


Isla Irupé - Fabiana Imola
Desde: 4 jul 2022
| Hasta: 4 jul 2022
Curaduría y texto: Guillermo Fantoni
Un espejo con lunares verdes
Del 1 de julio al 20 de agosto 2022
Giro las páginas del libro editado con motivo de Enramada, la exposición antológica de Fabiana Imola presentada en 2016, y al finalizar el repertorio de obras mi atención se detiene sobre dos fotos reveladoras. En una, gravita la sombra de Fabiana mientras fotografía un plano de agua donde flotan unos círculos verdes, y en otra, se destaca el resultado de esa toma: un plano de mayor extensión con un conjunto, también mayor, de círculos.
Se trata de una gran familia de irupés que a primera vista evocan algo abstracto pero en una segunda instancia se manifiestan orgánicos y algo inquietantes y, para decirlo con una expresión común cuando algo nos asombra, surrealistas; una categoría estética todavía disponible y efectiva a la hora de mencionar algo insólito o inefable.
Cuando las aguas bajan turbias y las plantas acuáticas de las lagunas de la isla comienzan a secarse y replegarse sobre sí mismas, de una manera casi monstruosa, son surrealistas; porque sin dudas a partir de esos artistas la actividad tan común de observar ramas, guijarros y caracoles se tornó capital para pensar nuevas y fantásticas configuraciones del mundo y del arte.
En realidad, los tiempos problemáticos nos predisponen más para el surrealismo que para la abstracción, pero Fabiana inventa una forma de conjurarlos. Cuando produjo Enramada pensó una de las obras principales como un “bosque de carbón y plata” que, avanzado el montaje, también concibió como “un bosque arrasado por un bombardeo”.
Entonces traje a la memoria la iconografía de la ruina, que es una forma de la iconografía de la guerra y a su vez de la iconografía de la muerte: los muros destruidos pero también las ramas retorcidas, las raíces arrancadas y los muñones de árboles; inmediatamente pensé en los temibles escenarios de Raquel Forner, a quien Margherita Sarfatti imaginaba deambulando por el bosque de Pier della Vigna donde cada árbol es un alma doliente.
Es el bosque evocado en el Canto XIII del infierno donde Dante ubica a los suicidas, “los violentos contra sí mismos”; una imagen y una expresión de la Divina Comedia, tantas veces recordadas, que ahora veo como un espejo de la sociedad que se agrede a sí misma mientras destruye lo que la rodea, cuando toca lo intocable.
De todos modos –como señalé– Fabiana encuentra su forma de conjuro: en 2018, durante una residencia en San Carlos, pergeñó y asistió a la conversión de globos de materia incandescente en objetos fascinantes. Como en esa película de Herzog donde los fabricantes de vidrio color rubí hacen malabares con sus herramientas mientras deambulan como sonámbulos vaticinando un futuro apocalíptico, los artesanos santafesinos convierten esferas ígneas en deslumbrantes corolas verdes y transparentes, evocadoras de vida y esperanza.
Son los irupés de cristal que al ser atravesados por la luz generan reverberaciones en el ambiente como si fueran las ondas del agua. Así crea un entorno exquisitamente bello que es una forma –ética y estética– de reconciliarse con el mundo; un remanso donde el agua limpia y los lunares verdes con sus flores abiertas, son un espejo para mirarse y reflejarse, lejos ya –aunque sea imaginariamente– del bosque de los suicidas.
Güemes 2255. Rosario. Santa Fe
Guillermo Fantoni
[Rosario, mayo de 2022]
Curaduría y texto: Guillermo Fantoni
Un espejo con lunares verdes
Del 1 de julio al 20 de agosto 2022
Giro las páginas del libro editado con motivo de Enramada, la exposición antológica de Fabiana Imola presentada en 2016, y al finalizar el repertorio de obras mi atención se detiene sobre dos fotos reveladoras. En una, gravita la sombra de Fabiana mientras fotografía un plano de agua donde flotan unos círculos verdes, y en otra, se destaca el resultado de esa toma: un plano de mayor extensión con un conjunto, también mayor, de círculos.
Se trata de una gran familia de irupés que a primera vista evocan algo abstracto pero en una segunda instancia se manifiestan orgánicos y algo inquietantes y, para decirlo con una expresión común cuando algo nos asombra, surrealistas; una categoría estética todavía disponible y efectiva a la hora de mencionar algo insólito o inefable.
Cuando las aguas bajan turbias y las plantas acuáticas de las lagunas de la isla comienzan a secarse y replegarse sobre sí mismas, de una manera casi monstruosa, son surrealistas; porque sin dudas a partir de esos artistas la actividad tan común de observar ramas, guijarros y caracoles se tornó capital para pensar nuevas y fantásticas configuraciones del mundo y del arte.
En realidad, los tiempos problemáticos nos predisponen más para el surrealismo que para la abstracción, pero Fabiana inventa una forma de conjurarlos. Cuando produjo Enramada pensó una de las obras principales como un “bosque de carbón y plata” que, avanzado el montaje, también concibió como “un bosque arrasado por un bombardeo”.
Entonces traje a la memoria la iconografía de la ruina, que es una forma de la iconografía de la guerra y a su vez de la iconografía de la muerte: los muros destruidos pero también las ramas retorcidas, las raíces arrancadas y los muñones de árboles; inmediatamente pensé en los temibles escenarios de Raquel Forner, a quien Margherita Sarfatti imaginaba deambulando por el bosque de Pier della Vigna donde cada árbol es un alma doliente.
Es el bosque evocado en el Canto XIII del infierno donde Dante ubica a los suicidas, “los violentos contra sí mismos”; una imagen y una expresión de la Divina Comedia, tantas veces recordadas, que ahora veo como un espejo de la sociedad que se agrede a sí misma mientras destruye lo que la rodea, cuando toca lo intocable.
De todos modos –como señalé– Fabiana encuentra su forma de conjuro: en 2018, durante una residencia en San Carlos, pergeñó y asistió a la conversión de globos de materia incandescente en objetos fascinantes. Como en esa película de Herzog donde los fabricantes de vidrio color rubí hacen malabares con sus herramientas mientras deambulan como sonámbulos vaticinando un futuro apocalíptico, los artesanos santafesinos convierten esferas ígneas en deslumbrantes corolas verdes y transparentes, evocadoras de vida y esperanza.
Son los irupés de cristal que al ser atravesados por la luz generan reverberaciones en el ambiente como si fueran las ondas del agua. Así crea un entorno exquisitamente bello que es una forma –ética y estética– de reconciliarse con el mundo; un remanso donde el agua limpia y los lunares verdes con sus flores abiertas, son un espejo para mirarse y reflejarse, lejos ya –aunque sea imaginariamente– del bosque de los suicidas.
Güemes 2255. Rosario. Santa Fe
Guillermo Fantoni
[Rosario, mayo de 2022]







