Nada puede esconderse eternamente
27 jun 2025
Ecos.
Cuenta el mito que de la boca de la ninfa Eco salían las más hermosas palabras, hasta que una vez intentó engañar a la diosa Hera. Con su bello lenguaje, quiso distraerla mientras su esposo Zeus se entretenía con las demás ninfas. Al descubrir la artimaña, Hera le quitó a Eco su voz propia, condenándola a repetir eternamente las últimas palabras de los otros. Luego de ser rechazada por Narciso, quien se amaba solo a sí mismo, Eco se escondió en una cueva y allí murió, pero dejó su voz, que aún repite sin cesar las últimas palabras de aquellos que se atreven a hablarle.
Para quienes se atreven a ver de cerca, las obras de Agustín Moreno, entre la armonía y el misterio de una geometría inquietante, se revelan compuestas por palabras repetidas en un eco que parece infinito. Crudas, duras, descarnadas. Trolo, desviado, afeminado. ¿Dónde empiezan y dónde terminan? ¿A quiénes se dirigen? ¿Se refieren a nosotros? ¿O son tan solo una reverberación que se proyecta hasta no decir nada y fundirse en una maraña negra? La repetición in aeternum, como la maldición de Hera, nos tienta con volvernos Eco, anulando nuestras voces propias para ser definidos por palabras ajenas.
Las obras nos enfrentan, nos preguntan por el poder de la palabra y desafían la arbitrariedad del signo, aquella que supone que entre la forma y el contenido no existe relación alguna. Entre la belleza y el vituperio, la experiencia se torna erótica, si recordamos la caracterización del deseo hecha por Safo, la poetisa de Lesbos, en su fragmento 130: Eros es “dulce-amargo”, como dos caras de una misma moneda. Con ella coincidió Catulo, quien lo expresó en su célebre poema 85: “odio y amo”.
Recuerdos:
En medio de estas obras en las que figuras y palabras se enlazan de manera indisoluble entre el blanco y el negro, se hace la luz. Cientos de pequeñas fotografías penden individualmente y a la vez se entretejen en un camino que atraviesa y envuelve la producción toda. Las imágenes abandonan la infinitud de la web para retornar, con un último aliento, a la materialidad que supo contenerlas. Es esta una materialidad doble, que reafirma su existencia en la utilidad, pues las fotografías son también llaveros. “Ideales para souvenir”, como reza la descripción de un vendedor astuto.
La palabra souvenir llega a nuestra lengua a través del francés, y su etimología se remonta al verbo latino subvenire. Entre sus acepciones, encontramos las de “acudir en auxilio”, “aliviar” y “venirse a la mente”. El souvenir es, en definitiva, la materialización de un recuerdo. El recuerdo de una persona, el recuerdo de una experiencia, el recuerdo de lo que no basta con ser dicho y desea revivirse. Los antiguos creían que la sede de la memoria estaba en el corazón, por lo que recordar no es ni más ni menos que “volver a pasar por el corazón”.
Las fotografías se multiplican y se diseminan en una serie que parece infinita y nos pregunta por su sentido. Disímiles, dispares, heterogéneas. Nos desorientan, nos atrapan, nos seducen. Una vez más nos sacude Eros, la sigilosa criatura imbatible a la que le cantó Safo. ¿Qué recuerdos evocan? ¿O es que debemos recuperar nosotros un sentido de lo que, en principio, no recuerda a nada? No resulta casual que las fotografías sean llaveros, porque cada una se transforma en una llave, una clave para la interpretación, siempre oculta, como esas palabras repetidas, en una totalidad que nos aventura a perdernos en la total indistinción.
La obra de Agustín Moreno nos sitúa en la confluencia entre ecos y recuerdos, un encuentro en el que subyace la insistencia convocante de voces e imágenes que se niegan a desaparecer y retornan, incesantes. Aquí, forma y contenido se disputan nuestra mirada. En el fragor de esta guerra, podemos permanecer en las tinieblas, definidos por la reverberación de palabras ajenas, o bien salir a la luz, en la búsqueda de la interpretación. ¿Nos quedamos o salimos? Decidamos ahora, pero también recordemos: nada puede esconderse eternamente.
Joaquín Lanza
Junio, 2025
Curaduría: Matías Pepe. Texto: Joaquín Lanza















