno. Así, podemos verlo, descubrirlo... ¿qué nos dicen de nuestra vida las casas de los demás? La ficción de habitar otras vidas, de despertar con otra ventana, otra luz, seguir siendo una pero con el traje de otro. ¿Cómo habitamos, cómo cohabitamos?

Que alguien nos confíe su casa, sus llaves, nos comparta su espacio íntimo y sus tesoros, los tiempos y hábitos aprendidos de sus gatos y perros, los ritmos lentos de un cactus, la sed de un helecho, la respiración de una masa madre, el reposo de los vinos, una bicicleta suspendida en el aire. Ritos cotidianos, de cuidado, disciplina. Formas domésticas y aprendidas del amor y la presencia, la constancia, el estar.

Laura entra a esos espacios atenta, toma nota con su cámara-teléfono, pero no hurga. No es una mirada voyeurista buscando secretos en cajones ni trapos sucios. Es una mirada afectiva, que reconoce el valor de todo lo que vive y late en una casa y la confianza de quien le da la llave.

Exterior / Patio.
Muchos días, un año entero de días. El espacio entre dos paredes del patio que se reproduce a diario, a través de cuatro estaciones, y se vuelve infinito. Un pájaro que vuelve y convoca. ¿El mismo? ¿Es otro? Insiste y se presenta. La ciudad está cerrada, el silencio permite oír, escuchar por primera vez con la misma intensidad que se oye en la isla.

El pájaro, un zorzal, está desubicado con ese cambio de ritmos, con ese silencio: canta a cualquier hora. A las 3, a las 5 de la mañana. La llama, la invita, la reclama. Establecen reglas de convivencia. Ella lo escucha. Lo reconoce. Lo recibe con una hospitalidad más natural que humana. La hospitalidad de los seres vivos, atentos entre sí.

En el invierno entra más luz, la silueta del pájaro se recorta contra el cielo. En el verano, el patio se vuelve un bosque encendido de vida y sonidos, rincones húmedos llenos de vida microscópica; es difícil reconocer al pájaro entre las hojas. ¿Es el mismo? ¿Son dos? ¿Son más?

La empatía —ponerse en el lugar del otro— es un cambio de posición con respecto al voyeurismo. El voyeur es un mirar desde afuera, sin siquiera hacerse cargo de ser visto: espiar. La empatía implica poner el cuerpo en el lugar del otro, hacerse cargo y a veces dejarse ver. Los actores saben de esto, trabajan con esto. Los directores y fotógrafos a veces se quedan afuera, del otro lado.

La cámara-teléfono en mano de Laura, “respirada”, se aleja de la posición fija y se implica en la observación de los pájaros, del fresno y los papiros, de las casas de sus amigos. Respira / late con ellos.

Living comedor.
Un perro en un plato fileteado en oro nos mira directo: humor, inteligencia, pregunta en su mirada. Poner en valor esos perros que son familia, en el living comedor, en el centro del espacio familiar. No son aquellas imágenes de perritos británicos de caza. Estos son los perros de la plaza, los de la casa. No son de raza, son perros mestizos, retratados con amor y cuidados.

“Retratar un perro es retratar un paisaje”, me dice Laura, que entabla una relación afectiva con cada uno de ellos y sus familias humanas. Un amor tan simple que escapa al lenguaje, que no se puede decir.

Ahora, imaginar un bosque en el que estas porcelanas conviven con troncos y ramas, con sus grietas y sus poros. Cuencos blancos, donde circula el aire, donde pájaros (¿u otros pequeños seres vivos?) pueden protegerse del viento y la lluvia, y acumular un poco de agua para tomar, para bañarse. Son espacios a los que se puede entrar y salir fácilmente, pero que también invitan a quedarse. Una comodidad abierta, que invita pero no asfixia ni regimenta.

Otra vez: Laura experimenta con una hospitalidad trans-especie. Interdependencia más que independencia. Crear hábitats y hábitos compartidos. Doméstico infinito. Escenarios afectivos. Espacios y tiempos de encuentro.

Breve recorrido por la isla de tesoros de Glusman
Julia Solomonoff, Septiembre 2022

Laura Glusman

4 oct 2022

Tesoro

Interior / Día.
Se abre una puerta, la calle queda del otro lado. Se adivinan cerrojos y puertas y entramos a una casa, el espacio más personal que nos es ajeno. Así, podemos verlo, descubrirlo... ¿qué nos dicen de nuestra vida las casas de los demás? La ficción de habitar otras vidas, de despertar con otra ventana, otra luz, seguir siendo una pero con el traje de otro. ¿Cómo habitamos, cómo cohabitamos?

Que alguien nos confíe su casa, sus llaves, nos comparta su espacio íntimo y sus tesoros, los tiempos y hábitos aprendidos de sus gatos y perros, los ritmos lentos de un cactus, la sed de un helecho, la respiración de una masa madre, el reposo de los vinos, una bicicleta suspendida en el aire. Ritos cotidianos, de cuidado, disciplina. Formas domésticas y aprendidas del amor y la presencia, la constancia, el estar.

Laura entra a esos espacios atenta, toma nota con su cámara-teléfono, pero no hurga. No es una mirada voyeurista buscando secretos en cajones ni trapos sucios. Es una mirada afectiva, que reconoce el valor de todo lo que vive y late en una casa y la confianza de quien le da la llave.

Exterior / Patio.
Muchos días, un año entero de días. El espacio entre dos paredes del patio que se reproduce a diario, a través de cuatro estaciones, y se vuelve infinito. Un pájaro que vuelve y convoca. ¿El mismo? ¿Es otro? Insiste y se presenta. La ciudad está cerrada, el silencio permite oír, escuchar por primera vez con la misma intensidad que se oye en la isla.

El pájaro, un zorzal, está desubicado con ese cambio de ritmos, con ese silencio: canta a cualquier hora. A las 3, a las 5 de la mañana. La llama, la invita, la reclama. Establecen reglas de convivencia. Ella lo escucha. Lo reconoce. Lo recibe con una hospitalidad más natural que humana. La hospitalidad de los seres vivos, atentos entre sí.

En el invierno entra más luz, la silueta del pájaro se recorta contra el cielo. En el verano, el patio se vuelve un bosque encendido de vida y sonidos, rincones húmedos llenos de vida microscópica; es difícil reconocer al pájaro entre las hojas. ¿Es el mismo? ¿Son dos? ¿Son más?

La empatía —ponerse en el lugar del otro— es un cambio de posición con respecto al voyeurismo. El voyeur es un mirar desde afuera, sin siquiera hacerse cargo de ser visto: espiar. La empatía implica poner el cuerpo en el lugar del otro, hacerse cargo y a veces dejarse ver. Los actores saben de esto, trabajan con esto. Los directores y fotógrafos a veces se quedan afuera, del otro lado.

La cámara-teléfono en mano de Laura, “respirada”, se aleja de la posición fija y se implica en la observación de los pájaros, del fresno y los papiros, de las casas de sus amigos. Respira / late con ellos.

Living comedor.
Un perro en un plato fileteado en oro nos mira directo: humor, inteligencia, pregunta en su mirada. Poner en valor esos perros que son familia, en el living comedor, en el centro del espacio familiar. No son aquellas imágenes de perritos británicos de caza. Estos son los perros de la plaza, los de la casa. No son de raza, son perros mestizos, retratados con amor y cuidados.

“Retratar un perro es retratar un paisaje”, me dice Laura, que entabla una relación afectiva con cada uno de ellos y sus familias humanas. Un amor tan simple que escapa al lenguaje, que no se puede decir.

Ahora, imaginar un bosque en el que estas porcelanas conviven con troncos y ramas, con sus grietas y sus poros. Cuencos blancos, donde circula el aire, donde pájaros (¿u otros pequeños seres vivos?) pueden protegerse del viento y la lluvia, y acumular un poco de agua para tomar, para bañarse. Son espacios a los que se puede entrar y salir fácilmente, pero que también invitan a quedarse. Una comodidad abierta, que invita pero no asfixia ni regimenta.

Otra vez: Laura experimenta con una hospitalidad trans-especie. Interdependencia más que independencia. Crear hábitats y hábitos compartidos. Doméstico infinito. Escenarios afectivos. Espacios y tiempos de encuentro.

Breve recorrido por la isla de tesoros de Glusman
Julia Solomonoff, Septiembre 2022

Laura Glusman

4 oct 2022

Tesoro

Interior / Día.
Se abre una puerta, la calle queda del otro lado. Se adivinan cerrojos y puertas y entramos a una casa, el espacio más personal que nos es ajeno. Así, podemos verlo, descubrirlo... ¿qué nos dicen de nuestra vida las casas de los demás? La ficción de habitar otras vidas, de despertar con otra ventana, otra luz, seguir siendo una pero con el traje de otro. ¿Cómo habitamos, cómo cohabitamos?

Que alguien nos confíe su casa, sus llaves, nos comparta su espacio íntimo y sus tesoros, los tiempos y hábitos aprendidos de sus gatos y perros, los ritmos lentos de un cactus, la sed de un helecho, la respiración de una masa madre, el reposo de los vinos, una bicicleta suspendida en el aire. Ritos cotidianos, de cuidado, disciplina. Formas domésticas y aprendidas del amor y la presencia, la constancia, el estar.

Laura entra a esos espacios atenta, toma nota con su cámara-teléfono, pero no hurga. No es una mirada voyeurista buscando secretos en cajones ni trapos sucios. Es una mirada afectiva, que reconoce el valor de todo lo que vive y late en una casa y la confianza de quien le da la llave.

Exterior / Patio.
Muchos días, un año entero de días. El espacio entre dos paredes del patio que se reproduce a diario, a través de cuatro estaciones, y se vuelve infinito. Un pájaro que vuelve y convoca. ¿El mismo? ¿Es otro? Insiste y se presenta. La ciudad está cerrada, el silencio permite oír, escuchar por primera vez con la misma intensidad que se oye en la isla.

El pájaro, un zorzal, está desubicado con ese cambio de ritmos, con ese silencio: canta a cualquier hora. A las 3, a las 5 de la mañana. La llama, la invita, la reclama. Establecen reglas de convivencia. Ella lo escucha. Lo reconoce. Lo recibe con una hospitalidad más natural que humana. La hospitalidad de los seres vivos, atentos entre sí.

En el invierno entra más luz, la silueta del pájaro se recorta contra el cielo. En el verano, el patio se vuelve un bosque encendido de vida y sonidos, rincones húmedos llenos de vida microscópica; es difícil reconocer al pájaro entre las hojas. ¿Es el mismo? ¿Son dos? ¿Son más?

La empatía —ponerse en el lugar del otro— es un cambio de posición con respecto al voyeurismo. El voyeur es un mirar desde afuera, sin siquiera hacerse cargo de ser visto: espiar. La empatía implica poner el cuerpo en el lugar del otro, hacerse cargo y a veces dejarse ver. Los actores saben de esto, trabajan con esto. Los directores y fotógrafos a veces se quedan afuera, del otro lado.

La cámara-teléfono en mano de Laura, “respirada”, se aleja de la posición fija y se implica en la observación de los pájaros, del fresno y los papiros, de las casas de sus amigos. Respira / late con ellos.

Living comedor.
Un perro en un plato fileteado en oro nos mira directo: humor, inteligencia, pregunta en su mirada. Poner en valor esos perros que son familia, en el living comedor, en el centro del espacio familiar. No son aquellas imágenes de perritos británicos de caza. Estos son los perros de la plaza, los de la casa. No son de raza, son perros mestizos, retratados con amor y cuidados.

“Retratar un perro es retratar un paisaje”, me dice Laura, que entabla una relación afectiva con cada uno de ellos y sus familias humanas. Un amor tan simple que escapa al lenguaje, que no se puede decir.

Ahora, imaginar un bosque en el que estas porcelanas conviven con troncos y ramas, con sus grietas y sus poros. Cuencos blancos, donde circula el aire, donde pájaros (¿u otros pequeños seres vivos?) pueden protegerse del viento y la lluvia, y acumular un poco de agua para tomar, para bañarse. Son espacios a los que se puede entrar y salir fácilmente, pero que también invitan a quedarse. Una comodidad abierta, que invita pero no asfixia ni regimenta.

Otra vez: Laura experimenta con una hospitalidad trans-especie. Interdependencia más que independencia. Crear hábitats y hábitos compartidos. Doméstico infinito. Escenarios afectivos. Espacios y tiempos de encuentro.

Breve recorrido por la isla de tesoros de Glusman
Julia Solomonoff, Septiembre 2022

Laura Glusman

4 jul 2022

Isla Irupé - Fabiana Imola

Un espejo con lunares verdes
Del 1 de julio al 20 de agosto 2022

Giro las páginas del libro editado con motivo de Enramada, la exposición antológica de Fabiana Imola presentada en 2016, y al finalizar el repertorio de obras mi atención se detiene sobre dos fotos reveladoras. En una, gravita la sombra de Fabiana mientras fotografía un plano de agua donde flotan unos círculos verdes, y en otra, se destaca el resultado de esa toma: un plano de mayor extensión con un conjunto, también mayor, de círculos.

Se trata de una gran familia de irupés que a primera vista evocan algo abstracto pero en una segunda instancia se manifiestan orgánicos y algo inquietantes y, para decirlo con una expresión común cuando algo nos asombra, surrealistas; una categoría estética todavía disponible y efectiva a la hora de mencionar algo insólito o inefable.

Cuando las aguas bajan turbias y las plantas acuáticas de las lagunas de la isla comienzan a secarse y replegarse sobre sí mismas, de una manera casi monstruosa, son surrealistas; porque sin dudas a partir de esos artistas la actividad tan común de observar ramas, guijarros y caracoles se tornó capital para pensar nuevas y fantásticas configuraciones del mundo y del arte.

En realidad, los tiempos problemáticos nos predisponen más para el surrealismo que para la abstracción, pero Fabiana inventa una forma de conjurarlos. Cuando produjo Enramada pensó una de las obras principales como un “bosque de carbón y plata” que, avanzado el montaje, también concibió como “un bosque arrasado por un bombardeo”.

Entonces traje a la memoria la iconografía de la ruina, que es una forma de la iconografía de la guerra y a su vez de la iconografía de la muerte: los muros destruidos pero también las ramas retorcidas, las raíces arrancadas y los muñones de árboles; inmediatamente pensé en los temibles escenarios de Raquel Forner, a quien Margherita Sarfatti imaginaba deambulando por el bosque de Pier della Vigna donde cada árbol es un alma doliente.

Es el bosque evocado en el Canto XIII del infierno donde Dante ubica a los suicidas, “los violentos contra sí mismos”; una imagen y una expresión de la Divina Comedia, tantas veces recordadas, que ahora veo como un espejo de la sociedad que se agrede a sí misma mientras destruye lo que la rodea, cuando toca lo intocable.

De todos modos –como señalé– Fabiana encuentra su forma de conjuro: en 2018, durante una residencia en San Carlos, pergeñó y asistió a la conversión de globos de materia incandescente en objetos fascinantes. Como en esa película de Herzog donde los fabricantes de vidrio color rubí hacen malabares con sus herramientas mientras deambulan como sonámbulos vaticinando un futuro apocalíptico, los artesanos santafesinos convierten esferas ígneas en deslumbrantes corolas verdes y transparentes, evocadoras de vida y esperanza.

Son los irupés de cristal que al ser atravesados por la luz generan reverberaciones en el ambiente como si fueran las ondas del agua. Así crea un entorno exquisitamente bello que es una forma –ética y estética– de reconciliarse con el mundo; un remanso donde el agua limpia y los lunares verdes con sus flores abiertas, son un espejo para mirarse y reflejarse, lejos ya –aunque sea imaginariamente– del bosque de los suicidas.

Güemes 2255. Rosario. Santa Fe
Guillermo Fantoni
[Rosario, mayo de 2022]

DO Galería

4 jul 2022

Isla Irupé - Fabiana Imola

Un espejo con lunares verdes
Del 1 de julio al 20 de agosto 2022

Giro las páginas del libro editado con motivo de Enramada, la exposición antológica de Fabiana Imola presentada en 2016, y al finalizar el repertorio de obras mi atención se detiene sobre dos fotos reveladoras. En una, gravita la sombra de Fabiana mientras fotografía un plano de agua donde flotan unos círculos verdes, y en otra, se destaca el resultado de esa toma: un plano de mayor extensión con un conjunto, también mayor, de círculos.

Se trata de una gran familia de irupés que a primera vista evocan algo abstracto pero en una segunda instancia se manifiestan orgánicos y algo inquietantes y, para decirlo con una expresión común cuando algo nos asombra, surrealistas; una categoría estética todavía disponible y efectiva a la hora de mencionar algo insólito o inefable.

Cuando las aguas bajan turbias y las plantas acuáticas de las lagunas de la isla comienzan a secarse y replegarse sobre sí mismas, de una manera casi monstruosa, son surrealistas; porque sin dudas a partir de esos artistas la actividad tan común de observar ramas, guijarros y caracoles se tornó capital para pensar nuevas y fantásticas configuraciones del mundo y del arte.

En realidad, los tiempos problemáticos nos predisponen más para el surrealismo que para la abstracción, pero Fabiana inventa una forma de conjurarlos. Cuando produjo Enramada pensó una de las obras principales como un “bosque de carbón y plata” que, avanzado el montaje, también concibió como “un bosque arrasado por un bombardeo”.

Entonces traje a la memoria la iconografía de la ruina, que es una forma de la iconografía de la guerra y a su vez de la iconografía de la muerte: los muros destruidos pero también las ramas retorcidas, las raíces arrancadas y los muñones de árboles; inmediatamente pensé en los temibles escenarios de Raquel Forner, a quien Margherita Sarfatti imaginaba deambulando por el bosque de Pier della Vigna donde cada árbol es un alma doliente.

Es el bosque evocado en el Canto XIII del infierno donde Dante ubica a los suicidas, “los violentos contra sí mismos”; una imagen y una expresión de la Divina Comedia, tantas veces recordadas, que ahora veo como un espejo de la sociedad que se agrede a sí misma mientras destruye lo que la rodea, cuando toca lo intocable.

De todos modos –como señalé– Fabiana encuentra su forma de conjuro: en 2018, durante una residencia en San Carlos, pergeñó y asistió a la conversión de globos de materia incandescente en objetos fascinantes. Como en esa película de Herzog donde los fabricantes de vidrio color rubí hacen malabares con sus herramientas mientras deambulan como sonámbulos vaticinando un futuro apocalíptico, los artesanos santafesinos convierten esferas ígneas en deslumbrantes corolas verdes y transparentes, evocadoras de vida y esperanza.

Son los irupés de cristal que al ser atravesados por la luz generan reverberaciones en el ambiente como si fueran las ondas del agua. Así crea un entorno exquisitamente bello que es una forma –ética y estética– de reconciliarse con el mundo; un remanso donde el agua limpia y los lunares verdes con sus flores abiertas, son un espejo para mirarse y reflejarse, lejos ya –aunque sea imaginariamente– del bosque de los suicidas.

Güemes 2255. Rosario. Santa Fe
Guillermo Fantoni
[Rosario, mayo de 2022]

DO Galería

4 jul 2022

Isla Irupé - Fabiana Imola

Un espejo con lunares verdes
Del 1 de julio al 20 de agosto 2022

Giro las páginas del libro editado con motivo de Enramada, la exposición antológica de Fabiana Imola presentada en 2016, y al finalizar el repertorio de obras mi atención se detiene sobre dos fotos reveladoras. En una, gravita la sombra de Fabiana mientras fotografía un plano de agua donde flotan unos círculos verdes, y en otra, se destaca el resultado de esa toma: un plano de mayor extensión con un conjunto, también mayor, de círculos.

Se trata de una gran familia de irupés que a primera vista evocan algo abstracto pero en una segunda instancia se manifiestan orgánicos y algo inquietantes y, para decirlo con una expresión común cuando algo nos asombra, surrealistas; una categoría estética todavía disponible y efectiva a la hora de mencionar algo insólito o inefable.

Cuando las aguas bajan turbias y las plantas acuáticas de las lagunas de la isla comienzan a secarse y replegarse sobre sí mismas, de una manera casi monstruosa, son surrealistas; porque sin dudas a partir de esos artistas la actividad tan común de observar ramas, guijarros y caracoles se tornó capital para pensar nuevas y fantásticas configuraciones del mundo y del arte.

En realidad, los tiempos problemáticos nos predisponen más para el surrealismo que para la abstracción, pero Fabiana inventa una forma de conjurarlos. Cuando produjo Enramada pensó una de las obras principales como un “bosque de carbón y plata” que, avanzado el montaje, también concibió como “un bosque arrasado por un bombardeo”.

Entonces traje a la memoria la iconografía de la ruina, que es una forma de la iconografía de la guerra y a su vez de la iconografía de la muerte: los muros destruidos pero también las ramas retorcidas, las raíces arrancadas y los muñones de árboles; inmediatamente pensé en los temibles escenarios de Raquel Forner, a quien Margherita Sarfatti imaginaba deambulando por el bosque de Pier della Vigna donde cada árbol es un alma doliente.

Es el bosque evocado en el Canto XIII del infierno donde Dante ubica a los suicidas, “los violentos contra sí mismos”; una imagen y una expresión de la Divina Comedia, tantas veces recordadas, que ahora veo como un espejo de la sociedad que se agrede a sí misma mientras destruye lo que la rodea, cuando toca lo intocable.

De todos modos –como señalé– Fabiana encuentra su forma de conjuro: en 2018, durante una residencia en San Carlos, pergeñó y asistió a la conversión de globos de materia incandescente en objetos fascinantes. Como en esa película de Herzog donde los fabricantes de vidrio color rubí hacen malabares con sus herramientas mientras deambulan como sonámbulos vaticinando un futuro apocalíptico, los artesanos santafesinos convierten esferas ígneas en deslumbrantes corolas verdes y transparentes, evocadoras de vida y esperanza.

Son los irupés de cristal que al ser atravesados por la luz generan reverberaciones en el ambiente como si fueran las ondas del agua. Así crea un entorno exquisitamente bello que es una forma –ética y estética– de reconciliarse con el mundo; un remanso donde el agua limpia y los lunares verdes con sus flores abiertas, son un espejo para mirarse y reflejarse, lejos ya –aunque sea imaginariamente– del bosque de los suicidas.

Güemes 2255. Rosario. Santa Fe
Guillermo Fantoni
[Rosario, mayo de 2022]

DO Galería

7 abr 2022

CASA.ATLAS.BALSA

Una charla con Leandro

Sonia Becce. Cuando empezamos a pensar en una charla compartida, sugeriste que un buen modo de arrancar era hacerlo por el título de la muestra. A veces, la manera de nombrar alumbra la obra en cuestión, da indicios de la evolución del trabajo, devela algo de quien lo hace, mientras otras, desvanece al autor u opaca deliberadamente el sentido. Me gustaría saber si ya hay un título más o menos definitivo y en ese caso, cómo fue el proceso para encontrarlo.

Leandro Comba. Hubo algunos títulos dando vueltas, escritos en un cuaderno a modo de diario de trabajo. Mezclados con dibujos y extractos de textos leídos, aparecían cada tanto nombres posibles para la muestra, que fueron quedando perdidos entre las hojas. Uno duró bastante. Desde el inicio pensé en trabajar como lo haría un cronista, en mi caso, un cronista de lugares habituales, y dar cuenta del ir y venir entre esos espacios. Una crónica de viaje, por Boulevard Oroño, enlazando mi casa, la galería y el museo. Entonces, Crónicas espaciales tuvo su momento. Pero pasó el tiempo, las series iban creciendo y este título quedó desplazado por otro más directo y concreto: CASA. ATLAS. BALSA (Creo que será el título finalmente). Me gustó nombrar las fuentes: (Casa) unos de los espacios elegidos, (Atlas) el título de una de las series, y (Balsa) uno de los materiales con los que trabajo. Podría haber sido otro trío (Quizás: Museo. Multicapas. Fenólico) pero el primero tiene musicalidad, medio trabalenguas, muchas letras “a”. Entonces, CASA. ATLAS. BALSA. -casi como un alias bancario- es hasta el momento el más probable. Me gusta pensar el título de la muestra desde el comienzo del proyecto, que transcurra y se deje afectar por los avatares del proceso...

SB. ¡Me gusta mucho ese título! Creo que habla de la obra, de las series...y de vos. Sintético y claro...pero a la vez enigmático. Tal como decís, podría haber sido un alias bancario. Y esa asociación tan poco frecuente y tan actual, ubica al espectador de una sola vez.

LC. Si, el título enfatiza lo que luego se verá en la exposición. Está compuesto por 3 elementos que pertenecen a diferentes cualidades de cada una de las 3 series, y en el momento en que ves las obras empezás a descifrarlo...

SB. Las 3 series en las que trabajaste, escalan en complejidad progresiva, así la 2 es más laboriosa que la 1 y la 3, más que la 2 y la 1. Hay una acumulación de capas, que implica asimismo una sumatoria de tiempo (dejar secar una capa de pintura, para aplicar la próxima) y en la última, el recorte ya no es un artilugio de la pintura, sino un minucioso catálogo de formas. Y aquí es interesante aclarar, que ese proceso está contenido en obras llamativamente pequeñas. Me consta que las series fueron apareciendo en simultáneo, o sea que no buscaste esa escalada, sino más bien que te la habrás topado y decidiste agrupar o catalogar las obras. Me gustaría saber más del proceso (¿mental?) que llevó a esta selección y clasificación.

LC. La serie 3, que finalmente se llamará BALSA, fue la que primero tuve en mente, sobre todo por el material. Quería volverme a encontrar con la madera balsa. Un material tan blando, tan frágil, tan de lo proyectual. Desde un principio tomé la decisión de llevarlo a un primer plano, tratándolo como si fuera roble de Eslavonia. Tal como aparece en los tutoriales íntimos que te compartí, comencé con la construcción de la maqueta de los espacios, pero rápidamente me di cuenta que no era ahí donde tenía que quedarme. Siempre me gusta la idea de evolución, de mutación... y es a partir de esa idea que aparece el desguace o el despiece de la maqueta. Un espacio expositivo desarmado, explotado y la posibilidad de trabajar bidimensionalmente esas piezas -un estado raro para la madera balsa- y disponerlas en varios cuadritos. Cuadritos trabajados con la idea de diagrama, de abstracción, de collage. Con la técnica de la marquetería, muy artesanal, muy minuciosa. Es claro que el tratamiento artesanal atraviesa ésta y las otras series. Es un modo de trabajar que me ayudó a concentrar fuerzas, a pensar en lo cercano, lo manual, lo físico, lo cotidiano. Un poco en sintonía con la idea de los espacios cercanos y conocidos: de casa al trabajo, ida y vuelta... insistir como un mantra en sacarle aún más provecho al día a día... Me viene a la cabeza la frase: “Desnaturalizar lo cotidiano”.

SB. Me quedé pensando en la expresión tutoriales íntimos. Los revisé como a quien se le permite ingresar en la memoria de un proceso meditado, controlado, como si permitieses el acceso en clave -otra vez la analogía bancaria- a los usuarios elegidos con los que querés compartir la intimidad de este trabajo.

LC. Los tutoriales íntimos fueron un modo de registrar el paso a paso del proceso de cada serie. Fotografié cada acción nueva y lo que ésta le producía al material, cada capa de pintura, cada corte que me parecía trascendente, y así construí una suerte de instructivo de mi propio trabajo. Al comienzo lo pensé como un ejercicio íntimo, casi como un autoaprendizaje, luego al mostrárselo a amigos y colegas sentí que quizás sería un lindo modo de contar (transferir) la experiencia de los procedimientos a los demás.

SB. Volvamos a las Series 1 y 2, nos quedaron atrás...

LC. Esas dos series, también van en el mismo sentido que la 3: trabajar desde la factura artesanal, la acción sobre la materia, la repetición y la insistencia sobre materiales comunes como el mdf o el fenólico, para tratar de extraer lo mejor de ellos.

SB. La concentración, el tiempo dilatado, el regocijo por lo manual, lo íntimo, parecieran ser características propias de lo que la pandemia provocó en algunos de nosotros. El descubrimiento de habilidades (o torpezas) que permitieron aventurarse en actividades menos conocidas para “matar el tiempo” y la incertidumbre del futuro, están en el presente de tu obra. De todos modos, y en tal caso, se reforzaron ciertos aspectos de siempre, pero no los veo como si hubiesen sido exploraciones a territorios tan desconocidos. Me gustaría saber qué pasó en “tu pandemia”con el trabajo artístico.

LC. Fueron momentos de experimentar la escala 1:1. De estar conectado con el presente. De revisar ideas y revisitar proyectos. De lecturas y relecturas. De dejar de programar y planificar y estar en el aquí y ahora... Más allá de que los trabajos de esta muestra comenzaron post pandemia, de algún modo esa experiencia fue esencial para plantearlos. Así, una conciencia más profunda del entorno y una actitud contemplativa posibilitaron descubrir más potencial en los espacios habituales. En ese sentido, los espacios en que vivo, trabajo y transito fueron fundamentales en todo el proceso de creación.

SB. Me tienta pensar las obras nuevas como una exploración escultórica, una salida del plano, aunque se vean como 2D. Creo que hay una búsqueda allí, y a la vez un desafío a una especie de letanía que vincula tu profesión con tu quehacer artístico.

LC. Mi formación, mi afinidad con el espacio y la arquitectura, es algo que siempre utilizo como fuente de información e inspiración.. Me gusta dar el puntapié inicial a los proyectos artísticos desde allí. Y también, mis diferentes actividades y trabajos dentro del contexto del arte, enriquecen y expanden mi percepción a la hora de plantear mis obras.

La construcción de las maquetas de los espacios ultra conocidos y trabajados me resulta estimulante. Me propongo conscientemente extraer y condensar aún más lo que parece evidente, obvio. Esa acción me interesa. Y por otro lado la noción de que una cosa se transforma en otra, idea que recorre todas las series. Me atrae que una maqueta se desarme, se descomponga y que sus partes constitutivas intuitivamente terminen en una suerte de diagramas planos. Lo escultórico o lo objetual, en las tres series, siempre están presentes, ya sea porque todo tiene cuerpo, materia, espesor, o fundamentalmente porque el espacio está en su génesis, en su origen...

Sonia Becce

Marzo 2022

S/T (Multicapas)

28 de marzo de 2022

Delicada pintura de rodillo y brocha gorda. Salida laboral antes que tradición cultural. Reivindicación de la artesanía en el imperio de lo tercerizado, autonomía de las tareas accesibles como opción sensible.

11 de marzo de 2022

Convocar en un texto las variables de un proyecto complejo y decidir hasta qué punto dar cuenta de los mecanismos esquivando el riesgo de desvelamiento. El misterio es la carne elusiva de la obra de arte y se necesita habilidad de cirujano para desollarla. Ante el riesgo de la evidencia o la broma los artistas mantienen el silencio. Será por eso que las escribanas y los verduleros, las ingenieras y los mecánicos se sienten excluidos de las liturgias del arte. El mecanismo más ramplón es el ocultamiento. Existen artistas más sofisticados, pero una exposición es ante todo una adivinanza para sus espectadores (de espectáculos hablamos). Sin embargo hay otros misterios densos, oscuros e indecibles. Esos son los jugosos, los que transforman, los que nos dejan conmovidos. No necesitan mecanismos de borramiento para morder el misterio. Puede decirse todo: el relato alimenta al agujero negro de fuerzas atractivas. Cada vez es más difícil toparse con ellos, como una mina de la que han drenado sus vetas. No creo que el mundo se haya secado de riquezas: ir hasta la esquina podría aún ser una aventura. Pero el sistema del arte con sus burocracias y sus mecanismos de tamización-selección-exclusión arrasa con la posibilidad de lo indecible. El sistema de arte es un dispositivo de la máquina totalitaria del capital y queramos o no, a pesar de nuestras disputas y tensiones, lo abordable, lo enunciable, lo posible suelen mantenerse dentro de los márgenes de la productividad, la utilidad y la seducción mercantil —claro que hay mercados y mercados, y aún las instalaciones más efímeras, o más bien ellas, son las que encuentran mejores compradores—. Mientras más viejos nos ponemos, los que trabajamos en las bambalinas del arte, más perdemos la esperanza de encontrarnos con esa chispa: la tarea se reduce a ecuaciones políticas. Los mecanismos de ocultamiento se repiten, se vuelven conocidos y nos resultan obvios al punto de que prevalece una desconfianza aburrida. Perdemos la fe en la práctica y repetimos las coreografías acordadas, exiliados en un nihilismo inerte. La exposición se vuelve un cachivache ordenado y prolijo, aceptado y esperado.

10 de marzo de 2022, 18.58 horas

Pienso precipitadamente cosas: la altura de la silla donde me siento, ¿afecta lo que escribo? Muerdo el vigilante y descubro que está relleno de dulce de membrillo y me propongo ser una nueva yo y, que desde ahora, me guste. Diecisiete minutos antes crucé a un señor al que le faltaba un brazo y recordé haber leído alguna vez que las grandes catástrofes no afectan esencialmente a las personas: son acontecimientos que las trastocan, pero con el tiempo vuelven a su modo psíquico inercial. Me he aferrado a esa idea para conjurar los posibles sucesos desafortunados a los que somos vulnerables. Hace dos días alguien hablaba en la radio sobre que cierta decisión era equiparable a elegir entre perder un brazo o una pierna. Me puse a pensar muy seriamente que preferiría perder un brazo, lo que es realmente curioso ya que pareciera que esta ocasionalidad podría trastocar más mi vida que sacrificar una pierna. Puede que no sea seguro escribir estas palabras: me debato entre el placer de acertar una profecía que me tulla y el talismán de mencionar lo absurdo. No creo ser una persona creyente, aunque me descubro en este desliz mágico. Debería poder escribir un texto sobre unas obras y todo el enorme estímulo que me provoca esa serie de objetos, pero me desboco sobre un texto personalísimo y anómalo. A la vez sé que es el mejor homenaje que puedo hacer: un proyecto tan conmovedor que me saque de la fobia a lo obvio, lo cursi y lo tonto. Que me haga hacer. Como una adolescente inconsciente que cree en algo como hacer.

23 de marzo de 2022, 21:45 horas

Ayer una amiga me contaba que otra amiga estaba estudiando algo llamado “el diseño humano”. Quisiera cursar una carrera que tenga esa materia, pero no estoy segura de en qué rama del saber estaría ubicada. El diseño humano indica que hay personas que son “proyectores” según lo que pude o quise entender. Se trata de gente que trabaja desde la energía de los otros: hay cierta pérdida de autonomía en favor de una sinergía de lo colectivo. Mi amiga me dijo que ella y su amiga eran proyectores. Yo creo ser proyector. L.C. es proyector. Temo que el gremio de los proyectores está compuesto por muchas personas que considero. Vislumbro que hay una ética en esto: tratar de no molestar con un exceso de individualismo que agregue objetos al ya infestado horizonte de sucesos. De más está decir que difícilmente los proyectores formen parte de la historia. Tal vez haya excepciones pero son equívocos. La invisibilidad es elegancia y maldición. Los cultores de lo invisible percibimos a los camaradas, los admiramos y estimamos. Pero mantenemos las distancias. Revelar la visibilidad de la invisibilidad del otro supondría una traición. Tal vez escribir este texto supondrá la exclusión final, mi paso decisivo al mundo de los parias. Rápidamente me recompongo y recuerdo que los invisibles tenemos una facultad maravillosa: invisibilizar todo lo que tocamos, seguramente este texto pase al olvido y se pierda para siempre. La membresía seguirá intacta.

10 de marzo de 2022, 23.13

De alguna manera L.C. descubrió algo. Él sabe algo. Él siempre tuvo secretos. Transita las sombras del misterio. Pero ahora es distinto. Sabe de un modo que no tiene que ver con ocultar, sino con algo más cercano al despertar. Hace unas semanas hablando con él entendí algo sobre el misterio. Creo haber leído que la doctrina de la iglesia católica habla de la bendición del misterio: aceptar el misterio es un don. Nunca había captado esa idea hasta ese día. ¿Cómo un misterio, es decir, un no-saber puede ser una dicha? No entendía cómo podía seducir en lugar de revelar (inquietar) la noción de misterio. ¿Por qué los sujetos desearían entregarse a lo desconocido? ¿Quién elige, no solo no saber sino ni siquiera saber qué es lo que no podemos saber? Confieso mi necedad y me retracto. Recién en estos días comienzo a intuir que allí se cifra el poder de lo religioso. No en el ocultamiento sino en asumir una indefensión intelectual tan profunda que nos libere de las obsesiones.

Hace tiempo que estoy impaciente por aprender cosas tan ajenas que ni sé dónde buscar. No creo haber sido buena alumna en la escuela, pero estoy sedienta por la frescura del descubrimiento. Me vuelvo adulta y el sedimento de lo recorrido obtura la esperanza de algo diferente. A veces pierdo la esperanza. Me rectifico: he perdido tanto la esperanza que hoy no estoy segura de que sea la esperanza la emoción que siento. Tengo dificultad en reconocer las emociones bajo capas y capas de pensamientos. Quiero pensar de otra manera. Quiero pensar en materiales. Quiero sentir en prácticas. ¿Cómo se hace eso? Parece que Leandro Comba encontró un tesoro. No importa nada que haya una exposición: ¿sabe Leandro Comba el valor de su hallazgo? Es como si toda su vida hubiese sido una preparación para este momento. Yo lo veo. ¿Él lo ve? Pienso unos minutos y descubro que tal vez sea yo. Que toda mi vida es la preparación para un momento donde creo vislumbrar un misterio para el que no tengo palabras y para el que escribo sin parar.

23 de marzo de 2022, 23.55

L.C. es un intuisor. Acecha la intuición con una práctica monástica. Hábito secreto, cotidiano, silencioso del que no sabemos nada. Hoy algo se revela. Aparece y se narra, porque ha sufrido una mutación profunda: no hay ocultamientos, el misterio ha transmigrado a una capa tan esencial que ni siquiera es necesario el velo. Incluso más: hay que narrarlo. Hay que narrar que el proyecto se inició como una narración en modo de crónica. Decir para abonar el misterio de la memoria, la experiencia, los afectos. Todo se pliega en el vértice imposible que configura (condensa) tiempo, espacio, tacto, silencio, separaciones, cuerpos. Aburrimiento y revelación. Distancias y cercanía. El ejercicio de la vida se concentra en un agujero negro: todo lo chupa y solo queda la seducción de esa ausencia.


Seis tableros de multilaminado de ochenta por cincuenta y cinco centímetros cada uno. Lado corto apto para calzar en la cavidad que se forma en la parte inferior de la unión del brazo con el tórax y ser sujetado por la mano. Ajuste antropométrico. Quince milímetros de espesor. Placa desnuda. Orificios de montaje y traslado, variables. Bicicleta, modelo inglés rodado 26. Cada tablero realiza un máximo de dos viajes. Uno no deja su lugar. Tres escenarios cotidianos, habituales. Naturalizados e invisibles. Leandro Comba prepara los tableros, define las coordenadas de un plan. Pero, al inicio, en diciembre de 2021, tal vez no sepa exactamente cuáles serán las etapas.

Primero. Otorgar agencia a un objeto cercano, silencioso y modesto. Segundo. El objeto es convidado a una serie de desplazamientos en el espacio. Tercero. Leandro Comba se desliza en relación al objeto, se asume porteador y cronista de la experiencia. Cuarto. El objeto ocupa espacios indebidos: se cuela a hurtadillas en la grilla de exposiciones. Cinco. El objeto ocupa el espacio: tablero pero cuadro, soporte, pizarra, máquina de grabación, ente con memoria del espacio. Hipótesis: si los museos son herederos laicos de los templos, la posibilidad de una experiencia levemente mística puede aún resistir entre sus paredes. Seis. Proyectar una migración de facultades a un objeto inerte, depositar en él la posibilidad de una experiencia. Trazar un itinerario. Desplazar el objeto, sentir su peso, tolerar la incomodidad. Percibir desde ese entumecimiento. Entrar a la sala, elegir un lugar (colgar o apoyar). Observar. Obligarse a un contexto absurdo. Someterse al tiempo de un objeto sin objeto. La luz, descubrir que la luz es otra. Que ese espacio habitual se vuelve extraño y misterioso solo un par de horas más tarde. Buscar lo exótico en lo cotidiano. Emprender un viaje sin casi salirse del camino. Oler. Aburrirse. Confiar en el espacio: darle tiempo, dejarlo revelarse, aparecer. Acostumbrar los ojos a la luz, acostumbrar la percepción a un espacio vacío. Vacío de lo que la ansiedad humana cree que es algo y descubrir que el vacío es una cantera de descubrimientos. No hablo del nirvana: hablo de paredes blancas, de salas de exposición sin cuadros, de repisas sin libros. Ejercitar una capacidad para interrogar lo inmediato y lo habitual al punto de volverlo ajeno. Encontrar el mundo en nuestra nariz.


(La escritura es, por lo pronto, tan ajena que puedo seguir nadando en ella. Temo que este tiempo de gracia esté llegando a su fin. Mientras tanto cada texto es una gimnasia de lectura del otro: me disfrazo porque entiendo que ese es el mejor modo de decir algo. No se revelan tácticas sino que se asume el tono. Sobre esa conducta camaleónica creo dos cosas. La primera: la elegante invisibilidad pone el foco en el otro; la segunda, puedo divertirme asumiendo reglas ajenas. Pero aquí, hoy, estoy en un problema: hablar de un proyecto que se aborda a sí mismo, que es crónica de su experiencia y que pretende delegar la agencia en los objetos me obliga a un texto de desvelamiento, me lleva a un límite de mi subjetividad y de mi capacidad de hacer. Pues aquí hago algo porque no importa. Porque un texto de exposición nunca importa, es una carta abierta al autor que todo el resto olvida. Si asumo el proyecto del autor me arriesgo a lo que él se arriesga: transformarme definitivamente. Un viaje cortito, como ir al kiosco para los otros. Pero la posibilidad de encontrar una nueva vida allí donde no esperaba nada.)


¿Qué sobrevive a la experiencia del arte cuando uno no cree ya en él? ¿Qué sobrevive al propio nihilismo? ¿Cómo entregarse a una experiencia que nos rescate de la marea del cotidiano? Una escena que se ha vuelto tan extensa que ya no recordamos un fuera de ella. Hoy entiendo que nos acecha una guerra silenciosa. L.C. decidió dar un paso que lo trastoca todo. Fue un movimiento imperceptible, tanto que los que estábamos allí no lo supimos. Los escenarios fueron los mismos: su casa, el museo, la galería. Los mismos recorridos en bicicleta, los mismos espacios cotidianos, alterados en lo mínimo: una placa de fenólico de tamaño transportable que lo obligaba a llevar su manubrio con una sola mano. Ahuecando la realidad hizo lugar a lo inesperado.

Georgina Ricci

De la forma franca a la intuición constelativa

Por Nancy Rojas

“Si el universo no estuviera movido por un mecanismo muy simple, se descompondría”.

Jean Cocteau

1 . Si el tiempo estuviera fuera de quicio —quizás ya lo está— estaríamos asistiendo a una desintegración molecular sin retorno. Es difícil saber si ya estamos en ese momento. Lo único que hoy podemos aseverar es que esa condición se nos aparece cada vez con más frecuencia como una constante fantasmal, como un detonante de nuevas fragilidades que se filtran en guerras y alianzas entre humanos, especies, objetos y territorios sedimentales.

En esta trama, la resistencia parece tomar la forma de la simplicidad que, a contrapelo del confort, se caracteriza por una urdimbre de mecanismos claros y sencillos que inhiben las pulsiones de pérdida y, con ello, la sensación de una eterna caída libre.

La obra de Leandro Comba, y me atrevo a decir que también su praxis curatorial, preconiza este modelo de supervivencia que sorprendentemente no está ajeno a la complejidad. En un contexto de simultáneas revoluciones moleculares, su trabajo refleja la audacia que implica apostar hoy a procedimientos elementales, a formas netas e inteligibles que pueden leerse con relación a una necesidad muy propia del gran afuera: la de releer el mundo para “vincular de diferente manera sus trozos dispares, redistribuir su diseminación”.

2 . En este sentido, no es casual que la serie a la que refiero en este texto recurra a las coordenadas conceptuales de un formato que es también una práctica: la del atlas. Según señala Didi Huberman, como “práctica materialista” ésta presenta una dialéctica esencial que vela por la soberanía anónima de las cosas.

3 . Esta serie que Comba comenzó a desarrollar entre 2021 y 2022, se suscribe también al impulso de una cartografía que se inicia con un método particular. El artista empieza con el trazado de un plano sobre una plancha de MDF. Las piezas resultantes son tres, por lo que los planos que traza corresponden a tres espacios diferentes que forman parte de sus ejercicios de transacción cotidiana, donde de alguna manera se ensamblan sus oficios como artista, como diseñador de montaje y como curador. Se trata del living de su casa —centro de sus operaciones tallerísticas—, la sala de exposiciones de la galería Diego Obligado y un piso del macro (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario). Luego procede a grabar ese

3 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 58.

2 Didi Huberman, Atlas: ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, cat. exp., Madrid, TF Editores / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2010, p. 19.

1 Jean Cocteau, Opio: diario de una desintoxicación, Buenos Aires, Nulú Bonsai Editora de Arte, 2019, p. 31.

contorno para, a posteriori, cortar toda la superficie en listones de partes iguales. Deja sutilmente que los recortes se desordenen descomponiendo la imagen originaria y volviendo a elaborar un nuevo repertorio: un patrón constelativo.

Estas acciones, constitutivas de un instructivo útil para ejercitar la potencia del azar, se repiten en la realización de cada una de las obras componentes de esta tríada.

Así Comba se aproxima a una configuración narrativa episódica que, por su determinación formal y su adicción a la facilidad (no es casual la elección por el fibrofácil como recurso principal), polemiza con uno de los atlas más inspiradores y enmarañados de los últimos tiempos: el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, datado entre 1924 y 1929. Sin embargo, se acerca igualmente a éste por rozar la convicción de que el “desorden sólo es sinrazón para quien se niega a pensar, a respetar, a acompañar en cierto modo el troceamiento del mundo”.

4 . Está claro que la metodología de Comba se inscribe en la búsqueda de un nuevo orden atravesado por las coartadas implicadas en sus propias retóricas de lo cotidiano; en este caso, en sus modos de transitar y practicar el espacio artístico. Es por esto que podemos revelar tres instancias sobre las que es posible pensar su trabajo. La dimensión concreta-espacial, la dimensión procesual-afectiva y la dimensión curatorial. Tres universos que crean una suerte de retícula de la que se desprenden distintas capas de sentido que oscilan entre el repliegue y una cierta propensión a lo mínimo, al grado cero de la materialidad, de la forma y del relato.

En definitiva y consignando las paradojas de la semántica atlántica, estas construcciones auspician una forma visual de conocimiento reservando una sensibilidad que fluye bajo la nómina de tres semblanzas (casa, galería, museo) que parecen estar dispuestas a negociar entre sí. Apelan, cada una de estas piezas, a un dislocamiento de la formalidad programática para propiciar un acercamiento lento al elogio de la intuición. Es decir, se inclinan a una depuración que vela por la grandeza de lo simple alimentando una noción performativa del espacio, donde la transformación y sus derivas constelativas se tornan claves para vivenciar la vincularidad en un mundo, el del arte, lleno de lugares e historias fragmentarias, secretas, silentes, superpuestas y replegadas.

4 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 43.

Leandro Comba

7 abr 2022

CASA.ATLAS.BALSA

Una charla con Leandro

Sonia Becce. Cuando empezamos a pensar en una charla compartida, sugeriste que un buen modo de arrancar era hacerlo por el título de la muestra. A veces, la manera de nombrar alumbra la obra en cuestión, da indicios de la evolución del trabajo, devela algo de quien lo hace, mientras otras, desvanece al autor u opaca deliberadamente el sentido. Me gustaría saber si ya hay un título más o menos definitivo y en ese caso, cómo fue el proceso para encontrarlo.

Leandro Comba. Hubo algunos títulos dando vueltas, escritos en un cuaderno a modo de diario de trabajo. Mezclados con dibujos y extractos de textos leídos, aparecían cada tanto nombres posibles para la muestra, que fueron quedando perdidos entre las hojas. Uno duró bastante. Desde el inicio pensé en trabajar como lo haría un cronista, en mi caso, un cronista de lugares habituales, y dar cuenta del ir y venir entre esos espacios. Una crónica de viaje, por Boulevard Oroño, enlazando mi casa, la galería y el museo. Entonces, Crónicas espaciales tuvo su momento. Pero pasó el tiempo, las series iban creciendo y este título quedó desplazado por otro más directo y concreto: CASA. ATLAS. BALSA (Creo que será el título finalmente). Me gustó nombrar las fuentes: (Casa) unos de los espacios elegidos, (Atlas) el título de una de las series, y (Balsa) uno de los materiales con los que trabajo. Podría haber sido otro trío (Quizás: Museo. Multicapas. Fenólico) pero el primero tiene musicalidad, medio trabalenguas, muchas letras “a”. Entonces, CASA. ATLAS. BALSA. -casi como un alias bancario- es hasta el momento el más probable. Me gusta pensar el título de la muestra desde el comienzo del proyecto, que transcurra y se deje afectar por los avatares del proceso...

SB. ¡Me gusta mucho ese título! Creo que habla de la obra, de las series...y de vos. Sintético y claro...pero a la vez enigmático. Tal como decís, podría haber sido un alias bancario. Y esa asociación tan poco frecuente y tan actual, ubica al espectador de una sola vez.

LC. Si, el título enfatiza lo que luego se verá en la exposición. Está compuesto por 3 elementos que pertenecen a diferentes cualidades de cada una de las 3 series, y en el momento en que ves las obras empezás a descifrarlo...

SB. Las 3 series en las que trabajaste, escalan en complejidad progresiva, así la 2 es más laboriosa que la 1 y la 3, más que la 2 y la 1. Hay una acumulación de capas, que implica asimismo una sumatoria de tiempo (dejar secar una capa de pintura, para aplicar la próxima) y en la última, el recorte ya no es un artilugio de la pintura, sino un minucioso catálogo de formas. Y aquí es interesante aclarar, que ese proceso está contenido en obras llamativamente pequeñas. Me consta que las series fueron apareciendo en simultáneo, o sea que no buscaste esa escalada, sino más bien que te la habrás topado y decidiste agrupar o catalogar las obras. Me gustaría saber más del proceso (¿mental?) que llevó a esta selección y clasificación.

LC. La serie 3, que finalmente se llamará BALSA, fue la que primero tuve en mente, sobre todo por el material. Quería volverme a encontrar con la madera balsa. Un material tan blando, tan frágil, tan de lo proyectual. Desde un principio tomé la decisión de llevarlo a un primer plano, tratándolo como si fuera roble de Eslavonia. Tal como aparece en los tutoriales íntimos que te compartí, comencé con la construcción de la maqueta de los espacios, pero rápidamente me di cuenta que no era ahí donde tenía que quedarme. Siempre me gusta la idea de evolución, de mutación... y es a partir de esa idea que aparece el desguace o el despiece de la maqueta. Un espacio expositivo desarmado, explotado y la posibilidad de trabajar bidimensionalmente esas piezas -un estado raro para la madera balsa- y disponerlas en varios cuadritos. Cuadritos trabajados con la idea de diagrama, de abstracción, de collage. Con la técnica de la marquetería, muy artesanal, muy minuciosa. Es claro que el tratamiento artesanal atraviesa ésta y las otras series. Es un modo de trabajar que me ayudó a concentrar fuerzas, a pensar en lo cercano, lo manual, lo físico, lo cotidiano. Un poco en sintonía con la idea de los espacios cercanos y conocidos: de casa al trabajo, ida y vuelta... insistir como un mantra en sacarle aún más provecho al día a día... Me viene a la cabeza la frase: “Desnaturalizar lo cotidiano”.

SB. Me quedé pensando en la expresión tutoriales íntimos. Los revisé como a quien se le permite ingresar en la memoria de un proceso meditado, controlado, como si permitieses el acceso en clave -otra vez la analogía bancaria- a los usuarios elegidos con los que querés compartir la intimidad de este trabajo.

LC. Los tutoriales íntimos fueron un modo de registrar el paso a paso del proceso de cada serie. Fotografié cada acción nueva y lo que ésta le producía al material, cada capa de pintura, cada corte que me parecía trascendente, y así construí una suerte de instructivo de mi propio trabajo. Al comienzo lo pensé como un ejercicio íntimo, casi como un autoaprendizaje, luego al mostrárselo a amigos y colegas sentí que quizás sería un lindo modo de contar (transferir) la experiencia de los procedimientos a los demás.

SB. Volvamos a las Series 1 y 2, nos quedaron atrás...

LC. Esas dos series, también van en el mismo sentido que la 3: trabajar desde la factura artesanal, la acción sobre la materia, la repetición y la insistencia sobre materiales comunes como el mdf o el fenólico, para tratar de extraer lo mejor de ellos.

SB. La concentración, el tiempo dilatado, el regocijo por lo manual, lo íntimo, parecieran ser características propias de lo que la pandemia provocó en algunos de nosotros. El descubrimiento de habilidades (o torpezas) que permitieron aventurarse en actividades menos conocidas para “matar el tiempo” y la incertidumbre del futuro, están en el presente de tu obra. De todos modos, y en tal caso, se reforzaron ciertos aspectos de siempre, pero no los veo como si hubiesen sido exploraciones a territorios tan desconocidos. Me gustaría saber qué pasó en “tu pandemia”con el trabajo artístico.

LC. Fueron momentos de experimentar la escala 1:1. De estar conectado con el presente. De revisar ideas y revisitar proyectos. De lecturas y relecturas. De dejar de programar y planificar y estar en el aquí y ahora... Más allá de que los trabajos de esta muestra comenzaron post pandemia, de algún modo esa experiencia fue esencial para plantearlos. Así, una conciencia más profunda del entorno y una actitud contemplativa posibilitaron descubrir más potencial en los espacios habituales. En ese sentido, los espacios en que vivo, trabajo y transito fueron fundamentales en todo el proceso de creación.

SB. Me tienta pensar las obras nuevas como una exploración escultórica, una salida del plano, aunque se vean como 2D. Creo que hay una búsqueda allí, y a la vez un desafío a una especie de letanía que vincula tu profesión con tu quehacer artístico.

LC. Mi formación, mi afinidad con el espacio y la arquitectura, es algo que siempre utilizo como fuente de información e inspiración.. Me gusta dar el puntapié inicial a los proyectos artísticos desde allí. Y también, mis diferentes actividades y trabajos dentro del contexto del arte, enriquecen y expanden mi percepción a la hora de plantear mis obras.

La construcción de las maquetas de los espacios ultra conocidos y trabajados me resulta estimulante. Me propongo conscientemente extraer y condensar aún más lo que parece evidente, obvio. Esa acción me interesa. Y por otro lado la noción de que una cosa se transforma en otra, idea que recorre todas las series. Me atrae que una maqueta se desarme, se descomponga y que sus partes constitutivas intuitivamente terminen en una suerte de diagramas planos. Lo escultórico o lo objetual, en las tres series, siempre están presentes, ya sea porque todo tiene cuerpo, materia, espesor, o fundamentalmente porque el espacio está en su génesis, en su origen...

Sonia Becce

Marzo 2022

S/T (Multicapas)

28 de marzo de 2022

Delicada pintura de rodillo y brocha gorda. Salida laboral antes que tradición cultural. Reivindicación de la artesanía en el imperio de lo tercerizado, autonomía de las tareas accesibles como opción sensible.

11 de marzo de 2022

Convocar en un texto las variables de un proyecto complejo y decidir hasta qué punto dar cuenta de los mecanismos esquivando el riesgo de desvelamiento. El misterio es la carne elusiva de la obra de arte y se necesita habilidad de cirujano para desollarla. Ante el riesgo de la evidencia o la broma los artistas mantienen el silencio. Será por eso que las escribanas y los verduleros, las ingenieras y los mecánicos se sienten excluidos de las liturgias del arte. El mecanismo más ramplón es el ocultamiento. Existen artistas más sofisticados, pero una exposición es ante todo una adivinanza para sus espectadores (de espectáculos hablamos). Sin embargo hay otros misterios densos, oscuros e indecibles. Esos son los jugosos, los que transforman, los que nos dejan conmovidos. No necesitan mecanismos de borramiento para morder el misterio. Puede decirse todo: el relato alimenta al agujero negro de fuerzas atractivas. Cada vez es más difícil toparse con ellos, como una mina de la que han drenado sus vetas. No creo que el mundo se haya secado de riquezas: ir hasta la esquina podría aún ser una aventura. Pero el sistema del arte con sus burocracias y sus mecanismos de tamización-selección-exclusión arrasa con la posibilidad de lo indecible. El sistema de arte es un dispositivo de la máquina totalitaria del capital y queramos o no, a pesar de nuestras disputas y tensiones, lo abordable, lo enunciable, lo posible suelen mantenerse dentro de los márgenes de la productividad, la utilidad y la seducción mercantil —claro que hay mercados y mercados, y aún las instalaciones más efímeras, o más bien ellas, son las que encuentran mejores compradores—. Mientras más viejos nos ponemos, los que trabajamos en las bambalinas del arte, más perdemos la esperanza de encontrarnos con esa chispa: la tarea se reduce a ecuaciones políticas. Los mecanismos de ocultamiento se repiten, se vuelven conocidos y nos resultan obvios al punto de que prevalece una desconfianza aburrida. Perdemos la fe en la práctica y repetimos las coreografías acordadas, exiliados en un nihilismo inerte. La exposición se vuelve un cachivache ordenado y prolijo, aceptado y esperado.

10 de marzo de 2022, 18.58 horas

Pienso precipitadamente cosas: la altura de la silla donde me siento, ¿afecta lo que escribo? Muerdo el vigilante y descubro que está relleno de dulce de membrillo y me propongo ser una nueva yo y, que desde ahora, me guste. Diecisiete minutos antes crucé a un señor al que le faltaba un brazo y recordé haber leído alguna vez que las grandes catástrofes no afectan esencialmente a las personas: son acontecimientos que las trastocan, pero con el tiempo vuelven a su modo psíquico inercial. Me he aferrado a esa idea para conjurar los posibles sucesos desafortunados a los que somos vulnerables. Hace dos días alguien hablaba en la radio sobre que cierta decisión era equiparable a elegir entre perder un brazo o una pierna. Me puse a pensar muy seriamente que preferiría perder un brazo, lo que es realmente curioso ya que pareciera que esta ocasionalidad podría trastocar más mi vida que sacrificar una pierna. Puede que no sea seguro escribir estas palabras: me debato entre el placer de acertar una profecía que me tulla y el talismán de mencionar lo absurdo. No creo ser una persona creyente, aunque me descubro en este desliz mágico. Debería poder escribir un texto sobre unas obras y todo el enorme estímulo que me provoca esa serie de objetos, pero me desboco sobre un texto personalísimo y anómalo. A la vez sé que es el mejor homenaje que puedo hacer: un proyecto tan conmovedor que me saque de la fobia a lo obvio, lo cursi y lo tonto. Que me haga hacer. Como una adolescente inconsciente que cree en algo como hacer.

23 de marzo de 2022, 21:45 horas

Ayer una amiga me contaba que otra amiga estaba estudiando algo llamado “el diseño humano”. Quisiera cursar una carrera que tenga esa materia, pero no estoy segura de en qué rama del saber estaría ubicada. El diseño humano indica que hay personas que son “proyectores” según lo que pude o quise entender. Se trata de gente que trabaja desde la energía de los otros: hay cierta pérdida de autonomía en favor de una sinergía de lo colectivo. Mi amiga me dijo que ella y su amiga eran proyectores. Yo creo ser proyector. L.C. es proyector. Temo que el gremio de los proyectores está compuesto por muchas personas que considero. Vislumbro que hay una ética en esto: tratar de no molestar con un exceso de individualismo que agregue objetos al ya infestado horizonte de sucesos. De más está decir que difícilmente los proyectores formen parte de la historia. Tal vez haya excepciones pero son equívocos. La invisibilidad es elegancia y maldición. Los cultores de lo invisible percibimos a los camaradas, los admiramos y estimamos. Pero mantenemos las distancias. Revelar la visibilidad de la invisibilidad del otro supondría una traición. Tal vez escribir este texto supondrá la exclusión final, mi paso decisivo al mundo de los parias. Rápidamente me recompongo y recuerdo que los invisibles tenemos una facultad maravillosa: invisibilizar todo lo que tocamos, seguramente este texto pase al olvido y se pierda para siempre. La membresía seguirá intacta.

10 de marzo de 2022, 23.13

De alguna manera L.C. descubrió algo. Él sabe algo. Él siempre tuvo secretos. Transita las sombras del misterio. Pero ahora es distinto. Sabe de un modo que no tiene que ver con ocultar, sino con algo más cercano al despertar. Hace unas semanas hablando con él entendí algo sobre el misterio. Creo haber leído que la doctrina de la iglesia católica habla de la bendición del misterio: aceptar el misterio es un don. Nunca había captado esa idea hasta ese día. ¿Cómo un misterio, es decir, un no-saber puede ser una dicha? No entendía cómo podía seducir en lugar de revelar (inquietar) la noción de misterio. ¿Por qué los sujetos desearían entregarse a lo desconocido? ¿Quién elige, no solo no saber sino ni siquiera saber qué es lo que no podemos saber? Confieso mi necedad y me retracto. Recién en estos días comienzo a intuir que allí se cifra el poder de lo religioso. No en el ocultamiento sino en asumir una indefensión intelectual tan profunda que nos libere de las obsesiones.

Hace tiempo que estoy impaciente por aprender cosas tan ajenas que ni sé dónde buscar. No creo haber sido buena alumna en la escuela, pero estoy sedienta por la frescura del descubrimiento. Me vuelvo adulta y el sedimento de lo recorrido obtura la esperanza de algo diferente. A veces pierdo la esperanza. Me rectifico: he perdido tanto la esperanza que hoy no estoy segura de que sea la esperanza la emoción que siento. Tengo dificultad en reconocer las emociones bajo capas y capas de pensamientos. Quiero pensar de otra manera. Quiero pensar en materiales. Quiero sentir en prácticas. ¿Cómo se hace eso? Parece que Leandro Comba encontró un tesoro. No importa nada que haya una exposición: ¿sabe Leandro Comba el valor de su hallazgo? Es como si toda su vida hubiese sido una preparación para este momento. Yo lo veo. ¿Él lo ve? Pienso unos minutos y descubro que tal vez sea yo. Que toda mi vida es la preparación para un momento donde creo vislumbrar un misterio para el que no tengo palabras y para el que escribo sin parar.

23 de marzo de 2022, 23.55

L.C. es un intuisor. Acecha la intuición con una práctica monástica. Hábito secreto, cotidiano, silencioso del que no sabemos nada. Hoy algo se revela. Aparece y se narra, porque ha sufrido una mutación profunda: no hay ocultamientos, el misterio ha transmigrado a una capa tan esencial que ni siquiera es necesario el velo. Incluso más: hay que narrarlo. Hay que narrar que el proyecto se inició como una narración en modo de crónica. Decir para abonar el misterio de la memoria, la experiencia, los afectos. Todo se pliega en el vértice imposible que configura (condensa) tiempo, espacio, tacto, silencio, separaciones, cuerpos. Aburrimiento y revelación. Distancias y cercanía. El ejercicio de la vida se concentra en un agujero negro: todo lo chupa y solo queda la seducción de esa ausencia.


Seis tableros de multilaminado de ochenta por cincuenta y cinco centímetros cada uno. Lado corto apto para calzar en la cavidad que se forma en la parte inferior de la unión del brazo con el tórax y ser sujetado por la mano. Ajuste antropométrico. Quince milímetros de espesor. Placa desnuda. Orificios de montaje y traslado, variables. Bicicleta, modelo inglés rodado 26. Cada tablero realiza un máximo de dos viajes. Uno no deja su lugar. Tres escenarios cotidianos, habituales. Naturalizados e invisibles. Leandro Comba prepara los tableros, define las coordenadas de un plan. Pero, al inicio, en diciembre de 2021, tal vez no sepa exactamente cuáles serán las etapas.

Primero. Otorgar agencia a un objeto cercano, silencioso y modesto. Segundo. El objeto es convidado a una serie de desplazamientos en el espacio. Tercero. Leandro Comba se desliza en relación al objeto, se asume porteador y cronista de la experiencia. Cuarto. El objeto ocupa espacios indebidos: se cuela a hurtadillas en la grilla de exposiciones. Cinco. El objeto ocupa el espacio: tablero pero cuadro, soporte, pizarra, máquina de grabación, ente con memoria del espacio. Hipótesis: si los museos son herederos laicos de los templos, la posibilidad de una experiencia levemente mística puede aún resistir entre sus paredes. Seis. Proyectar una migración de facultades a un objeto inerte, depositar en él la posibilidad de una experiencia. Trazar un itinerario. Desplazar el objeto, sentir su peso, tolerar la incomodidad. Percibir desde ese entumecimiento. Entrar a la sala, elegir un lugar (colgar o apoyar). Observar. Obligarse a un contexto absurdo. Someterse al tiempo de un objeto sin objeto. La luz, descubrir que la luz es otra. Que ese espacio habitual se vuelve extraño y misterioso solo un par de horas más tarde. Buscar lo exótico en lo cotidiano. Emprender un viaje sin casi salirse del camino. Oler. Aburrirse. Confiar en el espacio: darle tiempo, dejarlo revelarse, aparecer. Acostumbrar los ojos a la luz, acostumbrar la percepción a un espacio vacío. Vacío de lo que la ansiedad humana cree que es algo y descubrir que el vacío es una cantera de descubrimientos. No hablo del nirvana: hablo de paredes blancas, de salas de exposición sin cuadros, de repisas sin libros. Ejercitar una capacidad para interrogar lo inmediato y lo habitual al punto de volverlo ajeno. Encontrar el mundo en nuestra nariz.


(La escritura es, por lo pronto, tan ajena que puedo seguir nadando en ella. Temo que este tiempo de gracia esté llegando a su fin. Mientras tanto cada texto es una gimnasia de lectura del otro: me disfrazo porque entiendo que ese es el mejor modo de decir algo. No se revelan tácticas sino que se asume el tono. Sobre esa conducta camaleónica creo dos cosas. La primera: la elegante invisibilidad pone el foco en el otro; la segunda, puedo divertirme asumiendo reglas ajenas. Pero aquí, hoy, estoy en un problema: hablar de un proyecto que se aborda a sí mismo, que es crónica de su experiencia y que pretende delegar la agencia en los objetos me obliga a un texto de desvelamiento, me lleva a un límite de mi subjetividad y de mi capacidad de hacer. Pues aquí hago algo porque no importa. Porque un texto de exposición nunca importa, es una carta abierta al autor que todo el resto olvida. Si asumo el proyecto del autor me arriesgo a lo que él se arriesga: transformarme definitivamente. Un viaje cortito, como ir al kiosco para los otros. Pero la posibilidad de encontrar una nueva vida allí donde no esperaba nada.)


¿Qué sobrevive a la experiencia del arte cuando uno no cree ya en él? ¿Qué sobrevive al propio nihilismo? ¿Cómo entregarse a una experiencia que nos rescate de la marea del cotidiano? Una escena que se ha vuelto tan extensa que ya no recordamos un fuera de ella. Hoy entiendo que nos acecha una guerra silenciosa. L.C. decidió dar un paso que lo trastoca todo. Fue un movimiento imperceptible, tanto que los que estábamos allí no lo supimos. Los escenarios fueron los mismos: su casa, el museo, la galería. Los mismos recorridos en bicicleta, los mismos espacios cotidianos, alterados en lo mínimo: una placa de fenólico de tamaño transportable que lo obligaba a llevar su manubrio con una sola mano. Ahuecando la realidad hizo lugar a lo inesperado.

Georgina Ricci

De la forma franca a la intuición constelativa

Por Nancy Rojas

“Si el universo no estuviera movido por un mecanismo muy simple, se descompondría”.

Jean Cocteau

1 . Si el tiempo estuviera fuera de quicio —quizás ya lo está— estaríamos asistiendo a una desintegración molecular sin retorno. Es difícil saber si ya estamos en ese momento. Lo único que hoy podemos aseverar es que esa condición se nos aparece cada vez con más frecuencia como una constante fantasmal, como un detonante de nuevas fragilidades que se filtran en guerras y alianzas entre humanos, especies, objetos y territorios sedimentales.

En esta trama, la resistencia parece tomar la forma de la simplicidad que, a contrapelo del confort, se caracteriza por una urdimbre de mecanismos claros y sencillos que inhiben las pulsiones de pérdida y, con ello, la sensación de una eterna caída libre.

La obra de Leandro Comba, y me atrevo a decir que también su praxis curatorial, preconiza este modelo de supervivencia que sorprendentemente no está ajeno a la complejidad. En un contexto de simultáneas revoluciones moleculares, su trabajo refleja la audacia que implica apostar hoy a procedimientos elementales, a formas netas e inteligibles que pueden leerse con relación a una necesidad muy propia del gran afuera: la de releer el mundo para “vincular de diferente manera sus trozos dispares, redistribuir su diseminación”.

2 . En este sentido, no es casual que la serie a la que refiero en este texto recurra a las coordenadas conceptuales de un formato que es también una práctica: la del atlas. Según señala Didi Huberman, como “práctica materialista” ésta presenta una dialéctica esencial que vela por la soberanía anónima de las cosas.

3 . Esta serie que Comba comenzó a desarrollar entre 2021 y 2022, se suscribe también al impulso de una cartografía que se inicia con un método particular. El artista empieza con el trazado de un plano sobre una plancha de MDF. Las piezas resultantes son tres, por lo que los planos que traza corresponden a tres espacios diferentes que forman parte de sus ejercicios de transacción cotidiana, donde de alguna manera se ensamblan sus oficios como artista, como diseñador de montaje y como curador. Se trata del living de su casa —centro de sus operaciones tallerísticas—, la sala de exposiciones de la galería Diego Obligado y un piso del macro (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario). Luego procede a grabar ese

3 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 58.

2 Didi Huberman, Atlas: ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, cat. exp., Madrid, TF Editores / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2010, p. 19.

1 Jean Cocteau, Opio: diario de una desintoxicación, Buenos Aires, Nulú Bonsai Editora de Arte, 2019, p. 31.

contorno para, a posteriori, cortar toda la superficie en listones de partes iguales. Deja sutilmente que los recortes se desordenen descomponiendo la imagen originaria y volviendo a elaborar un nuevo repertorio: un patrón constelativo.

Estas acciones, constitutivas de un instructivo útil para ejercitar la potencia del azar, se repiten en la realización de cada una de las obras componentes de esta tríada.

Así Comba se aproxima a una configuración narrativa episódica que, por su determinación formal y su adicción a la facilidad (no es casual la elección por el fibrofácil como recurso principal), polemiza con uno de los atlas más inspiradores y enmarañados de los últimos tiempos: el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, datado entre 1924 y 1929. Sin embargo, se acerca igualmente a éste por rozar la convicción de que el “desorden sólo es sinrazón para quien se niega a pensar, a respetar, a acompañar en cierto modo el troceamiento del mundo”.

4 . Está claro que la metodología de Comba se inscribe en la búsqueda de un nuevo orden atravesado por las coartadas implicadas en sus propias retóricas de lo cotidiano; en este caso, en sus modos de transitar y practicar el espacio artístico. Es por esto que podemos revelar tres instancias sobre las que es posible pensar su trabajo. La dimensión concreta-espacial, la dimensión procesual-afectiva y la dimensión curatorial. Tres universos que crean una suerte de retícula de la que se desprenden distintas capas de sentido que oscilan entre el repliegue y una cierta propensión a lo mínimo, al grado cero de la materialidad, de la forma y del relato.

En definitiva y consignando las paradojas de la semántica atlántica, estas construcciones auspician una forma visual de conocimiento reservando una sensibilidad que fluye bajo la nómina de tres semblanzas (casa, galería, museo) que parecen estar dispuestas a negociar entre sí. Apelan, cada una de estas piezas, a un dislocamiento de la formalidad programática para propiciar un acercamiento lento al elogio de la intuición. Es decir, se inclinan a una depuración que vela por la grandeza de lo simple alimentando una noción performativa del espacio, donde la transformación y sus derivas constelativas se tornan claves para vivenciar la vincularidad en un mundo, el del arte, lleno de lugares e historias fragmentarias, secretas, silentes, superpuestas y replegadas.

4 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 43.

Leandro Comba

7 abr 2022

CASA.ATLAS.BALSA

Una charla con Leandro

Sonia Becce. Cuando empezamos a pensar en una charla compartida, sugeriste que un buen modo de arrancar era hacerlo por el título de la muestra. A veces, la manera de nombrar alumbra la obra en cuestión, da indicios de la evolución del trabajo, devela algo de quien lo hace, mientras otras, desvanece al autor u opaca deliberadamente el sentido. Me gustaría saber si ya hay un título más o menos definitivo y en ese caso, cómo fue el proceso para encontrarlo.

Leandro Comba. Hubo algunos títulos dando vueltas, escritos en un cuaderno a modo de diario de trabajo. Mezclados con dibujos y extractos de textos leídos, aparecían cada tanto nombres posibles para la muestra, que fueron quedando perdidos entre las hojas. Uno duró bastante. Desde el inicio pensé en trabajar como lo haría un cronista, en mi caso, un cronista de lugares habituales, y dar cuenta del ir y venir entre esos espacios. Una crónica de viaje, por Boulevard Oroño, enlazando mi casa, la galería y el museo. Entonces, Crónicas espaciales tuvo su momento. Pero pasó el tiempo, las series iban creciendo y este título quedó desplazado por otro más directo y concreto: CASA. ATLAS. BALSA (Creo que será el título finalmente). Me gustó nombrar las fuentes: (Casa) unos de los espacios elegidos, (Atlas) el título de una de las series, y (Balsa) uno de los materiales con los que trabajo. Podría haber sido otro trío (Quizás: Museo. Multicapas. Fenólico) pero el primero tiene musicalidad, medio trabalenguas, muchas letras “a”. Entonces, CASA. ATLAS. BALSA. -casi como un alias bancario- es hasta el momento el más probable. Me gusta pensar el título de la muestra desde el comienzo del proyecto, que transcurra y se deje afectar por los avatares del proceso...

SB. ¡Me gusta mucho ese título! Creo que habla de la obra, de las series...y de vos. Sintético y claro...pero a la vez enigmático. Tal como decís, podría haber sido un alias bancario. Y esa asociación tan poco frecuente y tan actual, ubica al espectador de una sola vez.

LC. Si, el título enfatiza lo que luego se verá en la exposición. Está compuesto por 3 elementos que pertenecen a diferentes cualidades de cada una de las 3 series, y en el momento en que ves las obras empezás a descifrarlo...

SB. Las 3 series en las que trabajaste, escalan en complejidad progresiva, así la 2 es más laboriosa que la 1 y la 3, más que la 2 y la 1. Hay una acumulación de capas, que implica asimismo una sumatoria de tiempo (dejar secar una capa de pintura, para aplicar la próxima) y en la última, el recorte ya no es un artilugio de la pintura, sino un minucioso catálogo de formas. Y aquí es interesante aclarar, que ese proceso está contenido en obras llamativamente pequeñas. Me consta que las series fueron apareciendo en simultáneo, o sea que no buscaste esa escalada, sino más bien que te la habrás topado y decidiste agrupar o catalogar las obras. Me gustaría saber más del proceso (¿mental?) que llevó a esta selección y clasificación.

LC. La serie 3, que finalmente se llamará BALSA, fue la que primero tuve en mente, sobre todo por el material. Quería volverme a encontrar con la madera balsa. Un material tan blando, tan frágil, tan de lo proyectual. Desde un principio tomé la decisión de llevarlo a un primer plano, tratándolo como si fuera roble de Eslavonia. Tal como aparece en los tutoriales íntimos que te compartí, comencé con la construcción de la maqueta de los espacios, pero rápidamente me di cuenta que no era ahí donde tenía que quedarme. Siempre me gusta la idea de evolución, de mutación... y es a partir de esa idea que aparece el desguace o el despiece de la maqueta. Un espacio expositivo desarmado, explotado y la posibilidad de trabajar bidimensionalmente esas piezas -un estado raro para la madera balsa- y disponerlas en varios cuadritos. Cuadritos trabajados con la idea de diagrama, de abstracción, de collage. Con la técnica de la marquetería, muy artesanal, muy minuciosa. Es claro que el tratamiento artesanal atraviesa ésta y las otras series. Es un modo de trabajar que me ayudó a concentrar fuerzas, a pensar en lo cercano, lo manual, lo físico, lo cotidiano. Un poco en sintonía con la idea de los espacios cercanos y conocidos: de casa al trabajo, ida y vuelta... insistir como un mantra en sacarle aún más provecho al día a día... Me viene a la cabeza la frase: “Desnaturalizar lo cotidiano”.

SB. Me quedé pensando en la expresión tutoriales íntimos. Los revisé como a quien se le permite ingresar en la memoria de un proceso meditado, controlado, como si permitieses el acceso en clave -otra vez la analogía bancaria- a los usuarios elegidos con los que querés compartir la intimidad de este trabajo.

LC. Los tutoriales íntimos fueron un modo de registrar el paso a paso del proceso de cada serie. Fotografié cada acción nueva y lo que ésta le producía al material, cada capa de pintura, cada corte que me parecía trascendente, y así construí una suerte de instructivo de mi propio trabajo. Al comienzo lo pensé como un ejercicio íntimo, casi como un autoaprendizaje, luego al mostrárselo a amigos y colegas sentí que quizás sería un lindo modo de contar (transferir) la experiencia de los procedimientos a los demás.

SB. Volvamos a las Series 1 y 2, nos quedaron atrás...

LC. Esas dos series, también van en el mismo sentido que la 3: trabajar desde la factura artesanal, la acción sobre la materia, la repetición y la insistencia sobre materiales comunes como el mdf o el fenólico, para tratar de extraer lo mejor de ellos.

SB. La concentración, el tiempo dilatado, el regocijo por lo manual, lo íntimo, parecieran ser características propias de lo que la pandemia provocó en algunos de nosotros. El descubrimiento de habilidades (o torpezas) que permitieron aventurarse en actividades menos conocidas para “matar el tiempo” y la incertidumbre del futuro, están en el presente de tu obra. De todos modos, y en tal caso, se reforzaron ciertos aspectos de siempre, pero no los veo como si hubiesen sido exploraciones a territorios tan desconocidos. Me gustaría saber qué pasó en “tu pandemia”con el trabajo artístico.

LC. Fueron momentos de experimentar la escala 1:1. De estar conectado con el presente. De revisar ideas y revisitar proyectos. De lecturas y relecturas. De dejar de programar y planificar y estar en el aquí y ahora... Más allá de que los trabajos de esta muestra comenzaron post pandemia, de algún modo esa experiencia fue esencial para plantearlos. Así, una conciencia más profunda del entorno y una actitud contemplativa posibilitaron descubrir más potencial en los espacios habituales. En ese sentido, los espacios en que vivo, trabajo y transito fueron fundamentales en todo el proceso de creación.

SB. Me tienta pensar las obras nuevas como una exploración escultórica, una salida del plano, aunque se vean como 2D. Creo que hay una búsqueda allí, y a la vez un desafío a una especie de letanía que vincula tu profesión con tu quehacer artístico.

LC. Mi formación, mi afinidad con el espacio y la arquitectura, es algo que siempre utilizo como fuente de información e inspiración.. Me gusta dar el puntapié inicial a los proyectos artísticos desde allí. Y también, mis diferentes actividades y trabajos dentro del contexto del arte, enriquecen y expanden mi percepción a la hora de plantear mis obras.

La construcción de las maquetas de los espacios ultra conocidos y trabajados me resulta estimulante. Me propongo conscientemente extraer y condensar aún más lo que parece evidente, obvio. Esa acción me interesa. Y por otro lado la noción de que una cosa se transforma en otra, idea que recorre todas las series. Me atrae que una maqueta se desarme, se descomponga y que sus partes constitutivas intuitivamente terminen en una suerte de diagramas planos. Lo escultórico o lo objetual, en las tres series, siempre están presentes, ya sea porque todo tiene cuerpo, materia, espesor, o fundamentalmente porque el espacio está en su génesis, en su origen...

Sonia Becce

Marzo 2022

S/T (Multicapas)

28 de marzo de 2022

Delicada pintura de rodillo y brocha gorda. Salida laboral antes que tradición cultural. Reivindicación de la artesanía en el imperio de lo tercerizado, autonomía de las tareas accesibles como opción sensible.

11 de marzo de 2022

Convocar en un texto las variables de un proyecto complejo y decidir hasta qué punto dar cuenta de los mecanismos esquivando el riesgo de desvelamiento. El misterio es la carne elusiva de la obra de arte y se necesita habilidad de cirujano para desollarla. Ante el riesgo de la evidencia o la broma los artistas mantienen el silencio. Será por eso que las escribanas y los verduleros, las ingenieras y los mecánicos se sienten excluidos de las liturgias del arte. El mecanismo más ramplón es el ocultamiento. Existen artistas más sofisticados, pero una exposición es ante todo una adivinanza para sus espectadores (de espectáculos hablamos). Sin embargo hay otros misterios densos, oscuros e indecibles. Esos son los jugosos, los que transforman, los que nos dejan conmovidos. No necesitan mecanismos de borramiento para morder el misterio. Puede decirse todo: el relato alimenta al agujero negro de fuerzas atractivas. Cada vez es más difícil toparse con ellos, como una mina de la que han drenado sus vetas. No creo que el mundo se haya secado de riquezas: ir hasta la esquina podría aún ser una aventura. Pero el sistema del arte con sus burocracias y sus mecanismos de tamización-selección-exclusión arrasa con la posibilidad de lo indecible. El sistema de arte es un dispositivo de la máquina totalitaria del capital y queramos o no, a pesar de nuestras disputas y tensiones, lo abordable, lo enunciable, lo posible suelen mantenerse dentro de los márgenes de la productividad, la utilidad y la seducción mercantil —claro que hay mercados y mercados, y aún las instalaciones más efímeras, o más bien ellas, son las que encuentran mejores compradores—. Mientras más viejos nos ponemos, los que trabajamos en las bambalinas del arte, más perdemos la esperanza de encontrarnos con esa chispa: la tarea se reduce a ecuaciones políticas. Los mecanismos de ocultamiento se repiten, se vuelven conocidos y nos resultan obvios al punto de que prevalece una desconfianza aburrida. Perdemos la fe en la práctica y repetimos las coreografías acordadas, exiliados en un nihilismo inerte. La exposición se vuelve un cachivache ordenado y prolijo, aceptado y esperado.

10 de marzo de 2022, 18.58 horas

Pienso precipitadamente cosas: la altura de la silla donde me siento, ¿afecta lo que escribo? Muerdo el vigilante y descubro que está relleno de dulce de membrillo y me propongo ser una nueva yo y, que desde ahora, me guste. Diecisiete minutos antes crucé a un señor al que le faltaba un brazo y recordé haber leído alguna vez que las grandes catástrofes no afectan esencialmente a las personas: son acontecimientos que las trastocan, pero con el tiempo vuelven a su modo psíquico inercial. Me he aferrado a esa idea para conjurar los posibles sucesos desafortunados a los que somos vulnerables. Hace dos días alguien hablaba en la radio sobre que cierta decisión era equiparable a elegir entre perder un brazo o una pierna. Me puse a pensar muy seriamente que preferiría perder un brazo, lo que es realmente curioso ya que pareciera que esta ocasionalidad podría trastocar más mi vida que sacrificar una pierna. Puede que no sea seguro escribir estas palabras: me debato entre el placer de acertar una profecía que me tulla y el talismán de mencionar lo absurdo. No creo ser una persona creyente, aunque me descubro en este desliz mágico. Debería poder escribir un texto sobre unas obras y todo el enorme estímulo que me provoca esa serie de objetos, pero me desboco sobre un texto personalísimo y anómalo. A la vez sé que es el mejor homenaje que puedo hacer: un proyecto tan conmovedor que me saque de la fobia a lo obvio, lo cursi y lo tonto. Que me haga hacer. Como una adolescente inconsciente que cree en algo como hacer.

23 de marzo de 2022, 21:45 horas

Ayer una amiga me contaba que otra amiga estaba estudiando algo llamado “el diseño humano”. Quisiera cursar una carrera que tenga esa materia, pero no estoy segura de en qué rama del saber estaría ubicada. El diseño humano indica que hay personas que son “proyectores” según lo que pude o quise entender. Se trata de gente que trabaja desde la energía de los otros: hay cierta pérdida de autonomía en favor de una sinergía de lo colectivo. Mi amiga me dijo que ella y su amiga eran proyectores. Yo creo ser proyector. L.C. es proyector. Temo que el gremio de los proyectores está compuesto por muchas personas que considero. Vislumbro que hay una ética en esto: tratar de no molestar con un exceso de individualismo que agregue objetos al ya infestado horizonte de sucesos. De más está decir que difícilmente los proyectores formen parte de la historia. Tal vez haya excepciones pero son equívocos. La invisibilidad es elegancia y maldición. Los cultores de lo invisible percibimos a los camaradas, los admiramos y estimamos. Pero mantenemos las distancias. Revelar la visibilidad de la invisibilidad del otro supondría una traición. Tal vez escribir este texto supondrá la exclusión final, mi paso decisivo al mundo de los parias. Rápidamente me recompongo y recuerdo que los invisibles tenemos una facultad maravillosa: invisibilizar todo lo que tocamos, seguramente este texto pase al olvido y se pierda para siempre. La membresía seguirá intacta.

10 de marzo de 2022, 23.13

De alguna manera L.C. descubrió algo. Él sabe algo. Él siempre tuvo secretos. Transita las sombras del misterio. Pero ahora es distinto. Sabe de un modo que no tiene que ver con ocultar, sino con algo más cercano al despertar. Hace unas semanas hablando con él entendí algo sobre el misterio. Creo haber leído que la doctrina de la iglesia católica habla de la bendición del misterio: aceptar el misterio es un don. Nunca había captado esa idea hasta ese día. ¿Cómo un misterio, es decir, un no-saber puede ser una dicha? No entendía cómo podía seducir en lugar de revelar (inquietar) la noción de misterio. ¿Por qué los sujetos desearían entregarse a lo desconocido? ¿Quién elige, no solo no saber sino ni siquiera saber qué es lo que no podemos saber? Confieso mi necedad y me retracto. Recién en estos días comienzo a intuir que allí se cifra el poder de lo religioso. No en el ocultamiento sino en asumir una indefensión intelectual tan profunda que nos libere de las obsesiones.

Hace tiempo que estoy impaciente por aprender cosas tan ajenas que ni sé dónde buscar. No creo haber sido buena alumna en la escuela, pero estoy sedienta por la frescura del descubrimiento. Me vuelvo adulta y el sedimento de lo recorrido obtura la esperanza de algo diferente. A veces pierdo la esperanza. Me rectifico: he perdido tanto la esperanza que hoy no estoy segura de que sea la esperanza la emoción que siento. Tengo dificultad en reconocer las emociones bajo capas y capas de pensamientos. Quiero pensar de otra manera. Quiero pensar en materiales. Quiero sentir en prácticas. ¿Cómo se hace eso? Parece que Leandro Comba encontró un tesoro. No importa nada que haya una exposición: ¿sabe Leandro Comba el valor de su hallazgo? Es como si toda su vida hubiese sido una preparación para este momento. Yo lo veo. ¿Él lo ve? Pienso unos minutos y descubro que tal vez sea yo. Que toda mi vida es la preparación para un momento donde creo vislumbrar un misterio para el que no tengo palabras y para el que escribo sin parar.

23 de marzo de 2022, 23.55

L.C. es un intuisor. Acecha la intuición con una práctica monástica. Hábito secreto, cotidiano, silencioso del que no sabemos nada. Hoy algo se revela. Aparece y se narra, porque ha sufrido una mutación profunda: no hay ocultamientos, el misterio ha transmigrado a una capa tan esencial que ni siquiera es necesario el velo. Incluso más: hay que narrarlo. Hay que narrar que el proyecto se inició como una narración en modo de crónica. Decir para abonar el misterio de la memoria, la experiencia, los afectos. Todo se pliega en el vértice imposible que configura (condensa) tiempo, espacio, tacto, silencio, separaciones, cuerpos. Aburrimiento y revelación. Distancias y cercanía. El ejercicio de la vida se concentra en un agujero negro: todo lo chupa y solo queda la seducción de esa ausencia.


Seis tableros de multilaminado de ochenta por cincuenta y cinco centímetros cada uno. Lado corto apto para calzar en la cavidad que se forma en la parte inferior de la unión del brazo con el tórax y ser sujetado por la mano. Ajuste antropométrico. Quince milímetros de espesor. Placa desnuda. Orificios de montaje y traslado, variables. Bicicleta, modelo inglés rodado 26. Cada tablero realiza un máximo de dos viajes. Uno no deja su lugar. Tres escenarios cotidianos, habituales. Naturalizados e invisibles. Leandro Comba prepara los tableros, define las coordenadas de un plan. Pero, al inicio, en diciembre de 2021, tal vez no sepa exactamente cuáles serán las etapas.

Primero. Otorgar agencia a un objeto cercano, silencioso y modesto. Segundo. El objeto es convidado a una serie de desplazamientos en el espacio. Tercero. Leandro Comba se desliza en relación al objeto, se asume porteador y cronista de la experiencia. Cuarto. El objeto ocupa espacios indebidos: se cuela a hurtadillas en la grilla de exposiciones. Cinco. El objeto ocupa el espacio: tablero pero cuadro, soporte, pizarra, máquina de grabación, ente con memoria del espacio. Hipótesis: si los museos son herederos laicos de los templos, la posibilidad de una experiencia levemente mística puede aún resistir entre sus paredes. Seis. Proyectar una migración de facultades a un objeto inerte, depositar en él la posibilidad de una experiencia. Trazar un itinerario. Desplazar el objeto, sentir su peso, tolerar la incomodidad. Percibir desde ese entumecimiento. Entrar a la sala, elegir un lugar (colgar o apoyar). Observar. Obligarse a un contexto absurdo. Someterse al tiempo de un objeto sin objeto. La luz, descubrir que la luz es otra. Que ese espacio habitual se vuelve extraño y misterioso solo un par de horas más tarde. Buscar lo exótico en lo cotidiano. Emprender un viaje sin casi salirse del camino. Oler. Aburrirse. Confiar en el espacio: darle tiempo, dejarlo revelarse, aparecer. Acostumbrar los ojos a la luz, acostumbrar la percepción a un espacio vacío. Vacío de lo que la ansiedad humana cree que es algo y descubrir que el vacío es una cantera de descubrimientos. No hablo del nirvana: hablo de paredes blancas, de salas de exposición sin cuadros, de repisas sin libros. Ejercitar una capacidad para interrogar lo inmediato y lo habitual al punto de volverlo ajeno. Encontrar el mundo en nuestra nariz.


(La escritura es, por lo pronto, tan ajena que puedo seguir nadando en ella. Temo que este tiempo de gracia esté llegando a su fin. Mientras tanto cada texto es una gimnasia de lectura del otro: me disfrazo porque entiendo que ese es el mejor modo de decir algo. No se revelan tácticas sino que se asume el tono. Sobre esa conducta camaleónica creo dos cosas. La primera: la elegante invisibilidad pone el foco en el otro; la segunda, puedo divertirme asumiendo reglas ajenas. Pero aquí, hoy, estoy en un problema: hablar de un proyecto que se aborda a sí mismo, que es crónica de su experiencia y que pretende delegar la agencia en los objetos me obliga a un texto de desvelamiento, me lleva a un límite de mi subjetividad y de mi capacidad de hacer. Pues aquí hago algo porque no importa. Porque un texto de exposición nunca importa, es una carta abierta al autor que todo el resto olvida. Si asumo el proyecto del autor me arriesgo a lo que él se arriesga: transformarme definitivamente. Un viaje cortito, como ir al kiosco para los otros. Pero la posibilidad de encontrar una nueva vida allí donde no esperaba nada.)


¿Qué sobrevive a la experiencia del arte cuando uno no cree ya en él? ¿Qué sobrevive al propio nihilismo? ¿Cómo entregarse a una experiencia que nos rescate de la marea del cotidiano? Una escena que se ha vuelto tan extensa que ya no recordamos un fuera de ella. Hoy entiendo que nos acecha una guerra silenciosa. L.C. decidió dar un paso que lo trastoca todo. Fue un movimiento imperceptible, tanto que los que estábamos allí no lo supimos. Los escenarios fueron los mismos: su casa, el museo, la galería. Los mismos recorridos en bicicleta, los mismos espacios cotidianos, alterados en lo mínimo: una placa de fenólico de tamaño transportable que lo obligaba a llevar su manubrio con una sola mano. Ahuecando la realidad hizo lugar a lo inesperado.

Georgina Ricci

De la forma franca a la intuición constelativa

Por Nancy Rojas

“Si el universo no estuviera movido por un mecanismo muy simple, se descompondría”.

Jean Cocteau

1 . Si el tiempo estuviera fuera de quicio —quizás ya lo está— estaríamos asistiendo a una desintegración molecular sin retorno. Es difícil saber si ya estamos en ese momento. Lo único que hoy podemos aseverar es que esa condición se nos aparece cada vez con más frecuencia como una constante fantasmal, como un detonante de nuevas fragilidades que se filtran en guerras y alianzas entre humanos, especies, objetos y territorios sedimentales.

En esta trama, la resistencia parece tomar la forma de la simplicidad que, a contrapelo del confort, se caracteriza por una urdimbre de mecanismos claros y sencillos que inhiben las pulsiones de pérdida y, con ello, la sensación de una eterna caída libre.

La obra de Leandro Comba, y me atrevo a decir que también su praxis curatorial, preconiza este modelo de supervivencia que sorprendentemente no está ajeno a la complejidad. En un contexto de simultáneas revoluciones moleculares, su trabajo refleja la audacia que implica apostar hoy a procedimientos elementales, a formas netas e inteligibles que pueden leerse con relación a una necesidad muy propia del gran afuera: la de releer el mundo para “vincular de diferente manera sus trozos dispares, redistribuir su diseminación”.

2 . En este sentido, no es casual que la serie a la que refiero en este texto recurra a las coordenadas conceptuales de un formato que es también una práctica: la del atlas. Según señala Didi Huberman, como “práctica materialista” ésta presenta una dialéctica esencial que vela por la soberanía anónima de las cosas.

3 . Esta serie que Comba comenzó a desarrollar entre 2021 y 2022, se suscribe también al impulso de una cartografía que se inicia con un método particular. El artista empieza con el trazado de un plano sobre una plancha de MDF. Las piezas resultantes son tres, por lo que los planos que traza corresponden a tres espacios diferentes que forman parte de sus ejercicios de transacción cotidiana, donde de alguna manera se ensamblan sus oficios como artista, como diseñador de montaje y como curador. Se trata del living de su casa —centro de sus operaciones tallerísticas—, la sala de exposiciones de la galería Diego Obligado y un piso del macro (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario). Luego procede a grabar ese

3 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 58.

2 Didi Huberman, Atlas: ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, cat. exp., Madrid, TF Editores / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2010, p. 19.

1 Jean Cocteau, Opio: diario de una desintoxicación, Buenos Aires, Nulú Bonsai Editora de Arte, 2019, p. 31.

contorno para, a posteriori, cortar toda la superficie en listones de partes iguales. Deja sutilmente que los recortes se desordenen descomponiendo la imagen originaria y volviendo a elaborar un nuevo repertorio: un patrón constelativo.

Estas acciones, constitutivas de un instructivo útil para ejercitar la potencia del azar, se repiten en la realización de cada una de las obras componentes de esta tríada.

Así Comba se aproxima a una configuración narrativa episódica que, por su determinación formal y su adicción a la facilidad (no es casual la elección por el fibrofácil como recurso principal), polemiza con uno de los atlas más inspiradores y enmarañados de los últimos tiempos: el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, datado entre 1924 y 1929. Sin embargo, se acerca igualmente a éste por rozar la convicción de que el “desorden sólo es sinrazón para quien se niega a pensar, a respetar, a acompañar en cierto modo el troceamiento del mundo”.

4 . Está claro que la metodología de Comba se inscribe en la búsqueda de un nuevo orden atravesado por las coartadas implicadas en sus propias retóricas de lo cotidiano; en este caso, en sus modos de transitar y practicar el espacio artístico. Es por esto que podemos revelar tres instancias sobre las que es posible pensar su trabajo. La dimensión concreta-espacial, la dimensión procesual-afectiva y la dimensión curatorial. Tres universos que crean una suerte de retícula de la que se desprenden distintas capas de sentido que oscilan entre el repliegue y una cierta propensión a lo mínimo, al grado cero de la materialidad, de la forma y del relato.

En definitiva y consignando las paradojas de la semántica atlántica, estas construcciones auspician una forma visual de conocimiento reservando una sensibilidad que fluye bajo la nómina de tres semblanzas (casa, galería, museo) que parecen estar dispuestas a negociar entre sí. Apelan, cada una de estas piezas, a un dislocamiento de la formalidad programática para propiciar un acercamiento lento al elogio de la intuición. Es decir, se inclinan a una depuración que vela por la grandeza de lo simple alimentando una noción performativa del espacio, donde la transformación y sus derivas constelativas se tornan claves para vivenciar la vincularidad en un mundo, el del arte, lleno de lugares e historias fragmentarias, secretas, silentes, superpuestas y replegadas.

4 Didi Huberman, Atlas..., op. cit., p. 43.

Leandro Comba

24 sept 2021

La pesadilla del sol - Mariana Tellería

Si se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace cruces, Telleria responde que no hace cruces, que las cruces ya están hechas, por todos lados. Su vínculo con esta figura no parte entonces de alguna cristología trascendental sino que empieza en la cruz, que es lo que ya fue hecho, lo que existe por todos lados, como la banana o el caniche o el rayo láser.

Pero esta cruz, que equivale además a las otras muchas cruces montadas por Telleria en centros culturales, plazas, galerías y museos, comprende una promesa de ruptura con relación al régimen de lo posible, o sea, señala la potencialidad de lo específico para romper con lo dado (eso que ya fue hecho y que existe en todos lados).

Por ejemplo: la banana específica rompe con la banana condicionada y habilita nuevas formas de pensar la banana posible; el caniche específico rompe con el caniche-estructura y habilita nuevas formas de pensar el caniche posible-incondicionado y así.

¿Para qué nos sirve pensar la cruz posible? A priori, para nada. Y de hecho, si además de por qué hace cruces se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace arte, Telleria responde -con justeza- mandándolo a uno a cagar.

Pocas cosas hay más condicionadas que la cruz: como signo garante de la represión en términos sociales, políticos, sexuales, etc., etc., etc., es, a esta altura de la noche humana, la represión en sí misma. Del mismo modo, y por estar en todos lados, es la luz en sí misma, el terror en sí mismo, la palabra en sí misma, la guerra en sí misma, la diáspora en sí misma, la verdad en sí misma, la pesadilla en sí misma.

Este destino a todas luces irremediable no es propio solamente del elemento iconográfico central de La Pasión. Las ruedas de la carroza que, para las antiguas poblaciones europeas, transportaba al dios sol en sus viajes crónicos por el firmamento, hoy están tatuadas sobre pieles claras como signo de supremacía sobre las personas que no tienen la piel clara. Y aquel dios viejo, casi en desuso y reivindicado por nazis que añoran un neolítico ideológico y se tatúan la sonnenkreuz sobre sus pieles claras y llenas de águilas, es en la actualidad el artífice principal y el mayor factor de riesgo para el melanoma (Dios da cáncer).

En algún momento la cruz latina fue específica y sirvió para re-expresar aquello que sería diferente de lo que se pensaba como posible. Si la cruz pasó a significar alguna cosa (o todas las cosas, y a estar en todos lados) no fue como alegoría de lo que el poder político le hizo a Cristo sino como testamento de lo que Cristo le hizo al poder político: la ejecución voluntaria de un hombre en la cruz habilitó la lectura como farsa de lo que hasta ese momento era aceptado como la realidad más básica e incuestionable, que era Roma.

Digamos que a partir de la intervención de Telleria, la figura-cruz ya no consigue identificarse plenamente consigo misma en su estado condicionado porque hay algo en Telleria (¿un sentimiento?, ¿una intuición?, ¿un miedo?) que empuja a la cruz hacia la forma pura y vacía, incondicionada. Así, aislado de su condicionamiento, lo específico reclama la posibilidad para una existencia indeterminada de la forma que esté por fuera, más allá, lejísimos de nuestra realidad básica e incuestionable.

Sin embargo, algo todavía más dado que la cruz latina quizá sea la obra de arte. ¿Habrá una obra de arte particular-incondicionada que rompa con la obra de arte condicionada y habilite nuevas formas de pensar la obra de arte posible (sin recurrir a contrastes dialécticos o reparaciones históricas performativas)? (El arte es como nuestra Roma, algo así).

La re-expresión radical del régimen de lo posible no puede separarse del mundo y de los límites de lo condicionado, lo que quiere decir que la emergencia de lo nuevo-incondicionado se va a dar en un mundo cercado por los nombres de lo que ya existe y por las cosas que ya existen. Si se va a hacer algo nuevo, debe hacerse a partir del mundo.

Refugiada en esa certeza, Telleria no solo reclama la cruz y la obra de arte, sino que reclama los nombres y las cosas con las que monta la cruz y la obra de arte (estufas de cuarzo, cabeceras de camas, varillas para marcos, mástiles; si pudiera montaría también una cruz con caniches, con bananas, con rayos láser, etc.).

Usurpa además la arquitectura parroquial, o la tipología del sitio de adoración, como otra expresión grosera de lo dado (el templo solía ser el edificio más expresivo e influyente de cualquier lugar). Una cosa más: usurpa la expresión clásica del templo sobre el cuerpo a través del nexo físico entre el objeto y el espacio, un nexo mediado por la luz, la temperatura y el sonido (otra cosa más: la experiencia espacial de lo sublime-monumental como disciplinadora social).

De existir una homilética de las cosas sería algo parecido a las fórmulas moleculares, o a un juego de instrucciones relativas al manejo, mantenimiento y reparación de motores Diesel de 4 y 2 tiempos (terrestres, marinos y automotrices).

Pero en su enunciación más poética, rigurosa y efectiva, una homilética de las cosas sería una cruz de Mariana Telleria. Un método asentado en la delicadeza y la variación infinita, diseñado para intentar hallar la re-expresión incondicionada de aquello que existe en estado de máximo condicionamiento, ya sea Dios, la obra de arte, una línea diagonal o la estufa.

Alejo Ponce de León
[Septiembre de 2021]

DO Galería

24 sept 2021

La pesadilla del sol - Mariana Tellería

Si se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace cruces, Telleria responde que no hace cruces, que las cruces ya están hechas, por todos lados. Su vínculo con esta figura no parte entonces de alguna cristología trascendental sino que empieza en la cruz, que es lo que ya fue hecho, lo que existe por todos lados, como la banana o el caniche o el rayo láser.

Pero esta cruz, que equivale además a las otras muchas cruces montadas por Telleria en centros culturales, plazas, galerías y museos, comprende una promesa de ruptura con relación al régimen de lo posible, o sea, señala la potencialidad de lo específico para romper con lo dado (eso que ya fue hecho y que existe en todos lados).

Por ejemplo: la banana específica rompe con la banana condicionada y habilita nuevas formas de pensar la banana posible; el caniche específico rompe con el caniche-estructura y habilita nuevas formas de pensar el caniche posible-incondicionado y así.

¿Para qué nos sirve pensar la cruz posible? A priori, para nada. Y de hecho, si además de por qué hace cruces se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace arte, Telleria responde -con justeza- mandándolo a uno a cagar.

Pocas cosas hay más condicionadas que la cruz: como signo garante de la represión en términos sociales, políticos, sexuales, etc., etc., etc., es, a esta altura de la noche humana, la represión en sí misma. Del mismo modo, y por estar en todos lados, es la luz en sí misma, el terror en sí mismo, la palabra en sí misma, la guerra en sí misma, la diáspora en sí misma, la verdad en sí misma, la pesadilla en sí misma.

Este destino a todas luces irremediable no es propio solamente del elemento iconográfico central de La Pasión. Las ruedas de la carroza que, para las antiguas poblaciones europeas, transportaba al dios sol en sus viajes crónicos por el firmamento, hoy están tatuadas sobre pieles claras como signo de supremacía sobre las personas que no tienen la piel clara. Y aquel dios viejo, casi en desuso y reivindicado por nazis que añoran un neolítico ideológico y se tatúan la sonnenkreuz sobre sus pieles claras y llenas de águilas, es en la actualidad el artífice principal y el mayor factor de riesgo para el melanoma (Dios da cáncer).

En algún momento la cruz latina fue específica y sirvió para re-expresar aquello que sería diferente de lo que se pensaba como posible. Si la cruz pasó a significar alguna cosa (o todas las cosas, y a estar en todos lados) no fue como alegoría de lo que el poder político le hizo a Cristo sino como testamento de lo que Cristo le hizo al poder político: la ejecución voluntaria de un hombre en la cruz habilitó la lectura como farsa de lo que hasta ese momento era aceptado como la realidad más básica e incuestionable, que era Roma.

Digamos que a partir de la intervención de Telleria, la figura-cruz ya no consigue identificarse plenamente consigo misma en su estado condicionado porque hay algo en Telleria (¿un sentimiento?, ¿una intuición?, ¿un miedo?) que empuja a la cruz hacia la forma pura y vacía, incondicionada. Así, aislado de su condicionamiento, lo específico reclama la posibilidad para una existencia indeterminada de la forma que esté por fuera, más allá, lejísimos de nuestra realidad básica e incuestionable.

Sin embargo, algo todavía más dado que la cruz latina quizá sea la obra de arte. ¿Habrá una obra de arte particular-incondicionada que rompa con la obra de arte condicionada y habilite nuevas formas de pensar la obra de arte posible (sin recurrir a contrastes dialécticos o reparaciones históricas performativas)? (El arte es como nuestra Roma, algo así).

La re-expresión radical del régimen de lo posible no puede separarse del mundo y de los límites de lo condicionado, lo que quiere decir que la emergencia de lo nuevo-incondicionado se va a dar en un mundo cercado por los nombres de lo que ya existe y por las cosas que ya existen. Si se va a hacer algo nuevo, debe hacerse a partir del mundo.

Refugiada en esa certeza, Telleria no solo reclama la cruz y la obra de arte, sino que reclama los nombres y las cosas con las que monta la cruz y la obra de arte (estufas de cuarzo, cabeceras de camas, varillas para marcos, mástiles; si pudiera montaría también una cruz con caniches, con bananas, con rayos láser, etc.).

Usurpa además la arquitectura parroquial, o la tipología del sitio de adoración, como otra expresión grosera de lo dado (el templo solía ser el edificio más expresivo e influyente de cualquier lugar). Una cosa más: usurpa la expresión clásica del templo sobre el cuerpo a través del nexo físico entre el objeto y el espacio, un nexo mediado por la luz, la temperatura y el sonido (otra cosa más: la experiencia espacial de lo sublime-monumental como disciplinadora social).

De existir una homilética de las cosas sería algo parecido a las fórmulas moleculares, o a un juego de instrucciones relativas al manejo, mantenimiento y reparación de motores Diesel de 4 y 2 tiempos (terrestres, marinos y automotrices).

Pero en su enunciación más poética, rigurosa y efectiva, una homilética de las cosas sería una cruz de Mariana Telleria. Un método asentado en la delicadeza y la variación infinita, diseñado para intentar hallar la re-expresión incondicionada de aquello que existe en estado de máximo condicionamiento, ya sea Dios, la obra de arte, una línea diagonal o la estufa.

Alejo Ponce de León
[Septiembre de 2021]

DO Galería

24 sept 2021

La pesadilla del sol - Mariana Tellería

Si se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace cruces, Telleria responde que no hace cruces, que las cruces ya están hechas, por todos lados. Su vínculo con esta figura no parte entonces de alguna cristología trascendental sino que empieza en la cruz, que es lo que ya fue hecho, lo que existe por todos lados, como la banana o el caniche o el rayo láser.

Pero esta cruz, que equivale además a las otras muchas cruces montadas por Telleria en centros culturales, plazas, galerías y museos, comprende una promesa de ruptura con relación al régimen de lo posible, o sea, señala la potencialidad de lo específico para romper con lo dado (eso que ya fue hecho y que existe en todos lados).

Por ejemplo: la banana específica rompe con la banana condicionada y habilita nuevas formas de pensar la banana posible; el caniche específico rompe con el caniche-estructura y habilita nuevas formas de pensar el caniche posible-incondicionado y así.

¿Para qué nos sirve pensar la cruz posible? A priori, para nada. Y de hecho, si además de por qué hace cruces se le pregunta a Mariana Telleria por qué hace arte, Telleria responde -con justeza- mandándolo a uno a cagar.

Pocas cosas hay más condicionadas que la cruz: como signo garante de la represión en términos sociales, políticos, sexuales, etc., etc., etc., es, a esta altura de la noche humana, la represión en sí misma. Del mismo modo, y por estar en todos lados, es la luz en sí misma, el terror en sí mismo, la palabra en sí misma, la guerra en sí misma, la diáspora en sí misma, la verdad en sí misma, la pesadilla en sí misma.

Este destino a todas luces irremediable no es propio solamente del elemento iconográfico central de La Pasión. Las ruedas de la carroza que, para las antiguas poblaciones europeas, transportaba al dios sol en sus viajes crónicos por el firmamento, hoy están tatuadas sobre pieles claras como signo de supremacía sobre las personas que no tienen la piel clara. Y aquel dios viejo, casi en desuso y reivindicado por nazis que añoran un neolítico ideológico y se tatúan la sonnenkreuz sobre sus pieles claras y llenas de águilas, es en la actualidad el artífice principal y el mayor factor de riesgo para el melanoma (Dios da cáncer).

En algún momento la cruz latina fue específica y sirvió para re-expresar aquello que sería diferente de lo que se pensaba como posible. Si la cruz pasó a significar alguna cosa (o todas las cosas, y a estar en todos lados) no fue como alegoría de lo que el poder político le hizo a Cristo sino como testamento de lo que Cristo le hizo al poder político: la ejecución voluntaria de un hombre en la cruz habilitó la lectura como farsa de lo que hasta ese momento era aceptado como la realidad más básica e incuestionable, que era Roma.

Digamos que a partir de la intervención de Telleria, la figura-cruz ya no consigue identificarse plenamente consigo misma en su estado condicionado porque hay algo en Telleria (¿un sentimiento?, ¿una intuición?, ¿un miedo?) que empuja a la cruz hacia la forma pura y vacía, incondicionada. Así, aislado de su condicionamiento, lo específico reclama la posibilidad para una existencia indeterminada de la forma que esté por fuera, más allá, lejísimos de nuestra realidad básica e incuestionable.

Sin embargo, algo todavía más dado que la cruz latina quizá sea la obra de arte. ¿Habrá una obra de arte particular-incondicionada que rompa con la obra de arte condicionada y habilite nuevas formas de pensar la obra de arte posible (sin recurrir a contrastes dialécticos o reparaciones históricas performativas)? (El arte es como nuestra Roma, algo así).

La re-expresión radical del régimen de lo posible no puede separarse del mundo y de los límites de lo condicionado, lo que quiere decir que la emergencia de lo nuevo-incondicionado se va a dar en un mundo cercado por los nombres de lo que ya existe y por las cosas que ya existen. Si se va a hacer algo nuevo, debe hacerse a partir del mundo.

Refugiada en esa certeza, Telleria no solo reclama la cruz y la obra de arte, sino que reclama los nombres y las cosas con las que monta la cruz y la obra de arte (estufas de cuarzo, cabeceras de camas, varillas para marcos, mástiles; si pudiera montaría también una cruz con caniches, con bananas, con rayos láser, etc.).

Usurpa además la arquitectura parroquial, o la tipología del sitio de adoración, como otra expresión grosera de lo dado (el templo solía ser el edificio más expresivo e influyente de cualquier lugar). Una cosa más: usurpa la expresión clásica del templo sobre el cuerpo a través del nexo físico entre el objeto y el espacio, un nexo mediado por la luz, la temperatura y el sonido (otra cosa más: la experiencia espacial de lo sublime-monumental como disciplinadora social).

De existir una homilética de las cosas sería algo parecido a las fórmulas moleculares, o a un juego de instrucciones relativas al manejo, mantenimiento y reparación de motores Diesel de 4 y 2 tiempos (terrestres, marinos y automotrices).

Pero en su enunciación más poética, rigurosa y efectiva, una homilética de las cosas sería una cruz de Mariana Telleria. Un método asentado en la delicadeza y la variación infinita, diseñado para intentar hallar la re-expresión incondicionada de aquello que existe en estado de máximo condicionamiento, ya sea Dios, la obra de arte, una línea diagonal o la estufa.

Alejo Ponce de León
[Septiembre de 2021]

DO Galería

10 ago 2021

Pinturas

Volumen + vacío = espacio
Georges Vantongerloo

Cuando, a comienzos de los años ‘70, María Suardi empezó a ir al taller de Ary Brizzi, afianzó una filiación duradera con la tradición más ortodoxa del arte geométrico. Tradición moderna y modernista al fin, la geometría se inspira en las ciencias físicas y matemáticas en cuanto evoluciona con la rigurosa experimentación compositiva que cada artista emprende.

Todo un linaje arranca en la segunda década del siglo veinte, cuando Vantongerloo firmaba junto a Piet Mondrian y otros el manifiesto De Stijl; en años sucesivos, aquel integró otras agrupaciones, desarrollando las ideas que a mediados del siglo traería Ignacio Pirovano a Buenos Aires.

Es allí y a partir de ellas que en 1960 los artistas Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal fundan el Grupo Arte Generativo, al que se unirá luego Ary Brizzi (1930-2014).

Tengo el feliz recuerdo personal de ir casi volando por la vereda central del boulevard Oroño, de la mano de dos vecinas; habíamos llegado a la Luna y ahora veníamos del Museo Castagnino, de contemplar un arte que no se parecía a nada que yo hubiera visto más acá de mis sueños. Una obra, recuerdo, era un prisma vertical transparente, con colores puros que flotaban en su interior.

El mundo estaba lleno de inventos; el cielo, de estrellas por explorar. La palabra “nuevo” me electrificaba; la palabra “espacio” prometía una aventura infinita.

Espacio = volumen + vacío. Lo que demuestran estas obras, pintadas con una factura impecable por María Suardi, es que en pintura el espacio se hace; no es algo dado. Se genera espacio, experimentalmente, a partir del movimiento teórico de una forma pura en el plano.

A diferencia de Brizzi, que modula, Suardi modela; en vez de limitarse a exhibir resultados, invita a visitar con la imaginación esos espacios que ella misma ha creado mediante el movimiento ilusorio de una forma. Los sensibiliza, los romantiza; les da un viso de arquitectura creíble, inmersa en un cielo contemplable.

Aplica el claroscuro como verosímil visual de mundos posibles, de realidades otras, de lugares. Una línea de horizonte, en ocasiones, sirve para que los volúmenes geométricos virtuales parezcan naves o estaciones espaciales, flotando. Y a la vez no significan nada de eso. Sólo son lo que vemos ahí. La maravilla de cada una de estas obras está en su devenir mundo.

Es que si las poéticas en este período de Suardi, el de los años ‘70, son las del arte geométrico generativo, el sentido de su quehacer tiene más que ver con Arte Concreto Invención, movimiento estético afín, cuya ética de la representación (a la que suele remitir María Suardi a la hora de guiar visitas a sus exposiciones) se basa en la idea de una obra radicalmente autónoma, que no se pretende espejo de ninguna realidad visible exterior a ella, sino que se constituye como realidad singular.

La obra hace mundo.

Con los años, María Suardi, artista plástica mujer y rosarina, se abrió camino con absoluta legitimidad y ejerció con inapelable autoridad su propia heterodoxia americana dentro de un canon internacional eurocéntrico y patriarcal. No se le hubiera perdonado un paso en falso, y no lo dio.

Y esta solidez de su trabajo es la base para que ella haya desplegado y siga desplegando un estilo singular, único, lírico quizás, que reviste racionales formas puras con la carnadura de una belleza sensible, y nos lanza al deleite de la ensoñación.

Beatriz Vignoli
[Julio de 2021]

María Suardi

10 ago 2021

Pinturas

Volumen + vacío = espacio
Georges Vantongerloo

Cuando, a comienzos de los años ‘70, María Suardi empezó a ir al taller de Ary Brizzi, afianzó una filiación duradera con la tradición más ortodoxa del arte geométrico. Tradición moderna y modernista al fin, la geometría se inspira en las ciencias físicas y matemáticas en cuanto evoluciona con la rigurosa experimentación compositiva que cada artista emprende.

Todo un linaje arranca en la segunda década del siglo veinte, cuando Vantongerloo firmaba junto a Piet Mondrian y otros el manifiesto De Stijl; en años sucesivos, aquel integró otras agrupaciones, desarrollando las ideas que a mediados del siglo traería Ignacio Pirovano a Buenos Aires.

Es allí y a partir de ellas que en 1960 los artistas Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal fundan el Grupo Arte Generativo, al que se unirá luego Ary Brizzi (1930-2014).

Tengo el feliz recuerdo personal de ir casi volando por la vereda central del boulevard Oroño, de la mano de dos vecinas; habíamos llegado a la Luna y ahora veníamos del Museo Castagnino, de contemplar un arte que no se parecía a nada que yo hubiera visto más acá de mis sueños. Una obra, recuerdo, era un prisma vertical transparente, con colores puros que flotaban en su interior.

El mundo estaba lleno de inventos; el cielo, de estrellas por explorar. La palabra “nuevo” me electrificaba; la palabra “espacio” prometía una aventura infinita.

Espacio = volumen + vacío. Lo que demuestran estas obras, pintadas con una factura impecable por María Suardi, es que en pintura el espacio se hace; no es algo dado. Se genera espacio, experimentalmente, a partir del movimiento teórico de una forma pura en el plano.

A diferencia de Brizzi, que modula, Suardi modela; en vez de limitarse a exhibir resultados, invita a visitar con la imaginación esos espacios que ella misma ha creado mediante el movimiento ilusorio de una forma. Los sensibiliza, los romantiza; les da un viso de arquitectura creíble, inmersa en un cielo contemplable.

Aplica el claroscuro como verosímil visual de mundos posibles, de realidades otras, de lugares. Una línea de horizonte, en ocasiones, sirve para que los volúmenes geométricos virtuales parezcan naves o estaciones espaciales, flotando. Y a la vez no significan nada de eso. Sólo son lo que vemos ahí. La maravilla de cada una de estas obras está en su devenir mundo.

Es que si las poéticas en este período de Suardi, el de los años ‘70, son las del arte geométrico generativo, el sentido de su quehacer tiene más que ver con Arte Concreto Invención, movimiento estético afín, cuya ética de la representación (a la que suele remitir María Suardi a la hora de guiar visitas a sus exposiciones) se basa en la idea de una obra radicalmente autónoma, que no se pretende espejo de ninguna realidad visible exterior a ella, sino que se constituye como realidad singular.

La obra hace mundo.

Con los años, María Suardi, artista plástica mujer y rosarina, se abrió camino con absoluta legitimidad y ejerció con inapelable autoridad su propia heterodoxia americana dentro de un canon internacional eurocéntrico y patriarcal. No se le hubiera perdonado un paso en falso, y no lo dio.

Y esta solidez de su trabajo es la base para que ella haya desplegado y siga desplegando un estilo singular, único, lírico quizás, que reviste racionales formas puras con la carnadura de una belleza sensible, y nos lanza al deleite de la ensoñación.

Beatriz Vignoli
[Julio de 2021]

María Suardi

10 ago 2021

Pinturas

Volumen + vacío = espacio
Georges Vantongerloo

Cuando, a comienzos de los años ‘70, María Suardi empezó a ir al taller de Ary Brizzi, afianzó una filiación duradera con la tradición más ortodoxa del arte geométrico. Tradición moderna y modernista al fin, la geometría se inspira en las ciencias físicas y matemáticas en cuanto evoluciona con la rigurosa experimentación compositiva que cada artista emprende.

Todo un linaje arranca en la segunda década del siglo veinte, cuando Vantongerloo firmaba junto a Piet Mondrian y otros el manifiesto De Stijl; en años sucesivos, aquel integró otras agrupaciones, desarrollando las ideas que a mediados del siglo traería Ignacio Pirovano a Buenos Aires.

Es allí y a partir de ellas que en 1960 los artistas Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal fundan el Grupo Arte Generativo, al que se unirá luego Ary Brizzi (1930-2014).

Tengo el feliz recuerdo personal de ir casi volando por la vereda central del boulevard Oroño, de la mano de dos vecinas; habíamos llegado a la Luna y ahora veníamos del Museo Castagnino, de contemplar un arte que no se parecía a nada que yo hubiera visto más acá de mis sueños. Una obra, recuerdo, era un prisma vertical transparente, con colores puros que flotaban en su interior.

El mundo estaba lleno de inventos; el cielo, de estrellas por explorar. La palabra “nuevo” me electrificaba; la palabra “espacio” prometía una aventura infinita.

Espacio = volumen + vacío. Lo que demuestran estas obras, pintadas con una factura impecable por María Suardi, es que en pintura el espacio se hace; no es algo dado. Se genera espacio, experimentalmente, a partir del movimiento teórico de una forma pura en el plano.

A diferencia de Brizzi, que modula, Suardi modela; en vez de limitarse a exhibir resultados, invita a visitar con la imaginación esos espacios que ella misma ha creado mediante el movimiento ilusorio de una forma. Los sensibiliza, los romantiza; les da un viso de arquitectura creíble, inmersa en un cielo contemplable.

Aplica el claroscuro como verosímil visual de mundos posibles, de realidades otras, de lugares. Una línea de horizonte, en ocasiones, sirve para que los volúmenes geométricos virtuales parezcan naves o estaciones espaciales, flotando. Y a la vez no significan nada de eso. Sólo son lo que vemos ahí. La maravilla de cada una de estas obras está en su devenir mundo.

Es que si las poéticas en este período de Suardi, el de los años ‘70, son las del arte geométrico generativo, el sentido de su quehacer tiene más que ver con Arte Concreto Invención, movimiento estético afín, cuya ética de la representación (a la que suele remitir María Suardi a la hora de guiar visitas a sus exposiciones) se basa en la idea de una obra radicalmente autónoma, que no se pretende espejo de ninguna realidad visible exterior a ella, sino que se constituye como realidad singular.

La obra hace mundo.

Con los años, María Suardi, artista plástica mujer y rosarina, se abrió camino con absoluta legitimidad y ejerció con inapelable autoridad su propia heterodoxia americana dentro de un canon internacional eurocéntrico y patriarcal. No se le hubiera perdonado un paso en falso, y no lo dio.

Y esta solidez de su trabajo es la base para que ella haya desplegado y siga desplegando un estilo singular, único, lírico quizás, que reviste racionales formas puras con la carnadura de una belleza sensible, y nos lanza al deleite de la ensoñación.

Beatriz Vignoli
[Julio de 2021]

María Suardi

18 jun 2021

Batalla de El Pari - Federico Cantini

Estar en una
por Daiana Henderson

De chicxs experimentamos una abstracción al jugar con muñequitxs, abismados en el decurso de situaciones que les vamos tramando. Llega un día en que los cuerpos plásticos no emanan energía, el auto no enciende, forzar el diálogo se siente ridículo. La gracia se ha esfumado dando lugar a la autoconciencia. El temprano ensayo de la vida adulta comienza así, emulándola, creando un mundo social para interactuar en él, o haciéndoles decir cosas a objetos. Ese trance ocurre en la invisibilidad, mientas el jugador no se sepa observado, ni siquiera por sí mismo. Podríamos pensar que la acción o producción artística tiene la capacidad de abrir esa dimensión invisible, sin saber de antemano cuál es la llave ni la puerta, que van apareciendo en la huida de la autoconciencia tras el canto de la gracia.

No se logra con mera voluntad, tiene que haber sinapsis. Lo opuesto al arte es la creatividad, ese activo exacerbado por el capitalismo estético que le exige a la individualidad expresarse hacia el afuera, buscando producir identificación en una marea de iguales. El arte no apunta a la distinción, sino a la diferencia. Al ingresarse, lo diferente pasa a ser parte de lo real desde siempre. El arte cambia lo real para atrás y reclama la existencia de su diferencia en el futuro, para eso debe sobrevivir al presente.

En la prehistoria mesoamericana, algunas comunidades grababan, en tierra o en piedra, representaciones sintéticas —antecedentes lejanos de la escritura— para contarle al porvenir sus modos de vida, lo que implicaría que esa civilización portaba la sospecha de su propia extinción. Nosotrxs somos el porvenir de esas piezas: en simultáneo que las leemos, constatamos la extinción.

En nuestros monumentos patrios vemos la dramatización perenne de los hitos que escribieron la historia con sangre (con qué otra cosa) o al menos un relato unificado en mármol o bronce.

Federico Cantini mete los pies en el barro, con todo el simbolismo de la expresión. Más que un trabajador del arte, es un artista fabril, o un artista constructor, como él lo ha dicho. Lo comprueba su anterior producción compuesta, entre otras cosas, por máquinas escultóricas refuncionalizadas de manera poética. Los materiales y formatos presentes en esta muestra contrastan con gran parte de los utilizados previamente.

Existe una profecía bíblica que sostiene su parábola en la imposibilidad de unir hierro con barro. Cantini produce, al interior de su obra, una aleación de elementos de naturaleza opuesta. Barro seleccionado y extraído manualmente de las costas isleñas del Paraná, en lenta recuperación de la bajante histórica de 2020 y del fuego sojerocerdoinmobiliario, es transportado en una bolsa de consorcio a través del río hasta una casa-taller, donde es amasado y modelado, dibujado con alambres y palitos, esculpido con un tramontina o con una tarjeta de plástico intervenida para dar relieve a una persiana. Simbólicamente, el barro hace su regreso a la ciudad, de donde fue expulsado, y se convierte en materia prima de las formas urbanas.

Como en un sistema de reenvíos, las obras atraviesan el mismo proceso de elaboración que un ladrillo, unidad mínima de la construcción. Todo se detiene al nivel del relieve, no hay superficies de inscripción, no hay grafitis en las fachadas, así como no hay tatuajes ni vestimentas, a excepción de un pantalón caído que acentúa la desnudez, una gorra de policía y un chaleco antibalas.

En un acto de protección, la piel se engrosa cuando es sometida a la fricción o la presión. Con tacto grueso se definen unos sujetos cargados de dramatismo corporal. Flashes de una nocturnidad turbia: transas, buchones, vigilantes, cachondos, limados, lúmpenes, trasnochados, rotos, en esquinas, en bocas de lobo, en paseos comerciales cerrados, intercambiando todo tipo de sustancias. Casi el reverso de los personajes laboriosos y dominicales de zona sur pintados por Orlando Belloni.

Acá, supongamos que en zona norte, el vecinazgo está ausente, las rejas cerradas y las persianas bajas son escenarios para la aparición de estos “muñecos” —valga el coloquialismo— que hacen sus manejes, que “están en una”, como abrevia la expresión de época.

En ambientes de baja luminosidad, las pupilas se potencian para absorber cualquier mínima incandescencia. Hoy, que asistimos al relativo vaciamiento de la ciudad, por salud, por economía, por inseguridad o por la fantasía de una vida más rural, estas obras monocromáticas aventuran un rescate de la noche, como un romance sin sentimentalismos. Cero caretas.

¿Y qué es “El Pari”? Puede ser un apodo, un barrio o la traducción fonética de party, “fiesta” en inglés (en su último hit reguetonero la trapera local estrella canta estamos ready pal pary, pero, ey, no toque mi naik). Según la historiografía, La batalla de El Pari fue la más sangrienta de Hispanoamérica; el ejército español resultó victorioso, pero sufrió tantas pérdidas que quedó definitivamente debilitado, lo cual sería crucial para las ulteriores independencias del Sur. Es lo que se conoce como una “victoria pírrica”, un triunfo táctico con un precio demasiado alto para el bando vencedor, incluso más que para el vencido. Cuenta la etimología que el rey griego Pirro, tras triunfar ante los romanos con miles de muertos en sus propias filas, contempló el campo de batalla y dijo: Otra victoria como esta y volveré solo a casa.

DO Galería

18 jun 2021

Batalla de El Pari - Federico Cantini

Estar en una
por Daiana Henderson

De chicxs experimentamos una abstracción al jugar con muñequitxs, abismados en el decurso de situaciones que les vamos tramando. Llega un día en que los cuerpos plásticos no emanan energía, el auto no enciende, forzar el diálogo se siente ridículo. La gracia se ha esfumado dando lugar a la autoconciencia. El temprano ensayo de la vida adulta comienza así, emulándola, creando un mundo social para interactuar en él, o haciéndoles decir cosas a objetos. Ese trance ocurre en la invisibilidad, mientas el jugador no se sepa observado, ni siquiera por sí mismo. Podríamos pensar que la acción o producción artística tiene la capacidad de abrir esa dimensión invisible, sin saber de antemano cuál es la llave ni la puerta, que van apareciendo en la huida de la autoconciencia tras el canto de la gracia.

No se logra con mera voluntad, tiene que haber sinapsis. Lo opuesto al arte es la creatividad, ese activo exacerbado por el capitalismo estético que le exige a la individualidad expresarse hacia el afuera, buscando producir identificación en una marea de iguales. El arte no apunta a la distinción, sino a la diferencia. Al ingresarse, lo diferente pasa a ser parte de lo real desde siempre. El arte cambia lo real para atrás y reclama la existencia de su diferencia en el futuro, para eso debe sobrevivir al presente.

En la prehistoria mesoamericana, algunas comunidades grababan, en tierra o en piedra, representaciones sintéticas —antecedentes lejanos de la escritura— para contarle al porvenir sus modos de vida, lo que implicaría que esa civilización portaba la sospecha de su propia extinción. Nosotrxs somos el porvenir de esas piezas: en simultáneo que las leemos, constatamos la extinción.

En nuestros monumentos patrios vemos la dramatización perenne de los hitos que escribieron la historia con sangre (con qué otra cosa) o al menos un relato unificado en mármol o bronce.

Federico Cantini mete los pies en el barro, con todo el simbolismo de la expresión. Más que un trabajador del arte, es un artista fabril, o un artista constructor, como él lo ha dicho. Lo comprueba su anterior producción compuesta, entre otras cosas, por máquinas escultóricas refuncionalizadas de manera poética. Los materiales y formatos presentes en esta muestra contrastan con gran parte de los utilizados previamente.

Existe una profecía bíblica que sostiene su parábola en la imposibilidad de unir hierro con barro. Cantini produce, al interior de su obra, una aleación de elementos de naturaleza opuesta. Barro seleccionado y extraído manualmente de las costas isleñas del Paraná, en lenta recuperación de la bajante histórica de 2020 y del fuego sojerocerdoinmobiliario, es transportado en una bolsa de consorcio a través del río hasta una casa-taller, donde es amasado y modelado, dibujado con alambres y palitos, esculpido con un tramontina o con una tarjeta de plástico intervenida para dar relieve a una persiana. Simbólicamente, el barro hace su regreso a la ciudad, de donde fue expulsado, y se convierte en materia prima de las formas urbanas.

Como en un sistema de reenvíos, las obras atraviesan el mismo proceso de elaboración que un ladrillo, unidad mínima de la construcción. Todo se detiene al nivel del relieve, no hay superficies de inscripción, no hay grafitis en las fachadas, así como no hay tatuajes ni vestimentas, a excepción de un pantalón caído que acentúa la desnudez, una gorra de policía y un chaleco antibalas.

En un acto de protección, la piel se engrosa cuando es sometida a la fricción o la presión. Con tacto grueso se definen unos sujetos cargados de dramatismo corporal. Flashes de una nocturnidad turbia: transas, buchones, vigilantes, cachondos, limados, lúmpenes, trasnochados, rotos, en esquinas, en bocas de lobo, en paseos comerciales cerrados, intercambiando todo tipo de sustancias. Casi el reverso de los personajes laboriosos y dominicales de zona sur pintados por Orlando Belloni.

Acá, supongamos que en zona norte, el vecinazgo está ausente, las rejas cerradas y las persianas bajas son escenarios para la aparición de estos “muñecos” —valga el coloquialismo— que hacen sus manejes, que “están en una”, como abrevia la expresión de época.

En ambientes de baja luminosidad, las pupilas se potencian para absorber cualquier mínima incandescencia. Hoy, que asistimos al relativo vaciamiento de la ciudad, por salud, por economía, por inseguridad o por la fantasía de una vida más rural, estas obras monocromáticas aventuran un rescate de la noche, como un romance sin sentimentalismos. Cero caretas.

¿Y qué es “El Pari”? Puede ser un apodo, un barrio o la traducción fonética de party, “fiesta” en inglés (en su último hit reguetonero la trapera local estrella canta estamos ready pal pary, pero, ey, no toque mi naik). Según la historiografía, La batalla de El Pari fue la más sangrienta de Hispanoamérica; el ejército español resultó victorioso, pero sufrió tantas pérdidas que quedó definitivamente debilitado, lo cual sería crucial para las ulteriores independencias del Sur. Es lo que se conoce como una “victoria pírrica”, un triunfo táctico con un precio demasiado alto para el bando vencedor, incluso más que para el vencido. Cuenta la etimología que el rey griego Pirro, tras triunfar ante los romanos con miles de muertos en sus propias filas, contempló el campo de batalla y dijo: Otra victoria como esta y volveré solo a casa.

DO Galería

18 jun 2021

Batalla de El Pari - Federico Cantini

Estar en una
por Daiana Henderson

De chicxs experimentamos una abstracción al jugar con muñequitxs, abismados en el decurso de situaciones que les vamos tramando. Llega un día en que los cuerpos plásticos no emanan energía, el auto no enciende, forzar el diálogo se siente ridículo. La gracia se ha esfumado dando lugar a la autoconciencia. El temprano ensayo de la vida adulta comienza así, emulándola, creando un mundo social para interactuar en él, o haciéndoles decir cosas a objetos. Ese trance ocurre en la invisibilidad, mientas el jugador no se sepa observado, ni siquiera por sí mismo. Podríamos pensar que la acción o producción artística tiene la capacidad de abrir esa dimensión invisible, sin saber de antemano cuál es la llave ni la puerta, que van apareciendo en la huida de la autoconciencia tras el canto de la gracia.

No se logra con mera voluntad, tiene que haber sinapsis. Lo opuesto al arte es la creatividad, ese activo exacerbado por el capitalismo estético que le exige a la individualidad expresarse hacia el afuera, buscando producir identificación en una marea de iguales. El arte no apunta a la distinción, sino a la diferencia. Al ingresarse, lo diferente pasa a ser parte de lo real desde siempre. El arte cambia lo real para atrás y reclama la existencia de su diferencia en el futuro, para eso debe sobrevivir al presente.

En la prehistoria mesoamericana, algunas comunidades grababan, en tierra o en piedra, representaciones sintéticas —antecedentes lejanos de la escritura— para contarle al porvenir sus modos de vida, lo que implicaría que esa civilización portaba la sospecha de su propia extinción. Nosotrxs somos el porvenir de esas piezas: en simultáneo que las leemos, constatamos la extinción.

En nuestros monumentos patrios vemos la dramatización perenne de los hitos que escribieron la historia con sangre (con qué otra cosa) o al menos un relato unificado en mármol o bronce.

Federico Cantini mete los pies en el barro, con todo el simbolismo de la expresión. Más que un trabajador del arte, es un artista fabril, o un artista constructor, como él lo ha dicho. Lo comprueba su anterior producción compuesta, entre otras cosas, por máquinas escultóricas refuncionalizadas de manera poética. Los materiales y formatos presentes en esta muestra contrastan con gran parte de los utilizados previamente.

Existe una profecía bíblica que sostiene su parábola en la imposibilidad de unir hierro con barro. Cantini produce, al interior de su obra, una aleación de elementos de naturaleza opuesta. Barro seleccionado y extraído manualmente de las costas isleñas del Paraná, en lenta recuperación de la bajante histórica de 2020 y del fuego sojerocerdoinmobiliario, es transportado en una bolsa de consorcio a través del río hasta una casa-taller, donde es amasado y modelado, dibujado con alambres y palitos, esculpido con un tramontina o con una tarjeta de plástico intervenida para dar relieve a una persiana. Simbólicamente, el barro hace su regreso a la ciudad, de donde fue expulsado, y se convierte en materia prima de las formas urbanas.

Como en un sistema de reenvíos, las obras atraviesan el mismo proceso de elaboración que un ladrillo, unidad mínima de la construcción. Todo se detiene al nivel del relieve, no hay superficies de inscripción, no hay grafitis en las fachadas, así como no hay tatuajes ni vestimentas, a excepción de un pantalón caído que acentúa la desnudez, una gorra de policía y un chaleco antibalas.

En un acto de protección, la piel se engrosa cuando es sometida a la fricción o la presión. Con tacto grueso se definen unos sujetos cargados de dramatismo corporal. Flashes de una nocturnidad turbia: transas, buchones, vigilantes, cachondos, limados, lúmpenes, trasnochados, rotos, en esquinas, en bocas de lobo, en paseos comerciales cerrados, intercambiando todo tipo de sustancias. Casi el reverso de los personajes laboriosos y dominicales de zona sur pintados por Orlando Belloni.

Acá, supongamos que en zona norte, el vecinazgo está ausente, las rejas cerradas y las persianas bajas son escenarios para la aparición de estos “muñecos” —valga el coloquialismo— que hacen sus manejes, que “están en una”, como abrevia la expresión de época.

En ambientes de baja luminosidad, las pupilas se potencian para absorber cualquier mínima incandescencia. Hoy, que asistimos al relativo vaciamiento de la ciudad, por salud, por economía, por inseguridad o por la fantasía de una vida más rural, estas obras monocromáticas aventuran un rescate de la noche, como un romance sin sentimentalismos. Cero caretas.

¿Y qué es “El Pari”? Puede ser un apodo, un barrio o la traducción fonética de party, “fiesta” en inglés (en su último hit reguetonero la trapera local estrella canta estamos ready pal pary, pero, ey, no toque mi naik). Según la historiografía, La batalla de El Pari fue la más sangrienta de Hispanoamérica; el ejército español resultó victorioso, pero sufrió tantas pérdidas que quedó definitivamente debilitado, lo cual sería crucial para las ulteriores independencias del Sur. Es lo que se conoce como una “victoria pírrica”, un triunfo táctico con un precio demasiado alto para el bando vencedor, incluso más que para el vencido. Cuenta la etimología que el rey griego Pirro, tras triunfar ante los romanos con miles de muertos en sus propias filas, contempló el campo de batalla y dijo: Otra victoria como esta y volveré solo a casa.

DO Galería

13 mar 2020

Intenciones muralistas - Mimi Laquidara

Intenciones muralistas

Punto de fuga inconcluso. Objetos alineados que se disparan al infinito. Dibujos que reiteran la existencia de las cosas y que dejan registro de su paso por este mundo. La intención de dibujar todo, de invadir el espacio público, y el íntimo también.

Dije: la intención de dibujar todo donde debería haber dicho de invadirlo todo. Un mural del mundo, de todas las cosas, un mural inacabado y siempre dispuesto a incluir un objeto más, un dibujo más.

Mimi Laquidara mide el tiempo y su reloj de arena consiste en dibujar, el tiempo del dibujo (me escribió en un mail). Es disminuir la velocidad, dibujar un objeto para que su ritmo sea otro.

Producir 5.000.000.000 de botellas de plástico, tic, tac, tic, tac, tic, tac. Tiempos de producción los nuestros, de hacer, de repetir, de mecanizar. Objetos, miles de millones que no tienen autor, creadores anónimos. Mimi pinta una botella de plástico y le pone su nombre. Es suya.

Le pone fin al metrónomo pendulante, congela y vuelve inmortal esa botella, la que eligió: no habrá otra igual porque yo la dibujé. ¿Cuál dibujaste tú? ¿Cuál es tu objeto inmortal?, parece provocadoramente preguntarnos.

¿Cuándo nos detendremos? ¿Producir es vivir? Me pregunto.

Ella explora nuevas geografías, aterriza en nuevos paisajes, diagnostica. Reconoce y desconoce continuamente para que, en esa danza que es el viaje, una nueva coreografía se asome a través del trazo constante de objetos: una llave, un trapeador, una escoba, una caja de cerillos, una bolsa de azúcar, un chile (entre otros, diríamos).

Una lista de súper: no olvidemos comprar nada, hagamos una lista de todo lo que necesitamos, y de lo que no, también. Apúntalo, memorízalo, cierra los ojos y repasa todo de nuevo.

Los dibujos de Mimi Laquidara son fantasmas de objetos que fueron, son posibilidades de otras encarnaciones. Es una idea que me vino a la cabeza y la escribo aquí.

Volvamos a la lista: “Maestro Limpio”, “Hielo Iglú”, jabón en polvo “Roma”, “Aguafiel”, cerillos “Maya”, chile “Tajín” (entre otros, diríamos).

Intenciones muralistas es México, un pedazo expropiado, apropiado, un recurso para no olvidar, una mudanza, un cacho de cuerpo en otro lado, presencias y ausencias.

Estamos hablando de México, de objetos que lo definen y redefinen para hablar de otras cosas. Un dibujo que ahora invade otro rincón, otro lugar, el nuestro. México, te extrañamos, ¿verdad Mimi?

Analía Solomonoff

DO Galería

13 mar 2020

Intenciones muralistas - Mimi Laquidara

Intenciones muralistas

Punto de fuga inconcluso. Objetos alineados que se disparan al infinito. Dibujos que reiteran la existencia de las cosas y que dejan registro de su paso por este mundo. La intención de dibujar todo, de invadir el espacio público, y el íntimo también.

Dije: la intención de dibujar todo donde debería haber dicho de invadirlo todo. Un mural del mundo, de todas las cosas, un mural inacabado y siempre dispuesto a incluir un objeto más, un dibujo más.

Mimi Laquidara mide el tiempo y su reloj de arena consiste en dibujar, el tiempo del dibujo (me escribió en un mail). Es disminuir la velocidad, dibujar un objeto para que su ritmo sea otro.

Producir 5.000.000.000 de botellas de plástico, tic, tac, tic, tac, tic, tac. Tiempos de producción los nuestros, de hacer, de repetir, de mecanizar. Objetos, miles de millones que no tienen autor, creadores anónimos. Mimi pinta una botella de plástico y le pone su nombre. Es suya.

Le pone fin al metrónomo pendulante, congela y vuelve inmortal esa botella, la que eligió: no habrá otra igual porque yo la dibujé. ¿Cuál dibujaste tú? ¿Cuál es tu objeto inmortal?, parece provocadoramente preguntarnos.

¿Cuándo nos detendremos? ¿Producir es vivir? Me pregunto.

Ella explora nuevas geografías, aterriza en nuevos paisajes, diagnostica. Reconoce y desconoce continuamente para que, en esa danza que es el viaje, una nueva coreografía se asome a través del trazo constante de objetos: una llave, un trapeador, una escoba, una caja de cerillos, una bolsa de azúcar, un chile (entre otros, diríamos).

Una lista de súper: no olvidemos comprar nada, hagamos una lista de todo lo que necesitamos, y de lo que no, también. Apúntalo, memorízalo, cierra los ojos y repasa todo de nuevo.

Los dibujos de Mimi Laquidara son fantasmas de objetos que fueron, son posibilidades de otras encarnaciones. Es una idea que me vino a la cabeza y la escribo aquí.

Volvamos a la lista: “Maestro Limpio”, “Hielo Iglú”, jabón en polvo “Roma”, “Aguafiel”, cerillos “Maya”, chile “Tajín” (entre otros, diríamos).

Intenciones muralistas es México, un pedazo expropiado, apropiado, un recurso para no olvidar, una mudanza, un cacho de cuerpo en otro lado, presencias y ausencias.

Estamos hablando de México, de objetos que lo definen y redefinen para hablar de otras cosas. Un dibujo que ahora invade otro rincón, otro lugar, el nuestro. México, te extrañamos, ¿verdad Mimi?

Analía Solomonoff

DO Galería

13 mar 2020

Intenciones muralistas - Mimi Laquidara

Intenciones muralistas

Punto de fuga inconcluso. Objetos alineados que se disparan al infinito. Dibujos que reiteran la existencia de las cosas y que dejan registro de su paso por este mundo. La intención de dibujar todo, de invadir el espacio público, y el íntimo también.

Dije: la intención de dibujar todo donde debería haber dicho de invadirlo todo. Un mural del mundo, de todas las cosas, un mural inacabado y siempre dispuesto a incluir un objeto más, un dibujo más.

Mimi Laquidara mide el tiempo y su reloj de arena consiste en dibujar, el tiempo del dibujo (me escribió en un mail). Es disminuir la velocidad, dibujar un objeto para que su ritmo sea otro.

Producir 5.000.000.000 de botellas de plástico, tic, tac, tic, tac, tic, tac. Tiempos de producción los nuestros, de hacer, de repetir, de mecanizar. Objetos, miles de millones que no tienen autor, creadores anónimos. Mimi pinta una botella de plástico y le pone su nombre. Es suya.

Le pone fin al metrónomo pendulante, congela y vuelve inmortal esa botella, la que eligió: no habrá otra igual porque yo la dibujé. ¿Cuál dibujaste tú? ¿Cuál es tu objeto inmortal?, parece provocadoramente preguntarnos.

¿Cuándo nos detendremos? ¿Producir es vivir? Me pregunto.

Ella explora nuevas geografías, aterriza en nuevos paisajes, diagnostica. Reconoce y desconoce continuamente para que, en esa danza que es el viaje, una nueva coreografía se asome a través del trazo constante de objetos: una llave, un trapeador, una escoba, una caja de cerillos, una bolsa de azúcar, un chile (entre otros, diríamos).

Una lista de súper: no olvidemos comprar nada, hagamos una lista de todo lo que necesitamos, y de lo que no, también. Apúntalo, memorízalo, cierra los ojos y repasa todo de nuevo.

Los dibujos de Mimi Laquidara son fantasmas de objetos que fueron, son posibilidades de otras encarnaciones. Es una idea que me vino a la cabeza y la escribo aquí.

Volvamos a la lista: “Maestro Limpio”, “Hielo Iglú”, jabón en polvo “Roma”, “Aguafiel”, cerillos “Maya”, chile “Tajín” (entre otros, diríamos).

Intenciones muralistas es México, un pedazo expropiado, apropiado, un recurso para no olvidar, una mudanza, un cacho de cuerpo en otro lado, presencias y ausencias.

Estamos hablando de México, de objetos que lo definen y redefinen para hablar de otras cosas. Un dibujo que ahora invade otro rincón, otro lugar, el nuestro. México, te extrañamos, ¿verdad Mimi?

Analía Solomonoff

DO Galería

5 oct 2019

11 operaciones combinadas

1 · Transcribir el texto alternativo automático (AAT) encontrado en Facebook y generado por un robot que interpreta imágenes, describe situaciones y olvida jerarquías. Dejar de lado el malestar por la certeza de la vigilancia y autorizar a esta aplicación como un ser con habilidades literarias. Acaso, ¿no hay algo de poesía en esas descripciones absurdas, en estas enumeraciones disparatadas? Aceptar el potencial expresivo de un ente sin alma.

2 · Seleccionar el zócalo del e-mail, con las frases sugeridas por un asistente que lee la correspondencia y propone respuestas posibles, concisas, ajustadas a cierta forma de escribir, y transformar esas palabras en la imagen de una postal. Meditar sobre la posibilidad de resolver una réplica con la punta del dedo —dos toques y el mensaje vuela a su destino—. ¿Queda alguien en el mundo con el deseo de pensar una contestación?

3 · Operar sobre un vocablo de presencia recurrente, un concepto característico de estos tiempos. Dividirlo por dos. Tomar cada término y considerarlo en su individualidad. Percibir la resonancia de cada una de estas partes. Especular con la disociación y la separación en el espacio como un modo de generar sentido. ¿Las partes excediendo al todo?

4 · Elegir letras que son formas geométricas. Ι Δ. Leer y observar, alternativamente, y reconocer dos conjuntos. En uno, un triángulo y un rectángulo; en otro, la primera y la tercera vocal. Pensar en la geometría como sentido, en la tipografía como significado, en la imagen inestable. ¿Escritura o dibujo?

5 · Proyectar una traducción de figura a volumen, de una superficie en el plano a cilindro y a prisma rectangular. Explorar las tres dimensiones. Sumar: 50 m de papel fotográfico + 120 placas de película negativa. Resultado: dos cuerpos sensibles.

6 · Encontrar una palabra que se adhiere y multiplicarla por tres. Ponderar el alcance del término frágil (reclamo triple de cuidado y atención). ¿De qué fragilidad se habla? Valorar el resultado de una ecuación de resultado incierto: ¿Obra = vida? Tal vez, obra < vida. Tal vez, obra > vida.

7 · Ordenar con precisión una colección de papeles, serie discreta de hojas apenas desplazadas. ¿El papel fotográfico es un plano o un cuerpo? Rescatar la importancia de los márgenes oscurecidos por el tiempo y la luz. La superficie de arriba muestra un color: ¿es rosa? ¿amarillo pálido? ¿beige? Difícil decirlo, no deja de mutar.

8 · Disponer una superposición de películas, cuidadosamente, atendiendo a esa incisión de un par de cm que da cuenta de la característica del film —un corte como modo de identificación, al tacto, en la oscuridad—. Seis placas diferentes, seis formas particulares de responder a la luz. ¿Cuántas sensibilidades existen?

9 · Leer, antes de preparar las herramientas que reemplazarán al pincel. El nombre, en el pomo, no deja lugar a dudas: Tree green, Sky blue, Flesh, Lip, Cheek. Considerar el imperativo del fabricante. Ensayar una operación combinada: a una foto, restarle la imagen y sumarle un valor y óleo transparente. Resultado: geometría coloreada a mano.

10 · Retocar, como antes. Agradecer que la tinta sabe corregir el error: pequeñísimos puntos completan faltantes de color sobre el papel fotográfico. Ensayar otra operación: proyectar la imagen, aplicar retoque, sustraer la foto (no la verás a los cuatro, en brazos de su abuelo). Resultado: un resto de tinta y papel.

11 · Escribir un texto que dé cuenta de los procedimientos. Tomar decisiones formales: desechar un escrito en primera persona, intentar con la segunda, preferir el infinitivo. Tomar decisiones conceptuales: elegir qué decir, qué callar. ¿Describir? ¿Explicar? ¿Dar pistas? ¿Cómo se habla de una obra?

Andrea Ostera, 2019

Andrea Ostera

5 oct 2019

11 operaciones combinadas

1 · Transcribir el texto alternativo automático (AAT) encontrado en Facebook y generado por un robot que interpreta imágenes, describe situaciones y olvida jerarquías. Dejar de lado el malestar por la certeza de la vigilancia y autorizar a esta aplicación como un ser con habilidades literarias. Acaso, ¿no hay algo de poesía en esas descripciones absurdas, en estas enumeraciones disparatadas? Aceptar el potencial expresivo de un ente sin alma.

2 · Seleccionar el zócalo del e-mail, con las frases sugeridas por un asistente que lee la correspondencia y propone respuestas posibles, concisas, ajustadas a cierta forma de escribir, y transformar esas palabras en la imagen de una postal. Meditar sobre la posibilidad de resolver una réplica con la punta del dedo —dos toques y el mensaje vuela a su destino—. ¿Queda alguien en el mundo con el deseo de pensar una contestación?

3 · Operar sobre un vocablo de presencia recurrente, un concepto característico de estos tiempos. Dividirlo por dos. Tomar cada término y considerarlo en su individualidad. Percibir la resonancia de cada una de estas partes. Especular con la disociación y la separación en el espacio como un modo de generar sentido. ¿Las partes excediendo al todo?

4 · Elegir letras que son formas geométricas. Ι Δ. Leer y observar, alternativamente, y reconocer dos conjuntos. En uno, un triángulo y un rectángulo; en otro, la primera y la tercera vocal. Pensar en la geometría como sentido, en la tipografía como significado, en la imagen inestable. ¿Escritura o dibujo?

5 · Proyectar una traducción de figura a volumen, de una superficie en el plano a cilindro y a prisma rectangular. Explorar las tres dimensiones. Sumar: 50 m de papel fotográfico + 120 placas de película negativa. Resultado: dos cuerpos sensibles.

6 · Encontrar una palabra que se adhiere y multiplicarla por tres. Ponderar el alcance del término frágil (reclamo triple de cuidado y atención). ¿De qué fragilidad se habla? Valorar el resultado de una ecuación de resultado incierto: ¿Obra = vida? Tal vez, obra < vida. Tal vez, obra > vida.

7 · Ordenar con precisión una colección de papeles, serie discreta de hojas apenas desplazadas. ¿El papel fotográfico es un plano o un cuerpo? Rescatar la importancia de los márgenes oscurecidos por el tiempo y la luz. La superficie de arriba muestra un color: ¿es rosa? ¿amarillo pálido? ¿beige? Difícil decirlo, no deja de mutar.

8 · Disponer una superposición de películas, cuidadosamente, atendiendo a esa incisión de un par de cm que da cuenta de la característica del film —un corte como modo de identificación, al tacto, en la oscuridad—. Seis placas diferentes, seis formas particulares de responder a la luz. ¿Cuántas sensibilidades existen?

9 · Leer, antes de preparar las herramientas que reemplazarán al pincel. El nombre, en el pomo, no deja lugar a dudas: Tree green, Sky blue, Flesh, Lip, Cheek. Considerar el imperativo del fabricante. Ensayar una operación combinada: a una foto, restarle la imagen y sumarle un valor y óleo transparente. Resultado: geometría coloreada a mano.

10 · Retocar, como antes. Agradecer que la tinta sabe corregir el error: pequeñísimos puntos completan faltantes de color sobre el papel fotográfico. Ensayar otra operación: proyectar la imagen, aplicar retoque, sustraer la foto (no la verás a los cuatro, en brazos de su abuelo). Resultado: un resto de tinta y papel.

11 · Escribir un texto que dé cuenta de los procedimientos. Tomar decisiones formales: desechar un escrito en primera persona, intentar con la segunda, preferir el infinitivo. Tomar decisiones conceptuales: elegir qué decir, qué callar. ¿Describir? ¿Explicar? ¿Dar pistas? ¿Cómo se habla de una obra?

Andrea Ostera, 2019

Andrea Ostera

5 oct 2019

11 operaciones combinadas

1 · Transcribir el texto alternativo automático (AAT) encontrado en Facebook y generado por un robot que interpreta imágenes, describe situaciones y olvida jerarquías. Dejar de lado el malestar por la certeza de la vigilancia y autorizar a esta aplicación como un ser con habilidades literarias. Acaso, ¿no hay algo de poesía en esas descripciones absurdas, en estas enumeraciones disparatadas? Aceptar el potencial expresivo de un ente sin alma.

2 · Seleccionar el zócalo del e-mail, con las frases sugeridas por un asistente que lee la correspondencia y propone respuestas posibles, concisas, ajustadas a cierta forma de escribir, y transformar esas palabras en la imagen de una postal. Meditar sobre la posibilidad de resolver una réplica con la punta del dedo —dos toques y el mensaje vuela a su destino—. ¿Queda alguien en el mundo con el deseo de pensar una contestación?

3 · Operar sobre un vocablo de presencia recurrente, un concepto característico de estos tiempos. Dividirlo por dos. Tomar cada término y considerarlo en su individualidad. Percibir la resonancia de cada una de estas partes. Especular con la disociación y la separación en el espacio como un modo de generar sentido. ¿Las partes excediendo al todo?

4 · Elegir letras que son formas geométricas. Ι Δ. Leer y observar, alternativamente, y reconocer dos conjuntos. En uno, un triángulo y un rectángulo; en otro, la primera y la tercera vocal. Pensar en la geometría como sentido, en la tipografía como significado, en la imagen inestable. ¿Escritura o dibujo?

5 · Proyectar una traducción de figura a volumen, de una superficie en el plano a cilindro y a prisma rectangular. Explorar las tres dimensiones. Sumar: 50 m de papel fotográfico + 120 placas de película negativa. Resultado: dos cuerpos sensibles.

6 · Encontrar una palabra que se adhiere y multiplicarla por tres. Ponderar el alcance del término frágil (reclamo triple de cuidado y atención). ¿De qué fragilidad se habla? Valorar el resultado de una ecuación de resultado incierto: ¿Obra = vida? Tal vez, obra < vida. Tal vez, obra > vida.

7 · Ordenar con precisión una colección de papeles, serie discreta de hojas apenas desplazadas. ¿El papel fotográfico es un plano o un cuerpo? Rescatar la importancia de los márgenes oscurecidos por el tiempo y la luz. La superficie de arriba muestra un color: ¿es rosa? ¿amarillo pálido? ¿beige? Difícil decirlo, no deja de mutar.

8 · Disponer una superposición de películas, cuidadosamente, atendiendo a esa incisión de un par de cm que da cuenta de la característica del film —un corte como modo de identificación, al tacto, en la oscuridad—. Seis placas diferentes, seis formas particulares de responder a la luz. ¿Cuántas sensibilidades existen?

9 · Leer, antes de preparar las herramientas que reemplazarán al pincel. El nombre, en el pomo, no deja lugar a dudas: Tree green, Sky blue, Flesh, Lip, Cheek. Considerar el imperativo del fabricante. Ensayar una operación combinada: a una foto, restarle la imagen y sumarle un valor y óleo transparente. Resultado: geometría coloreada a mano.

10 · Retocar, como antes. Agradecer que la tinta sabe corregir el error: pequeñísimos puntos completan faltantes de color sobre el papel fotográfico. Ensayar otra operación: proyectar la imagen, aplicar retoque, sustraer la foto (no la verás a los cuatro, en brazos de su abuelo). Resultado: un resto de tinta y papel.

11 · Escribir un texto que dé cuenta de los procedimientos. Tomar decisiones formales: desechar un escrito en primera persona, intentar con la segunda, preferir el infinitivo. Tomar decisiones conceptuales: elegir qué decir, qué callar. ¿Describir? ¿Explicar? ¿Dar pistas? ¿Cómo se habla de una obra?

Andrea Ostera, 2019

Andrea Ostera

10 may 2019

Salón fumador - Trulalala (Claudia del Río y Carlos Herrera)

La prueba de que la economía industrial argentina tiene una especie de existencia nos la da el hecho de que está deprimida, como vos y como yo. Nuestra validez histórica anida en la depresión, la impotencia es el tópico de moda para la crítica cultural porque alguien la identifica como el rasgo más saliente del hoy afectivo, un zircón malformado en el presente político.

Decimos que la ciudad fue conquistada porque sentimos que ya no es nuestra, pero ¿quiénes somos nosotros? ¿cuándo fue nuestra la ciudad? No somos precisamente pobres, no estamos precisamente locos.

Hay una identidad, sugiere Salón Fumador, que se aferra de manera precaria a un par de carteles de chapa que van camino a desaparecer. Las cosas que se mueren en la ciudad, que ya no pueden multiplicarse porque es la realidad misma la que lo impide, vuelven, gracias a nuestro idioma, como una aurora que se le escapó al tiempo. A veces sí entre la locura (por qué negarlo) y a veces, quizá, también entre la pobreza, nuestra inocencia desgraciada se tornasola entre el marrón, el verde noche y el carmín: lo que queda en nosotros de la ciudad puede tomar formas hermosas.

El fantasma no tiene presencia en sí, es un reflejo traumático de lo que dejó de existir o, en lecturas más místicas, de lo que todavía no es. El humo entra en nuestros cuerpos como ese espectro; imita la forma coralina de los pulmones, nos posee por un segundo y nos abandona: el humo es el presente, un fantasma que se lleva una parte de nosotros.

Los carteles, las cortinas y los ceniceros son la reliquia autónoma que le devuelve materialidad al fantasma fuera del tiempo, y nosotros en el salón fumador, dejando ahí una brizna de vida, le devolvemos un filo espacial al pasado.

Trulalalá —un dueto productivo que va camino a cumplir quince años— se mueve, entonces, en un circuito vectorial limitado entre el tiempo y la identidad. Un tiempo de flujo convulso, que se encarama sobre sí mismo, se enriza y se descompone pero nunca alcanza a romperse y, por eso mismo, nos tortura. La identidad con la que negocia es un lenguaje común, una serie de visiones compartidas por los que formamos parte del detrito que fue derrotado en la conquista de la ciudad, aunque no estemos todos enteramente locos ni seamos todos enteramente pobres.

Nuestra identidad se reescribe una y otra vez sobre un paisaje de persianas cerradas, de cuadras que se hacen mucho más largas los días de lluvia; se habla desde afuera de las cosas pero estando —de algún modo tan raro como la existencia— adentro de todo.

Quizás haya una manera de proponer una temporalidad alternativa en la que nuestro idioma se imponga sobre la sustancia deprimida del presente. Quizás haya una posibilidad continuamente abierta para inyectarle oxitocina al canal del tiempo y que mil formas imposibles nazcan para reconquistar la ciudad. Imposible saberlo, pero nuestra validez histórica anida también en esta lengua de humo y colores que nunca vamos a dejar de hablar.

Alejo Ponce de León

TRULALALÁ es un dueto de colaboración artística compuesto por Claudia del Río y Carlos Herrera, que existe desde el 2006. En paralelo a sus prácticas artísticas individuales, estos artistas vienen colaborando en una exploración de manufacturas, diseños y técnicas de producción tradicionales argentinos que se hallan en proceso de decaimiento o extinción, así como el diseño utilitario local.

En sus palabras: “Es nuestro principal interés pensar este dúo en el encuentro, vínculo y creación en relación directa con industrias y pymes que producen una mano de obra artesanal e industrializada. Trabajamos desde la experiencia de los productos ya existentes en esas pymes o empresas, interviniéndolos o creando en algunos casos desde la materialidad pura.”

En 2010 crearon Lilibud, un conjunto de obras en conjunto con la Cristalería San Carlos, en la provincia de Santa Fe, que fueron exhibidas en el Museo Castagnino, Rosario, y en Zabaleta Lab.

En 2011 produjeron nuevamente en la Cristalería San Carlos un grupo de obras tituladas ¿Cuánto pesa el amor? que fueron exhibidas en la galería Nora Fisch, en Darkhaus y en DIXIT Arteba.

Entre 2013 y 2018, TRULALALÁ investiga la alfarería tradicional de barro no industrial y la tradición del legado de tejas musleras en la ciudad de Santa Fe, así como el método en cama de arena para la realización de objetos de bronce. Fabricaron tejas musleras, a partir de sus piernas, en el Taller de Cerámica Artesanal La Guardia, en la ciudad de Santa Fe, y piezas de bronce copiadas a partir de trozos de ramas y de restos antiguos de la fábrica, con el método cama de arena, en la Fundición Artística S.H. de Rosario.

Una instalación de más de veinte obras reunidas presenta el mundo que surgió en el encuentro con el barro y el bronce: un mundo poético de detalles y personajes de ensueño o de pesadilla, donde la impronta de las obras individuales de cada artista es reconocible. El resultado de esta experiencia se presenta en la galería Nora Fisch en 2018, con el nombre El Beso del barro.

En Salón Fumador, esta dupla de artistas propone un espacio con cuadros cuadrados a partir de una práctica en vía de extinción: la cartelería sobre chapa. Verde noche, Marrón, Carmín, Azul marino, Cedro, Azulejo y Tabaco se reúnen en la sala.

Claudia del Río (Rosario) se formó en pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde da clases. En los 80 formó parte de circuitos de performance, arte-correo y ediciones múltiples. En 2002 cofundó el Club del Dibujo; desde el 2006 el proyecto Pieza Pizarrón (Lehrstücke). Fue invitada como representante argentina a las Bienales de La Habana (Cuba), del Mercosur (Porto Alegre, Brasil), de Medellín (Colombia) y la de Salto (Uruguay).

Sus obras se encuentran en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, Museo Castagnino+Macro de Rosario, Colección OSDE, Colección Banco Supervielle, Museo Provincial Timoteo Navarro (Tucumán), Museo de Bellas Artes (Salta), Jack S. Blanton Museum of Art (Austin, Texas, EE.UU.), Karno Books (Los Ángeles, EE.UU.), Centro Wifredo Lam (La Habana, Cuba), Museo Bispo do Rosario (Río de Janeiro, Brasil) y Fundação Vera Chaves Barcellos (Porto Alegre, Brasil), MACBA (Barcelona, España).

Claudia del Río, gentileza galería Nora Fisch.

Carlos Herrera (Rosario) tomó clases de pintura con los maestros litoraleños Raúl Domínguez y Ambrosio Gatti. En 1998 y 1999 realizó talleres dependientes de la Facultad de Humanidades y Arte en la Universidad Nacional de Rosario. Desde 2000 realiza muestras individuales y colectivas en Argentina y en el extranjero.

En 2009 expuso individualmente una extensa edición de fotografías tituladas Temperatura Perfecta en el Centro Cultural Ricardo Rojas de Buenos Aires. En 2010 y 2011 formó parte de la Beca Kuitca UTDT.

En 2011 obtuvo el Primer Premio Petrobras arteBA con la obra Autorretrato sobre mi muerte. Ese mismo año representó a la Argentina en la Bienal de Estambul.

Carlos Herrera, gentileza galería Ruth Benzacar.

DO Galería

10 may 2019

Salón fumador - Trulalala (Claudia del Río y Carlos Herrera)

La prueba de que la economía industrial argentina tiene una especie de existencia nos la da el hecho de que está deprimida, como vos y como yo. Nuestra validez histórica anida en la depresión, la impotencia es el tópico de moda para la crítica cultural porque alguien la identifica como el rasgo más saliente del hoy afectivo, un zircón malformado en el presente político.

Decimos que la ciudad fue conquistada porque sentimos que ya no es nuestra, pero ¿quiénes somos nosotros? ¿cuándo fue nuestra la ciudad? No somos precisamente pobres, no estamos precisamente locos.

Hay una identidad, sugiere Salón Fumador, que se aferra de manera precaria a un par de carteles de chapa que van camino a desaparecer. Las cosas que se mueren en la ciudad, que ya no pueden multiplicarse porque es la realidad misma la que lo impide, vuelven, gracias a nuestro idioma, como una aurora que se le escapó al tiempo. A veces sí entre la locura (por qué negarlo) y a veces, quizá, también entre la pobreza, nuestra inocencia desgraciada se tornasola entre el marrón, el verde noche y el carmín: lo que queda en nosotros de la ciudad puede tomar formas hermosas.

El fantasma no tiene presencia en sí, es un reflejo traumático de lo que dejó de existir o, en lecturas más místicas, de lo que todavía no es. El humo entra en nuestros cuerpos como ese espectro; imita la forma coralina de los pulmones, nos posee por un segundo y nos abandona: el humo es el presente, un fantasma que se lleva una parte de nosotros.

Los carteles, las cortinas y los ceniceros son la reliquia autónoma que le devuelve materialidad al fantasma fuera del tiempo, y nosotros en el salón fumador, dejando ahí una brizna de vida, le devolvemos un filo espacial al pasado.

Trulalalá —un dueto productivo que va camino a cumplir quince años— se mueve, entonces, en un circuito vectorial limitado entre el tiempo y la identidad. Un tiempo de flujo convulso, que se encarama sobre sí mismo, se enriza y se descompone pero nunca alcanza a romperse y, por eso mismo, nos tortura. La identidad con la que negocia es un lenguaje común, una serie de visiones compartidas por los que formamos parte del detrito que fue derrotado en la conquista de la ciudad, aunque no estemos todos enteramente locos ni seamos todos enteramente pobres.

Nuestra identidad se reescribe una y otra vez sobre un paisaje de persianas cerradas, de cuadras que se hacen mucho más largas los días de lluvia; se habla desde afuera de las cosas pero estando —de algún modo tan raro como la existencia— adentro de todo.

Quizás haya una manera de proponer una temporalidad alternativa en la que nuestro idioma se imponga sobre la sustancia deprimida del presente. Quizás haya una posibilidad continuamente abierta para inyectarle oxitocina al canal del tiempo y que mil formas imposibles nazcan para reconquistar la ciudad. Imposible saberlo, pero nuestra validez histórica anida también en esta lengua de humo y colores que nunca vamos a dejar de hablar.

Alejo Ponce de León

TRULALALÁ es un dueto de colaboración artística compuesto por Claudia del Río y Carlos Herrera, que existe desde el 2006. En paralelo a sus prácticas artísticas individuales, estos artistas vienen colaborando en una exploración de manufacturas, diseños y técnicas de producción tradicionales argentinos que se hallan en proceso de decaimiento o extinción, así como el diseño utilitario local.

En sus palabras: “Es nuestro principal interés pensar este dúo en el encuentro, vínculo y creación en relación directa con industrias y pymes que producen una mano de obra artesanal e industrializada. Trabajamos desde la experiencia de los productos ya existentes en esas pymes o empresas, interviniéndolos o creando en algunos casos desde la materialidad pura.”

En 2010 crearon Lilibud, un conjunto de obras en conjunto con la Cristalería San Carlos, en la provincia de Santa Fe, que fueron exhibidas en el Museo Castagnino, Rosario, y en Zabaleta Lab.

En 2011 produjeron nuevamente en la Cristalería San Carlos un grupo de obras tituladas ¿Cuánto pesa el amor? que fueron exhibidas en la galería Nora Fisch, en Darkhaus y en DIXIT Arteba.

Entre 2013 y 2018, TRULALALÁ investiga la alfarería tradicional de barro no industrial y la tradición del legado de tejas musleras en la ciudad de Santa Fe, así como el método en cama de arena para la realización de objetos de bronce. Fabricaron tejas musleras, a partir de sus piernas, en el Taller de Cerámica Artesanal La Guardia, en la ciudad de Santa Fe, y piezas de bronce copiadas a partir de trozos de ramas y de restos antiguos de la fábrica, con el método cama de arena, en la Fundición Artística S.H. de Rosario.

Una instalación de más de veinte obras reunidas presenta el mundo que surgió en el encuentro con el barro y el bronce: un mundo poético de detalles y personajes de ensueño o de pesadilla, donde la impronta de las obras individuales de cada artista es reconocible. El resultado de esta experiencia se presenta en la galería Nora Fisch en 2018, con el nombre El Beso del barro.

En Salón Fumador, esta dupla de artistas propone un espacio con cuadros cuadrados a partir de una práctica en vía de extinción: la cartelería sobre chapa. Verde noche, Marrón, Carmín, Azul marino, Cedro, Azulejo y Tabaco se reúnen en la sala.

Claudia del Río (Rosario) se formó en pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde da clases. En los 80 formó parte de circuitos de performance, arte-correo y ediciones múltiples. En 2002 cofundó el Club del Dibujo; desde el 2006 el proyecto Pieza Pizarrón (Lehrstücke). Fue invitada como representante argentina a las Bienales de La Habana (Cuba), del Mercosur (Porto Alegre, Brasil), de Medellín (Colombia) y la de Salto (Uruguay).

Sus obras se encuentran en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, Museo Castagnino+Macro de Rosario, Colección OSDE, Colección Banco Supervielle, Museo Provincial Timoteo Navarro (Tucumán), Museo de Bellas Artes (Salta), Jack S. Blanton Museum of Art (Austin, Texas, EE.UU.), Karno Books (Los Ángeles, EE.UU.), Centro Wifredo Lam (La Habana, Cuba), Museo Bispo do Rosario (Río de Janeiro, Brasil) y Fundação Vera Chaves Barcellos (Porto Alegre, Brasil), MACBA (Barcelona, España).

Claudia del Río, gentileza galería Nora Fisch.

Carlos Herrera (Rosario) tomó clases de pintura con los maestros litoraleños Raúl Domínguez y Ambrosio Gatti. En 1998 y 1999 realizó talleres dependientes de la Facultad de Humanidades y Arte en la Universidad Nacional de Rosario. Desde 2000 realiza muestras individuales y colectivas en Argentina y en el extranjero.

En 2009 expuso individualmente una extensa edición de fotografías tituladas Temperatura Perfecta en el Centro Cultural Ricardo Rojas de Buenos Aires. En 2010 y 2011 formó parte de la Beca Kuitca UTDT.

En 2011 obtuvo el Primer Premio Petrobras arteBA con la obra Autorretrato sobre mi muerte. Ese mismo año representó a la Argentina en la Bienal de Estambul.

Carlos Herrera, gentileza galería Ruth Benzacar.

DO Galería

10 may 2019

Salón fumador - Trulalala (Claudia del Río y Carlos Herrera)

La prueba de que la economía industrial argentina tiene una especie de existencia nos la da el hecho de que está deprimida, como vos y como yo. Nuestra validez histórica anida en la depresión, la impotencia es el tópico de moda para la crítica cultural porque alguien la identifica como el rasgo más saliente del hoy afectivo, un zircón malformado en el presente político.

Decimos que la ciudad fue conquistada porque sentimos que ya no es nuestra, pero ¿quiénes somos nosotros? ¿cuándo fue nuestra la ciudad? No somos precisamente pobres, no estamos precisamente locos.

Hay una identidad, sugiere Salón Fumador, que se aferra de manera precaria a un par de carteles de chapa que van camino a desaparecer. Las cosas que se mueren en la ciudad, que ya no pueden multiplicarse porque es la realidad misma la que lo impide, vuelven, gracias a nuestro idioma, como una aurora que se le escapó al tiempo. A veces sí entre la locura (por qué negarlo) y a veces, quizá, también entre la pobreza, nuestra inocencia desgraciada se tornasola entre el marrón, el verde noche y el carmín: lo que queda en nosotros de la ciudad puede tomar formas hermosas.

El fantasma no tiene presencia en sí, es un reflejo traumático de lo que dejó de existir o, en lecturas más místicas, de lo que todavía no es. El humo entra en nuestros cuerpos como ese espectro; imita la forma coralina de los pulmones, nos posee por un segundo y nos abandona: el humo es el presente, un fantasma que se lleva una parte de nosotros.

Los carteles, las cortinas y los ceniceros son la reliquia autónoma que le devuelve materialidad al fantasma fuera del tiempo, y nosotros en el salón fumador, dejando ahí una brizna de vida, le devolvemos un filo espacial al pasado.

Trulalalá —un dueto productivo que va camino a cumplir quince años— se mueve, entonces, en un circuito vectorial limitado entre el tiempo y la identidad. Un tiempo de flujo convulso, que se encarama sobre sí mismo, se enriza y se descompone pero nunca alcanza a romperse y, por eso mismo, nos tortura. La identidad con la que negocia es un lenguaje común, una serie de visiones compartidas por los que formamos parte del detrito que fue derrotado en la conquista de la ciudad, aunque no estemos todos enteramente locos ni seamos todos enteramente pobres.

Nuestra identidad se reescribe una y otra vez sobre un paisaje de persianas cerradas, de cuadras que se hacen mucho más largas los días de lluvia; se habla desde afuera de las cosas pero estando —de algún modo tan raro como la existencia— adentro de todo.

Quizás haya una manera de proponer una temporalidad alternativa en la que nuestro idioma se imponga sobre la sustancia deprimida del presente. Quizás haya una posibilidad continuamente abierta para inyectarle oxitocina al canal del tiempo y que mil formas imposibles nazcan para reconquistar la ciudad. Imposible saberlo, pero nuestra validez histórica anida también en esta lengua de humo y colores que nunca vamos a dejar de hablar.

Alejo Ponce de León

TRULALALÁ es un dueto de colaboración artística compuesto por Claudia del Río y Carlos Herrera, que existe desde el 2006. En paralelo a sus prácticas artísticas individuales, estos artistas vienen colaborando en una exploración de manufacturas, diseños y técnicas de producción tradicionales argentinos que se hallan en proceso de decaimiento o extinción, así como el diseño utilitario local.

En sus palabras: “Es nuestro principal interés pensar este dúo en el encuentro, vínculo y creación en relación directa con industrias y pymes que producen una mano de obra artesanal e industrializada. Trabajamos desde la experiencia de los productos ya existentes en esas pymes o empresas, interviniéndolos o creando en algunos casos desde la materialidad pura.”

En 2010 crearon Lilibud, un conjunto de obras en conjunto con la Cristalería San Carlos, en la provincia de Santa Fe, que fueron exhibidas en el Museo Castagnino, Rosario, y en Zabaleta Lab.

En 2011 produjeron nuevamente en la Cristalería San Carlos un grupo de obras tituladas ¿Cuánto pesa el amor? que fueron exhibidas en la galería Nora Fisch, en Darkhaus y en DIXIT Arteba.

Entre 2013 y 2018, TRULALALÁ investiga la alfarería tradicional de barro no industrial y la tradición del legado de tejas musleras en la ciudad de Santa Fe, así como el método en cama de arena para la realización de objetos de bronce. Fabricaron tejas musleras, a partir de sus piernas, en el Taller de Cerámica Artesanal La Guardia, en la ciudad de Santa Fe, y piezas de bronce copiadas a partir de trozos de ramas y de restos antiguos de la fábrica, con el método cama de arena, en la Fundición Artística S.H. de Rosario.

Una instalación de más de veinte obras reunidas presenta el mundo que surgió en el encuentro con el barro y el bronce: un mundo poético de detalles y personajes de ensueño o de pesadilla, donde la impronta de las obras individuales de cada artista es reconocible. El resultado de esta experiencia se presenta en la galería Nora Fisch en 2018, con el nombre El Beso del barro.

En Salón Fumador, esta dupla de artistas propone un espacio con cuadros cuadrados a partir de una práctica en vía de extinción: la cartelería sobre chapa. Verde noche, Marrón, Carmín, Azul marino, Cedro, Azulejo y Tabaco se reúnen en la sala.

Claudia del Río (Rosario) se formó en pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde da clases. En los 80 formó parte de circuitos de performance, arte-correo y ediciones múltiples. En 2002 cofundó el Club del Dibujo; desde el 2006 el proyecto Pieza Pizarrón (Lehrstücke). Fue invitada como representante argentina a las Bienales de La Habana (Cuba), del Mercosur (Porto Alegre, Brasil), de Medellín (Colombia) y la de Salto (Uruguay).

Sus obras se encuentran en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, Museo Castagnino+Macro de Rosario, Colección OSDE, Colección Banco Supervielle, Museo Provincial Timoteo Navarro (Tucumán), Museo de Bellas Artes (Salta), Jack S. Blanton Museum of Art (Austin, Texas, EE.UU.), Karno Books (Los Ángeles, EE.UU.), Centro Wifredo Lam (La Habana, Cuba), Museo Bispo do Rosario (Río de Janeiro, Brasil) y Fundação Vera Chaves Barcellos (Porto Alegre, Brasil), MACBA (Barcelona, España).

Claudia del Río, gentileza galería Nora Fisch.

Carlos Herrera (Rosario) tomó clases de pintura con los maestros litoraleños Raúl Domínguez y Ambrosio Gatti. En 1998 y 1999 realizó talleres dependientes de la Facultad de Humanidades y Arte en la Universidad Nacional de Rosario. Desde 2000 realiza muestras individuales y colectivas en Argentina y en el extranjero.

En 2009 expuso individualmente una extensa edición de fotografías tituladas Temperatura Perfecta en el Centro Cultural Ricardo Rojas de Buenos Aires. En 2010 y 2011 formó parte de la Beca Kuitca UTDT.

En 2011 obtuvo el Primer Premio Petrobras arteBA con la obra Autorretrato sobre mi muerte. Ese mismo año representó a la Argentina en la Bienal de Estambul.

Carlos Herrera, gentileza galería Ruth Benzacar.

DO Galería

15 mar 2019

Los días van

Notas sobre una exposición

En octubre de 2011 tuve la oportunidad de curar en el espacio de arte de la Fundación OSDE, La diversidad de lo moderno. Arte de Rosario en los años cincuenta, una exposición panorámica que, tal como su título lo indica, pretendía dar cuenta de los grupos y artistas que en ese momento cenital estaban empeñados –independientemente de sus perspectivas y convicciones– en producir cambios sustanciales en los lenguajes y técnicas de las artes visuales.

Así me puse en contacto con numerosas personas, entre ellas, Dorita Schwieters, esposa de Jorge Vila Ortiz, un artista señero y relevante en el despuntar del arte abstracto, que había muerto hacía varios años, y que, después de una intensa actividad expositiva en la década del cincuenta y a pesar de que su producción plástica continuó desarrollándose, no volvió a exponer sus obras hasta que, en 1981, Rubén de la Colina lo convocó como Artista Invitado del XV Salón Anual de Artistas Plásticos en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”.

En oportunidad de la muestra de OSDE, impactado por la obra de un artista que a pesar de su significación en la historia del arte de la ciudad era poco conocida, decidí incluir varias pinturas de las cuales una resultó, finalmente, ser la imagen de la exposición. A partir de allí tuvimos varios encuentros en los que Dorita hablaba muy vivamente del viaje a Europa que juntos habían realizado en 1950 y de las alternativas experimentadas a su regreso: Roma, donde Jorge inició sus experiencias con la cerámica; París con su impresionante oferta cultural y las dificultades propias de la posguerra; y entre las tantas relaciones, el vínculo con el escritor Julio Cortázar con quien compartieron el viaje de ida y con la pintora islandesa Vera Zilzer con la que intimaron en el viaje de regreso a Buenos Aires.

Cuando en el transcurso de 2018 los responsables de la Galería Diego Obligado me propusieron realizar la curaduría de una exposición, no dudé en elegir la obra de Jorge Vila Ortiz. Dado que en la búsqueda de materiales documentales encontré una crónica periodística en la que se habla de “Los Días Van”, un poema dedicado por Julio Cortázar al matrimonio Vila Ortiz, el título de la exposición se fue definiendo, y así, en función del recorte elegido, la misma estaría encabezada por las bellas palabras del escritor.

Ese relato me puso en la pista de las cartas que Cortázar enviara a los Vila Ortiz mientras residían en Roma, entonces consideré que las mismas eran sobradamente iluminadoras y condensadoras del viaje como un aspecto central de la formación estética del artista y que sobre este asunto debía girar el ensayo que acompañase la selección de obras.

Se trata de unas treinta pinturas y collages, en su mayoría inéditos, que a pesar de no tener títulos y fechas podemos inferir que fueron realizados mayoritariamente en la década del cincuenta y parcialmente en los sesenta y que por tal motivo abarcan un amplio y ecléctico registro formal: en primer lugar, una geometría emparentada a veces con el arte concreto y otras con el poscubismo –y por lo tanto aquí con algún grado de iconicidad, mínimo por cierto–; en segundo término, una abstracción lírica con recursos gestuales; finalmente, unos pequeñísimos collages en clave neo-dadaísta que exhiben claramente el carácter lúdico y humorístico que campea en gran parte de su producción.

Obras que, al margen de toda ortodoxia y fuera de cualquier prejuicio estético o teórico, rebasan los límites entre figuración y abstracción y, a su vez, entre las variantes de esta última.

Dorita no hablaba sobre su propia obra ni la mostraba; tampoco sé si la conservaba pero en su momento había ejecutado los tapices abstractos que su marido había presentado en exposiciones acompañando cerámicas en la misma clave de estilo. En nuestras conversaciones se refería esencialmente a las situaciones que había vivenciado con Jorge y a los personajes que habían conocido.

Estos testimonios orales junto a los libros y tarjetas que habían conservado de ese viaje inicial –que con el paso del tiempo adquieren un carácter básicamente documental acerca de lo leído, lo visto y lo vivido– y también junto a las obras, son las fuentes que convergen en la redacción del escrito que acompaña la muestra: “Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores”; título que además es un tácito homenaje a estos últimos.

A mediados del año pasado, nos encontramos con Florencia de la Colina y conversamos sobre la obra de Jorge Vila Ortiz y por lo tanto tuvo mucho que ver con la materialización de esta nueva muestra que será, después de los avances presentados en 2011, un nuevo descubrimiento. A ella y fundamentalmente a la familia del artista mi agradecimiento.

Los Días Van

Los días van como las olas y los cantos, //
su rubio viento y sus profundos verdes por las olas cambiantes. //
En uno de ellos queda una bahía, en otro //
un pánico de estrellas o delfines, //
mientras un tiempo nuevo y sigiloso //
con noches de distinto meridiano //
filtra sus cuerdas pálidas por los compartimentos //
y se mezcla con el vino que bebimos. //

Un viaje, oh dulce pena en la raíz del cuerpo //
que juega con sí mismo a ser igual, constante, //
y a despertar distinto cada día, bajo cielos novísimos.

Para Dorita y Jorge, una noche de pintura y canzonettas en el Mediterráneo.

Julio, 21/1/50

Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores

En la contratapa de un volumen dedicado a la correspondencia de Julio Cortázar se cita un texto de 1942 que puede leerse como una “declaración de principios” largamente sostenida: “Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos”.¹

Una concepción sobre el género epistolar que puede aplicarse, sin demasiadas mediaciones, a las realizaciones visuales de Jorge Vila Ortiz,² un artista con el cual el escritor mantuvo una breve pero intensa relación, y cuyas formas y materialidades muestran desde el principio, y también de una manera constante, el carácter desinhibido y espontáneo que corresponde a la actitud experimental; esa persecución brutal de lo nuevo que según Theodor Adorno³ imponía a los artistas modernos ensayar procedimientos inesperados cuyos efectos eran difíciles de prever y que por tal motivo sorprendían a sus autores y, con una fuerza aún mayor, conmovían a sus audiencias.

Tal lo que ocurre con las pinturas de Jorge Vila Ortiz que –suponemos– también navegan en “el vasto río de los pensamientos y los afectos” y que, como productos de una actitud de estudio y curiosidad intelectual pero también de una realización desprejuiciada y fluida, llegan a nuestros días interpelando, con la misma fuerza que lo hicieron en el pasado, a las sensibilidades del presente.

Alberto Carlos Vila Ortiz evocó esos vínculos amistosos a través del manuscrito de “Los Días Van”, el poema que Cortázar dedicara a sus tíos, Jorge y Dorita, el 21 de enero de 1950 en el Mediterráneo, poco antes de arribar a su primer destino europeo. Poema que en su recuerdo yuxtapone con una fotografía de ese mismo año en la que Cortázar y Dorita aparecen de espalda, presumiblemente en Florencia, mientras buscaban el Palacio Pitti.⁴

Vale señalar que los “jóvenes pintores”, como los llama Cortázar en una de sus cartas, se habían embarcado en Buenos Aires, al igual que el escritor, en el conocido navío Conte Biancamano, y, a partir del vínculo que había surgido durante la travesía, compartieron parte de la estadía en Italia.

Inmediatamente después, instalados en Roma, cuando Cortázar se dirigió a las ciudades del norte de la península y luego a París, entablaron una sugestiva correspondencia que ilustra sobre los itinerarios y experiencias de viaje, sobre las vivencias cotidianas en la Europa de posguerra, sobre las atracciones culturales y las preferencias estéticas.⁵

El 6 de marzo, Cortázar les envió la primera de estas cartas en la que relata el interés suscitado por los murales y las series pictóricas vistas en Ravenna, Padua y Venecia, arrojando así una sugestiva y previsible valoración –típicamente modernista– de los pintores de la baja edad media como Giotto o cuatrocentistas como Vittore Carpaccio y Giovanni Bellini frente a los más tardíos y conocidos Tiziano, Tintoretto y Veronese.

Noticias mías. Ravenna magnífico. Lamento discrepar con ustedes sobre Padova: me pareció una señora ciudad, y pasé 24 h. espléndidas. El Giotto de la Arena es sin duda muy superior –para mí– al de Asís. En cuanto a Venecia, pasé 5 días fabulosos. Me mudé a 3 hoteles hasta sentirme cómodo. Gran confirmación: CARPACCIO. ¡Qué pintor! La serie de San Jorge en la pequeña iglesia, y la de Santa Úrsula en la Academia, me dejaron boquiabierto. Me sorprende que ustedes no me lo mencionaran. ¿O lo hicieron y yo me olvidé? Cambio los 3 “grandes” (Tiz, Tint y Veronés) por 1 pincelada de Carpaccio. Giovanni Bellini también me gustó.⁶

Luego, a renglón siguiente, narra el “estupendo” viaje de Venecia a París y el impacto que le produce el trazado y los cambiantes panoramas de esta última, sus espacios de sociabilidad, sus reservorios capaces de albergar el arte de todos los tiempos y, al mismo tiempo, las realizaciones modernas que de los impresionistas se extienden hasta los exponentes de las primeras vanguardias recuperados después de la guerra por museos y galerías.

Me cuesta transmitirles una idea de esto, porque yo mismo estoy aplastado bajo la acumulación de sensaciones y experiencias. Como ciudad es la cosa más perfecta posible. Los panoramas se suceden unos a otros de manera increíble (ahí está el talento de los grandes urbanistas) y los espectáculos, la vida de los cafés y las calles, la iluminación nocturna, son inagotables. Como mera muestra vaya esto: ayer pasé 4 horas en el Museo del Impresionismo. Salas enteras llenas de Renoir, Cézanne, Monet, Sisley, Van Gogh… sale uno como si le hubieran dado de palos. Y decir que me falta el Louvre, que es un mundo… Hay música a montones (ya me desquité de 2 meses de ayuno sonoro, con 3 conciertos). En las galerías exponen Braque, Matisse. Notre-Dame y la Sainte Chapelle están ahí, a 2 pasos de mi hotel. En fin, la locura.⁷

El 29 de marzo y dado que en breve sus amigos se desplazarían hacia la capital francesa Cortázar se explayó pormenorizadamente sobre los precios de los hoteles, comidas y transportes, las entradas a los cines, teatros y museos, pero también volvió a insistir sobre aquello que lo había impactado y que ahora, habiéndolo experimentado, podía recomendar: las iglesias –Notre-Dame, Saint-Séverin y Sainte-Chapelle–, los museos –del Louvre, del Impresionismo, de Arte Moderno, Guimet–, barrios como el Marais con la Place des Vosges en la rive droite y el Quartier Latin en la rive gauche, Champ-Elysées “para ver el gran París” y Montmartre.

También, un pequeño viaje en metro para llegar a Vincennes y otro en tren para arribar a Chartres y admirar su maravillosa catedral. Pero más allá de estas didácticas indicaciones la carta aporta una observación que ilustra sobre preferencias compartidas en Italia:

Ya veo que están aprovechando magníficamente su tiempo, y que Bizancio los posee en cuerpo y alma. Yo les aseguro que cuando vi Ravenna, Padua y Venecia, descubrí que era un bizantino traspapelado en el tiempo.⁸

Sesenta años después, Dorita narraba impresiones del viaje y las alternativas inmediatamente posteriores con una intensidad inusual y todo hace pensar que el mismo tuvo para ellos un carácter iniciático: el contacto con Cortázar, la estadía en la Farnesina con becarios y estudiantes extranjeros, la aproximación de Jorge a la cerámica con un maestro de la Garbatella, los vestigios del pasado y las manifestaciones del presente; una narración caleidoscópica en la que alternaba el asombro por las restricciones del París de posguerra –“donde desayunar con manteca era un exceso de optimismo”– con la fascinación que le provocaba ver en los museos “el color de un Monet”, “el dibujo de un Picasso” y “la textura de un Braque”.⁹

Durante el tiempo que los Vila Ortiz permanecieron en Roma no sólo recorrieron monumentos y colecciones, también compraron libros y tarjetas con fotografías de obras que ilustran, al menos en parte, sobre sus intereses y predilecciones.

Se destacan entre sus adquisiciones el primer volumen de Le Scuole della Pittura Italiana¹⁰ dedicado al arte comprendido entre los siglos VI y XIII y el primero de L’Arte Italiana¹¹ que abarca desde los orígenes cristianos hasta el período románico y tiene en su portadilla la firma de Dorita Schwieters de Vila Ortiz y una inscripción manuscrita que indica, entre otros señalamientos que atestiguan su lectura, Roma 1950.

Junto a estos y otros textos que en buena medida confirman la observación de Cortázar sobre la seducción del mundo bizantino se conserva una colección de tarjetas postales, o al menos una parte de ella, que ratifican las visitas a las iglesias de Santa María y Santa Cecilia en el Trastevere, próximas a su hospedaje en Roma, al Mausoleo de Galla Placidia, la Basílica de San Vitale y San Apollinare en Ravenna y la Basílica de San Zeno en Verona.

Pero además del interés de los Vila Ortiz por el arte paleocristiano, bizantino y de la alta Edad Media, otros libros¹² y tarjetas muestran la reiterada fascinación moderna por los primitivos del centro y norte de Europa y por los pintores italianos previos al Renacimiento, por el arte de otras civilizaciones y, desde ya, por todo el ciclo del arte moderno que se inicia con los artistas del siglo XIX y los impresionistas y culmina con los ismos del XX llegando a los expresionistas abstractos norteamericanos y los informalistas europeos.

En una carta dirigida a Jorge el 6 de abril, Cortázar se refiere a la reciente producción del artista y su conocimiento del movimiento italiano del presente, poniendo nuevamente sobre la mesa su admiración por los primitivos de Alemania, los grandes artistas modernistas y la reciente abstracción lírica cultivada en París por Hartung y otros pintores.

Lo felicito por saber que está pintando. Retrato de la muerte es un gran nombre para un cuadro, y no dudo que el cuadro será digno de tan alta empresa. Veo que se conoce usted todo el movimiento de la pintura viva en Italia, y por mi parte le anuncio que en París se ven cosas estupendas. Ayer estuve en la exposición de Max Ernst, y en una galería donde entre otras pavaditas había 5 Picasso, 5 Braque y 4 Paul Klee.

Los abstractos –a quienes dedican ustedes sus más mefistofélicas sonrisas– son aquí una realidad muy seria. Ya lo verán personalmente cuando vengan. Les señalo solamente un nombre: Hans Hartung. ¡Viva lo abstracto… cuando es bueno! Además de esto hay una muestra de primitivos alemanes que es para retorcerse por el suelo y lamer los felpudos.¹³

Pero la carta no sólo ilustra sobre las fascinaciones y obsesiones de Cortázar sino que en uno de sus tramos advierte sobre las percepciones de esa nueva pintura abstracta que exigen, necesariamente, recapitular sobre las obras y biografías de sus amigos rosarinos; ya que así como estudiaron en Roma –a través de textos y reproducciones fotográficas– el arte bizantino antes de conocerlo en Ravenna, también llegaron a Europa con conocimientos y experiencias a partir de las cuales observaron y adoptaron muy selectivamente los diversos capítulos de la historia y las novísimas expresiones del presente.

Dorita recordaba muy vivamente que conoció a Jorge en La Basurita a la que calificaba de modo enfático y taxativo como “el lugar para ir a pintar”,¹⁴ aludiendo así a la atracción que producía en la comunidad artística rosarina –sobre todo en las franjas políticamente más comprometidas del espectro moderno– ese extraño y miserable paraje situado en el sur de la ciudad.

Poco tiempo antes, hacia 1945, Jorge había abandonado sus estudios de medicina para dedicarse a la pintura, relacionándose inicialmente con el escultor Nicolás Antonio de San Luis y después con el pintor Leónidas Gambartes, con quien mantuvo una prolongada amistad.

Durante los años 1948 y 1949 –al igual que Dorita– concurrió regularmente al taller de Ricardo Sívori que desde comienzos de la década del cincuenta desarrolló, en el marco de diversas actividades grupales, una propuesta artística centrada en lo que denominó la “síntesis plástico realista”. Una combinación de representación y especulación plástica pura que remiten al poscubismo de André Lhote dado que Sívori había estudiado en Buenos Aires con la escultora Cecilia Marcovich y esta, a su vez, había asimilado en París la propuesta del conocido maestro.

Como se puede observar, una cadena de sucesos y personajes suficientemente significativos desde el punto de vista estético e ideológico como para definir inicialmente la inclusión de Jorge en las filas de los nuevos realismos y, poco después, en las del surrealismo; movimiento que desde 1939 experimentaba expansiones en América debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Así, luego de realizar numerosos apuntes sobre el paisaje de las periferias rosarinas Jorge se internó muy precozmente en la insólita imaginería del surrealismo y posiblemente por la poderosa sugestión de los dibujos oníricos de Gambartes y por el uso del automatismo arribó a conclusiones abstractas.

Realizaciones cargadas de lirismo y espontaneidad que después se complementaron con la adquisición de los juegos formales del poscubismo ensayado en el taller de Sívori. No en vano, cuando los Vila Ortiz se instalaron en París, visitaron el estudio de Lhote al que consideraban como una suerte de ancestro y adquirieron la cuarta edición en francés del Tratado del Paisaje publicada recientemente,¹⁵ entre otros textos sobre creadores modernos.¹⁶

En las décadas del cuarenta y del cincuenta la Editorial Poseidón había publicado en Buenos Aires varios tratados de pintura y ensayos sobre arte moderno entre los cuales no sólo figuraba la traducción que Julio E. Payró había realizado del texto de Lhote sino también Universalismo Constructivo,¹⁷ la colección de lecciones del maestro uruguayo Joaquín Torres García.

Si bien estos volúmenes conservados por los Vila Ortiz en su biblioteca permiten una aproximación a los conocimientos adquiridos antes del viaje también hay otros indicadores a considerar. Uno de ellos es la realización en Buenos Aires de una exposición de pintura francesa donde se exhibieron obras de los nuevos abstractos como, por ejemplo, Atlan, Le Moal, Manessier, Pignon, Tal Coat, Van Velde.¹⁸

Según un crítico de la época, Oscar Herrero Miranda –un pintor con quien Jorge tuvo vinculaciones y a quien se atribuye la realización, en ese mismo 1949, de la primera obra abstracta en Rosario– había quedado “impresionado ante las obras de Van Velde y, en modo particular, por Manessier.”¹⁹

Otro indicador es –quizá también a partir de la amistad con Gambartes– la lectura de Universalismo Constructivo, que habría aproximado a Jorge a los planteos de Torres García como se puede observar en algunas obras y particularmente a partir de la amistad que tanto él como Dorita mantuvieron, ya a su regreso de Europa, con un importante referente del taller del maestro: Julio Uruguay Alpuy.

Prueba de esa amistad, que seguramente tuvo su momento más intenso entre 1953 y 1957, fueron los bordados sobre arpilleras que Dorita ejecutó a partir de cartones de Alpuy tal como lo hacía con los diseños de Jorge y que sitúan la obra de este último –o al menos una zona de la misma– en la esfera de una poética en torno a los soportes y materiales compartida con los miembros del taller de Torres García.

No sabemos a qué artistas los Vila Ortiz dedicaban –como dice Cortázar– sus “más mefistofélicas sonrisas” pero, cuando se instalaron en París, continuaron asimilando con voracidad todo el ciclo del modernismo y seguramente procesaron con rapidez las alternativas de la nueva pintura abstracta.

Tampoco sabemos qué estaba pintando Jorge en Italia –más allá del título de una obra con resonancias existenciales– pero quizá en los últimos tramos de la estadía en la península o más probablemente a partir del establecimiento en París desarrolló una serie de abstracciones informalistas.

Se trata de experiencias desplegadas, fundamentalmente, en libretas de viaje con tintas y aplicación de papeles –boletos de exposiciones, periódicos, fragmentos de mapas, entre otros materiales impresos en francés– que debieron resultar lo suficientemente significativos como para que el artista los conservara hasta su muerte.

Por entonces, el arte abstracto tenía en París sus salones y galerías, sus críticos y revistas, y, por supuesto, sus artistas.²⁰ Un variado y extenso conjunto de creadores de diversas nacionalidades que cultivaban alternativas centradas en el gesto, el signo, el color, la materia o el espacio; una nueva manera de concebir y producir que se extendía por diversas regiones del mundo y que era designada de diferente manera según las geografías, los escenarios artísticos y culturales –París, Nueva York– y los términos propuestos por la crítica.²¹

Muy posiblemente, siguiendo el consejo de Cortázar,²² Jorge y Dorita acudieron al artista peruano Fernando de Szyszlo quien, radicado allí desde 1948, podía guiarlos con rapidez por la compleja red de galerías y museos donde no sólo exponían los representantes del arte nuevo sino también emblemáticos creadores de la vanguardia histórica, ahora celebrados luego de las proscripciones padecidas durante la guerra y la ocupación alemana.

A partir de estos itinerarios podemos suponer que si los primeros pudieron oficiar como una poderosa sugestión, los segundos debieron producir –dada la radicalidad y la autoridad con que estaban investidos– un impacto que se extendió largamente en el tiempo.

Si se observan las obras producidas por Jorge al regresar al país –en su mayoría pinturas realizadas al agua sobre papeles de pequeño formato– es posible advertir las afinidades con algunos artistas de la nueva Escuela de París, pero fuertemente y de un modo prácticamente constante, las huellas de figuras de los grandes movimientos previos a la Segunda Guerra como Klee,²³ Miró, Picabia o Torres García, por citar las más visibles; y si inicialmente los planteos del concretismo y fundamentalmente del poscubismo orientaron una obra que devenía en los carriles de una geometría de corte racional, los aportes de la experiencia informalista siguieron gravitando con fuerza a través de gestos y caligrafías, movimientos de color y de textura desplegados casi siempre en los lindes de una abstracción lírica que fue la constante de toda su producción pictórica.

Aunque Cortázar previera en una de sus últimas cartas una breve estadía del matrimonio Vila Ortiz en París y se despidiera, ya pronto a partir hacia la Argentina, con un “hasta –¡ay!– Buenos Aires”,²⁴ estos permanecieron en Europa hasta 1951.

Ese año se instalaron en la capital del país y al final del mismo regresaron definitivamente a Rosario donde Jorge participó de la gran expansión modernista que –durante los años siguientes, y prácticamente por espacio de una década–, cambió notablemente el panorama de la ciudad.²⁵

Pero este es otro capítulo de la historia.

Marzo 2019

Jorge Vila Ortiz

15 mar 2019

Los días van

Notas sobre una exposición

En octubre de 2011 tuve la oportunidad de curar en el espacio de arte de la Fundación OSDE, La diversidad de lo moderno. Arte de Rosario en los años cincuenta, una exposición panorámica que, tal como su título lo indica, pretendía dar cuenta de los grupos y artistas que en ese momento cenital estaban empeñados –independientemente de sus perspectivas y convicciones– en producir cambios sustanciales en los lenguajes y técnicas de las artes visuales.

Así me puse en contacto con numerosas personas, entre ellas, Dorita Schwieters, esposa de Jorge Vila Ortiz, un artista señero y relevante en el despuntar del arte abstracto, que había muerto hacía varios años, y que, después de una intensa actividad expositiva en la década del cincuenta y a pesar de que su producción plástica continuó desarrollándose, no volvió a exponer sus obras hasta que, en 1981, Rubén de la Colina lo convocó como Artista Invitado del XV Salón Anual de Artistas Plásticos en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”.

En oportunidad de la muestra de OSDE, impactado por la obra de un artista que a pesar de su significación en la historia del arte de la ciudad era poco conocida, decidí incluir varias pinturas de las cuales una resultó, finalmente, ser la imagen de la exposición. A partir de allí tuvimos varios encuentros en los que Dorita hablaba muy vivamente del viaje a Europa que juntos habían realizado en 1950 y de las alternativas experimentadas a su regreso: Roma, donde Jorge inició sus experiencias con la cerámica; París con su impresionante oferta cultural y las dificultades propias de la posguerra; y entre las tantas relaciones, el vínculo con el escritor Julio Cortázar con quien compartieron el viaje de ida y con la pintora islandesa Vera Zilzer con la que intimaron en el viaje de regreso a Buenos Aires.

Cuando en el transcurso de 2018 los responsables de la Galería Diego Obligado me propusieron realizar la curaduría de una exposición, no dudé en elegir la obra de Jorge Vila Ortiz. Dado que en la búsqueda de materiales documentales encontré una crónica periodística en la que se habla de “Los Días Van”, un poema dedicado por Julio Cortázar al matrimonio Vila Ortiz, el título de la exposición se fue definiendo, y así, en función del recorte elegido, la misma estaría encabezada por las bellas palabras del escritor.

Ese relato me puso en la pista de las cartas que Cortázar enviara a los Vila Ortiz mientras residían en Roma, entonces consideré que las mismas eran sobradamente iluminadoras y condensadoras del viaje como un aspecto central de la formación estética del artista y que sobre este asunto debía girar el ensayo que acompañase la selección de obras.

Se trata de unas treinta pinturas y collages, en su mayoría inéditos, que a pesar de no tener títulos y fechas podemos inferir que fueron realizados mayoritariamente en la década del cincuenta y parcialmente en los sesenta y que por tal motivo abarcan un amplio y ecléctico registro formal: en primer lugar, una geometría emparentada a veces con el arte concreto y otras con el poscubismo –y por lo tanto aquí con algún grado de iconicidad, mínimo por cierto–; en segundo término, una abstracción lírica con recursos gestuales; finalmente, unos pequeñísimos collages en clave neo-dadaísta que exhiben claramente el carácter lúdico y humorístico que campea en gran parte de su producción.

Obras que, al margen de toda ortodoxia y fuera de cualquier prejuicio estético o teórico, rebasan los límites entre figuración y abstracción y, a su vez, entre las variantes de esta última.

Dorita no hablaba sobre su propia obra ni la mostraba; tampoco sé si la conservaba pero en su momento había ejecutado los tapices abstractos que su marido había presentado en exposiciones acompañando cerámicas en la misma clave de estilo. En nuestras conversaciones se refería esencialmente a las situaciones que había vivenciado con Jorge y a los personajes que habían conocido.

Estos testimonios orales junto a los libros y tarjetas que habían conservado de ese viaje inicial –que con el paso del tiempo adquieren un carácter básicamente documental acerca de lo leído, lo visto y lo vivido– y también junto a las obras, son las fuentes que convergen en la redacción del escrito que acompaña la muestra: “Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores”; título que además es un tácito homenaje a estos últimos.

A mediados del año pasado, nos encontramos con Florencia de la Colina y conversamos sobre la obra de Jorge Vila Ortiz y por lo tanto tuvo mucho que ver con la materialización de esta nueva muestra que será, después de los avances presentados en 2011, un nuevo descubrimiento. A ella y fundamentalmente a la familia del artista mi agradecimiento.

Los Días Van

Los días van como las olas y los cantos, //
su rubio viento y sus profundos verdes por las olas cambiantes. //
En uno de ellos queda una bahía, en otro //
un pánico de estrellas o delfines, //
mientras un tiempo nuevo y sigiloso //
con noches de distinto meridiano //
filtra sus cuerdas pálidas por los compartimentos //
y se mezcla con el vino que bebimos. //

Un viaje, oh dulce pena en la raíz del cuerpo //
que juega con sí mismo a ser igual, constante, //
y a despertar distinto cada día, bajo cielos novísimos.

Para Dorita y Jorge, una noche de pintura y canzonettas en el Mediterráneo.

Julio, 21/1/50

Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores

En la contratapa de un volumen dedicado a la correspondencia de Julio Cortázar se cita un texto de 1942 que puede leerse como una “declaración de principios” largamente sostenida: “Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos”.¹

Una concepción sobre el género epistolar que puede aplicarse, sin demasiadas mediaciones, a las realizaciones visuales de Jorge Vila Ortiz,² un artista con el cual el escritor mantuvo una breve pero intensa relación, y cuyas formas y materialidades muestran desde el principio, y también de una manera constante, el carácter desinhibido y espontáneo que corresponde a la actitud experimental; esa persecución brutal de lo nuevo que según Theodor Adorno³ imponía a los artistas modernos ensayar procedimientos inesperados cuyos efectos eran difíciles de prever y que por tal motivo sorprendían a sus autores y, con una fuerza aún mayor, conmovían a sus audiencias.

Tal lo que ocurre con las pinturas de Jorge Vila Ortiz que –suponemos– también navegan en “el vasto río de los pensamientos y los afectos” y que, como productos de una actitud de estudio y curiosidad intelectual pero también de una realización desprejuiciada y fluida, llegan a nuestros días interpelando, con la misma fuerza que lo hicieron en el pasado, a las sensibilidades del presente.

Alberto Carlos Vila Ortiz evocó esos vínculos amistosos a través del manuscrito de “Los Días Van”, el poema que Cortázar dedicara a sus tíos, Jorge y Dorita, el 21 de enero de 1950 en el Mediterráneo, poco antes de arribar a su primer destino europeo. Poema que en su recuerdo yuxtapone con una fotografía de ese mismo año en la que Cortázar y Dorita aparecen de espalda, presumiblemente en Florencia, mientras buscaban el Palacio Pitti.⁴

Vale señalar que los “jóvenes pintores”, como los llama Cortázar en una de sus cartas, se habían embarcado en Buenos Aires, al igual que el escritor, en el conocido navío Conte Biancamano, y, a partir del vínculo que había surgido durante la travesía, compartieron parte de la estadía en Italia.

Inmediatamente después, instalados en Roma, cuando Cortázar se dirigió a las ciudades del norte de la península y luego a París, entablaron una sugestiva correspondencia que ilustra sobre los itinerarios y experiencias de viaje, sobre las vivencias cotidianas en la Europa de posguerra, sobre las atracciones culturales y las preferencias estéticas.⁵

El 6 de marzo, Cortázar les envió la primera de estas cartas en la que relata el interés suscitado por los murales y las series pictóricas vistas en Ravenna, Padua y Venecia, arrojando así una sugestiva y previsible valoración –típicamente modernista– de los pintores de la baja edad media como Giotto o cuatrocentistas como Vittore Carpaccio y Giovanni Bellini frente a los más tardíos y conocidos Tiziano, Tintoretto y Veronese.

Noticias mías. Ravenna magnífico. Lamento discrepar con ustedes sobre Padova: me pareció una señora ciudad, y pasé 24 h. espléndidas. El Giotto de la Arena es sin duda muy superior –para mí– al de Asís. En cuanto a Venecia, pasé 5 días fabulosos. Me mudé a 3 hoteles hasta sentirme cómodo. Gran confirmación: CARPACCIO. ¡Qué pintor! La serie de San Jorge en la pequeña iglesia, y la de Santa Úrsula en la Academia, me dejaron boquiabierto. Me sorprende que ustedes no me lo mencionaran. ¿O lo hicieron y yo me olvidé? Cambio los 3 “grandes” (Tiz, Tint y Veronés) por 1 pincelada de Carpaccio. Giovanni Bellini también me gustó.⁶

Luego, a renglón siguiente, narra el “estupendo” viaje de Venecia a París y el impacto que le produce el trazado y los cambiantes panoramas de esta última, sus espacios de sociabilidad, sus reservorios capaces de albergar el arte de todos los tiempos y, al mismo tiempo, las realizaciones modernas que de los impresionistas se extienden hasta los exponentes de las primeras vanguardias recuperados después de la guerra por museos y galerías.

Me cuesta transmitirles una idea de esto, porque yo mismo estoy aplastado bajo la acumulación de sensaciones y experiencias. Como ciudad es la cosa más perfecta posible. Los panoramas se suceden unos a otros de manera increíble (ahí está el talento de los grandes urbanistas) y los espectáculos, la vida de los cafés y las calles, la iluminación nocturna, son inagotables. Como mera muestra vaya esto: ayer pasé 4 horas en el Museo del Impresionismo. Salas enteras llenas de Renoir, Cézanne, Monet, Sisley, Van Gogh… sale uno como si le hubieran dado de palos. Y decir que me falta el Louvre, que es un mundo… Hay música a montones (ya me desquité de 2 meses de ayuno sonoro, con 3 conciertos). En las galerías exponen Braque, Matisse. Notre-Dame y la Sainte Chapelle están ahí, a 2 pasos de mi hotel. En fin, la locura.⁷

El 29 de marzo y dado que en breve sus amigos se desplazarían hacia la capital francesa Cortázar se explayó pormenorizadamente sobre los precios de los hoteles, comidas y transportes, las entradas a los cines, teatros y museos, pero también volvió a insistir sobre aquello que lo había impactado y que ahora, habiéndolo experimentado, podía recomendar: las iglesias –Notre-Dame, Saint-Séverin y Sainte-Chapelle–, los museos –del Louvre, del Impresionismo, de Arte Moderno, Guimet–, barrios como el Marais con la Place des Vosges en la rive droite y el Quartier Latin en la rive gauche, Champ-Elysées “para ver el gran París” y Montmartre.

También, un pequeño viaje en metro para llegar a Vincennes y otro en tren para arribar a Chartres y admirar su maravillosa catedral. Pero más allá de estas didácticas indicaciones la carta aporta una observación que ilustra sobre preferencias compartidas en Italia:

Ya veo que están aprovechando magníficamente su tiempo, y que Bizancio los posee en cuerpo y alma. Yo les aseguro que cuando vi Ravenna, Padua y Venecia, descubrí que era un bizantino traspapelado en el tiempo.⁸

Sesenta años después, Dorita narraba impresiones del viaje y las alternativas inmediatamente posteriores con una intensidad inusual y todo hace pensar que el mismo tuvo para ellos un carácter iniciático: el contacto con Cortázar, la estadía en la Farnesina con becarios y estudiantes extranjeros, la aproximación de Jorge a la cerámica con un maestro de la Garbatella, los vestigios del pasado y las manifestaciones del presente; una narración caleidoscópica en la que alternaba el asombro por las restricciones del París de posguerra –“donde desayunar con manteca era un exceso de optimismo”– con la fascinación que le provocaba ver en los museos “el color de un Monet”, “el dibujo de un Picasso” y “la textura de un Braque”.⁹

Durante el tiempo que los Vila Ortiz permanecieron en Roma no sólo recorrieron monumentos y colecciones, también compraron libros y tarjetas con fotografías de obras que ilustran, al menos en parte, sobre sus intereses y predilecciones.

Se destacan entre sus adquisiciones el primer volumen de Le Scuole della Pittura Italiana¹⁰ dedicado al arte comprendido entre los siglos VI y XIII y el primero de L’Arte Italiana¹¹ que abarca desde los orígenes cristianos hasta el período románico y tiene en su portadilla la firma de Dorita Schwieters de Vila Ortiz y una inscripción manuscrita que indica, entre otros señalamientos que atestiguan su lectura, Roma 1950.

Junto a estos y otros textos que en buena medida confirman la observación de Cortázar sobre la seducción del mundo bizantino se conserva una colección de tarjetas postales, o al menos una parte de ella, que ratifican las visitas a las iglesias de Santa María y Santa Cecilia en el Trastevere, próximas a su hospedaje en Roma, al Mausoleo de Galla Placidia, la Basílica de San Vitale y San Apollinare en Ravenna y la Basílica de San Zeno en Verona.

Pero además del interés de los Vila Ortiz por el arte paleocristiano, bizantino y de la alta Edad Media, otros libros¹² y tarjetas muestran la reiterada fascinación moderna por los primitivos del centro y norte de Europa y por los pintores italianos previos al Renacimiento, por el arte de otras civilizaciones y, desde ya, por todo el ciclo del arte moderno que se inicia con los artistas del siglo XIX y los impresionistas y culmina con los ismos del XX llegando a los expresionistas abstractos norteamericanos y los informalistas europeos.

En una carta dirigida a Jorge el 6 de abril, Cortázar se refiere a la reciente producción del artista y su conocimiento del movimiento italiano del presente, poniendo nuevamente sobre la mesa su admiración por los primitivos de Alemania, los grandes artistas modernistas y la reciente abstracción lírica cultivada en París por Hartung y otros pintores.

Lo felicito por saber que está pintando. Retrato de la muerte es un gran nombre para un cuadro, y no dudo que el cuadro será digno de tan alta empresa. Veo que se conoce usted todo el movimiento de la pintura viva en Italia, y por mi parte le anuncio que en París se ven cosas estupendas. Ayer estuve en la exposición de Max Ernst, y en una galería donde entre otras pavaditas había 5 Picasso, 5 Braque y 4 Paul Klee.

Los abstractos –a quienes dedican ustedes sus más mefistofélicas sonrisas– son aquí una realidad muy seria. Ya lo verán personalmente cuando vengan. Les señalo solamente un nombre: Hans Hartung. ¡Viva lo abstracto… cuando es bueno! Además de esto hay una muestra de primitivos alemanes que es para retorcerse por el suelo y lamer los felpudos.¹³

Pero la carta no sólo ilustra sobre las fascinaciones y obsesiones de Cortázar sino que en uno de sus tramos advierte sobre las percepciones de esa nueva pintura abstracta que exigen, necesariamente, recapitular sobre las obras y biografías de sus amigos rosarinos; ya que así como estudiaron en Roma –a través de textos y reproducciones fotográficas– el arte bizantino antes de conocerlo en Ravenna, también llegaron a Europa con conocimientos y experiencias a partir de las cuales observaron y adoptaron muy selectivamente los diversos capítulos de la historia y las novísimas expresiones del presente.

Dorita recordaba muy vivamente que conoció a Jorge en La Basurita a la que calificaba de modo enfático y taxativo como “el lugar para ir a pintar”,¹⁴ aludiendo así a la atracción que producía en la comunidad artística rosarina –sobre todo en las franjas políticamente más comprometidas del espectro moderno– ese extraño y miserable paraje situado en el sur de la ciudad.

Poco tiempo antes, hacia 1945, Jorge había abandonado sus estudios de medicina para dedicarse a la pintura, relacionándose inicialmente con el escultor Nicolás Antonio de San Luis y después con el pintor Leónidas Gambartes, con quien mantuvo una prolongada amistad.

Durante los años 1948 y 1949 –al igual que Dorita– concurrió regularmente al taller de Ricardo Sívori que desde comienzos de la década del cincuenta desarrolló, en el marco de diversas actividades grupales, una propuesta artística centrada en lo que denominó la “síntesis plástico realista”. Una combinación de representación y especulación plástica pura que remiten al poscubismo de André Lhote dado que Sívori había estudiado en Buenos Aires con la escultora Cecilia Marcovich y esta, a su vez, había asimilado en París la propuesta del conocido maestro.

Como se puede observar, una cadena de sucesos y personajes suficientemente significativos desde el punto de vista estético e ideológico como para definir inicialmente la inclusión de Jorge en las filas de los nuevos realismos y, poco después, en las del surrealismo; movimiento que desde 1939 experimentaba expansiones en América debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Así, luego de realizar numerosos apuntes sobre el paisaje de las periferias rosarinas Jorge se internó muy precozmente en la insólita imaginería del surrealismo y posiblemente por la poderosa sugestión de los dibujos oníricos de Gambartes y por el uso del automatismo arribó a conclusiones abstractas.

Realizaciones cargadas de lirismo y espontaneidad que después se complementaron con la adquisición de los juegos formales del poscubismo ensayado en el taller de Sívori. No en vano, cuando los Vila Ortiz se instalaron en París, visitaron el estudio de Lhote al que consideraban como una suerte de ancestro y adquirieron la cuarta edición en francés del Tratado del Paisaje publicada recientemente,¹⁵ entre otros textos sobre creadores modernos.¹⁶

En las décadas del cuarenta y del cincuenta la Editorial Poseidón había publicado en Buenos Aires varios tratados de pintura y ensayos sobre arte moderno entre los cuales no sólo figuraba la traducción que Julio E. Payró había realizado del texto de Lhote sino también Universalismo Constructivo,¹⁷ la colección de lecciones del maestro uruguayo Joaquín Torres García.

Si bien estos volúmenes conservados por los Vila Ortiz en su biblioteca permiten una aproximación a los conocimientos adquiridos antes del viaje también hay otros indicadores a considerar. Uno de ellos es la realización en Buenos Aires de una exposición de pintura francesa donde se exhibieron obras de los nuevos abstractos como, por ejemplo, Atlan, Le Moal, Manessier, Pignon, Tal Coat, Van Velde.¹⁸

Según un crítico de la época, Oscar Herrero Miranda –un pintor con quien Jorge tuvo vinculaciones y a quien se atribuye la realización, en ese mismo 1949, de la primera obra abstracta en Rosario– había quedado “impresionado ante las obras de Van Velde y, en modo particular, por Manessier.”¹⁹

Otro indicador es –quizá también a partir de la amistad con Gambartes– la lectura de Universalismo Constructivo, que habría aproximado a Jorge a los planteos de Torres García como se puede observar en algunas obras y particularmente a partir de la amistad que tanto él como Dorita mantuvieron, ya a su regreso de Europa, con un importante referente del taller del maestro: Julio Uruguay Alpuy.

Prueba de esa amistad, que seguramente tuvo su momento más intenso entre 1953 y 1957, fueron los bordados sobre arpilleras que Dorita ejecutó a partir de cartones de Alpuy tal como lo hacía con los diseños de Jorge y que sitúan la obra de este último –o al menos una zona de la misma– en la esfera de una poética en torno a los soportes y materiales compartida con los miembros del taller de Torres García.

No sabemos a qué artistas los Vila Ortiz dedicaban –como dice Cortázar– sus “más mefistofélicas sonrisas” pero, cuando se instalaron en París, continuaron asimilando con voracidad todo el ciclo del modernismo y seguramente procesaron con rapidez las alternativas de la nueva pintura abstracta.

Tampoco sabemos qué estaba pintando Jorge en Italia –más allá del título de una obra con resonancias existenciales– pero quizá en los últimos tramos de la estadía en la península o más probablemente a partir del establecimiento en París desarrolló una serie de abstracciones informalistas.

Se trata de experiencias desplegadas, fundamentalmente, en libretas de viaje con tintas y aplicación de papeles –boletos de exposiciones, periódicos, fragmentos de mapas, entre otros materiales impresos en francés– que debieron resultar lo suficientemente significativos como para que el artista los conservara hasta su muerte.

Por entonces, el arte abstracto tenía en París sus salones y galerías, sus críticos y revistas, y, por supuesto, sus artistas.²⁰ Un variado y extenso conjunto de creadores de diversas nacionalidades que cultivaban alternativas centradas en el gesto, el signo, el color, la materia o el espacio; una nueva manera de concebir y producir que se extendía por diversas regiones del mundo y que era designada de diferente manera según las geografías, los escenarios artísticos y culturales –París, Nueva York– y los términos propuestos por la crítica.²¹

Muy posiblemente, siguiendo el consejo de Cortázar,²² Jorge y Dorita acudieron al artista peruano Fernando de Szyszlo quien, radicado allí desde 1948, podía guiarlos con rapidez por la compleja red de galerías y museos donde no sólo exponían los representantes del arte nuevo sino también emblemáticos creadores de la vanguardia histórica, ahora celebrados luego de las proscripciones padecidas durante la guerra y la ocupación alemana.

A partir de estos itinerarios podemos suponer que si los primeros pudieron oficiar como una poderosa sugestión, los segundos debieron producir –dada la radicalidad y la autoridad con que estaban investidos– un impacto que se extendió largamente en el tiempo.

Si se observan las obras producidas por Jorge al regresar al país –en su mayoría pinturas realizadas al agua sobre papeles de pequeño formato– es posible advertir las afinidades con algunos artistas de la nueva Escuela de París, pero fuertemente y de un modo prácticamente constante, las huellas de figuras de los grandes movimientos previos a la Segunda Guerra como Klee,²³ Miró, Picabia o Torres García, por citar las más visibles; y si inicialmente los planteos del concretismo y fundamentalmente del poscubismo orientaron una obra que devenía en los carriles de una geometría de corte racional, los aportes de la experiencia informalista siguieron gravitando con fuerza a través de gestos y caligrafías, movimientos de color y de textura desplegados casi siempre en los lindes de una abstracción lírica que fue la constante de toda su producción pictórica.

Aunque Cortázar previera en una de sus últimas cartas una breve estadía del matrimonio Vila Ortiz en París y se despidiera, ya pronto a partir hacia la Argentina, con un “hasta –¡ay!– Buenos Aires”,²⁴ estos permanecieron en Europa hasta 1951.

Ese año se instalaron en la capital del país y al final del mismo regresaron definitivamente a Rosario donde Jorge participó de la gran expansión modernista que –durante los años siguientes, y prácticamente por espacio de una década–, cambió notablemente el panorama de la ciudad.²⁵

Pero este es otro capítulo de la historia.

Marzo 2019

Jorge Vila Ortiz

15 mar 2019

Los días van

Notas sobre una exposición

En octubre de 2011 tuve la oportunidad de curar en el espacio de arte de la Fundación OSDE, La diversidad de lo moderno. Arte de Rosario en los años cincuenta, una exposición panorámica que, tal como su título lo indica, pretendía dar cuenta de los grupos y artistas que en ese momento cenital estaban empeñados –independientemente de sus perspectivas y convicciones– en producir cambios sustanciales en los lenguajes y técnicas de las artes visuales.

Así me puse en contacto con numerosas personas, entre ellas, Dorita Schwieters, esposa de Jorge Vila Ortiz, un artista señero y relevante en el despuntar del arte abstracto, que había muerto hacía varios años, y que, después de una intensa actividad expositiva en la década del cincuenta y a pesar de que su producción plástica continuó desarrollándose, no volvió a exponer sus obras hasta que, en 1981, Rubén de la Colina lo convocó como Artista Invitado del XV Salón Anual de Artistas Plásticos en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”.

En oportunidad de la muestra de OSDE, impactado por la obra de un artista que a pesar de su significación en la historia del arte de la ciudad era poco conocida, decidí incluir varias pinturas de las cuales una resultó, finalmente, ser la imagen de la exposición. A partir de allí tuvimos varios encuentros en los que Dorita hablaba muy vivamente del viaje a Europa que juntos habían realizado en 1950 y de las alternativas experimentadas a su regreso: Roma, donde Jorge inició sus experiencias con la cerámica; París con su impresionante oferta cultural y las dificultades propias de la posguerra; y entre las tantas relaciones, el vínculo con el escritor Julio Cortázar con quien compartieron el viaje de ida y con la pintora islandesa Vera Zilzer con la que intimaron en el viaje de regreso a Buenos Aires.

Cuando en el transcurso de 2018 los responsables de la Galería Diego Obligado me propusieron realizar la curaduría de una exposición, no dudé en elegir la obra de Jorge Vila Ortiz. Dado que en la búsqueda de materiales documentales encontré una crónica periodística en la que se habla de “Los Días Van”, un poema dedicado por Julio Cortázar al matrimonio Vila Ortiz, el título de la exposición se fue definiendo, y así, en función del recorte elegido, la misma estaría encabezada por las bellas palabras del escritor.

Ese relato me puso en la pista de las cartas que Cortázar enviara a los Vila Ortiz mientras residían en Roma, entonces consideré que las mismas eran sobradamente iluminadoras y condensadoras del viaje como un aspecto central de la formación estética del artista y que sobre este asunto debía girar el ensayo que acompañase la selección de obras.

Se trata de unas treinta pinturas y collages, en su mayoría inéditos, que a pesar de no tener títulos y fechas podemos inferir que fueron realizados mayoritariamente en la década del cincuenta y parcialmente en los sesenta y que por tal motivo abarcan un amplio y ecléctico registro formal: en primer lugar, una geometría emparentada a veces con el arte concreto y otras con el poscubismo –y por lo tanto aquí con algún grado de iconicidad, mínimo por cierto–; en segundo término, una abstracción lírica con recursos gestuales; finalmente, unos pequeñísimos collages en clave neo-dadaísta que exhiben claramente el carácter lúdico y humorístico que campea en gran parte de su producción.

Obras que, al margen de toda ortodoxia y fuera de cualquier prejuicio estético o teórico, rebasan los límites entre figuración y abstracción y, a su vez, entre las variantes de esta última.

Dorita no hablaba sobre su propia obra ni la mostraba; tampoco sé si la conservaba pero en su momento había ejecutado los tapices abstractos que su marido había presentado en exposiciones acompañando cerámicas en la misma clave de estilo. En nuestras conversaciones se refería esencialmente a las situaciones que había vivenciado con Jorge y a los personajes que habían conocido.

Estos testimonios orales junto a los libros y tarjetas que habían conservado de ese viaje inicial –que con el paso del tiempo adquieren un carácter básicamente documental acerca de lo leído, lo visto y lo vivido– y también junto a las obras, son las fuentes que convergen en la redacción del escrito que acompaña la muestra: “Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores”; título que además es un tácito homenaje a estos últimos.

A mediados del año pasado, nos encontramos con Florencia de la Colina y conversamos sobre la obra de Jorge Vila Ortiz y por lo tanto tuvo mucho que ver con la materialización de esta nueva muestra que será, después de los avances presentados en 2011, un nuevo descubrimiento. A ella y fundamentalmente a la familia del artista mi agradecimiento.

Los Días Van

Los días van como las olas y los cantos, //
su rubio viento y sus profundos verdes por las olas cambiantes. //
En uno de ellos queda una bahía, en otro //
un pánico de estrellas o delfines, //
mientras un tiempo nuevo y sigiloso //
con noches de distinto meridiano //
filtra sus cuerdas pálidas por los compartimentos //
y se mezcla con el vino que bebimos. //

Un viaje, oh dulce pena en la raíz del cuerpo //
que juega con sí mismo a ser igual, constante, //
y a despertar distinto cada día, bajo cielos novísimos.

Para Dorita y Jorge, una noche de pintura y canzonettas en el Mediterráneo.

Julio, 21/1/50

Bitácora de viaje: Cortázar y dos jóvenes pintores

En la contratapa de un volumen dedicado a la correspondencia de Julio Cortázar se cita un texto de 1942 que puede leerse como una “declaración de principios” largamente sostenida: “Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos”.¹

Una concepción sobre el género epistolar que puede aplicarse, sin demasiadas mediaciones, a las realizaciones visuales de Jorge Vila Ortiz,² un artista con el cual el escritor mantuvo una breve pero intensa relación, y cuyas formas y materialidades muestran desde el principio, y también de una manera constante, el carácter desinhibido y espontáneo que corresponde a la actitud experimental; esa persecución brutal de lo nuevo que según Theodor Adorno³ imponía a los artistas modernos ensayar procedimientos inesperados cuyos efectos eran difíciles de prever y que por tal motivo sorprendían a sus autores y, con una fuerza aún mayor, conmovían a sus audiencias.

Tal lo que ocurre con las pinturas de Jorge Vila Ortiz que –suponemos– también navegan en “el vasto río de los pensamientos y los afectos” y que, como productos de una actitud de estudio y curiosidad intelectual pero también de una realización desprejuiciada y fluida, llegan a nuestros días interpelando, con la misma fuerza que lo hicieron en el pasado, a las sensibilidades del presente.

Alberto Carlos Vila Ortiz evocó esos vínculos amistosos a través del manuscrito de “Los Días Van”, el poema que Cortázar dedicara a sus tíos, Jorge y Dorita, el 21 de enero de 1950 en el Mediterráneo, poco antes de arribar a su primer destino europeo. Poema que en su recuerdo yuxtapone con una fotografía de ese mismo año en la que Cortázar y Dorita aparecen de espalda, presumiblemente en Florencia, mientras buscaban el Palacio Pitti.⁴

Vale señalar que los “jóvenes pintores”, como los llama Cortázar en una de sus cartas, se habían embarcado en Buenos Aires, al igual que el escritor, en el conocido navío Conte Biancamano, y, a partir del vínculo que había surgido durante la travesía, compartieron parte de la estadía en Italia.

Inmediatamente después, instalados en Roma, cuando Cortázar se dirigió a las ciudades del norte de la península y luego a París, entablaron una sugestiva correspondencia que ilustra sobre los itinerarios y experiencias de viaje, sobre las vivencias cotidianas en la Europa de posguerra, sobre las atracciones culturales y las preferencias estéticas.⁵

El 6 de marzo, Cortázar les envió la primera de estas cartas en la que relata el interés suscitado por los murales y las series pictóricas vistas en Ravenna, Padua y Venecia, arrojando así una sugestiva y previsible valoración –típicamente modernista– de los pintores de la baja edad media como Giotto o cuatrocentistas como Vittore Carpaccio y Giovanni Bellini frente a los más tardíos y conocidos Tiziano, Tintoretto y Veronese.

Noticias mías. Ravenna magnífico. Lamento discrepar con ustedes sobre Padova: me pareció una señora ciudad, y pasé 24 h. espléndidas. El Giotto de la Arena es sin duda muy superior –para mí– al de Asís. En cuanto a Venecia, pasé 5 días fabulosos. Me mudé a 3 hoteles hasta sentirme cómodo. Gran confirmación: CARPACCIO. ¡Qué pintor! La serie de San Jorge en la pequeña iglesia, y la de Santa Úrsula en la Academia, me dejaron boquiabierto. Me sorprende que ustedes no me lo mencionaran. ¿O lo hicieron y yo me olvidé? Cambio los 3 “grandes” (Tiz, Tint y Veronés) por 1 pincelada de Carpaccio. Giovanni Bellini también me gustó.⁶

Luego, a renglón siguiente, narra el “estupendo” viaje de Venecia a París y el impacto que le produce el trazado y los cambiantes panoramas de esta última, sus espacios de sociabilidad, sus reservorios capaces de albergar el arte de todos los tiempos y, al mismo tiempo, las realizaciones modernas que de los impresionistas se extienden hasta los exponentes de las primeras vanguardias recuperados después de la guerra por museos y galerías.

Me cuesta transmitirles una idea de esto, porque yo mismo estoy aplastado bajo la acumulación de sensaciones y experiencias. Como ciudad es la cosa más perfecta posible. Los panoramas se suceden unos a otros de manera increíble (ahí está el talento de los grandes urbanistas) y los espectáculos, la vida de los cafés y las calles, la iluminación nocturna, son inagotables. Como mera muestra vaya esto: ayer pasé 4 horas en el Museo del Impresionismo. Salas enteras llenas de Renoir, Cézanne, Monet, Sisley, Van Gogh… sale uno como si le hubieran dado de palos. Y decir que me falta el Louvre, que es un mundo… Hay música a montones (ya me desquité de 2 meses de ayuno sonoro, con 3 conciertos). En las galerías exponen Braque, Matisse. Notre-Dame y la Sainte Chapelle están ahí, a 2 pasos de mi hotel. En fin, la locura.⁷

El 29 de marzo y dado que en breve sus amigos se desplazarían hacia la capital francesa Cortázar se explayó pormenorizadamente sobre los precios de los hoteles, comidas y transportes, las entradas a los cines, teatros y museos, pero también volvió a insistir sobre aquello que lo había impactado y que ahora, habiéndolo experimentado, podía recomendar: las iglesias –Notre-Dame, Saint-Séverin y Sainte-Chapelle–, los museos –del Louvre, del Impresionismo, de Arte Moderno, Guimet–, barrios como el Marais con la Place des Vosges en la rive droite y el Quartier Latin en la rive gauche, Champ-Elysées “para ver el gran París” y Montmartre.

También, un pequeño viaje en metro para llegar a Vincennes y otro en tren para arribar a Chartres y admirar su maravillosa catedral. Pero más allá de estas didácticas indicaciones la carta aporta una observación que ilustra sobre preferencias compartidas en Italia:

Ya veo que están aprovechando magníficamente su tiempo, y que Bizancio los posee en cuerpo y alma. Yo les aseguro que cuando vi Ravenna, Padua y Venecia, descubrí que era un bizantino traspapelado en el tiempo.⁸

Sesenta años después, Dorita narraba impresiones del viaje y las alternativas inmediatamente posteriores con una intensidad inusual y todo hace pensar que el mismo tuvo para ellos un carácter iniciático: el contacto con Cortázar, la estadía en la Farnesina con becarios y estudiantes extranjeros, la aproximación de Jorge a la cerámica con un maestro de la Garbatella, los vestigios del pasado y las manifestaciones del presente; una narración caleidoscópica en la que alternaba el asombro por las restricciones del París de posguerra –“donde desayunar con manteca era un exceso de optimismo”– con la fascinación que le provocaba ver en los museos “el color de un Monet”, “el dibujo de un Picasso” y “la textura de un Braque”.⁹

Durante el tiempo que los Vila Ortiz permanecieron en Roma no sólo recorrieron monumentos y colecciones, también compraron libros y tarjetas con fotografías de obras que ilustran, al menos en parte, sobre sus intereses y predilecciones.

Se destacan entre sus adquisiciones el primer volumen de Le Scuole della Pittura Italiana¹⁰ dedicado al arte comprendido entre los siglos VI y XIII y el primero de L’Arte Italiana¹¹ que abarca desde los orígenes cristianos hasta el período románico y tiene en su portadilla la firma de Dorita Schwieters de Vila Ortiz y una inscripción manuscrita que indica, entre otros señalamientos que atestiguan su lectura, Roma 1950.

Junto a estos y otros textos que en buena medida confirman la observación de Cortázar sobre la seducción del mundo bizantino se conserva una colección de tarjetas postales, o al menos una parte de ella, que ratifican las visitas a las iglesias de Santa María y Santa Cecilia en el Trastevere, próximas a su hospedaje en Roma, al Mausoleo de Galla Placidia, la Basílica de San Vitale y San Apollinare en Ravenna y la Basílica de San Zeno en Verona.

Pero además del interés de los Vila Ortiz por el arte paleocristiano, bizantino y de la alta Edad Media, otros libros¹² y tarjetas muestran la reiterada fascinación moderna por los primitivos del centro y norte de Europa y por los pintores italianos previos al Renacimiento, por el arte de otras civilizaciones y, desde ya, por todo el ciclo del arte moderno que se inicia con los artistas del siglo XIX y los impresionistas y culmina con los ismos del XX llegando a los expresionistas abstractos norteamericanos y los informalistas europeos.

En una carta dirigida a Jorge el 6 de abril, Cortázar se refiere a la reciente producción del artista y su conocimiento del movimiento italiano del presente, poniendo nuevamente sobre la mesa su admiración por los primitivos de Alemania, los grandes artistas modernistas y la reciente abstracción lírica cultivada en París por Hartung y otros pintores.

Lo felicito por saber que está pintando. Retrato de la muerte es un gran nombre para un cuadro, y no dudo que el cuadro será digno de tan alta empresa. Veo que se conoce usted todo el movimiento de la pintura viva en Italia, y por mi parte le anuncio que en París se ven cosas estupendas. Ayer estuve en la exposición de Max Ernst, y en una galería donde entre otras pavaditas había 5 Picasso, 5 Braque y 4 Paul Klee.

Los abstractos –a quienes dedican ustedes sus más mefistofélicas sonrisas– son aquí una realidad muy seria. Ya lo verán personalmente cuando vengan. Les señalo solamente un nombre: Hans Hartung. ¡Viva lo abstracto… cuando es bueno! Además de esto hay una muestra de primitivos alemanes que es para retorcerse por el suelo y lamer los felpudos.¹³

Pero la carta no sólo ilustra sobre las fascinaciones y obsesiones de Cortázar sino que en uno de sus tramos advierte sobre las percepciones de esa nueva pintura abstracta que exigen, necesariamente, recapitular sobre las obras y biografías de sus amigos rosarinos; ya que así como estudiaron en Roma –a través de textos y reproducciones fotográficas– el arte bizantino antes de conocerlo en Ravenna, también llegaron a Europa con conocimientos y experiencias a partir de las cuales observaron y adoptaron muy selectivamente los diversos capítulos de la historia y las novísimas expresiones del presente.

Dorita recordaba muy vivamente que conoció a Jorge en La Basurita a la que calificaba de modo enfático y taxativo como “el lugar para ir a pintar”,¹⁴ aludiendo así a la atracción que producía en la comunidad artística rosarina –sobre todo en las franjas políticamente más comprometidas del espectro moderno– ese extraño y miserable paraje situado en el sur de la ciudad.

Poco tiempo antes, hacia 1945, Jorge había abandonado sus estudios de medicina para dedicarse a la pintura, relacionándose inicialmente con el escultor Nicolás Antonio de San Luis y después con el pintor Leónidas Gambartes, con quien mantuvo una prolongada amistad.

Durante los años 1948 y 1949 –al igual que Dorita– concurrió regularmente al taller de Ricardo Sívori que desde comienzos de la década del cincuenta desarrolló, en el marco de diversas actividades grupales, una propuesta artística centrada en lo que denominó la “síntesis plástico realista”. Una combinación de representación y especulación plástica pura que remiten al poscubismo de André Lhote dado que Sívori había estudiado en Buenos Aires con la escultora Cecilia Marcovich y esta, a su vez, había asimilado en París la propuesta del conocido maestro.

Como se puede observar, una cadena de sucesos y personajes suficientemente significativos desde el punto de vista estético e ideológico como para definir inicialmente la inclusión de Jorge en las filas de los nuevos realismos y, poco después, en las del surrealismo; movimiento que desde 1939 experimentaba expansiones en América debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Así, luego de realizar numerosos apuntes sobre el paisaje de las periferias rosarinas Jorge se internó muy precozmente en la insólita imaginería del surrealismo y posiblemente por la poderosa sugestión de los dibujos oníricos de Gambartes y por el uso del automatismo arribó a conclusiones abstractas.

Realizaciones cargadas de lirismo y espontaneidad que después se complementaron con la adquisición de los juegos formales del poscubismo ensayado en el taller de Sívori. No en vano, cuando los Vila Ortiz se instalaron en París, visitaron el estudio de Lhote al que consideraban como una suerte de ancestro y adquirieron la cuarta edición en francés del Tratado del Paisaje publicada recientemente,¹⁵ entre otros textos sobre creadores modernos.¹⁶

En las décadas del cuarenta y del cincuenta la Editorial Poseidón había publicado en Buenos Aires varios tratados de pintura y ensayos sobre arte moderno entre los cuales no sólo figuraba la traducción que Julio E. Payró había realizado del texto de Lhote sino también Universalismo Constructivo,¹⁷ la colección de lecciones del maestro uruguayo Joaquín Torres García.

Si bien estos volúmenes conservados por los Vila Ortiz en su biblioteca permiten una aproximación a los conocimientos adquiridos antes del viaje también hay otros indicadores a considerar. Uno de ellos es la realización en Buenos Aires de una exposición de pintura francesa donde se exhibieron obras de los nuevos abstractos como, por ejemplo, Atlan, Le Moal, Manessier, Pignon, Tal Coat, Van Velde.¹⁸

Según un crítico de la época, Oscar Herrero Miranda –un pintor con quien Jorge tuvo vinculaciones y a quien se atribuye la realización, en ese mismo 1949, de la primera obra abstracta en Rosario– había quedado “impresionado ante las obras de Van Velde y, en modo particular, por Manessier.”¹⁹

Otro indicador es –quizá también a partir de la amistad con Gambartes– la lectura de Universalismo Constructivo, que habría aproximado a Jorge a los planteos de Torres García como se puede observar en algunas obras y particularmente a partir de la amistad que tanto él como Dorita mantuvieron, ya a su regreso de Europa, con un importante referente del taller del maestro: Julio Uruguay Alpuy.

Prueba de esa amistad, que seguramente tuvo su momento más intenso entre 1953 y 1957, fueron los bordados sobre arpilleras que Dorita ejecutó a partir de cartones de Alpuy tal como lo hacía con los diseños de Jorge y que sitúan la obra de este último –o al menos una zona de la misma– en la esfera de una poética en torno a los soportes y materiales compartida con los miembros del taller de Torres García.

No sabemos a qué artistas los Vila Ortiz dedicaban –como dice Cortázar– sus “más mefistofélicas sonrisas” pero, cuando se instalaron en París, continuaron asimilando con voracidad todo el ciclo del modernismo y seguramente procesaron con rapidez las alternativas de la nueva pintura abstracta.

Tampoco sabemos qué estaba pintando Jorge en Italia –más allá del título de una obra con resonancias existenciales– pero quizá en los últimos tramos de la estadía en la península o más probablemente a partir del establecimiento en París desarrolló una serie de abstracciones informalistas.

Se trata de experiencias desplegadas, fundamentalmente, en libretas de viaje con tintas y aplicación de papeles –boletos de exposiciones, periódicos, fragmentos de mapas, entre otros materiales impresos en francés– que debieron resultar lo suficientemente significativos como para que el artista los conservara hasta su muerte.

Por entonces, el arte abstracto tenía en París sus salones y galerías, sus críticos y revistas, y, por supuesto, sus artistas.²⁰ Un variado y extenso conjunto de creadores de diversas nacionalidades que cultivaban alternativas centradas en el gesto, el signo, el color, la materia o el espacio; una nueva manera de concebir y producir que se extendía por diversas regiones del mundo y que era designada de diferente manera según las geografías, los escenarios artísticos y culturales –París, Nueva York– y los términos propuestos por la crítica.²¹

Muy posiblemente, siguiendo el consejo de Cortázar,²² Jorge y Dorita acudieron al artista peruano Fernando de Szyszlo quien, radicado allí desde 1948, podía guiarlos con rapidez por la compleja red de galerías y museos donde no sólo exponían los representantes del arte nuevo sino también emblemáticos creadores de la vanguardia histórica, ahora celebrados luego de las proscripciones padecidas durante la guerra y la ocupación alemana.

A partir de estos itinerarios podemos suponer que si los primeros pudieron oficiar como una poderosa sugestión, los segundos debieron producir –dada la radicalidad y la autoridad con que estaban investidos– un impacto que se extendió largamente en el tiempo.

Si se observan las obras producidas por Jorge al regresar al país –en su mayoría pinturas realizadas al agua sobre papeles de pequeño formato– es posible advertir las afinidades con algunos artistas de la nueva Escuela de París, pero fuertemente y de un modo prácticamente constante, las huellas de figuras de los grandes movimientos previos a la Segunda Guerra como Klee,²³ Miró, Picabia o Torres García, por citar las más visibles; y si inicialmente los planteos del concretismo y fundamentalmente del poscubismo orientaron una obra que devenía en los carriles de una geometría de corte racional, los aportes de la experiencia informalista siguieron gravitando con fuerza a través de gestos y caligrafías, movimientos de color y de textura desplegados casi siempre en los lindes de una abstracción lírica que fue la constante de toda su producción pictórica.

Aunque Cortázar previera en una de sus últimas cartas una breve estadía del matrimonio Vila Ortiz en París y se despidiera, ya pronto a partir hacia la Argentina, con un “hasta –¡ay!– Buenos Aires”,²⁴ estos permanecieron en Europa hasta 1951.

Ese año se instalaron en la capital del país y al final del mismo regresaron definitivamente a Rosario donde Jorge participó de la gran expansión modernista que –durante los años siguientes, y prácticamente por espacio de una década–, cambió notablemente el panorama de la ciudad.²⁵

Pero este es otro capítulo de la historia.

Marzo 2019

Jorge Vila Ortiz

22 jun 2018

Sin fin - El crecimiento se agita

MARCELO VILLEGAS
El crecimiento se agita

Yo creo que hay un centro, un espacio que avanza. Hice un plano, un templo antiguo visto desde el cielo. Lo primero es redondo, lo primero es una línea recta. En cada recta hay otra recta, en cada punto, un punto. Abrigo la insistencia de un lugar ficticio y verdadero.

Construí mi casa en un hacer sagrado, un sedimento blanco nutrido de silencio. Mi cuerpo aloja voces: pequeñas rectas viven, se desprenden. Abren cuadrados diminutos, suspendidos como estrellas. Titilan en un espacio inmenso: huecos nacidos de una incisión precisa, de mi pulso que tiembla.

Lo callado respira. Escuchar ese sonido: la diagonal que crece hasta saltar el límite. Un estallido sin desorden, otro caos: correr artistas, desplazarse. Cada plano se proyecta hacia lo plano. La lona es leve, la madera grávida: el sustento de lo suave, de lo firme.

Las hendiduras rectas se suavizan, se desmarcan. Y cada tajo sólido trae ese origen blanco. Soy el latido de esta oscilación desnuda, despojada. Restar para volver visible, crecer sacando. Reuní marcas vibrantes, imperfectas. Hice una rueda, la rueda de la rueda.

Voy hacia ese origen: la ficción de lo visible, el modo en que la forma existe ante nosotros. Deshago, sustraigo, la vuelvo nítida para entender de qué está hecha. Todo es apariencia, un espejo de lo que no vemos. Lo negro es el espacio, lo blanco es lo invisible.

Tengo dentro una sombra, una luz. La geografía de un universo. Ángulos de un hueso, líneas de una célula. ¿Cómo delinearías el contorno de la ausencia? ¿Qué nombre tiene lo que no es contorno?

Ahora sumo capas, negro sobre negro. Despliego concentrando: la geología alterada de lo hondo. Un estado oscuro que traspaso, la condición del hueco. La operación se vuelve alquimia: pongo vacío y la oscuridad ilumina.

Tengo el ardor de haber mirado. El mundo es un fuego invertido: un viaje hacia los ojos. Lo más grande es lo que falta, la materia de lo que no vemos. El infinito es cóncavo. La forma no es la forma: es su reverso.

Es simple: lo complejo es invisible. La forma es un sobrante, lo adyacente de lo inmenso. Yo sé que existe un centro. Un espacio que avanza.

Florencia Walfish, marzo 2018

MARÍA SUARDI
Sin fin

Como un dispositivo sin fin que conecta no solo espacialmente sino a través del tiempo zonas extremas de un mismo proceso.

O como un fragmento de diagrama de las arquitecturas ficcionales de los Archigram en el Londres de los años setenta y sus planteos de ciudades en red, flexibles y modulares, descubriendo la estrecha relación entre juego y cultura técnica.

O como las propuestas conceptuales del Metabolismo japonés asociadas a un crecimiento urbano orgánico a partir de células conectadas a una megaestructura.

O como ciertos sistemas abiertos en los que se advierte la dualidad todo-parte y que por ello están dotados de una enorme flexibilidad constructiva.

O como las composiciones en cadena en donde los elementos se acoplan y desacoplan dentro de una trama base y generan una matriz compleja de gran vitalidad y expresividad.

Leandro Comba

DO Galería

22 jun 2018

Sin fin - El crecimiento se agita

MARCELO VILLEGAS
El crecimiento se agita

Yo creo que hay un centro, un espacio que avanza. Hice un plano, un templo antiguo visto desde el cielo. Lo primero es redondo, lo primero es una línea recta. En cada recta hay otra recta, en cada punto, un punto. Abrigo la insistencia de un lugar ficticio y verdadero.

Construí mi casa en un hacer sagrado, un sedimento blanco nutrido de silencio. Mi cuerpo aloja voces: pequeñas rectas viven, se desprenden. Abren cuadrados diminutos, suspendidos como estrellas. Titilan en un espacio inmenso: huecos nacidos de una incisión precisa, de mi pulso que tiembla.

Lo callado respira. Escuchar ese sonido: la diagonal que crece hasta saltar el límite. Un estallido sin desorden, otro caos: correr artistas, desplazarse. Cada plano se proyecta hacia lo plano. La lona es leve, la madera grávida: el sustento de lo suave, de lo firme.

Las hendiduras rectas se suavizan, se desmarcan. Y cada tajo sólido trae ese origen blanco. Soy el latido de esta oscilación desnuda, despojada. Restar para volver visible, crecer sacando. Reuní marcas vibrantes, imperfectas. Hice una rueda, la rueda de la rueda.

Voy hacia ese origen: la ficción de lo visible, el modo en que la forma existe ante nosotros. Deshago, sustraigo, la vuelvo nítida para entender de qué está hecha. Todo es apariencia, un espejo de lo que no vemos. Lo negro es el espacio, lo blanco es lo invisible.

Tengo dentro una sombra, una luz. La geografía de un universo. Ángulos de un hueso, líneas de una célula. ¿Cómo delinearías el contorno de la ausencia? ¿Qué nombre tiene lo que no es contorno?

Ahora sumo capas, negro sobre negro. Despliego concentrando: la geología alterada de lo hondo. Un estado oscuro que traspaso, la condición del hueco. La operación se vuelve alquimia: pongo vacío y la oscuridad ilumina.

Tengo el ardor de haber mirado. El mundo es un fuego invertido: un viaje hacia los ojos. Lo más grande es lo que falta, la materia de lo que no vemos. El infinito es cóncavo. La forma no es la forma: es su reverso.

Es simple: lo complejo es invisible. La forma es un sobrante, lo adyacente de lo inmenso. Yo sé que existe un centro. Un espacio que avanza.

Florencia Walfish, marzo 2018

MARÍA SUARDI
Sin fin

Como un dispositivo sin fin que conecta no solo espacialmente sino a través del tiempo zonas extremas de un mismo proceso.

O como un fragmento de diagrama de las arquitecturas ficcionales de los Archigram en el Londres de los años setenta y sus planteos de ciudades en red, flexibles y modulares, descubriendo la estrecha relación entre juego y cultura técnica.

O como las propuestas conceptuales del Metabolismo japonés asociadas a un crecimiento urbano orgánico a partir de células conectadas a una megaestructura.

O como ciertos sistemas abiertos en los que se advierte la dualidad todo-parte y que por ello están dotados de una enorme flexibilidad constructiva.

O como las composiciones en cadena en donde los elementos se acoplan y desacoplan dentro de una trama base y generan una matriz compleja de gran vitalidad y expresividad.

Leandro Comba

DO Galería

22 jun 2018

Sin fin - El crecimiento se agita

MARCELO VILLEGAS
El crecimiento se agita

Yo creo que hay un centro, un espacio que avanza. Hice un plano, un templo antiguo visto desde el cielo. Lo primero es redondo, lo primero es una línea recta. En cada recta hay otra recta, en cada punto, un punto. Abrigo la insistencia de un lugar ficticio y verdadero.

Construí mi casa en un hacer sagrado, un sedimento blanco nutrido de silencio. Mi cuerpo aloja voces: pequeñas rectas viven, se desprenden. Abren cuadrados diminutos, suspendidos como estrellas. Titilan en un espacio inmenso: huecos nacidos de una incisión precisa, de mi pulso que tiembla.

Lo callado respira. Escuchar ese sonido: la diagonal que crece hasta saltar el límite. Un estallido sin desorden, otro caos: correr artistas, desplazarse. Cada plano se proyecta hacia lo plano. La lona es leve, la madera grávida: el sustento de lo suave, de lo firme.

Las hendiduras rectas se suavizan, se desmarcan. Y cada tajo sólido trae ese origen blanco. Soy el latido de esta oscilación desnuda, despojada. Restar para volver visible, crecer sacando. Reuní marcas vibrantes, imperfectas. Hice una rueda, la rueda de la rueda.

Voy hacia ese origen: la ficción de lo visible, el modo en que la forma existe ante nosotros. Deshago, sustraigo, la vuelvo nítida para entender de qué está hecha. Todo es apariencia, un espejo de lo que no vemos. Lo negro es el espacio, lo blanco es lo invisible.

Tengo dentro una sombra, una luz. La geografía de un universo. Ángulos de un hueso, líneas de una célula. ¿Cómo delinearías el contorno de la ausencia? ¿Qué nombre tiene lo que no es contorno?

Ahora sumo capas, negro sobre negro. Despliego concentrando: la geología alterada de lo hondo. Un estado oscuro que traspaso, la condición del hueco. La operación se vuelve alquimia: pongo vacío y la oscuridad ilumina.

Tengo el ardor de haber mirado. El mundo es un fuego invertido: un viaje hacia los ojos. Lo más grande es lo que falta, la materia de lo que no vemos. El infinito es cóncavo. La forma no es la forma: es su reverso.

Es simple: lo complejo es invisible. La forma es un sobrante, lo adyacente de lo inmenso. Yo sé que existe un centro. Un espacio que avanza.

Florencia Walfish, marzo 2018

MARÍA SUARDI
Sin fin

Como un dispositivo sin fin que conecta no solo espacialmente sino a través del tiempo zonas extremas de un mismo proceso.

O como un fragmento de diagrama de las arquitecturas ficcionales de los Archigram en el Londres de los años setenta y sus planteos de ciudades en red, flexibles y modulares, descubriendo la estrecha relación entre juego y cultura técnica.

O como las propuestas conceptuales del Metabolismo japonés asociadas a un crecimiento urbano orgánico a partir de células conectadas a una megaestructura.

O como ciertos sistemas abiertos en los que se advierte la dualidad todo-parte y que por ello están dotados de una enorme flexibilidad constructiva.

O como las composiciones en cadena en donde los elementos se acoplan y desacoplan dentro de una trama base y generan una matriz compleja de gran vitalidad y expresividad.

Leandro Comba

DO Galería

1 abr 2018

Nuevas esculturas - Mariana de Matteis

Como si fuesen los fragmentos de una Victoria de Samotracia estallada o la materialización objetual de los paños voladores de una pintura barroca, las esculturas de Mariana De Matteis flotan en el espacio como si una ráfaga de viento las estuviera sosteniendo.

Antes de notar que están constituidas por una materia blanda, descubrir el sistema de bases y soportes que las sujetan y de encontrar en ellas cierta figuración escurridiza, por un instante las piezas son rígidas y pesadas. Remiten a los mármoles ruinosos que se intentan reconstruir como rompecabezas mediante sistemas museográficos en salas de exhibición de arte antiguo.

Al igual que en obras anteriores, las Nuevas esculturas de Mariana tienen algo que está entre el ensueño y una visión. En este caso la galería se convierte en una instalación insuflada de surrealismo donde la artista emplea materiales de utilería vinculados al mundo de las exposiciones —alfombras, exhibidores de acrílico y planchas de goma— y convierte el espacio en algo trastocado, cercano a un paisaje interior.

En sus piezas queda un sutil registro de las obras que oficiaron como modelo: esculturas en bronce de la década del '40 de artistas como Nicolás Antonio de San Luis, Rogelio Yrurtia y Lucio Fontana que hoy se encuentran en las reservas del Museo Castagnino. Todos ellos hombres que produjeron figuras en bronce en un momento en el que el academicismo era la norma y la regla vectora que marcaba la materialidad, los valores y la orientación del arte en dirección a lo eterno e idealizado.

Mariana utiliza estas referencias al patrimonio del museo como un eco para producir lo opuesto: una instalación que puebla el aire de la galería con presencias fantasmales de materialidades poco nobles. Al mismo tiempo, la disposición espacial de la muestra recuerda al orden abigarrado de las reservas de almacenamiento de un museo, donde el patrimonio hiberna en un limbo vigilado por conservadores que conviven con las obras y se convierten en espectadores cotidianos de su incómoda situación.

Como la imagen de un castillo de arena a punto de ceder ante el embate de una ola, el trabajo de Mariana apunta a la condición del arte como una forma en transición. Dirige la mirada a la energía y los recursos institucionales dedicados a preservar los acervos, y a preguntarse qué activa una obra de arte y a dónde radica el nervio de su vida útil.

Laura Hakel

DO Galería

1 abr 2018

Nuevas esculturas - Mariana de Matteis

Como si fuesen los fragmentos de una Victoria de Samotracia estallada o la materialización objetual de los paños voladores de una pintura barroca, las esculturas de Mariana De Matteis flotan en el espacio como si una ráfaga de viento las estuviera sosteniendo.

Antes de notar que están constituidas por una materia blanda, descubrir el sistema de bases y soportes que las sujetan y de encontrar en ellas cierta figuración escurridiza, por un instante las piezas son rígidas y pesadas. Remiten a los mármoles ruinosos que se intentan reconstruir como rompecabezas mediante sistemas museográficos en salas de exhibición de arte antiguo.

Al igual que en obras anteriores, las Nuevas esculturas de Mariana tienen algo que está entre el ensueño y una visión. En este caso la galería se convierte en una instalación insuflada de surrealismo donde la artista emplea materiales de utilería vinculados al mundo de las exposiciones —alfombras, exhibidores de acrílico y planchas de goma— y convierte el espacio en algo trastocado, cercano a un paisaje interior.

En sus piezas queda un sutil registro de las obras que oficiaron como modelo: esculturas en bronce de la década del '40 de artistas como Nicolás Antonio de San Luis, Rogelio Yrurtia y Lucio Fontana que hoy se encuentran en las reservas del Museo Castagnino. Todos ellos hombres que produjeron figuras en bronce en un momento en el que el academicismo era la norma y la regla vectora que marcaba la materialidad, los valores y la orientación del arte en dirección a lo eterno e idealizado.

Mariana utiliza estas referencias al patrimonio del museo como un eco para producir lo opuesto: una instalación que puebla el aire de la galería con presencias fantasmales de materialidades poco nobles. Al mismo tiempo, la disposición espacial de la muestra recuerda al orden abigarrado de las reservas de almacenamiento de un museo, donde el patrimonio hiberna en un limbo vigilado por conservadores que conviven con las obras y se convierten en espectadores cotidianos de su incómoda situación.

Como la imagen de un castillo de arena a punto de ceder ante el embate de una ola, el trabajo de Mariana apunta a la condición del arte como una forma en transición. Dirige la mirada a la energía y los recursos institucionales dedicados a preservar los acervos, y a preguntarse qué activa una obra de arte y a dónde radica el nervio de su vida útil.

Laura Hakel

DO Galería

1 abr 2018

Nuevas esculturas - Mariana de Matteis

Como si fuesen los fragmentos de una Victoria de Samotracia estallada o la materialización objetual de los paños voladores de una pintura barroca, las esculturas de Mariana De Matteis flotan en el espacio como si una ráfaga de viento las estuviera sosteniendo.

Antes de notar que están constituidas por una materia blanda, descubrir el sistema de bases y soportes que las sujetan y de encontrar en ellas cierta figuración escurridiza, por un instante las piezas son rígidas y pesadas. Remiten a los mármoles ruinosos que se intentan reconstruir como rompecabezas mediante sistemas museográficos en salas de exhibición de arte antiguo.

Al igual que en obras anteriores, las Nuevas esculturas de Mariana tienen algo que está entre el ensueño y una visión. En este caso la galería se convierte en una instalación insuflada de surrealismo donde la artista emplea materiales de utilería vinculados al mundo de las exposiciones —alfombras, exhibidores de acrílico y planchas de goma— y convierte el espacio en algo trastocado, cercano a un paisaje interior.

En sus piezas queda un sutil registro de las obras que oficiaron como modelo: esculturas en bronce de la década del '40 de artistas como Nicolás Antonio de San Luis, Rogelio Yrurtia y Lucio Fontana que hoy se encuentran en las reservas del Museo Castagnino. Todos ellos hombres que produjeron figuras en bronce en un momento en el que el academicismo era la norma y la regla vectora que marcaba la materialidad, los valores y la orientación del arte en dirección a lo eterno e idealizado.

Mariana utiliza estas referencias al patrimonio del museo como un eco para producir lo opuesto: una instalación que puebla el aire de la galería con presencias fantasmales de materialidades poco nobles. Al mismo tiempo, la disposición espacial de la muestra recuerda al orden abigarrado de las reservas de almacenamiento de un museo, donde el patrimonio hiberna en un limbo vigilado por conservadores que conviven con las obras y se convierten en espectadores cotidianos de su incómoda situación.

Como la imagen de un castillo de arena a punto de ceder ante el embate de una ola, el trabajo de Mariana apunta a la condición del arte como una forma en transición. Dirige la mirada a la energía y los recursos institucionales dedicados a preservar los acervos, y a preguntarse qué activa una obra de arte y a dónde radica el nervio de su vida útil.

Laura Hakel

DO Galería

6 jun 2017

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez - Clara Esborraz

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez

Una mano existe porque un dibujo se dibuja a él mismo.
Se delinea todo el contorno de su cuerpo.
Del alcohol etílico, del papel ilustración.
En partes que sostienen cosas para comer, matar o simplemente pasarla bien.
En mitades opuestas, complementarias y a veces en tríos.

También hay dibujados espacios vacíos.
Hablamos mucho del original caído.
Del negro que se quiebra en las rayas
y el papel que resiste.
Del charco de tinta de un pasado como pintora.

Y si este papel fuera Fabriano?
me comería la lapicera.
La aparición de algún pelo en la galería Diego Obligado
sería una realidad extendida.
Un dibujo de una raya indeterminada
de alguien que no usa un buen champú.

¿Ese pelo se habrá caído por precario, por muerto?
Todos somos personas saludables y comunicativas.
Seres que evolucionan sin importar dónde esté su subjetividad.
Como cuando digo que mi subjetividad no es mía.

Esa raya, aunque no sea del dibujo,
tampoco existe alguna posibilidad de que no sea mía.
Esa mano primera que se estira hasta las rodillas
se retuerce para pinchar sin saberlo.

Como dos caballos que intentan abrazarse
a una roca.
O dos leones petrificados
que todavía pueden cazar.

De la mitad para allá.
Más allá.
La textura del papel finito viaja en un sonido.
Una vez más, el alcohol etílico de la experiencia,
exagerada y negra como el negro que se quebraba.

Veo un gato.
Y si me sueno los dedos rompo una ramita.
¿De nuevo una roca?
No, un pedestal.

Sebastián Desbat

DO Galería

6 jun 2017

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez - Clara Esborraz

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez

Una mano existe porque un dibujo se dibuja a él mismo.
Se delinea todo el contorno de su cuerpo.
Del alcohol etílico, del papel ilustración.
En partes que sostienen cosas para comer, matar o simplemente pasarla bien.
En mitades opuestas, complementarias y a veces en tríos.

También hay dibujados espacios vacíos.
Hablamos mucho del original caído.
Del negro que se quiebra en las rayas
y el papel que resiste.
Del charco de tinta de un pasado como pintora.

Y si este papel fuera Fabriano?
me comería la lapicera.
La aparición de algún pelo en la galería Diego Obligado
sería una realidad extendida.
Un dibujo de una raya indeterminada
de alguien que no usa un buen champú.

¿Ese pelo se habrá caído por precario, por muerto?
Todos somos personas saludables y comunicativas.
Seres que evolucionan sin importar dónde esté su subjetividad.
Como cuando digo que mi subjetividad no es mía.

Esa raya, aunque no sea del dibujo,
tampoco existe alguna posibilidad de que no sea mía.
Esa mano primera que se estira hasta las rodillas
se retuerce para pinchar sin saberlo.

Como dos caballos que intentan abrazarse
a una roca.
O dos leones petrificados
que todavía pueden cazar.

De la mitad para allá.
Más allá.
La textura del papel finito viaja en un sonido.
Una vez más, el alcohol etílico de la experiencia,
exagerada y negra como el negro que se quebraba.

Veo un gato.
Y si me sueno los dedos rompo una ramita.
¿De nuevo una roca?
No, un pedestal.

Sebastián Desbat

DO Galería

6 jun 2017

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez - Clara Esborraz

Necesito que dibujes mis rodillas otra vez

Una mano existe porque un dibujo se dibuja a él mismo.
Se delinea todo el contorno de su cuerpo.
Del alcohol etílico, del papel ilustración.
En partes que sostienen cosas para comer, matar o simplemente pasarla bien.
En mitades opuestas, complementarias y a veces en tríos.

También hay dibujados espacios vacíos.
Hablamos mucho del original caído.
Del negro que se quiebra en las rayas
y el papel que resiste.
Del charco de tinta de un pasado como pintora.

Y si este papel fuera Fabriano?
me comería la lapicera.
La aparición de algún pelo en la galería Diego Obligado
sería una realidad extendida.
Un dibujo de una raya indeterminada
de alguien que no usa un buen champú.

¿Ese pelo se habrá caído por precario, por muerto?
Todos somos personas saludables y comunicativas.
Seres que evolucionan sin importar dónde esté su subjetividad.
Como cuando digo que mi subjetividad no es mía.

Esa raya, aunque no sea del dibujo,
tampoco existe alguna posibilidad de que no sea mía.
Esa mano primera que se estira hasta las rodillas
se retuerce para pinchar sin saberlo.

Como dos caballos que intentan abrazarse
a una roca.
O dos leones petrificados
que todavía pueden cazar.

De la mitad para allá.
Más allá.
La textura del papel finito viaja en un sonido.
Una vez más, el alcohol etílico de la experiencia,
exagerada y negra como el negro que se quebraba.

Veo un gato.
Y si me sueno los dedos rompo una ramita.
¿De nuevo una roca?
No, un pedestal.

Sebastián Desbat

DO Galería