El Silencio

Desde: 22 ago 2025

| Hasta: 18 oct 2025

Curaduría y texto: Adriana Armando

El silencio. Pinturas de Leónidas Gambartes

Donde la ciudad declina pareciera imponerse el silencio, la quietud. Casas bajas y discontinuas, empalizadas y arboledas, senderos de tierra y empedrados, baldíos y postes en cruz, el arroyo o la barranca, conforman reconocibles escenas de los lindes urbanos a las que Leónidas Gambartes otorgó un carácter peculiar. Restringió su cotidianeidad, las envolvió de extrañeza y las habitó con pequeñas figuras, aisladas y detenidas; procedió, como hizo en otros momentos de su recorrido, dejando asomar sus visiones interiores, sin sentimentalismos. Apoyado en fotografías, bocetos y dibujos, derramó otra realidad sobre esa realidad tangible, plasmando una serie de obras sobre el suburbio que encausó a través de estéticas específicas. Sabemos que fue un lector voraz compenetrado con las tendencias artísticas de la primera mitad del siglo XX y que encontró en las formas de la pintura europea de entreguerras, analizadas por el crítico Franz Roh, orientaciones estimulantes, ajustadas a sus deseos y motivaciones; un vínculo con los nuevos realismos que prolongó larga y consecuentemente con el surrealismo. Se refirió a los primeros como un retorno al objeto y a la apariencia tranquilizadora y estática, dando así lugar a una “irrealidad poetizada” y, si bien esta caracterización general la formuló en el marco de una disertación sobre la reciente historia del arte, se advierte ahí una clave para interpretar estas pinturas de los años treinta y cuarenta.

En 1934 integró la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos junto a Antonio Berni y otros creadores de la ciudad, compartiendo estudios y lecturas sobre los movimientos artísticos y sobre las cuestiones político-ideológicas candentes, siendo ya un notable dibujante y pintor como bien lo atestiguan sus retratos, caricaturas, ilustraciones y viñetas. Paralelamente, desde mediados de los años treinta inició las acuarelas dedicadas a los barrios que bordean la ciudad: Lunes, de 1934, revela su temprano dominio de la técnica, advertido por Siqueiros en su paso por Rosario y desplegado en numerosos trabajos. Pero no se trata sólo de la eficacia en el manejo de un recurso sino, concomitantemente, de un acercamiento de carácter preciso al paisaje, combinando líneas y manchas bajo un color mesurado; la imagen resultante es detallada pero infrecuente, densa y tiesa a la vez, sobre la que debieron incidir ciertas vertientes alemanas de los realismos modernos. A diferencia de las acuarelas y algunos temples, impregnó los óleos de una atmósfera atemporal, de mayor lirismo cromático y formas cerradas, desarrollando así en el transcurso de los cuarenta otro nutrido grupo de obras sobre el suburbio.

El paisaje en la obra de Gambartes es una presencia persistente, aunque no sea siempre el fin en sí sino el ámbito de inscripción de un tema, más aún al observar la reiteración de la captación de personajes en espacios abiertos; pero escenas del suburbio dieron lugar a premios y participaciones en salones y los títulos de las obras indican referencias puntuales como Arroyito Ludueña, Croquis del entubamiento del Arroyo Ludueña, Esquina de barrio o simplemente se encuentran contenidas en el término Suburbio. Una serie de fotografías también informa de su gusto por la contemplación del río desde la barranca o del hábito de salir a tomar apuntes del natural; incluso un retrato en su taller, apoyado en el tablero de dibujo, deja ver sobre la pared de fondo el fragmento de un barrio suburbial. Esas escenas que tanto dibujó y pintó no se reducen a lo evidente: constituyen horizontes sociales que trasuntan entornos y vidas sencillas, sin enfatizar en penurias o carencias para dar cabida a otras emociones y a que lo insondable aflore.

De todos modos, esta larga pervivencia del paisaje convivió con otras formas de expresión que lo identifican rotundamente: el sarcasmo y el humor, lo onírico y surreal, e incluso desde la segunda mitad de los cuarenta, con temas y realizaciones que anuncian desarrollos posteriores como las figuras de mujeres y la gran saga americana creadas en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Durante el periodo más álgido de plasmación del suburbio, entre 1934 y 1949, ese paisaje está presente y de modo reiterado en obras que tienen una impronta disímil. Así por ejemplo, algunos de los cartones de humorismo registran los arrabales de la ciudad: Itinerario de sueños de 1942 presenta un contorno urbano de reconocibles calles y construcciones, destacándose en primer plano una amplia vereda curva acompañando la esquina, un encuadre que Gambartes registró en una fotografía y utilizó en otras obras; a la vez, un caserío bajo, típicamente suburbano, se divisa en el plano de fondo de Gualicho, otro cartón de 1940.

De todos modos, y aunque pocos de estos temples desarrollen temas en interiores, los paisajes que mayoritariamente circundan a los protagonistas tienden a ser imaginarios, como la arquitectura dislocada de Motivo no apto para mayores o los árboles dispersos y tronchados de Prehistoria. Por su parte, y en un clima totalmente opuesto a las anteriores témperas, el conjunto de linóleos protagonizado tanto por niños y muchachos como por fantasmas y misterios también se despliega en los límites de la ciudad con el campo, evidente en los grabados Retorno, La tarde, Mandadero de vino de 1942 y El regalo de 1943, entre otros. Sólo que en ellos, las situaciones y los personajes, inmersos en una negrura casi sin tregua, exponen la miseria y el desamparo como no lo hacen las figuras de sus pinturas, ponderando realidades sociales desgarradoras aunque siempre mediadas por un realismo convocante de sueños e interrogaciones.

El paisaje siguió acompañando pinturas de la década del cincuenta; así, las dedicadas a los confines de poblaciones de La Rioja nos advierten sobre la pregnancia en su obra de parajes desolados y solitarios, en este caso potenciada por marcas afectivas y biográficas, dado el especial vínculo con su abuela materna que había vivido en esas tierras. No obstante, las modalidades estéticas se fueron ampliando para dar paso a obras de formas más libres y abiertas, apelando a veces a pinceladas gestuales y expresivas, como se observan en las acuarelas de 1953 referidas a Nonogasta; o generando espacios evanescentes visibles en los apuntes de Santiago del Estero y que tienden puentes con la práctica del cromo yeso en tanto procedimiento pictórico que lo distinguiría cabalmente.

Los nuevos caminos quedaron plasmados en el significativo libro que la Galería Bonino de Buenos Aires dedicó al autor en 1954. Campos ralos, páramos, llanuras poco pródigas de cardos y cañas, son el escenario de la serie de mujeres en el paisaje que constituye la mayor parte de las más de cincuenta reproducciones de obras que la publicación ofrece y que indican la fuerte torsión de la obra de Gambartes en esos años. Se trata de mujeres silentes y estáticas, maternales y confidentes, lavanderas y conjurantes, entre muchas otras; pero todas parecen absortas, suspendidas en el tiempo o en estado de trance, otorgando así una marca potente a la serie, activada junto a un paisaje plano evocador de un litoral agreste. La representación del suburbio con pequeñas figuras de los años precedentes ha desaparecido para ir más allá de la ciudad, adentrándose en el campo, muchas veces manifiesto sólo a través de una línea de horizonte, y también sumergiéndose en las profundidades de la magia y el misterio; pero aun bajo estas variantes formales y expresivas, perdura y se exacerba el clima de extrañeza y turbación de lo cotidiano.

La idea de paisaje o simplemente la inscripción de grandes figuras al aire libre se va restringiendo a medida que las formas más abstractas de payes, mitoformas y bestiarios adquieren primacía en su obra; aun así, el ámbito de la llanura, con enigmáticos pájaros y osamentas o figuras recortadas sobre nítidas líneas de horizontes extendidos con soles o lunas —de fines de los años cincuenta—, sigue evidenciando la recóndita conexión de Gambartes con el paisaje.

Que una galería de Rosario dedique una muestra exclusivamente a los paisajes de Leónidas Gambartes es un hecho auspicioso porque invita a considerar su obra de un modo integral y sin jerarquizaciones. En todas las instancias, el desapego a lo aparente —con variadas intensidades y mediado por realismos de distinto cuño— es decisivo, se trate de escenas de humor, de figuras y ambientes del suburbio o del interior del país, de mujeres en el campo o de seres improbables; también el paisaje es una línea de fuerza que interviene con una asiduidad que supera los límites de lo que podemos identificar como la etapa prolífica de esa producción, permeando sus reconocidas composiciones posteriores. Y, sin dudas, la dimensión visionaria de su obra, fundada en la frecuentación de lo oculto, misterioso y fantasmático, lo convirtieron en un artista singular en el arte argentino, atento al devenir del arte moderno para conjugarlo con lo regional y lo americano.

Los paisajes expuestos en Diego Obligado portan diferentes estrategias: los hay contenidos y más expresivos, de líneas cerradas y más libres, de colores poéticos y más apaciguados; corresponden a los alrededores de Rosario, La Rioja y Santiago del Estero en un arco de tiempo que transcurre aproximadamente entre mediados de los años treinta y de los cincuenta. En cualquier caso resultan pinturas vivenciadas y de proximidad que, a la par, invitan a una mirada cercana y así, quizás, percibir cómo en todas gravita un profundo y sugerente silencio.

Curaduría y texto: Adriana Armando

El silencio. Pinturas de Leónidas Gambartes

Donde la ciudad declina pareciera imponerse el silencio, la quietud. Casas bajas y discontinuas, empalizadas y arboledas, senderos de tierra y empedrados, baldíos y postes en cruz, el arroyo o la barranca, conforman reconocibles escenas de los lindes urbanos a las que Leónidas Gambartes otorgó un carácter peculiar. Restringió su cotidianeidad, las envolvió de extrañeza y las habitó con pequeñas figuras, aisladas y detenidas; procedió, como hizo en otros momentos de su recorrido, dejando asomar sus visiones interiores, sin sentimentalismos. Apoyado en fotografías, bocetos y dibujos, derramó otra realidad sobre esa realidad tangible, plasmando una serie de obras sobre el suburbio que encausó a través de estéticas específicas. Sabemos que fue un lector voraz compenetrado con las tendencias artísticas de la primera mitad del siglo XX y que encontró en las formas de la pintura europea de entreguerras, analizadas por el crítico Franz Roh, orientaciones estimulantes, ajustadas a sus deseos y motivaciones; un vínculo con los nuevos realismos que prolongó larga y consecuentemente con el surrealismo. Se refirió a los primeros como un retorno al objeto y a la apariencia tranquilizadora y estática, dando así lugar a una “irrealidad poetizada” y, si bien esta caracterización general la formuló en el marco de una disertación sobre la reciente historia del arte, se advierte ahí una clave para interpretar estas pinturas de los años treinta y cuarenta.

En 1934 integró la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos junto a Antonio Berni y otros creadores de la ciudad, compartiendo estudios y lecturas sobre los movimientos artísticos y sobre las cuestiones político-ideológicas candentes, siendo ya un notable dibujante y pintor como bien lo atestiguan sus retratos, caricaturas, ilustraciones y viñetas. Paralelamente, desde mediados de los años treinta inició las acuarelas dedicadas a los barrios que bordean la ciudad: Lunes, de 1934, revela su temprano dominio de la técnica, advertido por Siqueiros en su paso por Rosario y desplegado en numerosos trabajos. Pero no se trata sólo de la eficacia en el manejo de un recurso sino, concomitantemente, de un acercamiento de carácter preciso al paisaje, combinando líneas y manchas bajo un color mesurado; la imagen resultante es detallada pero infrecuente, densa y tiesa a la vez, sobre la que debieron incidir ciertas vertientes alemanas de los realismos modernos. A diferencia de las acuarelas y algunos temples, impregnó los óleos de una atmósfera atemporal, de mayor lirismo cromático y formas cerradas, desarrollando así en el transcurso de los cuarenta otro nutrido grupo de obras sobre el suburbio.

El paisaje en la obra de Gambartes es una presencia persistente, aunque no sea siempre el fin en sí sino el ámbito de inscripción de un tema, más aún al observar la reiteración de la captación de personajes en espacios abiertos; pero escenas del suburbio dieron lugar a premios y participaciones en salones y los títulos de las obras indican referencias puntuales como Arroyito Ludueña, Croquis del entubamiento del Arroyo Ludueña, Esquina de barrio o simplemente se encuentran contenidas en el término Suburbio. Una serie de fotografías también informa de su gusto por la contemplación del río desde la barranca o del hábito de salir a tomar apuntes del natural; incluso un retrato en su taller, apoyado en el tablero de dibujo, deja ver sobre la pared de fondo el fragmento de un barrio suburbial. Esas escenas que tanto dibujó y pintó no se reducen a lo evidente: constituyen horizontes sociales que trasuntan entornos y vidas sencillas, sin enfatizar en penurias o carencias para dar cabida a otras emociones y a que lo insondable aflore.

De todos modos, esta larga pervivencia del paisaje convivió con otras formas de expresión que lo identifican rotundamente: el sarcasmo y el humor, lo onírico y surreal, e incluso desde la segunda mitad de los cuarenta, con temas y realizaciones que anuncian desarrollos posteriores como las figuras de mujeres y la gran saga americana creadas en los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Durante el periodo más álgido de plasmación del suburbio, entre 1934 y 1949, ese paisaje está presente y de modo reiterado en obras que tienen una impronta disímil. Así por ejemplo, algunos de los cartones de humorismo registran los arrabales de la ciudad: Itinerario de sueños de 1942 presenta un contorno urbano de reconocibles calles y construcciones, destacándose en primer plano una amplia vereda curva acompañando la esquina, un encuadre que Gambartes registró en una fotografía y utilizó en otras obras; a la vez, un caserío bajo, típicamente suburbano, se divisa en el plano de fondo de Gualicho, otro cartón de 1940.

De todos modos, y aunque pocos de estos temples desarrollen temas en interiores, los paisajes que mayoritariamente circundan a los protagonistas tienden a ser imaginarios, como la arquitectura dislocada de Motivo no apto para mayores o los árboles dispersos y tronchados de Prehistoria. Por su parte, y en un clima totalmente opuesto a las anteriores témperas, el conjunto de linóleos protagonizado tanto por niños y muchachos como por fantasmas y misterios también se despliega en los límites de la ciudad con el campo, evidente en los grabados Retorno, La tarde, Mandadero de vino de 1942 y El regalo de 1943, entre otros. Sólo que en ellos, las situaciones y los personajes, inmersos en una negrura casi sin tregua, exponen la miseria y el desamparo como no lo hacen las figuras de sus pinturas, ponderando realidades sociales desgarradoras aunque siempre mediadas por un realismo convocante de sueños e interrogaciones.

El paisaje siguió acompañando pinturas de la década del cincuenta; así, las dedicadas a los confines de poblaciones de La Rioja nos advierten sobre la pregnancia en su obra de parajes desolados y solitarios, en este caso potenciada por marcas afectivas y biográficas, dado el especial vínculo con su abuela materna que había vivido en esas tierras. No obstante, las modalidades estéticas se fueron ampliando para dar paso a obras de formas más libres y abiertas, apelando a veces a pinceladas gestuales y expresivas, como se observan en las acuarelas de 1953 referidas a Nonogasta; o generando espacios evanescentes visibles en los apuntes de Santiago del Estero y que tienden puentes con la práctica del cromo yeso en tanto procedimiento pictórico que lo distinguiría cabalmente.

Los nuevos caminos quedaron plasmados en el significativo libro que la Galería Bonino de Buenos Aires dedicó al autor en 1954. Campos ralos, páramos, llanuras poco pródigas de cardos y cañas, son el escenario de la serie de mujeres en el paisaje que constituye la mayor parte de las más de cincuenta reproducciones de obras que la publicación ofrece y que indican la fuerte torsión de la obra de Gambartes en esos años. Se trata de mujeres silentes y estáticas, maternales y confidentes, lavanderas y conjurantes, entre muchas otras; pero todas parecen absortas, suspendidas en el tiempo o en estado de trance, otorgando así una marca potente a la serie, activada junto a un paisaje plano evocador de un litoral agreste. La representación del suburbio con pequeñas figuras de los años precedentes ha desaparecido para ir más allá de la ciudad, adentrándose en el campo, muchas veces manifiesto sólo a través de una línea de horizonte, y también sumergiéndose en las profundidades de la magia y el misterio; pero aun bajo estas variantes formales y expresivas, perdura y se exacerba el clima de extrañeza y turbación de lo cotidiano.

La idea de paisaje o simplemente la inscripción de grandes figuras al aire libre se va restringiendo a medida que las formas más abstractas de payes, mitoformas y bestiarios adquieren primacía en su obra; aun así, el ámbito de la llanura, con enigmáticos pájaros y osamentas o figuras recortadas sobre nítidas líneas de horizontes extendidos con soles o lunas —de fines de los años cincuenta—, sigue evidenciando la recóndita conexión de Gambartes con el paisaje.

Que una galería de Rosario dedique una muestra exclusivamente a los paisajes de Leónidas Gambartes es un hecho auspicioso porque invita a considerar su obra de un modo integral y sin jerarquizaciones. En todas las instancias, el desapego a lo aparente —con variadas intensidades y mediado por realismos de distinto cuño— es decisivo, se trate de escenas de humor, de figuras y ambientes del suburbio o del interior del país, de mujeres en el campo o de seres improbables; también el paisaje es una línea de fuerza que interviene con una asiduidad que supera los límites de lo que podemos identificar como la etapa prolífica de esa producción, permeando sus reconocidas composiciones posteriores. Y, sin dudas, la dimensión visionaria de su obra, fundada en la frecuentación de lo oculto, misterioso y fantasmático, lo convirtieron en un artista singular en el arte argentino, atento al devenir del arte moderno para conjugarlo con lo regional y lo americano.

Los paisajes expuestos en Diego Obligado portan diferentes estrategias: los hay contenidos y más expresivos, de líneas cerradas y más libres, de colores poéticos y más apaciguados; corresponden a los alrededores de Rosario, La Rioja y Santiago del Estero en un arco de tiempo que transcurre aproximadamente entre mediados de los años treinta y de los cincuenta. En cualquier caso resultan pinturas vivenciadas y de proximidad que, a la par, invitan a una mirada cercana y así, quizás, percibir cómo en todas gravita un profundo y sugerente silencio.